Reflexiones sobre los servicios sociales




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DIARIO DE UN EDUCADOR

-Reflexiones sobre los servicios sociales-
Sera Sánchez Rodríguez

8 de febrero de 2003
En un restaurante de Sabadell, mi novia M. también educadora social, ha pedido, carnívora ella, costillas de cordero. Yo, vegetariano a tiempo parcial, lasaña de espinacas. Para que la espera sea menos dura nos traen unas olivas de esas pequeñitas, más hueso que carne, más distracción que alimento pero tan deliciosas, (¿o será el hambre?) que antes de que el camarero vuelva habremos dado buena cuenta de ellas.

Hablamos, a pesar de la prohibición implícita de mencionar el trabajo en nuestro tiempo libre, de las últimas incidencias laborales.

Mientras saboreo un buen vaso de vino tinto, le comento que voy a iniciar un diario. Un diario que recoja reflexiones sobre la profesión de educador social. El vino ha hecho su efecto, es evidente.

De pronto aterrizo de nuevo en la realidad del restaurante. La lujuria, disfrazada de camarero, se acerca con las viandas que nos garantizan un instante de felicidad.

- ¡Ya basta de hablar de trabajo! -decimos M y yo al unísono. Es hora de abandonarse al Rioja y la buena compañía.

15 de febrero

Por la mañana:

Acabo de leer dos libros magníficos: Diarios de Arcadi Espada y Últimas noticias sobre el periodismo de Furio Colombo. Es interesante ver las aplicaciones a nuestra disciplina de ambos textos. Resulta sugestivo y hasta higiénico abrir las ventanas a otras disciplinas como la historia, la filosofía y, porque no, el periodismo. Dejar de ser endogámicos por un instante. Airear una casa demasiado viciada de psicología.

En un capítulo de su libro, Colombo nos habla de la mítica y mágica línea fronteriza que separa los hechos de las opiniones. Hablando del buen periodista dice: “…cuando no es posible ofrecerlas (las fuentes de la noticia) no se admite el engaño, sino que se acepta y se respeta, al mismo tiempo, el “no comment”, o sea: “no puedo decir por ahora cómo han ido realmente las cosas, pero no por eso miento. La verdad existe y la diré más adelante”.

También Arcadi Espada abunda en su ensayo en el mismo punto. El respeto hacia los hechos. La separación entre verdad y opinión.

Cuando “investigamos” a usuarios, familias, comunidades deberíamos ser un poco más periodistas y menos policías. Buenos periodistas, claro. De los que contrastan fuentes, comprueban datos, etc. En fin, de aquellos interesados en la verdad.
25 de febrero

A propósito de la verdad. Hay una posición que a mi me resulta irritante entre muchos colegas de la profesión. Han hecho de la definición de que no hay verdades absolutas su imperativo categórico. “No existe la verdad”, “cada uno tiene su verdad”, dicen. Así que, si cada uno tiene su verdad, no hace falta discutir y argumentar. ¿Para que? Tú tienes tu verdad y yo la mía y todos tan contentos. La tolerancia llevada al extremo más paralizante: Lo políticamente correcto.

Intentar convencer al otro con mejores argumentos está mal visto. He tenido interlocutores indignados diciéndome: ¿no me estarás intentando convencer? Como si de un crimen se tratara.

Por lo visto hay que “tolerar” todas las ideas por absurdas que sean. De esta forma abonamos un campo donde las teorías y las prácticas más trasnochadas campan a sus anchas. El peaje que pagamos es importante. Basta observar nuestro léxico: pre-delincuente, riesgo social, familia desestructurada, etc. Un léxico profesional que pide a gritos una revisión, cuando no una cuarentena.

Son las consecuencias de un cierto relativismo postmoderno para el cual cualquier intento de objetividad es siempre una convención social.

Si Dios ha muerto, como anunció Nietztsche, y la verdad no existe, como dicen los posmodernos, solo nos queda el nihilismo.

Abandonémonos, pues, a la astrología, lo esotérico, el azar. Frente al rigor, la brujería. Frente al esfuerzo, el tarot. Contra la pedagogía, el zodiaco. Plantémonos, ¿porque no?, en la bondad suprema. Volvamos a nuestro origen.
No tengo nada en contra de cualquier creencia personal por muy irracional, mística y alternativa que esta sea. Y mucho menos si hace un poco más confortable nuestra vida. No soy anti de nada. Lo único que defiendo es un poco de rigor cuando se trata de trabajar con la suerte de los demás.

No te confundas. No estoy aquí haciendo una defensa del discurso único. Si hay algo por lo que merezca ser vivido este mundo es por la pluralidad, la mixtura, lo complejo. Se trata sólo de reconocer, como dice Savater, que hay verdades que son más verdades que otras.
Más tarde:

En este punto recomiendo la lectura del libro Raval: del amor a los niños de Arcadi Espada. El periodista explica lo sucedido en el año 1997 a raíz de la desmantelación de una supuesta red de pederastia. Supuesta porque nunca existió. A.Espada desmonta uno a uno los informes, investigaciones y artículos de periodistas, psicólogos, policías y servicios sociales que llevaron a muchos inocentes a la cárcel y al repudio social. Especialmente patéticos resultan algunos “informes” de los que el llama protectores de la infancia (o sea nosotros) repletos de obviedades, faltos de rigor y basados más en el rumor que en los hechos. Repito, resulta un ejercicio sano de lo que no se debe hacer nunca.
1 de marzo

Leo a Salvador Paniker. Es un filósofo que seduce. El define a Fernando Savater como un filósofo racionalista excelente (yo también lo creo) aunque lo acusa, en cierto modo, de no querer ir “más allá”. Ese “más allá” se refiere a lo místico (que no religioso) que tanto le gusta visitar a Paniker.

Este autor practica una filosofía, a caballo entre oriente y occidente, hecha a su medida. Su areté. El arte de vivir.

Seria interesante que cada persona tuviera unas referencias filosóficas con las que leer un mundo diferente al que le viene dado. Tomar distancia con la familia, la tierra, lo cercano, lo propio. Coger carrerilla y saltar hacia lo desconocido. Un arte de vivir.

Uno, de paso, reconoce sus filias. Savater: lo racional. Paniker: lo místico (que no religioso). Ambos: La lujuria de vivir. Café y vino.
13 de marzo

Co-mediación (trabajadora social y yo) entre dos alumnas de un IES con problemas de relación. Todo funciona bien. Siguiendo alguna de las pautas que nosotros sugerimos, las alumnas se ponen en el lugar del otro, respetan los turnos de palabra y buscan un acuerdo que antes parecía imposible.

Por un momento la técnica hace su efecto.

Por un momento creo que está es una de las mejores profesiones del mundo. Por un momento, a pesar de todo.
21 de marzo

No se ha hablado lo suficiente sobre el horroroso café (sin azúcar, dulce, muy dulce, con leche, con mucha leche, sin leche) de las máquinas del trabajo. Ese vaso de plástico, ese sabor dulzón de agua recalentada, esa espuma ficticia te puede estropear el día. Una bomba líquida con daños colaterales.

Hace unos días, alrededor de esa máquina de café, en un descanso de un curso de formación, algunos colegas hablamos del problema de la falta de reconocimiento hacia nuestra profesión por parte de médicos, profesores, políticos, psicólogas (y porque no, pienso yo, también de electricistas, bomberos, albañiles y hasta del propio Calimero que el si que era, pobre, un incomprendido). La queja me suena a sabida y, aunque la entiendo, me aburre soberanamente.

“No nos entienden”, “nos dicen lo que tenemos que hacer”, “solo nos derivan lo que quieren”, bla, bla, bla. En definitiva, son malos. Malísimos.

En fin, es un problema de autoestima. La percepción del otro hacia nosotros cambiará en el momento en que nos aceptemos y hagamos respetar nuestra voz. También cuando empecemos a hablar de nuestra profesión en positivo.

Se que se están haciendo proyectos innovadores de educación social pero, vaya usted a saber porque, cuando se encuentra uno en estos cursos lo único que se transmite es la queja. Parece hasta de mal gusto decir que a uno las cosas le van razonablemente bien.

La queja. Adoptar el mismo rol que nuestros usuarios. El problema, como siempre, está en nosotros. Claro que siempre le podemos echar la culpa al café, que seguro que no dice ni pío.
9 de abril

Un caso de violencia domestica. Estamos agotados. Y no precisamente por estar al lado del drama humano que nos ha tocado lidiar. Me agota la incompetencia: la falta de centros de urgencia, la falta de plazas, el laberinto judicial.

El caso de los juzgados es de juzgado de guardia. Se marea a la víctima, de un piso a otro, en una maraña burocrática difícil de soportar. Solo estando muy avezado en el tema y si no eres un mal pensado como yo, llegas a intuir que, tal vez, en realidad, a pesar de todo y aunque no lo parezca te están protegiendo.

Lo que más me molesta no es la equivocación. En nuestro trabajo las demandas cambian a velocidad de vértigo y a menudo tenemos que improvisar las respuestas. Es normal equivocarse. Es humano. Lo que me saca de quicio es la incompetencia elevada a norma institucional.
12 de abril

Un diario expone demasiado al que lo escribe. En mi caso porque gran parte de las críticas a la profesión son, en el fondo, autocríticas. Queda el consuelo de que una vez expuesto todo no vuelva a caer en los mismos errores.
16 d’abril

El ministro de educación francés Luc Ferry anuncia una reforma del sistema educativo apoyada en los valores de la tradición, el mérito y el trabajo, muy crítica con el legado de mayo del 68. Contra la acción, reacción.

Algunos confundieron la renovación pedagógica con el “laissez faire” y las consecuencias son estas: más mano dura.

¿Por qué no hacer el esfuerzo en situarse en un término medio? ¿No trata de eso, la educación? Creatividad/innovación/ diversión, versus, trabajo/ tradición/ autoridad.

Malos tiempos para la lírica, me temo.
17 de abril
Este no será un diario al uso, es evidente. Mi tendencia al “picoteo” intelectual dificulta un mínimo de orden.

Jean Bricmont i Alan Sokal son dos profesores de física estadounidenses que en 1997 armaron un importante revuelo con su libro Imposturas intelectuales. En el denunciaban, en clave de sátira, el uso intempestivo de la terminología científica y las extrapolaciones abusivas de las ciencias exactas a las ciencias humanas, por parte de intelectuales como Lacan , Deleuze y otros. Intelectuales, por cierto, muy en boga entonces en los EEUU.

Es interesante ver como desgranan párrafos enteros de estos autores demostrando que, a veces, detrás de un texto complejo plagado de referencias a la física y la matemática y sus correlaciones con las teorías humanas, se esconde un inmenso vacío pretencioso.

No he creído nunca que un texto tenga que ser necesariamente “fácil” al lector. Pero uno ya había sospechado cierta impostura en algunos autores que hacen pasar por profunda su escritura críptica, obscura e ininteligible.

No es de extrañar que estos intelectuales tengan, más que lectores, discípulos adeptos poco dados a criticar al maestro. Hacen de su doctrina una cuestión de fe.
Más tarde:

Me preparo un café de verdad en casa. Como no fumo, mientras escribo me conformo con la taza humeante a mi lado. Esta imagen (la taza, el ordenador y yo) me parece la aproximación más cercana al escritor maldito. Lástima que sea café con leche.

Leo el párrafo anterior. Los “discípulos” a los que me refería anteriormente utilizan muy a menudo el argumento de autoridad.

Es decir, una teoría no se sostiene tanto por sus fundamentos y su argumentación sino por el nombre de quién la sustenta. Al contrario que en la ciencia, donde cualquier advenedizo puede proponer una teoría nueva si es capaz de demostrarla.

Son las “vacas sagradas”. Uno puede quedar paralizado ante el peso del que sostiene tal teoría. Incapaz de la réplica, la duda.

En nuestro ámbito el gran tótem que en los últimos tiempos está dirigiendo todas nuestras acciones socio educativas es el modelo sistémico. Los “discípulos” de este nuevo orden lo aplican monolíticamente, sin fracturas. Ante cualquier duda de su fe, echan mano de sus “vacas sagradas”. O más bien tendría que decir echamos pues yo soy uno de ellos. Pero ¿entonces?. Entonces es que echo de menos una crítica a la teoría sistémica, un cuestionamiento de sus fundamentos. Si acaso, como ejercicio saludable. También como única forma de evolución.
18 de abril

El siglo XX fue uno de los momentos más violentos de la humanidad. Dos guerras mundiales y un epílogo vergonzoso en los Balcanes. El siglo XXI ya tiene, en Irak, un épico prólogo.

Después de estos episodios de imbecilidad humana, de violencia sin límites, espero no volver a oír más el tópico de que los jóvenes de “hoy en día” no tienen valores y son más violentos o menos educados que “los de antes”.

Aquella violencia desatada, aquella crueldad fueron urdidas por esos jóvenes “de antes” cuando ya no lo eran tanto. Eso si, parece que habían sido muy bien educados.

¿Será que siempre se tiende a idealizar la propia generación? ¿Será en el fondo un canto a nuestra juventud perdida? ¿Será el café?

19 de abril

En una reunión entre educadores, hace una semana, sale a colación el tema de la derivación y la necesidad de un buen protocolo. En algunos temas uno tiene la sensación, por muchos años que lleve en la profesión, de que hay temas que vuelven y vuelven y vuelven a volver. El eterno retorno Nietzschiano.

En nuestra EBASP hemos solucionado el tema: intentamos no hablar de derivación. Lo hemos sustituido por el trabajo en red. Cuando alguien detecta un caso (la escuela, el pediatra, nosotros) este se discute en un equipo multidisciplinar (profesoras, educador, trabajadora social, médicos, psicólogas). Como nadie “deriva” el caso (porque se trata como un problema a pensar entre todos) tampoco nadie se lo “queda”.

No nos esforzamos sesudamente en pensar si un caso es social o no lo es (etiqueta que sirve para que la institución de turno te pase el muerto) porque todos los casos lo son. Desde este punto de vista, el abordaje también tiene que implicar a todos los agentes sociales que sean necesarios.

Trabajo en equipo que no definimos como el lugar donde todo el mundo hace de todo sino, al contrario, donde cada disciplina habla de lo propio y asume lo que le compete.

Si, ya se, no hemos inventado nada nuevo. La única diferencia que aportamos es que nos lo creemos y llevamos a la práctica.

Este funcionamiento, que parece sencillo, nos ha costado años de trabajo con los demás profesionales y, sobre todo, un convencimiento de que era la única forma de respetarnos a nosotros mismos y a nuestro trabajo.

También ha sido posible porque el binomio trabajadora social/educador ha funcionado correctamente. Tengo unos excelentes compañeros y compañeras que tiran por tierra el ya irritante y tópico enfrentamiento secular entre dos profesionales que estamos condenados a entendernos.
Más tarde:

A propósito de la derivación. Cuando derivamos (ahora si) al sujeto a un recurso y este finalmente va, opera en nosotros una suerte de tranquilidad. Parece que algo se está consiguiendo. X, por fin, vuelve al redil.

Esta plácida y benefactora sensación no obedece tanto a los supuestos beneficios que el recurso en si le pueda ofrecer (ya sea un centro de salud mental, un curso, una terapia, etc.) sino a la certeza de que por fin estamos consiguiendo algo tangible con el sujeto: que coja el autobús todas las mañanas para ir al recurso o que levante su pesado cuerpo de la cama.

En más de una reunión he visto como valorábamos como altamente positivo el que el sujeto X vaya al recurso P aunque todos pensábamos, pero no decíamos, que P tampoco ofrecía gran cosa a X.

Trabajamos con una cosa tan perecedera y volátil como la palabra. La nuestra y la del usuario. Oír, mirar, hablar. Parece tan efímero, tan irreal, tan poca cosa. Uno, en el fondo, piensa si sirve de algo todo esto.

Los cambios son exasperadamente lentos, así que la derivación al recurso opera como la prueba de que algo se consigue por fin. Algo palpable, observable, físico: ¡El sujeto se mueve!

Este hecho, aunque no el único, es uno de los motivos por los cuales se vacía de contenido el trabajo educativo que puede hacerse en atención primaria. Se acaba siendo una especie de gestor cuyo encargo radica en enviar al sujeto al recurso más adecuado. La máxima efectividad está, entonces, en que el sujeto, finalmente, acuda al recurso, aunque sea a regañadientes.

Es normal que si nosotros mismos no creemos en nuestro trabajo los demás (profesores, médicos) nos pidan cuentas solo de si tal sujeto está yendo o no al recurso de marras. De nuevo, únicamente, policías. Control social puro y duro.

Eso cuando las demandas de las instituciones no son tan variopintas como intentar cobrar una deuda económica que el sujeto ha contraído con ellos (ya sean libros o alquileres impagados).

Una nueva redefinición de la profesión: El cobrador del frac.
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