RENÉ GUÉNON
EL TEOSOFISMO HISTORIA DE UNA SEUDORELIGIÓN
ÍNDICE
PRÓLOGO 4
TEOSOFÍA Y TEOSOFISMO 4
CAPÍTULO I*) 8
LOS ANTECEDENTES DE Mme BLAVATSKY 8
CAPÍTULO II 13
LOS ORÍGENES DE LA SOCIEDAD TEOSÓFICA 13
CAPÍTULO III 25
LA SOCIEDAD TEOSÓFICA Y EL ROSICRUCIANISMO 25
CAPÍTULO IV 34
LA CUESTIÓN DE LOS MAHÂTMÂS 34
CAPÍTULO V 48
EL ASUNTO DE LA SOCIEDAD DE INVESTIGACIONES PSÍQUICAS 48
CAPÍTULO VI 56
Mme BLAVATSKY Y SOLOVIOFF 56
CAPÍTULO VII 62
EL PODER DE SUGESTIÓN DE Mme BLAVATSKY 62
CAPÍTULO VIII 66
LOS ÚLTIMOS AÑOS DE Mme BLAVASTKY 66
66
CAPÍTULO IX 76
LAS FUENTES DE LAS OBRAS DE Mme BLAVATSKY 77
CAPÍTULO X 86
EL BUDISMO ESOTÉRICO 86
CAPÍTULO XI 92
PRINCIPALES PUNTOS DE LA ENSEÑANZA TEOSOFISTA 92
CAPÍTULO XII 107
EL TEOSOFISMO Y EL ESPIRITISMO 108
CAPÍTULO XIII 123
EL TEOSOFISMO Y LAS RELIGIONES 123
CAPÍTULO XIV 131
EL JURAMENTO EN EL TEOSOFISMO 132
CAPÍTULO XV 140
LOS ANTECEDENTES DE Mme BESANT 141
CAPÍTULO XVI 146
LOS COMIENZOS DE LA PRESIDENCIA DE Mme BESANT 147
CAPÍTULO XVII 156
EN EL PARLAMENTO DE LAS RELIGIONES 157
CAPÍTULO XVIII 164
EL CRISTIANISMO ESOTÉRICO 164
CAPÍTULO XIX 172
LA DUQUESA DE POMAR 172
CAPÍTULO XX 180
EL MESÍAS FUTURO 180
CAPÍTULO XXI 191
LAS TRIBULACIONES DE ALCIÓN 192
CAPÍTULO XXII 203
LA ANTROPOSOFÍA DE RUDOLF STEINER 204
CAPÍTULO XXIII 218
LA ORDEN DE LA ESTRELLA DE ORIENTE Y SUS ANEXOS 218
CAPÍTULO XXIV 226
LA IGLESIA «VIEJA CATÓLICA» 227
CAPÍTULO XXV 238
TEOSOFISMO Y FRANCMASONERIA 239
CAPÍTULO XXVI 251
LAS ORGANIZACIONES AUXILIARES DE LA SOCIEDAD TEOSÓFICA 251
CAPÍTULO XXVII 266
EL MORALISMO TEOSOFISTA 267
CAPÍTULO XXVIII 277
TEOSOFISMO Y PROTESTANTISMO 277
CAPÍTULO XXIX 282
PAPEL POLÍTICO DE LA SOCIEDAD TEOSÓFICA 282
CAPÍTULO XXX 298
CONCLUSIÓN 298
INDICE DE LAS 42 RESEÑAS DE LIBROS RECOPILADAS EN LE THEOSOPHISME 304
RESEÑAS DE LIBROS 307
INDICE DE LAS 34 RESEÑAS DE REVISTAS 343
RESEÑAS DE REVISTAS 345
PRÓLOGO
TEOSOFÍA Y TEOSOFISMO
Ante todo, debemos justificar la palabra poco utilizada que sirve de título a nuestro estudio: ¿por qué «teosofismo» y no «teosofía»? Es que para nosotros, estas dos palabras designan dos cosas muy diferentes, y porque importa disipar, incluso al precio de un neologismo o de lo que puede parecer tal, la confusión que debe producir naturalmente la similitud de expresión. Y eso importa tanto más, desde nuestro punto de vista, por cuanto algunas gentes tienen al contrario mucho interés en mantener esta confusión, a fin de hacer creer que se vinculan a una tradición a la que, en realidad, no pueden vincularse legítimamente, como tampoco, por lo demás, a ninguna otra.
En efecto, muy anteriormente a la creación de la Sociedad Teosófica, el vocablo teosofía servía de denominación común a doctrinas bastante diversas, pero que, no obstante, pertenecían todas a un mismo tipo, o al menos, procedían todas de un mismo conjunto de tendencias; así pues, conviene conservarle la significación que tiene históricamente.
Sin buscar profundizar aquí la naturaleza de esas doctrinas, podemos decir que tienen como rasgos comunes y fundamentales ser concepciones más o menos estrictamente esotéricas, de inspiración religiosa o incluso mística, aunque de un misticismo un poco especial sin duda, y que se proclaman de una tradición completamente occidental, cuya base es siempre, bajo una forma u otra, el cristianismo. Tales son, por ejemplo, doctrinas como las de Jacob Boehme, de Gichtel, de William Law, de Jane Lead, de Swedenborg, de Louis-Claude de Saint-Martin, de Eckartshausen; no pretendemos ofrecer aquí una lista completa, limitándonos a citar algunos nombres entre los más conocidos.
Ahora bien, la organización que se intitula actualmente «Sociedad Teosófica», de la que entendemos ocuparnos aquí exclusivamente, no depende de ninguna escuela que se vincule, ni siquiera indirectamente, a alguna doctrina de este género; su fundadora, Mme Blavatsky, pudo tener un conocimiento más o menos completo de los escritos de algunos teósofos, especialmente de Jacob Boehme, y pudo sacar de ellos ideas que incorporó a sus propias obras, junto con una multitud de otros elementos de las procedencias más diversas, pero eso es todo lo que es posible admitir a este respecto. De una manera general, las teorías más o menos coherentes que han sido emitidas o sostenidas por los jefes de la Sociedad Teosófica, no tienen ninguno de los caracteres que acabamos de indicar, excepto la pretensión al esoterismo; se presentan, falsamente, por lo demás, como teniendo un origen oriental, y si se ha juzgado bueno agregarles desde hace un cierto tiempo un seudocristianismo de una naturaleza muy peculiar, por eso no es menos cierto que su tendencia primitiva era, al contrario, francamente anticristiana. «Nuestra meta, decía entonces Mme Blavatsky, no es restaurar el hinduismo, sino barrer al cristianismo de la faz de la tierra»(1)
¿Han cambiado las cosas tanto desde entonces como podrían hacerlo creer las apariencias? Al menos es lícito desconfiar, al ver que la gran propagandista del nuevo «Cristianismo esotérico» es Mme Besant, la misma que exclamaba antaño que era necesario «ante todo combatir a Roma y a sus sacerdotes, luchar por todas partes contra el cristianismo y arrojar a Dios de los Cielos»(2). Sin duda, es posible que la doctrina de la Sociedad Teosófica y las opiniones de su presidenta actual hayan «evolucionado», pero es posible también que su neocristianismo no sea más que una máscara, ya que, cuando se trata de semejantes medios, es menester esperarse todo; pensamos que nuestra exposición mostrará suficientemente cuan erróneo sería atenerse a la buena fe de las gentes que dirigen o inspiran movimientos como éste que tratamos.
Sea lo que sea de este último punto, desde ahora podemos declarar claramente que entre la doctrina de la Sociedad Teosófica, o al menos lo que hace las veces de doctrina en ella, y la teosofía en el verdadero sentido de esta palabra, no hay absolutamente ninguna filiación, ni siquiera simplemente ideal. Así pues, se deben rechazar como quiméricas las afirmaciones que tienden a presentar a esta Sociedad como la continuadora de otras asociaciones tales como la «Sociedad Filadelfiana», que existió en Londres hacia fines del siglo XVII(3), y a la que se pretende que perteneció Isaac Newton, o de la «Confraternidad de los Amigos de Dios», de la que se dice que fue instituida en Alemania, en el siglo XIV, por el místico Jean Tauler, en quien algunos han querido ver, no sabemos muy bien por qué, a un precursor de Lutero(4). Estas afirmaciones están quizás menos fundamentadas, y esto no es decir poco, que aquellas por las que los teósofos intentan vincularse a los neoplatónicos(5), bajo pretexto de que Mme Blavatsky adoptó efectivamente algunas teorías fragmentarias de estos filósofos, por lo demás, sin haberlos asimilado verdaderamente.
Las doctrinas, en realidad completamente modernas, que profesa la Sociedad Teosófica, son tan diferentes, bajo casi todos los aspectos, de aquellas a las que se aplica legítimamente el nombre de teosofía, que no se podrían confundir las unas con las otras más que por mala fe o por ignorancia: mala fe en los jefes de la Sociedad; ignorancia en la mayoría de los que los siguen, y también, es menester decirlo, en algunos de sus adversarios, que, insuficientemente informados, cometen el grave error de tomar en serio sus aserciones, y de creer, por ejemplo, que representan a una tradición oriental auténtica, mientras que no hay nada de eso. La Sociedad Teosófica, como se verá, no debe su nombre más que a circunstancias completamente accidentales, sin las cuales habría recibido una denominación completamente distinta: sus miembros igualmente, no son en modo alguno teósofos, sino que son, si se quiere, «teosofistas». Por lo demás, la distinción entre estos dos términos, «theosophers» y «theosophits», se hace casi siempre en inglés, idioma en el que la palabra «theosophism», para designar la doctrina de esta Sociedad, es de uso corriente; ella nos parece suficientemente importante como para que sea necesario mantenerla igualmente en francés, a pesar de lo que pueda tener de inusitado, y es por eso por lo que hemos tenido que dar ante todo las razones por las que hay en eso algo más que una simple cuestión de palabras.
Hemos hablado como si hubiera verdaderamente una doctrina teosofista; pero, a decir verdad, si se toma la palabra doctrina en su sentido más estricto, o incluso si se quiere designar simplemente con eso algo sólido y bien definido, es menester convenir que no la hay. Lo que los teosofistas presentan como su doctrina aparece, según un examen un poco serio, como lleno de contradicciones; además, de un autor a otro, y a veces en un mismo autor, hay variaciones considerables, incluso sobre puntos que son considerados como los más importantes. Bajo este aspecto se pueden distinguir sobre todo dos períodos principales, que corresponden a la dirección de Mme Blavatsky y a la de Mme Besant. Es cierto que los teosofistas actuales intentan frecuentemente disimular las contradicciones interpretando a su manera el pensamiento de su fundadora y pretendiendo que al comienzo se la había entendido mal, pero el desacuerdo no es por eso menos real. Se comprende entonces sin dificultad que el estudio de teorías tan inconsistentes no pueda ser separado apenas de la historia misma de la Sociedad Teosófica; es por eso por lo que no hemos juzgado oportuno hacer en esta obra dos partes distintas, una histórica y otra doctrinal, como habría sido natural hacerlo en cualquier otra circunstancia.
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