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![]() Los textos antiguos hablan también de algún vehículo utilizado para subir a los aeronautas a los cielos. Gudea afirmaba que, cuando el «pájaro divino» se elevaba para circundar las tierras, «hacía destellos sobre los ladrillos levantados». El recinto protegido era descrito como MU.NA.DA.TUR.TUR («lugar de descanso de piedra fuerte del MU). Urukagina, que gobernó en Lagash, decía del «pájaro negro de viento divino»: «El MU que ilumina como un fuego alto y fuerte que hubiera hecho yo». De forma parecida, Lu-Utu, que gobernó en Umma en el tercer milenio a.C, construyó un lugar para un mu, «que sale en un fuego», para el dios Utu, «en el lugar señalado del interior de su templo». El rey babilonio Nabucodonosor II, en sus anotaciones sobre la reconstrucción que hizo del recinto sagrado de Marduk, decía que dentro de los muros fortificados, hechos de ladrillo cocido y reluciente mármol ónice, Levanté la cabeza del barco ID.GE.UL el Carro principesco de Marduk; El barco ZAG.MU.KU, cuya llegada se observa, el viajero supremo entre Cielo y Tierra, en medio del pabellón que yo construí, apantallando sus costados. ID.GE.UL, el primer epíteto empleado para describir a este «viajero supremo», o «Carro de Marduk», significa literalmente «alto hasta el cielo, brillante en la noche». ZAG.MU.KU, el segundo epíteto utilizado para describir al vehículo -sin duda, un «barco» resguardado en un pabellón especial- significa «el brillante MU que es para ir lejos». El que hubiera un mu -un objeto cónico con la parte superior ovalada- instalado de verdad en el interior del recinto sagrado de los templos de los Grandes Dioses del Cielo y de la Tierra es algo que, afortunadamente, se puede demostrar. En una antigua moneda encontrada en Biblos (la bíblica Gebal), en la costa mediterránea del actual Líbano, se representa el Gran Templo de Ishtar. Aunque aquí se muestra con la apariencia que tenía en el primer milenio a.C, los requisitos existentes para que los templos se construyeran y reconstruyeran en el mismo lugar y según el plano original hacen que lo que veamos ahora sean los elementos básicos del templo original de Biblos, diseñado milenios atrás. La moneda retrata un templo con dos partes. En la parte frontal se encuentra la estructura principal del edificio, imponente con su pórtico columnado. Pero, detrás, hay un patio interior, o «zona sagrada», oculto y protegido por un enorme muro. Está claro que es una zona elevada, pues sólo se puede acceder a ella subiendo unas escaleras. (Fig. 67) ![]() En el centro de esta zona sagrada hay como una plataforma que, por su entramado de vigas cruzadas, similar al de la Torre Eiffel, da la sensación de que fuera construida para soportar un gran peso. Y, de pie sobre la plataforma, se encuentra el objeto de toda esta seguridad y protección, un objeto que sólo puede ser un mu. Como la mayoría de las palabras monosilábicas sumerias, mu tenía un significado principal; en el caso de mu, el significado era «aquello que se eleva recto». Entre sus treinta y tantos matices se incluyen los significados de «alturas», «fuego», «mandato», «período contado», así como (en tiempos posteriores) «aquello por lo cual se le recuerda a uno». Si, desde las estilizaciones asirías y babilonias del signo escrito de mu, nos remontamos hasta sus pictografías originales sumerias, nos encontraremos con la siguiente evidencia gráfica: ![]() Vemos, claramente, una cámara cónica, sola o con una sección más estrecha añadida. «Desde una cámara-en-el-cielo dorada te vigilaré», prometía Inanna al rey asirio. ¿Acaso era este mu la «cámara celestial»? En un himno a Inanna/Ishtar y sus viajes en el Barco del Cielo se indica, con toda claridad, que el mu era el vehículo en el cual recorrían los dioses el cielo: Dama del Cielo: Ella se pone la Vestimenta del Cielo; valientemente asciende hacia el Cielo. Sobre todas las tierras pobladas vuela en su MU. Dama, que en su MU en las alturas del Cielo aletea gozosa. Sobre todos los lugares de descanso vuela en su MU. Existen evidencias que demuestran que la gente del Mediterráneo oriental había visto estos objetos similares a cohetes no sólo en algún templo, sino volando de verdad. En los glifos hititas, por ejemplo, se pueden ver, contra un fondo de cielos estrellados, misiles que cruzan, cohetes montados sobre rampas de lanzamiento, y hasta un dios en el interior de una cámara radiante. (Fig. 68) ![]() El profesor H. Frankfort (Cylinder Seáis), en su demostración sobre el modo en que se difundió por todo el mundo antiguo el arte de la elaboración de sellos cilíndricos, así como los temas representados en ellos, reproduce el diseño de un sello encontrado en Creta y datado en el siglo xiii a.C. Los grabados del sello representan, con toda claridad, un cohete que cruza el cielo propulsado por llamas que salen por su parte trasera. (Fig. 69) ![]() Los caballos alados, los animales entrecruzados, el globo celeste alado y la deidad con cuernos en su tocado son, todos ellos, conocidos temas mesopotámicos. Ciertamente, se puede aceptar que el cohete ígneo que aparece en el sello cretense era también un objeto familiar en todo el Oriente Próximo de la antigüedad. De hecho, se puede ver un cohete con «alas» o aletas –alcanzable mediante una «escalera»- en una tablilla excavada en Gezer, una ciudad de la antigua Canaán, al oeste de Jerusalén. En la doble impresión del mismo sello se ve también un cohete descansando en el suelo, junto a una palmera. La naturaleza o el destino celeste de estos objetos viene confirmada por símbolos del Sol, la Luna y las constelaciones zodiacales que adornan el sello. (Fig. 70) ![]() Los textos mesopotámicos en los que se habla de los recintos interiores de los templos, de los viajes celestes de los dioses o, incluso, de casos en los que algún mortal ascendió a los cielos, emplean el término sumerio mu o sus derivados semitas shu-mu («lo que es un mu»), sham o shem. Dado que el término tuvo también la connotación de «aquello por lo cual se le recuerda a uno», al final se le ha dado el significado de «nombre». Pero la aplicación universal de «nombre» a los textos más primitivos, en los que se habla de un objeto utilizado para volar, ha oscurecido el verdadero significado de los registros antiguos. Así, G. A. Barton (The Roy al Inscriptions of Sumer and Akkad) estableció la incuestionada traducción de la inscripción del templo de Gudea -que «Su MU abrazará las tierras, de horizonte a horizonte»-como «Su nombre cubrirá las tierras». En un himno a Ishkur, en el que se ensalza su «MU que despide rayos» que podían alcanzar las alturas del Cielo, se traduce asimismo: «Tu nombre es radiante, alcanza el cénit del Cielo». Sin embargo, teniendo la sensación de que mu o shem puede identificar a un objeto y no un «nombre», algunos estudiosos han tratado este término como un sufijo o fenómeno gramatical que no requiere traducción, y han optado por ignorarlo completamente. ![]() En muchos sellos se representa, del mismo modo, a un dios (a veces, dos) dentro de estas «cámaras divinas»; en la mayoría de los casos, estos dioses en el interior de sus óvalos sagrados eran representados como objetos de veneración. Con el deseo de adorar a sus dioses en cualquier lugar, y no sólo en la «casa» oficial de cada deidad, los pueblos antiguos establecieron la costumbre de crear imitaciones del dios dentro de su divina «cámara celeste». En los sitios seleccionados se levantaron pilares de piedra simulando la forma del vehículo oval, y se talló la imagen del dios en la piedra para indicar que estaba dentro del objeto. Sólo era una cuestión de tiempo que reyes y gobernantes, relacionando estos pilares (llamados estelas) con la capacidad de ascender a la Morada Celeste, comenzaran a tallar sus propias imágenes en las estelas como una forma de asociarse a sí mismos con la Morada Eterna. Si no podían escapar al olvido físico, que al menos su «nombre» se recordara para siempre. (Fig. 72) ![]() Y se puede apoyar la idea de que estos pilares de piedra conmemorativos pretendían simular a la nave celeste ígnea gracias al término por el cual se conocía en la antigüedad a estas estelas. Los sumerios las llamaban NA.RU («piedras que ascienden»). Los acadios, los babilonios y los asirios las llamaban naru («objetos que despiden luz»). Los amurru las llamaron miras («objetos ígneos» -en hebreo, ner aún sigue significando un pilar que emite luz y, de ahí, su significado actual de «vela»). En las lenguas indoeuropeas de los hurritas y los hititas, a las estelas se les llamaba hu-u-ashi («pájaro de fuego de piedra»). Las referencias bíblicas indican cierta familiaridad con dos tipos de monumentos conmemorativos, el yad y el shem. El profeta Isaías transmitió a las sufrientes gentes de Judea la promesa del Señor de un futuro mejor y más seguro: Y yo les daré, en mi Casa y dentro de mis murallas, un yad y un shem. Si lo traducimos literalmente, lo que el Señor le estaría prometiendo a su pueblo sería la entrega de una «mano» y un «nombre». Afortunadamente, sin embargo, de los antiguos monumentos que reciben el nombre de yad y que todavía están en pie en Tierra Santa, sabemos que se les distinguía por tener la cúspide con forma piramidal. El shem, por otra parte, era un monumento con la cúspide oval. Ambos, parece evidente, comenzaron siendo simulaciones de la «cámara celeste», el vehículo que los dioses utilizaban para ascender a la Morada Eterna. De hecho, en el antiguo Egipto, los devotos peregrinaban a un templo de Heliópolis para ver y adorar el ben-ben, un objeto de forma piramidal en el que los dioses habían llegado a la Tierra en tiempos inmemoriales. Los faraones egipcios, cuando morían, pasaban por una ceremonia de «apertura de boca», en la cual se suponía que serían transportados por un yad similar o un shem hasta la divina Morada de la Vida Eterna. (Fig. 73) ![]() Los traductores bíblicos, al insistir en el empleo de «nombre» cada vez que se encuentran con shem, están ignorando un estudio que, con visión de futuro, publicó hace más de un siglo G. M. Redslob (en Zeitschrift der Deutschen Morgenlandischen Gesellschafi) en el cual señalaba, correctamente, que el término shem y el término sha-main («cielo») provienen de la raíz shamah, que significa «aquello que está hacia lo alto». Cuando en el Antiguo Testamento se dice que el rey David «hizo un shem» para conmemorar su victoria sobre los arameos, Redslob dice que el rey David no «hizo un nombre», sino que levantó un monumento que apuntaba hacia el cielo. El darse cuenta de que, en muchos textos mesopotámicos, mu o shem no deben traducirse como «nombre» sino como «vehículo del cielo», permite abrir la puerta a la comprensión del verdadero significado de muchos relatos de la antigüedad, incluida la narración bíblica de la Torre de Babel. El Libro del Génesis, en su capítulo 11, nos habla del empeño de los seres humanos de elevar un shem. El relato bíblico se nos ofrece con el lenguaje conciso (y preciso) de los hechos históricos, aunque generaciones de estudiosos y de traductores hayan pretendido darle al relato sólo un significado alegórico, porque -tal como lo entendían-era un cuento que trataba del deseo de la Humanidad de «hacer un nombre». Con este enfoque se privó al relato de su verdadero significado, un significado basado en hechos reales. Nuestra conclusión en cuanto al verdadero significado de shem le da tanto sentido a la narración como debió tenerlo para las mismas gentes de la antigüedad. El relato bíblico de la Torre de Babel trata de hechos que siguieron a la repoblación de la Tierra después del Diluvio, «al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar, y allí se establecieron». El País de Senaar es, como ya vimos, la Tierra de Sumer, en la vega que hay entre los dos ríos del sur de Mesopotamia. Y la gente, ya entendida en cuanto al arte de la elaboración de ladrillos y en el de la construcción de una civilización urbana, dijo: «Vamos a edificarnos una ciudad, y una torre cuya cúspide alcance los cielos; y hagámonos un shem, por si nos desperdigamos por toda la faz de la Tierra.» Pero los planes de estos humanos no eran del agrado de Dios. Y el Señor bajó, para ver la ciudad y la torre que los Hijos de Adán habían erigido. Y dijo: «He aquí que todos son un pueblo con un mismo lenguaje y esto es sólo el comienzo de sus empresas. Ahora, nada de cuanto se propongan les será imposible hacer.» Y el Señor dijo -a algunos colegas a los que el Antiguo Testamento no nombra: «Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, para que no entienda cada cual el de su prójimo». Y, desde allí, el Señor los desperdigó por toda la faz de la Tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso se la llamó Babel, porque allí embrolló el Señor la lengua de la Tierra. La traducción tradicional de shem como «nombre» ha hecho que el relato resultará ininteligible durante generaciones. ¿Por qué los antiguos habitantes de Babel -Babilonia- se empeñaron en «hacerse un nombre»? ¿Por qué había que poner el «nombre» sobre «una torre cuya cúspide alcance los cielos»? ¿Y cómo el «hacerse un nombre» iba a contrarrestar los efectos de la dispersión de la Humanidad por toda la Tierra? Si todo lo que aquellas gentes querían era hacerse (tal como explican los estudiosos) una «reputación», ¿por qué disgustó tanto este empeño al Señor? ¿Por qué la Deidad consideró el «hacerse un nombre» como una hazaña tras la cual «nada de cuanto se propongan les será imposible hacer»? Las explicaciones tradicionales son, indudablemente, insuficientes para aclarar por qué el Señor consideró necesario convocar a otras deidades que no se nombran para bajar y dar fin a este empeño humano. Creemos que las respuestas a todas estas preguntas se hacen plausibles -incluso, obvias- si traducimos por «vehículo aéreo», en vez de «nombre», el término shem, que es la palabra empleada en el texto original hebreo de la Biblia. De este modo, el relato trataría de la preocupación de los seres humanos por no perder el contacto entre ellos a medida que las gentes se fueran esparciendo por la Tierra. Por esto decidieron construir un «vehículo aéreo» y levantar una torre de lanzamiento para este vehículo, con el fin de poder volar también ellos -como la diosa Ishtar, por ejemplo- en un mu «sobre todas las tierras pobladas». Una parte del texto babilonio conocido como «La Epopeya de la Creación» cuenta que la primera «Puerta de los Dioses» la construyeron en Babilonia los mismos dioses. A los Anunnaki, los dioses de base, se les ordenó Construid la Puerta de los Dioses... Que se elabore su enladrillado. Su shem estará en el lugar designado. Durante dos años, los Anunnaki trabajaron sin descanso -«aplicaron la herramienta... moldearon ladrillos»- hasta que «elevaron a las alturas la cúspide de Eshagila» («casa de los Grandes Dioses») y «construyeron la torre de la plataforma tan alta como el Alto Cielo». Hubo cierto descaro por parte de la Humanidad al establecer su Propia torre de lanzamiento en un lugar utilizado originariamente por los dioses para este propósito, pues el nombre del lugar -Babili-significa literalmente «Puerta de los Dioses». ¿Existe alguna otra evidencia que corrobore el relato bíblico y nuestra interpretación de él? El sacerdote e historiador babilonio Beroso, que en el siglo III a.C. compiló una historia de la Humanidad, dice que los «primeros habitantes de la tierra, regocijándose en su propia fortaleza... se propusieron levantar una torre cuya 'cúspide' alcanzara el cielo». Pero los dioses y unos fuertes vientos la derrumbaron, «y los dioses introdujeron una gran diversidad de lenguas entre los hombres, que hasta aquel entonces hablaban todos el mismo lenguaje». George Smith (The Chaldean Account of Génesis) encontró en los escritos del historiador griego Hesteo una reseña en la que se decía que, de acuerdo con «antiguas tradiciones», la gente que escapó al Diluvio llegó a Senaar en Babilonia, pero que fueron sacados de allí por una diversificación de lenguas. El historiador Alejandro Polihistor (siglo I a.C.) escribió que todos los hombres hablaban la misma lengua en un principio y que, después, algunos se propusieron levantar una enorme y noble torre con el fin de poder «trepar hasta el cielo», pero que el dios supremo confundió sus intenciones enviando un torbellino, y a cada tribu se le dio un lenguaje diferente. «La ciudad donde sucedió esto fue Babilonia». En estos momentos, existen pocas dudas respecto al hecho de que los relatos bíblicos, así como las informaciones de historiadores griegos de hace 2000 años y de su predecesor Beroso, tengan todos un origen -sumerio- anterior. A. H. Sayce (The Religión of the Babylonians) dice que, en los fragmentos de una tablilla que hay en el Museo Británico, leyó «la versión babilonia de la construcción de la Torre de Babel». En todos los casos, el empeño por alcanzar los cielos y la subsiguiente confusión de lenguas son los elementos básicos de la versión. Existen otros textos sumerios que registran la deliberada confusión de la lengua del Hombre a cargo de un dios airado. Presumiblemente, la Humanidad no poseía en aquel momento la tecnología necesaria para un proyecto aeroespacial de tal calibre; para ello, era esencial la guía y la colaboración de un dios entendido en el tema. ¿Hubo algún dios que desafiara a los demás ayudando a la Humanidad? En un sello sumerio se muestra una confrontación armada entre dioses, aparentemente, por la construcción humana de una torre plataforma. (Fig. 74) |
![]() | ![]() | «de los cielos» -los antiguos dioses- bajaban a la Tierra. Lo que no aporta ninguno de estos autores populares que tratan estos temas... | |
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