Investigación de las células madre Acerca de la conciencia




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Espíritu, alma y cuerpo

La antroplogiá bíblica

El ADN

La investigación de las células madre

Acerca de la conciencia

Espíritu, alma y cuerpo


H. A. Ironside, Estados Unidos, 1876-1951

Dios ha existido desde toda la eternidad como un inefable Ser en tres personas gloriosas: el Padre, Hijo y Espíritu, todos iguales en majestad, poder y demás atributos. Por esto, hablamos de Él como la Trinidad. El vocablo en sí no se encuentra en las páginas de la Santa Biblia, pero el hecho de una Trinidad está declarado una y otra vez, y quizás en ninguna parte es más llamativo que al final del Evangelio según Mateo: “Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Obsérvese que no se trata de los nombres, como de tres seres, sino de el nombre. Los tres son uno.

El hombre fue creado como una persona en tres partes, y así hablamos de él como un ser tripartito. Es el espíritu, alma y cuerpo. El cuerpo solo no es el hombre; el alma sola no es el hombre; el espíritu solo no es el hombre. Pero el espíritu y el alma y el cuerpo constituyen al hombre.

No es necesario decir mucho del cuerpo; es aquella parte material del hombre, y es su enlace con la creación material como un conjunto. El cuerpo es la casa en la cual mora el hombre interior. En su condición actual está sujeto al deterioro y la muerte; pero habrá una resurrección de tanto el justo como el injusto, cuando los cuerpos de los salvados y de los perdidos serán resucitados de la muerte. En sus cuerpos materiales y resucitados todos los santos se presentarán ante el tribunal de Cristo para ser premiados según las obras hechas cuando en el cuerpo. Los impíos, resucitados mil años después, se presentarán ante el Gran Trono Blanco para ser juzgados según sus obras.

Conviene que hagamos referencia a la primera página de la Biblia para ver que en el principio hubo una obra tripartita de creación. Es decir, tres veces en este gran primer capítulo del Génesis dice que Dios creó. En el primer versículo leemos que “en el principio creó Dios el cielo y la tierra”. Aquí tenemos el origen de la materia. Nunca leemos de una segunda creación de una cosa material. Toda la materia del universo está formada de lo que fue creado en esa creación. En el l.21 tenemos la segunda obra de creación: “Creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se mueve”, o “todo ser que tiene alma viviente”. Aquí está el origen de la vida. Las Escrituras desconocen la idea de una vida espontánea generada de la materia muerta, sino distinguen absolutamente entre lo no viviente y lo viviente. Por ningún proceso de evolución podría lo inerte hacerse vivo. Si la vida va a venir al universo, Dios tiene que actuar de nuevo como Creador.

El alma, como veremos, es aquello que es común a tanto los animales como al hombre. Es la vida natural con todas sus capacidades de pasión, emoción e instinto. El alma del animal muere cuando muere el cuerpo; no es así con el alma del hombre, ya que ella está vinculada con su espíritu.

Me acuerdo de una ocasión años atrás cuando estuve de visita en el pueblo de Los Gatos, Estado California, realizando una serie de reuniones. Un adventista del séptimo día estaba allí en la misma época, dando discursos en una gran tienda de lona. Pasando frente a su carpa un día, vi que tenía colocado un aviso bien pintado. Las letras grandes decían: “Premio de diez mil dólares. Daré $10.000 en moneda de oro a la persona que produzca un texto de la Biblia que habla de un alma inmortal”.

Entré, y encontré al conferencista limpiando las sillas. “Vengo, caballero”, le dije, “con respecto al letrero allí afuera”. “Ah”, respondió con una cortesía razonable, “será que piensa cobrar los diez mil dólares”. “No”, contesté, “temo que no puedo cobrar el premio de acuerdo con las reglas que usted establece”.

“Usted reconoce, pues, que la Biblia no habla en ninguna parte de un alma inmortal. O sea, que no muere”. Le dije que así es. Pero proseguí: “Por cuanto la Biblia no hace mención de un alma inmortal, ¿usted cree, señor, que el alma del hombre es mortal; o sea, que deja de existir?” “Claro”, me respondió, “si la Biblia no dice que es inmortal, entonces el alma tiene que ser mortal”.

Dirigí su atención al hecho de que si bien la Biblia no hace mención del alma como inmortal, tampoco la describe como sujeta a la muerte. Señalé que si uno va a discutir desde el punto de vista que él tenía, sería igualmente razonable decir que el alma del hombre no es mortal, ya que la Biblia tampoco dice lo contrario. Pero insistí más: “Si puedo señalarle una escritura que declara que el alma no muere cuando el cuerpo muere, ¿entonces me dará los diez mil? Supongo que cuando habla a la gente de un alma inmortal, usted quiere decir una que sigue viva cuando el cuerpo desvanece”.

El hombre empezó a buscar una salida”. Bueno ...” decía, “bueno, podría ser cuestión de interpretación ...” Pero le di mi versículo; usted lo encontrará en Mateo 10.28. Allí nuestro Señor dice: “No temáis a los que matan al cuerpo, mas al alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”. El adventista se quedó callado. El hecho es que en las Sagradas Escrituras las palabras mortal e inmortal se usan sólo con referencia al cuerpo. El cuerpo mortal se vuelve inmortal si el creyente vive sobre la tierra hasta que el Señor regrese del cielo.

Volviendo al Génesis, encontramos la tercera obra de creación en el 1.27. Leemos que “creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. ¿Por qué la necesidad de este acto de creación si el hombre es simplemente una evolución de los animales inferiores a él? La realidad es que de ninguna manera podrían las criaturas poseer un espíritu que reflexiona y razona al ser dotados de tan solo cuerpo y alma. Dios tenía que impartírselo.

Es este espíritu que levanta al hombre por encima de todo el resto de la creación de Dios. Si busca Zacarías 12.1, leerá: “Jehová, que extiende los cielos y funde la tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él, ha dicho ...” Obsérvese que la formación del espíritu humano se trata como una obra tan grande como la de extender los cielos y fundar la tierra. ¿Esto nos da alguna idea de su importancia en la estima de Dios?

Ahora, ¿qué es este espíritu en el hombre? Tal vez el pasaje más claro al respecto es
1 Corintios 2.11: “¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”. Aquí se manifiesta que el espíritu es el asiento de la inteligencia. Es por medio del espíritu que el hombre tiene conocimiento; es el espíritu que razona. Es el espíritu que recibe instrucciones de Dios.

Otras escrituras exponen esto”. El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”, Romanos 8.16. “Testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo ...” Romanos 1.9. “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente hace que él entienda”, Job 32.8. Obsérvese que la comprensión se recibe a través de espíritu por inspiración divina.

“El ánimo del hombre soportará su enfermedad; mas ¿quién soportará al ánimo angustiado?” Proverbios 18.14. [“El espíritu de un hombre sus su flaqueza”, Versión Moderna. Varias versiones sancionadas por la iglesia romana emplean espíritu en vez de ánimo.] “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón”, Proverbios 20.27. Dios ilumina al hombre, comunicando la verdad divina al espíritu.

Es el espíritu que reflexiona. El espíritu es aquella parte del hombre a la cual Dios, quien es Espíritu, comunica su parecer. Al morir uno, su espíritu deja el cuerpo. Por cierto, ésta es la muerte la separación del cuerpo y el espíritu. Se nos informa en Santiago 2.26 que “el cuerpo sin espíritu es muerto”. Hemos visto ya que cuando el cuerpo de la bestia muere, su alma, que está vinculada a su cuerpo, muere también; es el fin de su existencia. Pero cuando el cuerpo del hombre muere, su espíritu deja el cuerpo, sea persona creyente o no. “... el espíritu vuelva a Dios que lo dio”, Eclesiastés 12.7. Dejando atrás su morada terrestre, el espíritu va al mundo que no vemos, delante del Dios que lo creó. Es así tanto con los que son salvos como con los que no lo son. Ambos tienen que dar cuenta a Dios.

Los materialistas insisten que el espíritu no es más que el aliento. Señalan que en los idiomas hebreo y griego aliento, viento, y espíritu son una misma palabra en cada caso, y por tanto alegan que cada una puede ser traducida con impunidad como aliento. Sin embargo, es bueno que recordemos que aun en nuestro propio idioma el vocablo espíritu tiene diferentes sentidos según el contexto en que uno lo emplea, y que éstos no pueden ser confundidos sin hacer violencia al idioma. Hablamos de un hombre con espíritu, queriendo decir que tiene energía y propósitos definidos. Hablamos de un espíritu en el sentido de un fantasma.

La mejor manera de saber si el espíritu del hombre es simplemente su aliento es de procurar traducir por nuestra propia cuenta. Sustituya la palabra aliento en los varios pasajes ya citados, y vea si cabe. “Todo vuestro aliento, alma y cuerpo sea guardado irreprensible ...” ¿Qué le parece? Un aliento irreprensible es deseable, ¿pero el apóstol quería decir semejante cosa? Otro intento: “¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el aliento del hombre que está en él?” ¿Quién ha oído de un aliento inteligente? Tampoco es el “aliento” del hombre que es lámpara de Jehová; ni el Espíritu de Dios da testimonio a nuestro “aliento” que somos hijos de Dios. El servicio que Pablo prestó en el evangelio fue mucho más que su “aliento”. Basta. Es evidente que la teoría es ridícula.

¿Qué diremos, pues, del alma del hombre? El texto al encabezamiento de este escrito aclara que no debemos confundirla con nuestro espíritu. [Nota del traductor: La Reina-Valera de 1909 y la Versión Moderna son más enfáticas: “espíritu y alma y cuerpo”. Besson lo traduce, “el espíritu, el alma y el cuerpo”.]

En Hebreos 4.12 leemos: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Aprendemos aquí que la Palabra de Dios distingue entre el alma y el espíritu. No los separa, porque los dos nunca se separan, ni en vida ni en muerte. El espíritu es la parte superior del hombre invisible; es aquella parte, como hemos visto ya, a la cual el Espíritu de Dios se dirige. El alma es la parte inferior del hombre invisible, y es el enlace entre el cuerpo y el espíritu. No es meramente la vida natural. Es esa vida, pero es mucho más; es el asiento de la naturaleza emotiva del hombre.

De nuevo, permítame unas citas de las Escrituras, comenzando con una que habla de que Dios tiene alma. “El justo vivirá por fe; y si retrocediera, no agradará a mi alma”, Hebreos 10.38. Y en el versículo siguiente leemos que “no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma”. El alma de Dios anhela la salvación del alma nuestra; es decir, Dios en su amor infinito quiere que nuestra naturaleza emocional esté en plena armonía con la suya. Los deseos carnales nos estorban en esto, como dice 1 Pedro 2.11.

El alma que está en armonía con Dios encuentra su placer en Él, y en este gozo el espíritu participa plenamente. María dijo en Lucas 1.46, “Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. El alma sufre. Lucas 2.35: “Una espada traspasará tu misma alma”. Salmo 107.26: “Sus almas se derriten con el mal”. Los hermanos de José confesaron, “Verdaderamente vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos”. El Señor Jesús dijo, “Ahora está turbada mi alma”, y de su agonía sobre la cruz se dice, “cuando haya puesto su vida [alma] en expiación por el pecado”. [ Nota del traductor: La Reina-Valera y otras traducciones al español hablan de vida en Isaías 53.10,12 y de alma en 53.11 Parece raro, ya que la palabra en hebreo es una misma, y es la que se traduce generalmente --pero no siempre-- como alma.]

El alma ama: “¿Habéis visto al que ama mi alma?” exclama la esposa en el Cantar. En 1 Samuel 18.1, “el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo”. El alma aborrece: “... hiera a los cojos y ciegos aborrecidos del alma de David”, 2 Sa-muel 5:8. El alma se entristece: “... se entristecerá en él su alma”, Job 14.22. El alma desea y anhela: “Su alma deseó, e hizo”, Job 23.13 “Quebrantada está mi alma de desear”, Salmo 119.20. “Clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios”, Salmo 42.1, 63.1.

Estas son apenas unas pocas escrituras entre muchas similares que uno podría citar. Sin duda establecen que el alma es el asiento de la naturaleza humana, como el espíritu es el asiento de la naturaleza intelectual.

Por cuanto el hombre en su cuerpo actual es tan marcadamente una criatura emotiva, se habla del alma para referirse al hombre en su conjunto. Una y otra vez se refiere al hombre como un alma. Hay por ejemplo, el Génesis 2. 7 [en la Reina-Valera de 1909, etc.] “fue el hombre un alma viviente”. En Lucas 12.20 el Señor dice al rico necio: “Esta noche vienen a pedirte tu alma”, y en el Apocalipsis 6 Juan vio bajo el altar “las almas de los que habían sido muertos”. Es enteramente correcto, pues, hablar de que el hombre tiene un alma que salvar o perder.

Alguien ha empleado la casa de tres plantas como una figura del hombre según fue creado por Dios: la planta baja es el cuerpo, la del medio es el taller o lugar de trabajo, y ella corresponde al alma, y la de arriba es el observatorio, el lugar de comunión y estudio, y ella corresponde al espíritu. En su condición sin pecado, el espíritu del hombre conversaba con Dios y gozaba de comunión con el Espíritu infinito. La caída del hombre, cual terremoto moral, sacudió la casa de tal manera que el tercer piso se desplomó al sótano. Por lo tanto, el hombre natural es uno en quien predomina el alma. El vocablo traducido como natural y sensual en el Nuevo Testamento es un adjetivo que indica “del alma”.

Aunque caído, el hombre no está desprovisto de espíritu. Es que tiene el entendimiento entenebrecido y está ajeno de la vida de Dios por la ignorancia que hay en él; Efesios 4.18. Ninguna obra suya puede restaurar el espíritu al lugar que le correspondía, ya que todas las facultades humanas han sido pervertidas por la caída.

Su espíritu no se sujeta a Dios, habiendo sido contaminado por el pecado. Uno se acuerda de la expresión, “toda contaminación de carne y espíritu”, en 2 Corintios 7.1. El alma se ha corrompido, amando lo que Dios aborrece y aborreciendo lo que Dios ama. El cuerpo está debilitado por enfermedad y desperfecto, una consecuencia directa de la entrada del pecado al mundo. El hombre se desvió; se hizo inútil, Romanos 3.12. En otras palabras, el hombre es una criatura irremisiblemente arruinado, aparte de la gracia de Dios.

Pero es el propósito de Dios salvar a este hombre caído y degenerado: no simplemente restaurarle a su condición adánica, sino levantarle a un nivel que nunca había conocido. Para que fuese así, Dios mismo, en la persona de su Hijo, entró en esta escena en calidad de hombre. Él no sólo asumió cuerpo humano, sino que fue poseído de un verdadero espíritu y una verdadera alma.

Muchos no captan esto, y cometen el error de pensar en la Palabra eterna, el Logos, como llevando la misma relación a su cuerpo que tienen nuestro espíritu y alma al cuerpo nuestro. Cristo no sólo tomó un cuerpo como tabernáculo o residencia para la Deidad, sino que tomó una humanidad completa en unión con la Deidad. Así se manifestó en la tierra como el Hijo de Dios: uno con naturaleza divina y naturaleza humana.

Que Él tiene alma humana es evidente en los pasajes ya citados. En otra parte dice: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte”. Está escrito también que “Jesús se regocijó en espíritu”, y cuando estaba a punto de poner su vida, exclamó, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Se ofrecía cual sacrificio entero —cuerpo, alma y espíritu— por cuenta de la humanidad arruinada.

La sangre expiatoria que compró la redención fue la sangre de un hombre que no había sido manchado por el pecado. El cuerpo ofrecido sobre la cruz fue un cuerpo humano, santo e incontaminado. La angustia de su alma era angustia de un alma humana, la cual podemos comprender sólo tenuemente, cuando sufrió allí en lo más íntimo de su ser; todos sus afectos más tiernos fueron lacerados mientras tomó el lugar nuestro en juicio sobre la cruz. Escasamente podemos captar las tinieblas que inundaron su espíritu al escuchar su imponente clamor, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” El sacrificio suyo fue íntegro cuando se dio por nosotros.

Cuando el alma confía en Cristo como su Salvador, una vida nueva le es comunicada a ese ser una vez arruinado. Esa vida nueva se hace sentir --¿lo diré?-- en toda parte. El espíritu despertado recibe ahora la palabra de Dios, y el hombre está renovado en el espíritu de su mente. El edificio está bajo renovación, de manera que el ocupante puede mirar arriba de nuevo hacia Dios y entrar en comunión con Él por medio del Espíritu. El hombre está capacitado ahora para recibir y comprender la mente de Dios y discernir qué está acorde con la Palabra. Su alma es salva, sus afectos purificados, sus anhelos dirigidos ahora a cosas celestiales y santas en vez de cosas malsanas y mundanas.

Es sólo el cuerpo que se queda sin cambio por el presente, excepto en la medida en que la vida nueva permita al nuevo creyente resistir los apetitos físicos que una vez amenazaban con echar a perder este tabernáculo, el cual se reconoce ahora como templo del Dios vivo. Pero, a la larga, en la venida del Señor Jesucristo, Él cambiará este cuerpo de la humillación nuestra y lo hará conforme al cuerpo de la gloria suya. Entonces entraremos plenamente en los efectos de la salvación en lo que se refiere al espíritu, alma y cuerpo. Habremos quitado el cuerpo natural para vestirnos de un cuerpo espiritual.

Leemos en 1 Corintios 15.44 que “se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo celestial”. Algunos, al leer estas palabras, hacen un contraste mental entre un cuerpo material y uno sin materia, pero esto no es el pensamiento del apóstol ni la mente del Espíritu. Un cuerpo natural conviene al alma; el vocablo natural, como hemos visto ya, es simplemente un adjetivo derivado del sustantivo alma. Podríamos decir que es un cuerpo enfocado al alma.

Es resucitado un cuerpo espiritual; no un cuerpo de espíritu, sino un verdadero cuerpo enfocado al espíritu. Muchas veces ahora el espíritu está dispuesto pero el cuerpo es débil. En aquel entonces espíritu y cuerpo van a estar en perfecto acuerdo. Es en este sentido que nuestra salvación será completada: el espíritu, alma y cuerpo perfectamente conformados a la imagen de nuestro Señor Jesucristo, el primogénito entre muchos hermanos.

Seremos enteramente cambiados a cómo Él es, nuestros cuerpos glorificados para siempre como el suyo. “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará”, 1 Tesalonicenses 5.24. Está escrito en Filipenses 1.6 que “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. En aquel día de la salvación íntegra, todo nuestro espíritu-alma-cuerpo se encontrará irreprensible delante de Dios, cuando estemos en su presencia en toda la perfección de la obra realizada en su entereza por Cristo.
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