Liderazgo Gedeón




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X —Timoteo; un pastor


Veinticuatro veces figura el nombre de Timoteo en el Nuevo Testamento. Quiere decir, “honrando a Dios”. Un examen del contexto donde se menciona su nombre nos proporciona un marco razonablemente comprensivo de su vida y obra.

Era oriundo de Listra, en Liconia en el sur de Galacia. Parece que había un problema en el hogar, por cuanto su padre era griego y su madre judía. Timoteo no había sido circuncidado conforme a la ley judaica. Aparte de esta mención, nada se dice de su padre. Pero su madre y su abuela, Eunice y Loida, eran damas piadosas, y Timoteo fue criado en la disciplina y amonestación del Señor. En 2 Timoteo 3.15 Pablo le hace recordar que desde la niñez (brephous —un nene) él conocía las Sagradas Escrituras, “las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”.

No contamos con detalles de su conversión, pero Pablo le llama su “verdadero hijo en la fe”, 1 Timoteo 1.2. Le recuerda también de sus padecimientos en Antioquía, Iconio y Listra, refiriéndose a Hechos 14.6 al 23 durante su primer viaje misionero, cuando se formó la asamblea en el pueblo donde Timoteo vivía. Fue en esa ocasión que Timoteo recibió a Cristo. ¡Fue la combinación de un hogar piadoso y una vigorosa campaña evangelística que le trajo a Cristo!

Al cabo de unos cinco años Pablo regresó a Listra, en su segundo viaje, y en­cuentra que Timoteo ha crecido y madurado espiritualmente. No sabemos con seguridad, pero pensamos que tenía 20 años de edad. Se dice que:

  • Era discípulo

  • Era bien visto por los hermanos en Listra e Iconio; o sea, en su propio pueblo y en otro del distrito.

  • Pablo deseaba que le acompañara

  • Le circuncidó para facilitar su acceso a los judíos que había en aquellas partes, ya que sabían que su padre era griego.

Servicio y carrera


Pablo fue usado en el llamamiento de Timoteo, así como Elías en el de Eliseo. Es casi seguro que el joven haya tenido su propia carga y ejercicio ante el Señor, pero Dios empleó a su siervo Pablo para llevar el asunto a fruición. Esto sucede a menudo en nuestros días. Un hombre mayor, espiritual y de buen discernimien­to, ve que uno menor está desarrollándose en lo espiritual, y le sugiere dedicarse a tiempo completo a la obra del Señor. Esto tiene precedente bíblico en Pablo y Timoteo.

Dos veces leemos de la imposición de manos, pero con preposiciones diferentes. En
2 Timoteo 1.6 Pablo dice: “Te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos”. Debemos llevar en mente que Pablo era un apóstol, con autoridad única del Cristo resucitado. ¡Están parados sobre un fundamento excesivamente débil aquellos que opinan que existe en estos tiempos la sucesión apostólica y la autoridad de conferir dones espirituales! De nuevo, leemos en 1 Timoteo 4.14: “No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio”. Aquí se trata sencillamente de comunión, sin ninguna idea de ordenación. Los ancianos estaban expresando amor y beneplácito con el hecho de que Dios le había llamado a la obra.

Servicio posterior


Si Timoteo tenía aproximadamente 20 años cuando se asoció con Pablo, y Pablo unos 45 años, quiere decir que había una diferencia de 25 en sus respectivas edades. Si a Pablo le quitaron la vida a los 65 años, los dos habrán trabajado juntos a lo largo de veinte años.

Sabemos algo del carácter y modo de ser de éste que es el único en el Nuevo Testamento que se cataloga como “varón de Dios”. Era sensible y tímido, y varias veces leemos de sus lágrimas. No gozaba de muy buena salud; Pablo habla de sus frecuentes enfermedades. Dos veces se le exhorta no avergonzarse; era un hombre que precisaba de otro que le animara.

Le encontramos ocupado en cuatro tipos de ministerio:

1. Un ministerio de consuelo en Tesalónica; 1 Tesalonicenses 3.1 al 6.

Pablo había estado en Tesalónica por relativamente poco tiempo cuando se formó la asamblea; Hechos 17.1 al 9. Tuvo que salir apresuradamente debido a la persecución, y algunos creyentes murieron antes que él escribiera a la iglesia. Hacía falta quien les instruyera y consolara, y Timoteo resultó ser la persona idónea. Su ministerio fue de un todo exitoso, y su informe a Pablo sobre esta visita trajo regocijo al corazón del apóstol; 1 Tesalonicenses 3.7 al 9.

2. Un ministerio de corrección en Corinto; 1 Corintios 4.17

Ninguna asamblea le causó tanto dolor de corazón a Pablo como la de Corinto. Había problemas tanto morales como doctrinales, además de una tendencia hacia la división. Era gente orgullosa y jactanciosa de su conocimiento y don espiritual. Criticaban a Pablo, el hombre que les había traído el evangelio, y aun insinuaban que no era apóstol con los credenciales del caso.

Timoteo tenía por delante una tarea difícil al acercarse a esta gente altanera, y Pablo se vio obligado a escribirles, al final de la primera epístola: “Si llega Timoteo, mirad que esté con vosotros con tranquilidad, porque él hace la obra del Señor así como yo”. Pero aparente no fue exitosa su misión; él no era el tipo de hombre para tratar aquella situación. Posteriormente, Pablo despachó a Tito, posiblemente un hombre mayor y de carácter fuerte, y al cabo de tres visitas éste tuvo mayor éxito en la restauración de la asamblea.

3. Un ministerio de consolidación en Éfeso, 1 Timoteo 1.3.

Él tuvo que exigir a cierta gente que no enseñara una doctrina diversa. Esta iglesia había contado con el privilegio de ministerio de parte de Apolos, de Aquila y Priscila, de Pablo, y más adelante del apóstol Juan, pero algunos estaban introduciendo prácticas y enseñanzas legalistas. En estas epístolas pastorales encontramos varias veces vocablos como la fe, la Palabra, sana doctrina.

La misión de Timoteo fue la de contrarrestar las “fábulas de viejas” con ense­ñanza sana y una cuidadosa exposición de las Escrituras. No hay nada en la Epístola para apoyar la idea que iba como obispo o pastor de la iglesia local. Había una pluralidad de ancianos en Éfeso; Hechos 20.17. Timoteo llegó sencillamente como un ministro de la Palabra para refrenar y corregir una condición.

4. Un ministerio de compañerismo en Roma, 2 Timoteo 4.9,21

Pablo había llegado al final de una vida de labores por el Señor y sabía que pronto iba a soltar la tea de testimonio. Resumió su servicio en palabras muy citadas: “Yo estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”.

Procede a mencionar dieciocho nombres, algunos de leales consiervos, otros de los que le han abandonado y otros que ya eran enemigos. Agrega patéticamente: “Sólo Lucas está conmigo”. ¡Querido, leal Dr. Lucas! Pero por encima de esto él anhela la presencia y compañerismo de su querido amigo Timoteo: “Procura venir pronto a verme”. Al venir, dice, que traigas el capote que está en Troas, ya que en este calabozo frío hace falta algo para el cuerpo. Pero, de mayor impor­tancia, los pergaminos, ya que quiero algo para la mente.

Pero, ¡Oh, Timoteo! Te quiero a ti para mi corazón y afectos. “Procura venir antes del invierno”. ¿Nos atrevemos a pensar que en aquel funesto día fuera de la ciudad de Roma, cuando la espada libró ese espíritu de su agotado cuerpo, dos de sus íntimos amigos —Lucas y Timoteo— estaban con él hasta el final?

La vida y obra de Timoteo ofrecen un excelente ejemplo y gran estímulo a los que realizan una obra pastoral entre el pueblo de Dios. Es grande la necesidad de hombres con amor por Cristo y corazón de pastor. Pablo y Timoteo son un ejemplo perfecto de lo que debería ser la relación entre el mayor y el menor. Si imitáramos el patrón, desaparecería la brecha generacional.

Conclusión


Hemos considerado diez hombres que Dios llamó y capacitó para dedicarse al servicio suyo. Las Escrituras dan amplios detalles acerca de cada uno. Vivían en diferentes épocas de la historia humana y diferían grandemente en antecedentes y educación según el mundo.

Ahora debemos indagar si había algo común a todos ellos. ¿Cuál fue el denomi­nador común que los inspiró y sostuvo en su obra para Dios? ¿Los principios que gobernaron sus vidas son relevantes en nuestro tiempo? Estas preguntas son importantes y exigen que las contestemos.

Si bien hemos empleado el vocablo hombres, tengamos claro que los mismos principios aplican a las damas. Le toca a la mujer cristiana desempeñar un papel importante en la esfera que a Dios le ha complacido asignarla.

1. Primeramente y ante todo, Dios es soberano en su elección de quiénes llamar. Le complace sobremanera tomar material que parece ser poco prome­tedor, para moldear y pulirlo según su divino designio.

2. Él habla y se revela a cada cual individualmente en lo secreto de su pre­sencia. Se podría preguntar cómo habla a sus hijos hoy día y cómo los llama. No es por visión y voz al estilo de los tiempos de antaño, ni por voz profética como en Hechos 13. Él habla por su Palabra. La está empleando en el llamamiento al servicio, así como en el llamamiento a la salvación y el llamamiento al sacrificio.

3. El Señor siempre prepara su instrumento. Muchas veces es un proceso largo: en el caso de Moisés, ochenta años; Juan el Bautista, treinta; Pablo, diez. Aun nues­tro Señor pasó treinta años en Nazaret, fuera del ojo del público. La etapa preparatoria no es tiempo mal gastado.

4. Los que llamó eran idóneos para el ministerio que Él tenía en mente. No eran estacas cuadradas a ser metidas a juro en huecos redondos. Contaban con cualidades humanas y espirituales para la tarea por delante.

5. Tenían una pesada carga y gran ejercicio por la necesidad de su época y eran varones de oración. En nuestros tiempos mora adentro el Espíritu de Dios quien crea esa carga y nos guía paso a paso.

6. El sello de la bendición divina estaba sobre sus labores.

7. Su llamamiento siempre fue a una determinada obra y no simplemente a ir a cierta localidad. Es cierto que Abraham fue llamado a viajar a un país nom­brado, pero su obra fue la de demostrar el principio de la fe en su vida.

Hacemos hincapié en el principio de buscar el consejo de personas espirituales que conocen la Palabra de Dios. Todavía hay seguridad en la multitud de con­sejeros; Proverbios 11.14.

Cuando coinciden estos siete principios en la vida de un algún creyente en particular, podemos estar seguros de que Dios está hablando y tiene para aquella persona una obra que debe emprender.

¡Que Él levante servidores suyos con estas cualidades!

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