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El cerebro y el pensamiento* Georges Canguilhem Seguramente cada uno de nosotros se jacta de pensar y a muchos les gustaría saber cómo es que piensan como piensan. Pero parece claro que la cuestión ha cesado de ser puramente teórica. Pues creemos comprender que cada vez más poderes están interesados por nuestro poder de pensar. Luego, si intentamos saber cómo sucede que pensamos como pensamos, es para defendernos de la incitación, disimulada o declarada, a pensar tal como se querría que pensáramos. Son numerosos en efecto, aquellos que se interrogan sobe los manifiestos de algunos círculos políticos, sobre ciertos métodos de la psicoterapia llamada del comportamiento, sobre los balances de ciertas sociedades de informática. Ellos han creído discernir allí la virtualidad de una extensión programada de técnicas que apuntan, en último análisis, a la normalización del pensamiento. Para simplificar, según creo, sin deformar, basta citar un nombre: el de Leonid Pliochtch, y una sigla: la de I.B.M. Del mismo modo que los biólogos han creído que no podían hablar del cerebro humano sin situarlo en el término de una historia de los seres vivientes, me parece útil comenzar una exposición sobre el cerebro y el pensamiento situando esta cuestión en la historia de la cultura. Hoy ya es de notoriedad pública que el cerebro humano es el órgano del pensamiento. Hay que recordar, sin embargo, que uno de los más grandes filósofos del la Antigüedad, Aristóteles, ha enseñado que la función del cerebro, antagonista de la del corazón, era de de enfriar el cuerpo del animal. Es Hipócrates quien ha enseñado que el cerebro es la sede de las sensaciones, el órgano de los movimientos y de los juicios, de lo cual da fe el tratado hipocrático De la enfermedad sagrada (cf. la epilepsia). Esta doctrina, retomada, por Platón en el Timeo, se impone en la cultura occidental gracias a Galeno. El aristotelismo militante de Galeno no le impidió realizar investigaciones que confirmaban la tesis hipocrática, llevando a cabo experiencias muy ingeniosas sobre el sistema nervioso y el cerebro. El problema, hoy, habiendo recibido de sus orígenes y conservado a lo largo de los siglos, la cuestión concerniente a la sede del alma, ha recibido, a partir de la filosofía cartesiana, una filiación de teorías y una sucesión de polémicas de las cuales nosotros somos los herederos. Un rápido cuadro histórico es indispensable para delimitar el lugar del cual nuestro examen debe proceder. Es en el siglo XIX, el campo de combate del positivismo contra el espiritualismo, a saber: la teoría de las localizaciones cerebrales. Demasiado frecuentemente se ha querido que esta historia comenzara por Descartes. Se trata de un perfecto contrasentido. Descartes enseñaba que el alma indivisible esta unida al cuerpo en su totalidad por medio de un órgano único, y por así decirlo, físicamente puntual, la glándula pineal (el conarion de los antiguos, nuestra epífisis). Es imposible por lo tanto intentar unir un pensamiento dividido a un órgano federal. Aquellos que no han comprendido que la función de la glándula pineal era una función metafisiológica han criticado a Descartes buscando en otra parte del cerebro la sede del sensorium commune. La lista es larga, de Willis a La Peyronie. Incluso la invención de la guillotina ha dado lugar a argumentos a favor de tal o tal teoría por parte de médicos eminentes como Soemmering, corresponsal de Kant. Cabanis (1795), según quien el cerebro secreta el pensamiento como el hígado secreta la bilis, ha tomado parte en la controversia y discutió, él también, el caso de Charlotte Corday decapitada. * Canguilhem, Georges: “Le cerveau et la pensée”, en AA. VV., Georges Canguilhem, Philosophe, historien des sciences, Paris, Albin Michel, 1991, pp. 11-33. Una primera versión de este artículo fue publicada en la revista Prospective et Santé, 14, verano 1980, pp. 81-98. Traducción: Pablo E. Pavesi En 1810, Gall publica su Anatomía y fisiología del sistema nervioso en general y del cerebro en particular. Es en ese momento que comienza efectivamente la ciencia del cerebro, en el momento mismo en que debe superar su obstáculo inicial, la frenología, mezcla de inocencia y pretensión a la vez. El punto fuerte de la doctrina de Gall es la exclusividad reconocida al encéfalo y particularmente a los hemisferios cerebrales como “sede” de todas las facultades intelectuales y morales. El cerebro, entendido como “sistema de sistemas” es presentado como el único soporte físico del cuadro de facultades. La frenología, por su parte es una craneoscopia fundada sobre la correspondencia entre el contenido y el continente, entre la configuración de hemisferios y la forma del cráneo. Contra la ideología sensualista, contra lo que hoy llamaríamos la adquisición de la experiencia bajo la presión del ambiente, Gall y sus discípulos sostienen el carácter innato de las cualidades morales y sus poderes intelectuales. Pero, a diferencia de los metafísicos espiritualistas, ellos fundan esta inneidad sobre el substrato anatómico del órgano y no sobre la substancialidad ontológica de un alma. El interés de la polémica, a la distancia, puede parecer puramente teórico, pero de hecho no lo era. Durante mucho tiempo nos ha hecho reír la “protuberancia de las matemáticas”1, mientras que parecemos menos dispuestos, en estos tiempos, a reírnos de los cromosomas de los “sobredotados” o de la herencia genética del cociente intelectual porque, incluso teniendo un cociente intelectual medio, se pueden entrever sus consecuencias posibles en el dominio de las condiciones sociales. Pero hay que saber que ya Gall y Spurzheim siempre hicieron valer la dimensión práctica de sus teorías en el orden de la pedagogía, del diagnóstico de aptitudes (que hoy se llama orientación), de la medicina y del orden público (prevención de la delincuencia). Una de las ilustraciones de Daumier para el poema satírico de Antoine-Francois Hippolyte Fabre, Némesis medical (1840), representa un frenólogo frente a la tradicional colección de cráneos en yeso mientras palpa el cráneo de un pequeño que su madre, una mujer del pueblo, ha conducido a una consulta por un diagnóstico de aptitudes. Y en su Historia de la frenología, Georges Lanteri-Laura ha mostrado con qué rapidez la frenología, importada en Estados Unidos por el mismo Spurzheim y un discípulo escocés de apellido Combe, devino una frenología aplicada, un instrumento de orientación y de selección profesional, incluso de consulta matrimonial. Se ha podido decir que la frenología ha conocido entonces, en los Estados Unidos, un éxito comparable, y por razones comparables, al éxito del psicoanálisis. Pero sobre todo no podríamos sobreestimar la capital influencia de la frenología sobre la psicopatología. Se comprende así que las primeras localizaciones cerebrales de las funciones intelectuales concernieran las dificultades de habla y la memoria de palabras. En materia de afasia, Broca y Charcot han confirmado el descubrimiento de Bouillaud, alumno de Gall, a saber, la localización de la función del lenguaje en los lóbulos anteriores del cerebro (1825 -1848). En la segunda mitad del siglo XIX, la exploración de las funciones del cerebro se apoderó de la corriente eléctrica, galvánica o farádica, como un instrumento de análisis privilegiado; paralelamente la neurología experimental era elevada por algunos al rango de una filosofía. En los comienzos, en 1836, un médico del Hospicio de Bicêtre, Lélut, había escrito, en una obra titulada ¿Que es la frenología?: “A este sistema fisiológico-psicológico sólo le falta, para completarse completamente, tratar sobre el modo de acción del cerebro en la producción de hechos intelectuales y morales, es decir, explicar el mecanismo mismo del pensamiento por la hipótesis moderna de la electrización o de la electromagnetización de la masa encefálica” (p. 239). Medio siglo después, las investigaciones de Ferrier, Fritsch, Hitzig, Flechsig inauguraban aquello que Hecaen y Lanteri-Laura han llamado “la edad de oro de las localizaciones cerebrales” y permitían dibujar la primera carta topográfica del cerebro. Y, sin esperar más, desde 1891, el psiquiatra suizo Gottlieb Burkhardt convertía los conocimientos topográficos en técnica de psico-cirugía, 1 Paul-Jules Möbius (1853-1907), neurofisiólogo alemán, llamado el “Gall redivivus”, localizaba la protuberancia de las matemáticas arriba de la órbita izquierda, lado externo. Cf. su obra Über die Anlage zur Mathemathik, Liepzig, 1907. Era nieto del ilustre matemático y astrónomo, Auguste Ferdinand Möbius, inventor de la banda de Möbius. Practicando, sin verdadero éxito, aquello que ha sido llamado desde ese entonces la lobotomía. 2 Se notará, de nuevo, la rapidez con la cual el supuesto conocimiento de las funciones del cerebro se invierte en técnicas de intervención, como si la marcha teórica estuviese congénitamente suscitada por un interés práctico. Paralelamente a las investigaciones de neurología cerebral, la psicología tendía a no ser más que la sombra de la fisiología, envalentonada por una fisiología mal pensante que tomaba de esa misma psicología sus razones de mal pensar. El jefe de la procesión, en Francia, era Hippolyte Taine. Desde 1854, en Los filósofos franceses en el siglo XIX, opone a las homilías espiritualistas de Paul Royer-Collard las investigaciones experimentales sobre el cerebro practicadas por Flourens, quien sin embargo era poco sospechoso de materialismo. La obra de 1870, De la Inteligencia, va a acreditar, a partir de una teoría de la sensación, la tesis llamada del paralelismo psicofisiológico que los filósofos universitarios franceses, los maestros de aquellos que fueron nuestros maestros, Bergson incluido, se empeñaron en refutar, bajo la mirada reprobadora de Théodule Ribot, especie de ejecutor testamentario de Taine. El mismo Freud, autor, en 1888, de un artículo titulado “Cerebro”, escrito para un diccionario médico, reconoce desde el primer momento su deud respecto a Taine. Habiendo redactado, en 1895, su Ensayo de una psicología científica, escribía a Fliess en febrero de 1896: “El libro de Taine, De la inteligencia, me gusta enormemente. Espero que de allí salga algo”. Es esto quizás lo que ha autorizado a Ludwig Binswanger a escribir que son numerosas las concordancias entre el naturalismo psicológico de Taine y el de Freud. Y sin embargo, desde 1900, introduciendo en la “Traumdeutung” el concepto de aparato psíquico, Freud, sin renunciar a la topografía de las localizaciones, se interesaba sobre todo en aquello que él llamaba la “tópica psíquica”. En 1915 podía escribir en el capítulo sobre “El Inconsciente” de la Metapsicología: “Todas las tentativas por adivinar a partir de allí (las localizaciones cerebrales) una localización de los procesos psíquicos, todos los esfuerzos por pensar las representaciones como guardadas en las células nerviosas han fracasado radicalmente”. Y agrega que la tópica psíquica (distinción de los sistemas Ics, Pcs, Cs) “no tiene nada que ver con la anatomía”. Para limitarme al dominio francés, recordaré aquí dos títulos de la misma época, expresamente concebidos sin referencia alguna a conceptos filosóficos. En 1905, Alfred Binet otorga todavía a un ensayo sobre la naturaleza de la sensación el título de El alma y el cuerpo; en 1923, Henri Piéron, director del Instituto de Psicología, publica El cerebro y el pensamiento. El cerebro y el pensamiento están tan estrechamente unidos y hasta confundidos en el pensamiento, o en el cerebro, de los fisiólogos, de los médicos, de los psicólogos que la adjudicación al cerebro de toda la responsabilidad por un drama vivido dolorosamente se impone incluso a los poetas. Es así que un héroe de las letras, poeta y actor, en dificultades con su yo, escribe a Jacques Rivière: “No pido otra cosa que sentir mi cerebro… Soy un hombre que ha sufrido mucho del espíritu. Espero solamente que mi cerebro cambie y que se abran sus cajones superiores”. Se trata de Antonin Artaud, en mayo de 1923 y marzo de 1924. Pues bien, en el año universitario 1923-1924 Pierre Janet, profesor del Collège de France, alumno tanto de Charcot como de Freud, médico de otro héroe de las letras, también en dificultades con su yo, de nombre Raymond Roussel, 3 declara en una de sus lecciones: “Se ha exagerado mucho al ligar la psicología al estudio del cerebro. Hace casi cincuenta años se nos habla demasiado del cerebro: se nos dice que el pensamiento es una secreción del cerebro, lo cual no es más que una estupidez, o bien que el pensamiento está en relación con las funciones del cerebro. Llegará la época que se reirá de todo eso: de hecho, no es para nada exacto. Aquello que llamamos el pensamiento, los fenómenos psicológicos, no es función de ningún órgano particular: no es la función de una parte del cerebro más que la función de la yema de los dedos. El 2 G. Buckhardt, Über Rindenexcisionen, als Beitrag zur operativen Therapie der Psychosen, Allgemeine Zeitschifrt für Psychiatrie, 1891, no. 47. Sobre los inicios de la psicocirugía, cf. Alain Jaubert, L’excision de la pierre de folie, en la revista Autrement, 4, 1975-6: “Curar para normalizar”. 3 Pierre Janet, Curso del Collège de France 1923-1924, citado por Marcel Jousse, Archives de philosophie, vol. 2, cuaderno 4 ; Études de psychologie linguistique. 4 cerebro no es más que un conjunto de conmutadores, un conjunto de aparatos que modifican los músculos que son excitados. Aquello que llamamos idea, aquello que llamamos fenómenos de psicología, es una conducta de conjunto, de todo el individuo tomado en su conjunto. Pensamos con nuestras manos tanto como con nuestro cerebro, pensamos con nuestro estómago, pensamos con todo: no debe separarse uno de otro. La psicología es la ciencia del hombre todo entero, no la ciencia del cerebro: ese es un error psicológico que ha hecho mucho mal desde hace mucho tiempo” El recuerdo de esta psicología, quizás hoy injustamente abandonada4, no responde a un esfuerzo de erudición sino por el contrario, a una preocupación de actualidad. La cita permite incluir entre los logros de Janet una posición deliberada de no conformismo en materia de patogenia y de terapéutica de las enfermedades llamadas mentales, posición tan contestataria como puede serlo, hoy, la de tal o cual adepto de la antipsiquiatría. Cuando se cesa de creer en la primacía de lo cerebral, se deviene escéptico respecto a la eficiencia de una internación casi carcelaria. Según Janet, el concepto de alienación no es primeramente psicológico, porque antes que nada, “se debe a la policía”. Janet declara: “Un demente es un hombre que no podría vivir en las calles de Paris”. Sin duda alguna, no hubiese sido necesario forzarlo mucho para hacerle decir que son las calles de París las que son dementes. Este hombre tranquilo que ha escrito en 1927, en El pensamiento interior y sus desórdenes: “La palabra loco es entonces una apelación de la policía”, hubiese podido quizás dar su aprobación sonriente al consejo a los estudiantes inscrito en los muros de Oxford: “Do not adjust your mind, there is a fault in reality”. No debéis corregir vuestro espíritu, porque es en la realidad que algo cojea. En resumen, un siglo después de Gall y Spurzheim, cualquiera podía figurar como psicólogo sin tomar sus argumentos de la neurofisiología. Pero hay que volver todavía, al menos un instante, a la frenología para comprender el alcance filosófico del problema “cerebro-pensamiento”. La explicación de las funciones intelectuales y de sus efectos por la estructura y la configuración del cerebro carga, desde el comienzo, con una ambigüedad que su vulgarización ha hecho manifiesta al hacerla grosera. Uno de las numerosas obras de vulgarización y propaganda frenológicas, El pequeño doctor Gall, de Alexandre David, contiene una página de comentarios sobre un retrato de Descartes - un dibujo realizado según el célebre retrato de Franz Hals, incluido en el Tratado de |