Somos creativos cuando asumimos activamente ciertas posibilidades que nos ofrece el entorno y damos lugar a algo nuevo valioso. Al asumir tales posibilidades, nos unimos de modo estrecho a las realidades que nos las ofrecen. Esa unión operativa es la base del juego creador1




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títuloSomos creativos cuando asumimos activamente ciertas posibilidades que nos ofrece el entorno y damos lugar a algo nuevo valioso. Al asumir tales posibilidades, nos unimos de modo estrecho a las realidades que nos las ofrecen. Esa unión operativa es la base del juego creador1
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CREATIVIDAD Y FORMACIÓN PERSONAL

En un reportaje televisivo pudimos ver a los miembros de una tribu del Alto Volta –uno de los países más pobres del mundo- que emigraba debido a la sequía. Caminaban, en fila india, por una tierra resquebrajada. Iban exhaustos, y era de temer que de un momento a otro se fueran desplomando. Pero de repente el que cerraba la fila empezó a musitar una melodía en una flauta de construcción casera. Y el ánimo volvió al grupo. Yo me quedé pensando: Estas gentes desvalidas acaban de dejarlo todo, pero lo único que no se resignan a perder es la creatividad, representada aquí por la música.

La música, bien entendida y practicada, es una actividad eminentemente creativa y, por serlo, nos anima. En el terror de Auschwitz, el P. Maximiliano Kolbe animó a sus compañeros de infortunio entonando cánticos. En un entorno extremadamente hostil, en el que parecía normal mofarse de la muerte de unos inocentes, el canto les ayudó a soportar con dignidad la forma más dura de soledad. El canto religioso nos enardece porque nos une estrechamente a las realidades más valiosas. Crear ese modo elevado de unidad es una actividad creativa.

I

¿QUÉ ES LA CREATIVIDAD?

Nos importa sobremanera precisar bien este concepto, pues su amplitud es mucho mayor que la del concepto romántico de creatividad, reducido a los genios. Mozart, Miguel Ángel, Goethe y Cervantes fueron geniales y sumamente creativos. Esto es obvio. Pero no sólo los genios son creativos. Si ahondamos en el concepto de creatividad, veremos que todos podemos –y debemos- serlo, e incluso en grado eminente. No hablaremos, por tanto, sólo de la creatividad artística y del poder inventivo de todo orden. Intentaremos captar el sentido radical de la creatividad. Ello nos permitirá llevar a cabo una revalorización de la vida cotidiana

Somos creativos cuando asumimos activamente ciertas posibilidades que nos ofrece el entorno y damos lugar a algo nuevo valioso. Al asumir tales posibilidades, nos unimos de modo estrecho a las realidades que nos las ofrecen. Esa unión operativa es la base del juego creador1.

Hacer juego con las realidades del entorno y unirnos a ellas es indispensable para nuestra vida orgánica, psíquica y espiritual. Lo es por la profunda razón de que los seres humanos estamos, por naturaleza, “distanciados” del entorno, es decir, podemos dar respuestas distintas a cada estímulo. El animal reacciona automáticamente a cada estímulo con una respuesta prefijada. Está, por así decir, “fusionado” con el entorno. Nosotros nos hallamos a cierta distancia; podemos elegir una respuesta entre varias posibles. Esa elección es el origen de la libertad y la creatividad. Necesitamos elegir libremente las posibilidades que nos da el entorno y crear formas de unidad con las realidades circundantes. Esas formas de unión valiosas dan lugar a la Cultura2.

La cultura auténtica empieza por la atención a todo lo que nos ofrece posibilidades para crear algo nuevo lleno de sentido. Esa atención suscita admiración, asombro, a veces incluso pasmo. Admirar lo valioso, lo que ofrece posibilidades, es condición ineludible para responder positivamente a esa oferta. Al principio, sólo vislumbramos ese valor, apenas lo conocemos, pero lo aceptamos confiadamente. Esa aceptación confiada nos permite entrar en relación con el valor y conocerlo más profundamente.

La creatividad procede de esta primera actitud de apertura confiada al entorno. De ahí la decisiva importancia de que los niños se sientan acogidos en el hogar, pues tal acogimiento genera en su ánimo una actitud de confianza. El niño se ve rodeado de realidades que lo acogen, le van al encuentro, le facilitan mil estímulos de todo orden que le instan a responder activamente. De ahí el inmenso valor del hogar para la vida creativa del niño. Una sonrisa le invita a crear un ámbito de acogimiento. Una palabra lo lleva a sumergirse en el mundo del lenguaje, con su múltiple oferta de posibilidades. Aprendemos a crear al tiempo que aprendemos a hablar. “Ven”, le dice la madre al niño que inicia sus primeros pasos. Al tiempo que aprende el significado de ese imperativo, está ensayando la actividad creativa de ir al encuentro. Si vemos la vida profundamente, observamos que todas las formas de cultura auténtica son formas de encuentro.

Por eso, cuando se destruye el encuentro entre los seres humanos, se desguaza la cultura y sobreviene el caos. Siete años tras la última guerra mundial, tuve ocasión de visitar Alemania. Desde la estación de ferrocarril pude ver la inmensa catedral gótica como una dama enlutada que se alzaba patéticamente entre un campo de ruinas. Ante este paisaje desolador, no pude sino pensar cómo es posible que la culta Europa, que nos abrió los caminos de la ciencia y el arte, se haya desgarrado a sí misma en tal manera. ¿No habíamos quedado en que la ciencia y la técnica elevan nuestra calidad de vida y que el arte forma nuestro espíritu y refina nuestra sensibilidad? Es compatible un alto grado de cultura y un conflicto devastador?

La respuesta más lúcida nos la dio tempranamente –en 1921- el genial precursor de la Antropología filosófica actual, Ferdinand Ebner, al decirnos que buena parte de la espectacular cultura europea no supuso un auténtico “cultivo del espíritu”; se redujo a un mero “soñar con el espíritu”. Vivir conforme a las leyes de la vida espiritual implica crear toda suerte de vínculos fecundos con el entorno. Esta creación exige todas las condiciones del encuentro: generosidad, apertura, veracidad, fidelidad, cordialidad, comunicación fecunda.... El encuentro nos eleva a lo mejor de nosotros mismos. Por eso constituye un proceso de “éxtasis”, en el noble sentido que esta palabra adquirió desde Platón, Plotino, Agustín, la Escuela de Chartres, los grandes místicos, cultivadores modélicos de la vida del espíritu. Si no cumplimos tales exigencias, porque no orientamos la vida hacia el ideal de la unidad, sino al ideal egoísta de dominarlo todo para poseerlo y reducirlo a medio para nuestros fines, nos dejamos llevar de la fascinación y nos precipitamos por el tobogán del vértigo o fascinación.

II

MODOS DE CREATIVIDAD

Según sean las posibilidades que uno recibe, así es el tipo de creatividad que lleva a cabo.

Oler una flor puede ser una mera experiencia de vértigo o fascinación si me dejo llevar del halago que produce su perfume y me quedo fusionado en él, sin entrar en juego con la flor y la planta que en ella se expresa. Me he movido en lo que podemos llamar nivel 1, el nivel del manejo de realidades y disfrute de las mismas. En cambio, el mismo acto de oler una flor puede ser una experiencia creativa (propia del nivel 2, el de las realidades que no son meros objetos y no son, por tanto, realidades dominables, manejables, disponibles). Si, al oler el perfume, entro en relación con la planta, y con la tierra, el agua y el sol -fuente de toda energía-..., y considero el olor como la forma de expresarse una planta en sazón, inicio una relación de encuentro con dicha flor. No quedo empastado en ella, no la tomo como un mero medio para mis fines hedonistas; le doy todo su valor de expresión viva de la planta, y a ésta la veo engarzada con todo el universo. Esta forma de pensamiento “relacional” –no relativista- me permite crear una relación enriquecedora con mi entorno. Con razón, el principito –en el relato homónimo de Antoine de Saint-Exupéry- reprochaba a las personas mayores el no haber olido jamás una flor en plan creativo3.

Si oigo una pieza musical de ritmo electrizante y me dejo llevar de una marea de sonido, quedo empastado en ese mundo sonoro, perdido en él, en una especie de embriaguez rítmica y sonora. Es una experiencia de vértigo que no crea nada; más bien destruye toda relación personal con el entorno. En cambio, si oigo una obra de música clásica, vibro con sus temas básicos, doy vida a sus melodías y armonías, viviéndolas como propias, articulándolas debidamente, captando la estructura musical que tejen entre todas..., realizo una actividad creativa. Cada obra musical –como toda obra artística- integra al menos siete planos de realidad: los sonidos aislados; los sonidos vinculados entre sí; los sonidos intervinculados y estructurados mediante una forma; los ámbitos de realidad que expresan estas formas –ámbitos de alegría o de dolor, de amor o de odio, de expectación o de desidia... Si los vivo todos al mismo tiempo, creo un ámbito expresivo muy valioso; realizo una experiencia eminentemente creativa.
Hay personas que, cuando te diriges a ellas, te reciben con una sonrisa benévola, acogedora. Es toda su persona la que te acoge amablemente. Esa sonrisa crea un ámbito de acogimiento, e invita a fundar con ella una relación de encuentro. Es profundamente creativa. Por el contrario, un mohín de desprecio o un simple gesto de indiferencia no son creativos sino, más bien, destructivos, porque no invitan a crear confiadamente un ámbito de encuentro.
Cuando una mujer espera en casa a su esposo –o viceversa- puede limitarse a dejar que pasen los minutos del reloj. En ese caso, su espera no es creativa; se realiza en el nivel 1. Pero, si al tiempo que deja correr el tiempo, crea un ámbito de acogimiento, se eleva al nivel 2, adopta una actitud creativa sumamente valiosa. Esto nos permite descubrir el sentido profundo del final del primer Acto de Yerma, el “poema dramático” de Federico García Lorca. En un atardecer de verano, Juan, marido de Yerma, se dispone a salir de casa para regar los campos. Yerma le dice: “¿Te espero?”. Él le contesta: “¡No! Tú acuéstate y duerme!”4 Yerma no se encontraba cansada físicamente (nivel 1); se hallaba fatigada espiritualmente de estar siempre sola; necesitaba encontrarse con su marido (nivel 2). Pero éste seguía moviéndose en el nivel 1, sin percatarse de lo que sucedía en el interior de su esposa. Desde un nivel inferior de realidad y de conducta no se puede captar lo que pasa en los niveles superiores. Este desconocimiento llevó a los protagonistas a la tragedia final.
Es maravilloso descubrir las posibilidades de creatividad inagotables que tiene la vida humana.
* Visitar el claustro de un monasterio, recorrerlo, crear un ámbito de paz al moverse entre sus columnas bien ritmadas es una actividad creativa.
* Lo mismo sucede al recitar un poema. Hagan esta experiencia y descubrirán el tipo de unidad entrañable que podemos crear con una realidad que, en principio, es distinta, distante, externa, extraña y ajena a nosotros y luego se nos vuelve íntima. Aprendan de memoria un poema, teniendo en cuenta que la memoria es una facultad creativa; intenten darle vida, crearlo de nuevo como si fueran ustedes los autores, cambien el ritmo una y otra vez, fraséenlo de un modo y otro, hasta que toda su expresividad salga a superficie. Al cabo de unos minutos, verán que el poema les parece algo propio, distinto e íntimo a la vez, pues se ha convertido en una voz interior, en el impulso de su actividad como declamadores. Adviertan entonces que entre ustedes y el poema ha surgido una forma de unidad entrañable. Su actividad declamatoria fue, en todo rigor, una actividad creativa, y, como tal, transfiguradora; se convirtió lo distinto, distante, externo, extraño y ajeno en algo íntimo, sin dejar de ser distinto.
* Algo semejante sucede al interpretar una canción o una obra instrumental. Cuando un pianista toca una obra, ésta va surgiendo bajo sus dedos, que están impulsados en buena medida por los brazos y antebrazos. Todo el cuerpo del intérprete vibra con la composición y resalta, pasa a primer plano, pero poco a poco se va ocultando discretamente para que haga acto de presencia luminosamente la obra interpretada. Con ello, el cuerpo adquiere su plena dignidad. En un bello texto, Juan Ramón Jiménez, premio Nobel de Literatura, entona un himno a la belleza de las manos de una niñera que cuida a un niño y a las de Toscanini cuando con un leve gesto aúna y ensambla armónicamente a una familia numerosa de intérpretes. Son manos transfiguradas por ser manos creativas. Nuestro cuerpo se transfigura cuando es el vehículo viviente de una labor creativa. Lo ha visto certeramente el gran poeta Juan Ramón Jiménez:
“¡Qué encantadora armonía el uso de las manos de la niñera de un niño, el alzarlo, el mecerlo, el vestirlo, el lavarlo, el entretenerlo con gestos relacionados con la fantasía! ¡Qué delicia ver las manos de Toscanini dirigiendo y qué encanto no habrá sido el ver modelando las manos de Miguel Ángel!”. “Aplaudir con sinceridad, con gozo, con alegría también puede ser un buen empleo de las manos: sobre todo si se goza lo que se aplaude”5
Hay creatividad siempre que nos movemos en el nivel 2, y respetamos las realidades que nos ofrecen posibilidades, las estimamos y colaboramos con ellas. “Todos hemos conocido a lo largo de nuestra existencia –escribe el filósofo y dramaturgo francés Gabriel Marcel- seres que eran esencialmente creativos; por la irradiación de bondad y de amor que emanaba de su ser, hacían una contribución positiva a la obra invisible que da a la aventura humana el único sentido que puede justificarla”6. El psiquiatra vienés Víctor Frankl advierte que la falta de sentido es la causa de la mayoría de los desarreglos psíquicos que afligen a multitud de personas. Esa falta de sentido se debe a falta de creatividad.
Veamos algunos ejemplos de esa irradiación de bondad a la que alude Marcel:


  • Vivo con otras personas; puedo ofrecerles posibilidades y recibir las que ellas me ofrecen. Si lo hago, actúo creativamente. Pueden ser posibilidades sencillas: ayudar a clarificar un problema, hacer una suplencia en un momento de apuro, atender y acompañar a un enfermo.... Con ello, creo actos de colaboración y ayuda. Soy creativo.

  • Me hago cargo de la situación de un amigo y le echo una mano cuando está más angustiado. Creo un ámbito de colaboración amistosa.

  • Ayudo a un alumno a perfeccionar el estilo, a pensar con más rigor, a poner más empeño... En cuanto lo hago, soy creativo, y, por tanto, mi vida es auténtica.

  • Pongo empeño en prepararme bien y adquirir el arte de dar claves de interpretación de la vida. Cuando alguien me pide consejo, me basta oírle con atención para hallar una respuesta atinada. Esta facilidad para guiar le he conquistado al alto precio de la preparación. Al irla adquiriendo con esfuerzo, he vivido creativamente y he creado valiosas relaciones de unidad con los demás.


Estamos descubriendo que nuestra actividad creativa cotidiana va de la mano con la fundación de ámbitos de todo orden.


  • Miguel Ángel asumió interiormente la multitud de ámbitos de vida que implica la Historia de la Salvación, desde el instante misterioso en que el Creador infundió el primer hálito de vida en el hombre hasta la venida del Salvador al final de los tiempos. Al darles vida mediante una depurada expresión artística en el techo de la Capilla Sixtina, en el Vaticano, mostró una eminente creatividad. Pero también lo hace una humilde madre de familia que amamanta con la debida ternura a su bebé, pues con ello crea esa “urdimbre afectiva” que, según los más cualificados biólogos actuales, debe tejerse entre padres e hijos si éstos han de desarrollarse normalmente.




  • En esta línea, es creativo quien establece vínculos afectivos con los demás y transforma un piso (nivel 1) en hogar ( nivel 2); el profesor que logra convertir su clase en un ámbito de encuentro; el ciudadano que trata las realidades del entorno con delicadeza ecológica; todo aquel que orienta su actividad hacia metas altas y le confiere, así, un sentido muy hondo.


Se cuenta que, en plena Edad Media, alguien se acercó a las obras de una catedral, y le preguntó sucesivamente a tres canteros qué estaban haciendo. El primero contestó adustamente: “Estoy desollándome las manos para pulir esta piedra”. El segundo indicó, serenamente: “Estoy ganando un salario para sacar adelante a mi familia”. El tercero, con voz entusiasta, respondió: “Estoy colaborando a edificar una catedral para gloria de Dios y bien de la Humanidad”. El primer operario no parecía saber lo que significa ser creativo; se movía en el nivel 1, el del mero producir. El segundo entendía su trabajo como medio para un fin; rebajaba el rango de su actividad, pero participaba en una modalidad de la vida creativa: hacer posible la existencia del ámbito familiar (nivel 2). El tercero daba a su actividad un sentido plenamente creativo: construir no sólo un edificio sino un templo, una iglesia catedral, con todo cuanto implica en la vida cultural y religiosa de un pueblo (niveles 2, 3 y 4).
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