Resumen: Este artículo esboza una manera de comprender la dinámica de la relación interpersonal y de la relación terapéutica desde la complejidad y atendiendo a los procesos de comunicación que acontecen en la relación entre los interactores.




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fecha de publicación19.03.2017
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COMUNICACIÓN, INTERACCIÓN Y PSICOTERAPIA.

Los procesos de relación interpersonal desde la complejidad.
TOMEU BARCELÓ1
RESUMEN: Este artículo esboza una manera de comprender la dinámica de la relación interpersonal y de la relación terapéutica desde la complejidad y atendiendo a los procesos de comunicación que acontecen en la relación entre los interactores. Sugiere además las condiciones necesarias para promover el desarrollo comunicativo y facilitar una relación terapéutica o de ayuda constructiva.
PALABRAS CLAVE: complejidad, sistema relacional, tendencia constructiva, comunicación e interacción.
ABSTRACT: This article outlines a new way to understand the interpersonal relationship dynamics and the therapeutic relation from the complexity theory. It takes into account the communication process occuring in a relation between people in a interaction. It suggests the necessary conditions to promove the communicative development and to facilitate a therapeutic or a help constructive relationship.
KEY WORDS: complexity, relationship system, constructive tendency, communication and interaction.
1. Introducción.
Este artículo en torno a la psicoterapia, la interacción y la comunicación se aborda desde una doble perspectiva. A partir de la dimensión pragmática de la comunicación, esto es, a partir de los aspectes conductuales del acto comunicativo; se aborda el mecanismo dinámico que subyace en los procesos de interacción en tanto el acto comunicativo se refiere a la relación entre comunicantes y, asimismo, es la expresión y el contenido de la conducta en el sentido de que no existe la no-conducta y, por ende, es imposible no comunicarse. Por otra parte, sin embargo, atendiendo a fenómenos patológicos que se desarrollan en función de transtornos de la comunicación humana, cabe intentar aportar elementos que puedan ayudar a mejorar los procesos comunicativos y, por consiguiente, las relaciones interpersonales; de ahí un enfoque psicoterapéutico o de relación de ayuda.

Se trata, en suma, de buscar una explicación fáctica del proceso interno que subyace a la interacción como contexto relacional y de sugerir intrumentos actitudinales y conductuales que posibiliten condiciones para que una relación interpersonal o un sistema relacional tienda hacia un desarrollo constructivo de la comunicación interpersonal.

No pretendo intentar “construir” una teoría científica que abarque el compendio de fenómenos que suceden en un acto interactivo en la relación entre dos o más personas; me propongo más bien una reflexión de carácter filosófico sobre la cuestión que, en definitiva, se reduce a la explicitación de los fenómenos que acontecen en un proceso interaccional y en tratar de determinar condiciones que faciliten unas relaciones constructivas.

Y es que las personas no existimos aisladamente en la faz de la tierra. Las mujeres y los hombres, como seres sociales y en relación unos con otros, convivimos en sociedad y conformamos grupos humanos de los que nos sentimos partícipes, a través de los cuales realizamos nuestros proyectos vitales. Estos haces de relaciones pueden presentar pautas recurrentes de actitudes y conductas que señalen tendencias significativas en el transcurso de su evolución. Quizás sea plausible definir y suponer algunas leyes generales que expliquen las razones de las semejanzas y diferencias entre las distintas relaciones humanas y extraigan elementos que aclaren porqué unas relaciones son constructivas y satisfactorias y otras se diluyan en un notable fracaso.

En este sentido, el acto comunicativo, entendido desde su dimensión pragmática, abarca tanto los aspectos verbales como no verbales que confluyen en una relación. Una relación se conforma no sólo a partir del contenido del mensaje comunicado (lo referencial) sino también a partir de cómo debe entenderse esta misma comunicación en el contexto en que la comunicación tiene lugar. Estamos indicando pues una capacidad en el hombre que va más allá de la simple emisión de información y que se ha denominado metacomunicación. Como dice Watzlawick:
La capacidad para metacomunicarse en forma adecuada constituye no sólo condición sine qua non de la comunicación eficaz sino que también está íntimamente vinculada con el complejo problema concerniente a la percepción del self y del otro.2
Cuando una persona habla con otra emite señales no verbales. Cada interactuante muestra, de alguna manera, su atención hacia el otro, existe una regulación entre el acto de hablar y de escuchar, se transmiten, en este acto comunicativo, actitudes e intenciones hacia el otro y los gestos y expresiones faciales y corporales acompañan inevitablemente a la palabra. Así el lenguaje se suele utilizar para discutir hechos, opiniones y problemas y las señales no verbales, para expresar estados emocionales y actitudes interpersonales, aunque puedan sustituirse entre sí en determinadas condiciones. En los términos utilizados por Watzlawick usamos tanto el lenguaje analógico como el digital.

A partir de este enfoque relacional adquiere el lenguaje analógico la mayor importancia significativa:
Sugerimos que la comunicación analógica tiene sus raíces en períodos mucho más arcaicos de la evolución y, por lo tanto, encierra una validez mucho más general que el modo digital de la comunicación verbal relativamente reciente y mucho más abstracto.

¿Qué es, entonces, la comunicación analógica? La respuesta es bastante simple: virtualmente, todo lo que sea comunicación no verbal... Opinamos que el término debe incluir la postura, los gestos, la expresión facial, la inflexión de la voz, la secuencia, el ritmo y la cadencia de las palabras mismas, y cualquier otra manifestación no verbal de que el organismo es capaz, así como los indicadores comunicacionales que invitablemente aparecen en cualquier contexto en que tiene lugar una interacción.3
Así pues nos preguntamos desde la reflexión filosófica por la génesis de este proceso de interacción que constituye la naturaleza de las relaciones interpersonales y por la existencia de condiciones que hagan posible una comunicación más eficaz y, por tanto, unas relaciones más constructivas y satisfactorias. Y en estas relaciones satisfactorias cada interactor llega a considerar de manera peculiar al otro y al vínculo que los liga; siente que la relación encierra una cualidad única, percibe al compañero como una persona especial, como parte del autosistema del individuo, en virtud de su rol entrelazado y complementario.4
2. La relación como sistema. La cuestión de la complejidad.
Si tuviéramos oportunidad de contemplar nuestra imagen mediante un espejo nuclear en vez de a través del espejo ordinario, nos sorprenderíamos al vislumbrar un compendio de partículas moviéndose a toda velocidad, chocando entre ellas, destruyéndose y formando nuevas partículas y no podríamos distinguir nuestro contorno que se confundiría con otras partículas del aire y de otros objetos y personas que tuviéramos a nuestro lado.

En realidad comprobaríamos que somos seres en relación que, a pesar de nuestras singularidades, estamos atrapados en una maraña de interacciones de las que no nos podemos desprender. Somos en relación y estas relaciones que mantenemos con los otros son realmente complejas.

Un cambio reciente en las concepciones de la interacción humana y de la dinámica social está consistiendo en entender las relaciones humanas desde la perspectiva del pensamiento complejo.5

A partir de la epistemología de la complejidad, propuesta por Edgar Morin, se intenta constituir un dominio donde el conocimiento se piense como producto de la interacción entre el ser humano, la sociedad, la vida y el mundo. Lo complejo se aleja de las concepciones simplistas y cerradas y al mismo tiempo presenta una manera de comprender distinta y abierta, hay que distinguir sin desunir, analizar sin fraccionar y comprender/describir las prácticas sociales en sus múltiples interrelaciones, conexiones y posibilidades.

Así, la complejidad interaccional se expresa no solamente en lo complicado de los procesos, sino en la multidimensionalidad de las relaciones que dan lugar a rasgos diversos en la dinámica de la interacción: elementos nuevos que emergen en el proceso de la interacción, identidades múltiples, fenómenos intencionales ocultos que generan efectos disipatorios insospechados en el marco de la relación, y esquemas de interacciones virtuales que operan y se revelan sin provenir de procesos reflexivos previos y que se muestran junto a elaboraciones conscientes, en creencias, ritos o modos de comportamiento compartidos.

Si las relaciones que establecemos forman sistemas complejos, asumen como tales las características y las propiedades de los sistemas de esta índole que sustenta la teoría de la complejidad. Entre ellas podemos destacar:


  1. El principio dialógico.


Este principio tiene que ver con el vínculo entre elementos antagónicos inseparables. La realidad ha sido concebida tradicionalmente como un mundo de dualidades contrapuestas. Hemos contrapuesto el objeto al sujeto, la identidad a la alteridad, el orden al desorden, el yo al tú, el terapeuta al cliente... De tal forma que hemos ido construyendo planos de realidad excluyentes entre sí.

El principio dialógico nos lleva a comprender que los antagonismos también son complementarios en el sentido de que no existe lo uno sin lo otro y cada uno lleva inherente su antagónico. Aquello que pensábamos contrapuesto, bajo esta nueva perspectiva, resulta dialógico.

Desde el punto de vista de la física atómica también los polos de los imanes aparecen unidos en el medio y las partículas con cargas opuestas se atraen. Así que el principio dialógico se fundamenta en la asociación concurrente de elementos imprescindibles para la conformación del sistema. No existe sistema terapéutico sin terapeuta y cliente a la vez, ni existe relación posible sin un yo y un tú que la conformen. El sistema se configura a partir de las interacciones entre estas partes contrapuestas que, de manera autónoma se despliega y se transforma. Desde este marco conceptual podemos captar la significación de las relaciones basadas no solamente en antagonismos sino en complementariedades e interferencias recíprocas. Esto nos abre a entender el uso compartido del lenguaje relacional y/o terapéutico, la emergencia de expresiones comunes en la relación, y la utilización de formas expresivas que sólo adquieren el significado y el sentido para los interactores y no para las demás personas que no forman parte del sistema.

De esta forma, el hecho de que la comunicación sea un proceso de construcción intersubjetiva del sentido implica también un intercambio afectivo y requerirá una relación de empatía para la mejor comprensión del otro que, al mismo tiempo permitirá el control de los niveles de ansiedad asociados a la ambiegüedad e incertidumbre que están presentes en toda área comunicativa.


  1. El principio de recursión organizativa.


La recursión organizativa se considera como una especie de bucle en el que los efectos son ellos mismos productores de aquello que los produce. En consecuencia, este principio supera la noción de regulación con la de producción y autoorganización, en la cual los efectos son ellos mismos productores de las causas. Así los seres humanos producen la sociedad que a la vez configura al propio ser humano mediante la cultura que es producida por humanos y al mismo tiempo condiciona a los propios humanos. Cuando entristecemos sin saber bien porqué nos convertimos en el producto de la tristeza que nos produce más tristeza. Los productos son productores de eso que los produce. La causa deviene efecto que es asimismo causa. Este principio rompe con la causalidad lineal y de esta forma todo lo que es producido regresa sobre aquello que lo ha producido, en un ciclo en sí mismo autoconstitutivo, autoorganizador y autoproductor.

Es un proceso de autoorganización que capta y produce información, mediante el cual el sistema complejo logra mantener una dinámica adecuada entre continuidad y ruptura a la vez que conserva sus estructuras esenciales que se replantean recursivamente y, al mismo tiempo, va adquiriendo nuevas propiedades de adaptación que hacen que el sistema se auto-reorganice desde dentro porque está compuesto por elementos con capacidad de aprender.

Cuando estamos en relación con otra persona no estamos siempre presentes de la misma manera. Nuestro estado de ánimo, nuestro propio estado físico y nuestra emocionalidad van cambiando permanentemente. Estos cambios hacen que trasmitamos sensaciones diversas que el otro percibe no siempre de igual forma, por lo que también es afectado por la energía que proyectamos y simultáneamente uno mismo es afectado por la variedad de energía que el otro me transmite. Todo ello genera un movimiento recursivo donde el efecto y la causa confluyen y se confunden.


  1. El principio hologramático.


En virtud de este principio sabemos que no sólo la parte está contenida en el todo, sino que el todo está en cada parte. En un holograma físico, el menor punto de la imagen del holograma contiene casi la totalidad de la información del objeto representado, la parte está en el todo y el todo está en la parte6. Así como la totalidad del patrimonio genético está presente en cada célula, igualmente el individuo es una parte de la sociedad y la sociedad está presente en cada individuo por el lenguaje, la cultura, la historia y las normas.

Este es un proceso de constitución interactiva, en el cual mediante las interacciones de las partes se crea el objeto emergente codificado en esas partes; el proceso se configura en una relación de inclusión mutua, dinámica y generativa, entre la totalidad y los elementos subyacentes que la componen. Este principio hologramático, nos conduce a evaluar las partes de la relación para conocer el todo, donde cada punto contiene la casi totalidad de la información del objeto que representa y pone en evidencia la aparente paradoja de los sistemas complejos, donde no solamente las partes están en el todo, sino que el todo está inscrito en las partes.

Es así que la realidad en las relaciones se inserta en este principio dado que, sin bien el   accionar interpretativo y comunicativo no puede contener el todo, los campos interpretativos atraviesan a emisores y destinatarios para conocer aspectos esenciales sobre cómo funcionar ante las exigencias de eficiencia y eficacia de las relaciones humanas.

Por ello, cuando hemos establecido una relación intensa con alguien lejano a nosotros y tardamos en reencontrarnos queda en cierta manera la memoria viva de este encuentro y proyectamos, aun sin darnos cuenta, en otras relaciones, la experiencia de este encuentro. Cuando nos reencontramos con la persona lejana con la que habíamos mantenido la relación parece que se reproduce la sensación de intimidad e intensidad porque conservamos la memoria del pasado.

Precisamente por este principio tiene sentido concebir que a la hora de analizar la relación terapéutica un buen terapeuta mire dentro de sí mismo para descubrir lo que está aconteciendo en la relación. Así cobran sentido las palabras de Eugene Gendlin para el entrenamiento de terapeutas:
Hoy en día estudiamos el escuchar desde un punto de vista experiencial. Ya no les damos las liosas instrucciones a los terapeutas de que repitan todo aquello que sus clientes digan. En cambio, creemos que lo mejor es vernos como si nos metiésemos dentro de nosotros mismos, permitir sin rechazo alguno que aflore cualquier sentimiento que aflore en nuestro interior. Creemos que en la relación de uno consigo mismo, uno no debe luchar inmediatamente con lo que venga, o intentar explicarlo, o intentar ocultarlo. Más bien, uno debe permitir que poco a poco, sea lo que sea, esté ahí.7
La idea más novedosa de este enfoque hologramático está referida a las potencialidades inhibidas de las individualidades de la relación: las partes en la conformación del todo. Cualquier interacción humana demanda de nosotros una actualización de lo que somos (manifestarnos tal como somos), y en el proceso de construcción de la relación, una inhibición a favor de la relación.

No estoy apostando por dejar de ser lo que soy para establecer la relación con el otro, pero soy consciente de la necesidad de abandonar, inhibir, someter a transformación algunas características personales en pro de articularnos con el otro. Atrincherarnos en una posición convierte en un muro la relación, se trata de permeabilizar fronteras y esto a veces nos invita a inhibir determinadas formas no como acto de represión sino como necesidad para la relación.


  1. El principio de no-linealidad.


Este principio sustenta la no-linealidad causa-efecto, es decir; sucesos de carácter menor en una relación pueden desencadenar procesos de cambios sustantivos.

El sistema complejo es altamente sensible a las condiciones prevalecientes y también a sus condiciones iniciales, la más leve modoficación en estas condiciones puede conducir a resultados muy diferentes. James J. Rosenau (n. 1924) denominó a esta característica como “la fuerza de los pequeños sucesos” o “el efecto mariposa”8.

A veces acontecen en la relación comportamientos irregulares e impredecibles, quizá producto del azar, que no pueden ser analizados ni comprendidos con modelos lineales de soluciones explícitas. Cuando esto sucede entra en juego un elemento de retroalimentación que magnifica y amplifica algún aspecto del sistema relacional que puede volverse caótico. La resonancia en este sistema se produce cuando hay una relación entre frecuencias comunicativas y consiste en una oscilación de gran amplitud causada por un estímulo periódico, aunque sea relativamente pequeño. Por eso nuestras relaciones más intensas son muy sorprendentes, son inestables, cualquier sentimiento afecta a la relación porque es amplificado por el efecto de la resonancia. Los pequeños detalles tienen grandes efectos (potenciadores de la relación y también a veces destructivos).

La no-linealidad tiene lugar como consecuencia también de la indeterminación. El físico Heisenberg (1901-1976) logró establecer los límites de la indeterminación física y formuló su principio. Cada vez en mayor medida se ha dado credibilidad al principio de indeterminación por lo que la física, a partir de allí, tiene en cuenta la existencia de discontinuidades y las observaciones sólo pueden tener carácter probabilístico y estadístico. El determinismo, hasta ahora admitido como base de la ciencia, no puede ya aceptarse sin discusión. Que exista intederminación no quiere decir imprecisión, pero implica que la predicción de los fenómenos debe realizarse atendiendo a condiciones de probabilidad.

Las relaciones humanas (y naturalmente las terapéuticas) son indeterminadas, no podemos saber a ciencia cierta como va a transcurrir un proceso interaccional. La discontinuidad es la característica principal de nuestras relaciones interpersonales. La discontinuidad no es algo negativo, es algo imprevisible. Quizá una relación intensa se transforme en algo rutinario y con poca comunicación, a causa de un pequeño detalle o suceso. U otra relación más superficial cambie de pronto hacia una intensidad profunda y una comunicación fluyente. La indeterminación implica que el azar juega un papel específico en nuestras interacciones, pero también significa posibilidad de lo nuevo, vida y movimiento. El significado del azar es un cúmulo de oportunidades.

Comprender las relaciones humanas y los procesos terapéuticos como sistemas complejos implica dejar a un lado ciertos “sistemas racionales de interpretación” de lo que acontece. La aceptación de la importancia de las interacciones y la constante modificación de estas interacciones entre los sujetos en relación y las situaciones en que están inmersos, nos impulsan a querer adquirir la capacidad de actuar en condiciones de complejidad que, en cierta medida, requiere la capacidad de desestructurarnos y de salirnos de conductas y principios predeterminados. Eso supone la identificación de nuestra propia rigidez y la adopción de una mayor flexibilidad así como una mayor aceptación del otro. A la vez, esta capacidad de desestructuración debe complementarse con la capacidad de actuar en consonancia con el contexto, identificando los momentos y condiciones en que conviene dejar espacio para producir evaluaciones en un proceso constante de enfocarnos y desenfocarnos, pensando no dicotómicamente sino en la armonía del fluir.
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