El paramecio es un organismo unicelular ciliado. Unicelular porque está compuesto por una sola célula, como las bacterias. Y ciliado porque por toda la




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47 - El paramecio

El paramecio es un organismo unicelular ciliado. Unicelular porque está compuesto por una sola célula, como las bacterias. Y ciliado porque por toda la superficie exterior posee unas estructuras que se llaman cilios, que son como pelillos (mirar dibujo) que le permiten desplazarse por el medio acuoso en el que vive. Sí, coordinando el movimiento de los cilios este bicho es capaz de “nadar”. Otro de esos milagros de la naturaleza, sobre todo si uno piensa que algunos humanos con tanto billón de células y tanto cerebro no somos capaces de coordinar ni siquiera los únicos dos brazos y dos piernas que tenemos para nadar en condiciones por el agua.



El bicho éste, quizás en parte por la atracción que despierta su simpática forma de zapatilla, ha sido bastante estudiado por los biólogos. También porque es fácil de conseguir (creo que vive en determinadas aguas dulces). Dicen de él también que es un protozoo, o sea, como un preanimal o forma de animal muy primitiva. Y es que, aunque esté compuesto de una sola célula, posee unas estructuras ya bastantes especializadas en las funciones que se observan en el reino animal. Y claro, estudiar estas estructuras primitivas sirve de base y ayuda a entender luego organismos más complejos compuestos de más células (pluricelulares). Por ejemplo, el paramecio posee una especie de apertura que le sirve como de boca, por donde es capaz de engullir los alimentos (en el dibujo esto no se ve bien).

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Estando todavía estudiando en la Universidad Complutense de Madrid, una de las asignaturas de primero de carrera de Químicas era Biología. Y el programa de la asignatura incluía una semana de prácticas de laboratorio, con uno de los días dedicado al estudio del paramecio con ayuda del microscopio. Poníamos como una gota de agua que contenía paramecios en un portaobjetos, y con el aumento adecuado barríamos la zona con el microscopio hasta que conseguíamos ver alguno. Aj, ¡qué simpático este bicho! Y moviéndose tan grácilmente con sus cilios...
Y al bicho en cuestión lo sometíamos a varias pruebas. Las prácticas se componían de tres partes: contemplar como el paramecio reaccionaba ante estímulos de temperatura (primera), ante cambios de pH (segunda); y por último le dábamos prácticamente de comer (tercera parte) con una comida que estaba teñida con un tinte determinado, no recuerdo si rojo o azul, para poder ser seguida mientras el paramecio la engullía por esa especie de boca y metabolizaba, o sea digería, el apetitoso manjar.
1.-Prueba de la Temperatura

Estaba basada en el conocimiento de que el paramecio tiene un intervalo de temperaturas en el que vive a gusto. No le gusta ni demasiado frío ni demasiado caliente, sino templado. Y por ello el paramecio se mueve de forma “instintiva” hacia donde encuentra esa temperatura óptima (que creo que rondaba los 20 grados); vamos, que parecido a los humanos.
Pues esto era fácilmente comprobable: con un simple mechero aplicábamos un poco de calor en un lado del portaobjetos en el que ya teníamos localizado a un paramecio por el microscopio. El cristal se calentaba por aquella parte. Y al poco se veía como el Paramecio, en cuanto empezaba a sentir el sofocón, empezaba a mover armónicamente todos los cilios y se desplazaba en dirección opuesta a dónde habíamos aplicado la llama.
2.- Prueba del pH

Al igual que el Paramecio tiene unas temperaturas preferidas pues igual le ocurre con el pH del medio acuoso exterior en el que vive. El pH es un parámetro que se refiere al carácter ácido o básico del medio acuoso. Y al paramecio no le gusta ni demasiado ácido, ni demasiado básico, le gusta el pH más bien neutro (como a nosotros los champús y casi todo).
Pues bien, esto era también fácilmente demostrable. Porque estando el paramecio nadando plácidamente por el portaobjetos, (ya no recuerdo si el mismo de la prueba anterior u otro), pues cuando echábamos una gotita de un ácido fuerte, por ejemplo ácido clorhídrico, a una esquinita del portaobjetos, pues ese ácido empezaba a mezclarse con el medio acuoso y el paramecio en cuanto lo sentía llegar -“Cilios pa qué os quiero”- salía pitando en dirección contraria huyendo del ácido agresor. Y lo mismo ocurría si se le echaba una gotita de alguna base, hidróxido sódico o algo así, echaba a nadar en la dirección opuesta hasta encontrar el medio neutro en el que se encontrara a sus anchas.
3.- Última Prueba: alimentar a un paramecio.

Esta prueba era algo más compleja. Se trataba de teñir una sustancia que para el paramecio fuera un manjar (supongo que sería glucosa o algún tipo de azúcar), para ver como el paramecio se veía atraído y estando ya en contacto con el dulce, era capaz de engullirlo por aquella especie de boca primitiva. Y luego se podía seguir viendo como el dulce hacía un determinado recorrido por el interior del paramecio y era digerido (no recuerdo exactamente lo que ocurría con los restos, porque hace ya más de 15 años que hice estas prácticas, pero es posible que hasta viéramos como el paramecio expulsaba las basurillas sobrantes al exterior; ¿o quizás esto ya sea un añadido de mi imaginación?)
En cualquier caso ¡alucinante, el paramecio!


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48 - “La cruz y el puñal” se me sube a la cabeza


Tras mis super Navidades del 2004 llegué a Munich el 10 de enero del 2005. Cuando me voy a Madrid suelo organizar la vuelta en lunes, que es el día en que nos reunimos el grupo en la Misión Católica, y así caigo “en blandito”. Y así fue esta vez también. Aquel día en el grupo, lo primero, nos pusimos al día de algunos acontecimientos de las Navidades: la mamá de Alicia murió el día 23 de diciembre. Marta ha encontrado trabajo.

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Ayayaiii, resulta que me he estado leyendo el libro “La cruz y el puñal”, el otro libro que me había prestado Pitillas (bueno este me lo ha regalado); y estaba tan interesante que no he podido evitarlo y me he tirado hasta las tantas de la noche leyendo hasta que me lo he cepillado. Y ¡qué final!
Y el caso es que leyendo aquella maravillosa obra que había hecho el Señor (el libro está basado en una historia real), pues me entró un arrebato de fe que casi salgo volando y me doy contra el techo. Y es que en el libro el protagonista pasa por muchas situaciones en las que tiene que actuar dando por sentado que va a suceder un milagro. Vamos que tiene que confiar en el Señor porque no le queda otra. Y el Señor no le falla nunca. Y también se daban algunas circunstancias en las que la fe del protagonista servía de base para que otras personas que no tenían tanta confiaran también.
Y el caso es que esto me hizo pensar que el Señor a mí me ha regalado mucha fe, o eso me creo yo, y que a veces me sucede que alguna persona deposita mucha confianza en mi fe, mismamente mi madre. “Raquel, ora tú por esto que tienes mucha fe”- me dice.
Entonces sentí que tenía que orar de nuevo por mi hermano Javi, porque dejara de fumar como es su deseo. “Señor, si acaso le falta fe a mi hermano toma la mía, que es la que tú me has regalado. Yo te pido que por favor le quites de fumar. Seguramente a ti tampoco te gusta que fume y yo sé que tú puedes quitarle. Además, Señor, por fe que no sea. Mi madre también tiene mucha confianza en mi fe. Por cierto que ya que nos ponemos a pedir le podrías quitar también a ella de fumar. Si, Señor, yo sé que también podrías quitarla a ella si quisieras. Los podrías incluso quitar a los dos en el mismo día, para que quedara claro que la cosa viene de ti. Pues nada, Señor, yo te lo pido también. Si es tu voluntad quítalos a los dos de fumar y que antes de las doce de la noche de mañana dejen de fumar”.
Y el resto de la noche casi no pude ni dormir. Por la mañana estaba incluso nerviosa. No podía trabajar. A las doce del mediodía oí las campanas de la iglesia St. Paul, que está enfrente del edificio donde trabajo y me vino mi madre al corazón. Eché una oracioncita.
Me vine de la oficina a casa a comer. Me preguntaba si estaría sucediendo algo con mi hermano Javi y/o mi mamá pero no me atrevía a llamar. “Raquel, tú ya has intercedido por ellos, ahora que se haga su Voluntad y ya está”. Pero yo seguía un poco nerviosa. Luego ya volví al trabajo y conseguí desconectar. Y al salir, me cargué los bártulos del baile en la mochila, agarré la bici y me fui como todos los miércoles a bailar con el grupo. Hacía una temperatura estupenda (sorprendentemente cálida para ser enero). Por el camino iba cantando y alabando al Señor todo el rato con la canción de “He-me auquíi, Se-ñoor, Cooo-mo un niño, heme aquíiii ...”. En un arrebato, yendo por la Theresienwiese (la explanada de las ferias) solté el manillar y eché los brazos hacia arriba: “HEME AQUÍIII, SEEÑOR; COOMO UN NIÑO...”.
Después del baile me volví para casa, de nuevo con la bici. Aunque era bastante tarde llamé a casa de mi madre y al principio se puso mi hermano Dani y estuve charlando un rato con él, y dándole instrucciones para que me enviara por e-mail unos archivos del ordenador que necesitaba. Y luego ya se puso mi madre. En algún momento me acordé de la intercesión aquella que me había montado en la cabeza la noche anterior y decidí indagar un poco, aunque pensé -“Si no oigo ningún signo no insisto porque entonces es que no es Su Voluntad”. Y le pregunté a mi madre algo, así de forma indirecta, que si había fumado mucho... y entonces me empezó a contar.... Yo, petrificada. Me contó que así como a las doce del mediodía había sintonizado Radio María, y que, en ese momento, estaban hablando del tabaco y no sé que, y que de verdad se había dado cuenta de que estaba tan tan harta de fumar... “Raquel, como me gustaría dejarlo, no lo soporto más”. Yo cuando oí aquello (¡y precisamente a las doce del mediodía!) lo tomé como un signo clarísimo. El Señor quiere quitarla. A por ello. Y entonces le conté lo que me había pasado la noche anterior. Y de que tenía la convicción de que la quería quitar del tabaco. Y de que yo precisamente a las doce del mediodía, ...y bla, bla,... Y al final le dije algo así como que lo podía dar por hecho. “Mamá, te informo de que ya has dejado de fumar” Cuando colgué el teléfono miré el reloj. “Efectivamente, lo ha dejado antes de las doce de la noche”.
Yo, después de aquello, también tuve muchas dificultades para pegar ojo aquella noche. Y es que notaba la presencia del Señor tan cercana que no podía dormir. Y en mi corazón sólo existía la palabra “Gracias”. En algún momento abrí el Magnificat. Para colmo el evangelio del día hablaba de las tres actividades en las que se centraba la vida de Cristo: curar, orar y enseñar. “...y mayores cosas haréis vosotros....”.
“Dios mío, ¡se me está empezando a subir a la cabeza!. Presiento que las voy pasar canutas”

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Hoy es jueves, 13 de enero. ¡Qué sueño he pasado hoy! Y es que después de la noche esta. Y además por la mañana, en el trabajo, el corazón solo quería alabar al Señor y darle gracias por lo de mi madre. Estaba imparable, “Dios mío, así no puedo trabajar”.
Luego por la noche, al llamar a mi madre me confirmó que, aunque había tenido bastante ansiedad, no había vuelto a fumar. ¡Qué alegría!

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El viernes de esa semana hablé por la noche con mi hermano Javi. Gracias a Dios, él NO había dejado de fumar. Por lo cual he de confesar que le estaré al Señor eternamente agradecida porque si no me habría asustado mucho. Bueno, por supuesto que lo siento por mi hermano, pero otra vez será. Yo creo que a partir de ahora voy a dejar de orar por él no sea que mis oraciones estén siendo un obstáculo.
Eso sí, estuvimos hablando sobre... Resulta que el Seminario de Iniciación que había hecho mi hermano en el Templo había acabado ya y parece que se iba formar allí un nuevo grupo que se reuniría los domingos. “Pero, la verdad es que no sé - me decía mi hermano - me pilla un poco lejos ir hasta allí...”. Y entonces le dije lo que me parecía que su corazón estaba pidiendo a gritos oír: “Javi, pero ¿no estaba Cristóbal también loquito por poder ir a algún grupo carismático? Y quizás Cristina y Nieves también quisieran ir y... ¿Por qué no preguntáis a ver si podéis reuniros en la Saleta? (la Saleta es una iglesia que hay en Alcorcón, a la que va mi hermano). Acuérdate de como sucedió aquí en Munich, empezamos por reunirnos dos para orar y mira ahora. El Señor ya se encarga de traer a más personas”.


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49 – Por cierto, hablando de mi grupo...

Hoy es 17 enero, lunes. En el grupo hemos estado sólo Nancy, Elisabeth (su hija) y yo. La primera media hora, estando a solas con Nancy, hemos hablado de muchas cosas. Ella me ha dicho que le gustaría que yo intercediera por ella, porque piensa que tengo mucha fe – “Como mi madre, Señor, mira que se me va a empezar a subir a la cabeza“. Pero era ya un hecho, porque al orar por ella hasta le he impuesto las manos. A Nancy y después ...a su hija Elisabeth. “Ay, madre, ya verás la que me va a caer por esta osadía...”. Y luego, casi al final, ha llegado Volker. Hacemos bromas sobre Volker porque siempre llega al final, en la parte en que pedimos e intercedemos “¡Qué morro tienes Volker! siempre llegas al final para aprovecharte de la Intercesión”. Pero con eso de que es alemán, y de que no entiende bien español...
Aquel día, antes de llegar al grupo ya me había dado cuenta de que me había olvidado el móvil en la oficina, cosa que no me había pasado nunca. Y pensé – “Bueno, quizás me llama alguien a cuya llamada no quiere el Señor que responda”. Y me olvidé del tema.

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Al día siguiente, efectivamente, encontré el móvil en la oficina. Tenía dos llamadas perdidas desde un número que no conocía. “Bueno, si es importante ya llamará otra vez”. Pero me quedé con el gusanillo de saber quien era.
El martes, como seguía con la curiosidad, decidí llamar al misterioso número. Pero no me contestaron. El miércoles por fin, me cogió un chico el teléfono y entonces acabé descubriendo que la persona que me había llamado desde aquel número había sido Marta, la del grupo. “Pero Marta no está ahora, está trabajando - me informó el que decía ser su primo - pero cuando vuelva le digo que te llame”. Y luego pensé -“Es cierto, qué raro que no viniera Marta el lunes, porque no suele faltar”. Y por la tarde, justo antes de salir de la ofi me llamó ella. Y fue cuando me explicó que le había ocurrido algo horrible, y que por eso no pudo venir al grupo el lunes. Me dijo que me había estado llamando al móvil el lunes pero que no lo cogía. Decía que ya estaba mejor pero que le gustaría contármelo, y saber mi opinión, pero mejor no por teléfono .... Entonces quedamos en vernos el sábado a las once. “Dios mío, ¿qué le habrá pasado?”. En cualquier caso confieso que me hizo mucha ilusión que Marta acudiera a mí y confiara en mi consejo. Marta a mí me inspira mucha mucha confianza.

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Hoy es sábado, 22 de enero, el día que había quedado con Marta. La he ido a buscar a la parada del metro y luego hemos venido a mi casa. Al principio hemos estado hablando de muchas cosas. De cosas de su vida, de la mía. ¡Qué chica tan sencilla y tan alegre y tan maja! Y ¡qué corazón!. Es de estas personas que se nota que son felices dando y sirviendo. “¿Será un don natural o es que tiene mucho Espíritu Santo? “- me pregunto yo.
Y luego ya se ha arrancado y me ha contado lo del disgusto: “Resulta que yo vivo en casa de mi primo Isaac, ¿sabes? Y entonces mi primo el otro día bla, bla,...” Sí, pobrecita, realmente ¡menudo trago! Dios mío, qué problemas tan distintos tienen algunas del grupo en comparación con los míos,... Pero, la verdad es que la solución a nuestros problemas siempre pasa por caminos bien parecidos; o sea hacer bien poco o nada y pedirle al Señor que opere Él. “Tu no te preocupes, Marta, que nadie más que el Señor tiene poder sobre ti... El está contigo y no permitirá que nadie te robe la libertad que Él compró para ti...”
Y luego hemos tomado un Martini mientras preparábamos algo de comida. Lo hemos pasado muy bien. Antes de irse hemos orado un poco por su “problemilla”. Y luego he acompañado a Marta hasta el metro y allí nos hemos encontrado a un chico que a mí me sonaba de haberle visto alguna vez por misa en la Misión. ¡Ah, sí! y una vez que llovía mucho después de misa iba yo con el coche y viéndole andar debajo de la lluvia me ofrecí a acercarle por lo menos hasta la parada del metro.
Pues este chico estaba ahora allí sentado en un banco del andén del metro leyendo un periódico... y va y se pone a hablar con Marta... o sea, que se conocían ellos también. Entonces Marta y yo nos despedimos y yo ya me fui con la mosca detrás de la oreja - “¿No será por casualidad éste tipo del metro el primo de Marta, el tal Isaac? Pero ¿ y qué hacía aquí justamente en esta estación de metro? ¿No habría seguido a Marta hasta aquí y esperado hasta que volviera? Aj, Señor, ¡qué lío! no entiendo nada... Esto parece una película de Histchcock”.

**********

El domingo en misa me he sentado con Alicia, que estaba con una amiga a la que me ha presentado, Miriam. Miriam parece que acababa de llegar de Ecuador y también quiere venir al grupo. Yo –“Ah, ¡qué bien!”. Alicia me ha dicho que estaba mejor por lo de su mamá. Por cierto y ya que estamos testimoniando. ¿Sabéis que fue el primer día que Alicia vino al grupo, ya antes de las Navidades, cuando justo al volver del grupo a su casa le llamaron e informaron sobre el estado crítico de su madre? Alicia, que dice que por aquellos entonces estaba apartadilla del Señor, dice que el Señor la atrajo al grupo para poder aceptar y llevar la perdida de su madre desde la fe.
Luego han llegado Nancy y Elisabeth. Y luego ya, al final de la misa, he visto que estaba Marta por la parte de atrás. Parecía estar bien... pero a su lado estaba de nuevo el chico aquel... ¿Sería aquel su primo? Entonces, ya decidida a salir de dudas me he acercado y les he dado un beso, a Marta, a Pilar, y luego al chico – “Perdona, es que no me acuerdo de cómo te llamas”. “Isaac - me ha respondido él - como el de la Biblia”. Y yo he pensado - “Vaya, vaya, con que el de la Biblia...”. Pero he sonreído y he seguido hablando con las otras. Después ya me he venido andando para casa - “Pobre, Marta. Espero que no le pase nada. No, Raquel, confía que el Señor está con ella y no va a dejar que le pase nada”.

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Hoy 25 de enero, en el grupo estábamos sólo tres al principio: Imelda (de Colombia), que era nueva, Alicia y yo. Alicia me dijo que Nancy estaba mala y que seguramente no vendría. “Dios mío, hoy no está Nancy (desde que nació este grupo Nancy no ha faltado nunca), y sólo somos tres,... está vez sí que parece imposible que Él venga... ¡qué no cunda el pánico! ¡buena señal! entonces vendrá”. Bueno, esperamos un poquito más, charlando y demás y a las 7 y media dije: “Bueno, vamos a empezar a alabar que seguro que en cuanto empecemos vienen más”. Efectivamente no hacemos más que empezar con la canción esta tan chula de Loyola:
Buscando en los rincones de mi alma,

una respuesta a tanta alegría,

y por fin he comprendido,

que eres tú quien inunda mi vida...
Se abre la puerta “Anda, Marta, ¡qué bien!” y venía con Miriam, la chica de Ecuador que había conocido el día anterior en la misa. Dimos brevemente la bienvenida a las recién llegadas y seguimos con la alabanza. Hoy hemos explotado las canciones que me he aprendido de Loyola. “Cuan-do el pue-blo a-la-ba Dios su-ce-den co-sas, su-ce-den co-sas ma-ra-vi-llo-sas...” nos ha puesto a tono, y luego hemos seguido con otras canciones de alabanza. Y después el Salmo. Miriam ha leído y luego ha dicho algo que me ha tocado. Cuando he mirado en el Salmo y he buscado lo que había dicho Miriam no lo he visto. “¿Dónde está esto que has dicho?”. Y ella – “No lo he leído, me ha salido así...” (Glups). Y después de unas cuantas canciones de alabanza, intercesiones, peticiones y demás nos hemos entretenido casi 3 cuartos de hora con testimonios. Y es que Miriam nos ha contado un testimonio impactante. Había sucedido en estás Navidades pasadas del 2004 en Ecuador. Resulta que en no sé que parte del país hay una carretera que va justo por la ladera de una montaña, con un barranco de vértigo a un lado. Esta carretera debe ser bastante conocida por lo peligrosa que es, estrecha y con muchas curvas. Y por allí circulaba un día de estas Navidades el autobús donde iba el primo/sobrino de Miriam junto con otros 20 chicos pertenecientes a un grupo o banda de música (estaban de gira o algo así). Pues parece ser que en algún viraje el autobús se salió de una curva y cayó directamente al barranco. Bueno, pues nadie sabe como pudo suceder, pero el caso es que el autobús en lugar de caer despeñado se quedó colgando literalmente de unas ramas. Resultado: salvo el conductor que parece que seguía en el hospital entre la vida y la muerte el resto, los otros veinte, pudieron salir prácticamente ilesos. Pero el milagro iba mucho más allá porque la mayoría de esos chicos salieron de aquel autobús convertidos, vamos, que habían tenido un encuentro con Jesús. Y contaban cómo “habían vuelto a nacer”. Y andaban dando gracias a Dios y alabando como posesos todo el día. Y luego nos contó Miriam también cómo había aterrizado ella en Munich, y en este grupo... Yo, patidifusa ante todo el relato.

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Hoy lunes, 24 de enero, en el grupo hemos sido 7 chicas y bueno... al final cuando las oraciones /intercesiones ha aparecido Volker. O sea que hemos batido récord de asistencia: ¡¡OCHO!! Rita (¡qué encanto esta chica!) a la que hacía bastante que no veíamos nos ha contado que había estado en un retiro carismático en la India.
Por el camino de vuelta le he preguntado discretamente a Marta por su “problemilla”. “Bien, se arregló todo, Raquel, gracias, es verdad, el Señor es el único que tiene poder sobre mí,...”

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Hoy es lunes día 7 de febrero. Ya sé que el número no es importante pero os mentiría si os dijera que no he contado a las personas que hemos estado hoy porque han sido... ¡¡DIEZ!!. Hemos vuelto a batir récord. De las diez, dos eran nuevas: Angélica, de Méjico, y Mirna, que es sobrina de Nancy y acaba de llegar de Bolivia.
“Aj, Señor, como sigamos creciendo vamos a tener que formar ministerios...”- me jactaba yo de vuelta a casa.

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Y hoy, 14 de febrero, día de los enamorados, el Señor nos ha traído al grupo DOS chicos nuevos. Mathias es alemán y ha venido “traído” por Miriam. Super simpático (y gracias a Dios, éste no parece tener problemas de papeles ni visados).
El otro se llama Hans, es de origen Colombiano (o boliviano) pero parece que tiene la nacionalidad alemana. Es el marido de Imelda, aunque me ha contado que se ven obligados a vivir separados debido a los problemas psicológicos de él, que está en tratamiento. Un carismático de corazón absolutamente pobre y con una fe de las que derriban montañas. Nos ha contado un testimonio con una franqueza admirable. (y alguna envidiosilla del grupo empezaba ya a hablar de suerte – “Aj, Señor cierra los oídos y no le hagas caso a ésta”). Creo que al final, contando con Volker que para no variar llegó cuando las intercesiones, hemos sido nueve personas. El récord hoy ha sido para la presencia masculina: ¡¡¡TRES CHICOS!!!


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