Liderazgo Gedeón




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V — Isaías; el principio de la santidad


El descubrimiento en 1947 de los pergaminos cerca del Mar Muerto fue un acontecimiento sobresaliente en la arqueología. W.F. Albright lo llama el mayor hallazgo arqueológico de manuscritos en tiempos modernos. Entre ellos hubo dos ejemplares de la profecía de Isaías, uno completo y en la antigua escritura hebrea. El segundo contiene casi un tercio del texto. Fueron copiados en el año 100 a.C. o antes y se parecen muchísimo al texto que figura hoy día en nuestras Biblias. El descubrimiento ha generado un interés renovado en el estudio de este hermoso libro profético. Los pergaminos se guardan en una estructura singular en Jerusalén llamado el Relicario del Libro.

La vida y ministerio de Isaías abarca aproximadamente setenta años, 750 hasta 680 a.C. Era contemporáneo de cinco reyes de Judá: Uzías, Jotam, Acaz, Ezequías y Manasés. Algunos de ellos eran buenos y otros malos. Manasés en particular era hombre impío, viviendo poco antes del cautiverio babilónico en 586 a.C.

Isaías era hijo de Amós (a quien no hay que confundir con el profeta del mismo nombre) y según la tradición estaba vinculado a la casa real de Judá. Se ha dicho que su libro es la Biblia en miniatura. La Biblia consta de sesenta y seis libros: treinta y nueve en el Antiguo Testamento y veinte y siete en el Nuevo. Isaías a su vez consta de sesenta y seis capítulos, divididos entre treinta y nueve que están en paralelo con la enseñanza del Antiguo Testamento y los capítulos 40 al 66 que están en paralelo con la doctrina del Nuevo Testamento.

Esta segunda parte comienza con el ministerio de Juan el Bautista y termina con los cielos nuevos y tierra nueva. En el centro está el capítulo 53 que describe en detalle profético el nacimiento, rechazo, muerte, sepultura y gloriosa resu­rrección del Mesías. El tema de la segunda parte es el Siervo de Jehová. En lenguaje por demás hermoso, se presenta el advenimiento del Mesías en humi­llación y su reino espléndido por venir.

El llamamiento de Isaías


Él fue llamado en el año que murió Rey Uzías. Según 2 Crónicas 26.20, ese rey fue castigado con lepra por haber tenido la osadía de entrar en el templo para ofrecer incienso. Fue el pecado de orgullo y presunción. Fue el pecado de Nadab y Abiú, Levítico 10.1 al 3. Uzías había reinado cincuenta y dos años y era de los reyes de Judá el más poderoso y capaz. Era militar, estadista, agrónomo e inventor. La ciencia y estrategia dieron estabilidad a su trono, pero el pecado lo vació.

Habiendo sentido el golpe de este desastre siete años después cuando el rey murió, Isaías es llevado a la presencia de Dios y ve la visión de su santidad y majestad. La visión del capítulo 6 consiste en:

  • una visión del trono, 6.1 al 4

  • el procedimiento ante el altar, 6.6 al 8

  • el reto y la comisión, 6.9 al 13

El trono


Isaías fue trasladado en espíritu de una escena de lepra y contaminación a una de santidad inmarcesible. Se asocian con el trono:

  • Jehová, Adonai. Una comparación con Juan 12.41 (“Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él”). y Hechos 28.25 (“Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías …”) hace ver que se trata del Dios trino.

  • El trono alto y sublime. Compárense Isaías 52.13 (“Mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto”), Filipenses 2.9 (“Dios también lo exaltó hasta lo sumo”). y Efesios 1.21 (“… sobre todo principado y autoridad …”).

  • Fue en el templo que pecó Uzías, y aquí la santidad y gloria divina se manifiestan
    en él.

  • Los serafines eran guardianes del trono, contando con cuatro alas para reverencia y adoración, además de dos para servicio. Claman: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”.

  • La casa se llenó de humo, tal vez la nube de gloria de la cual leemos en 2 Crónicas 5.13 y Ezequiel 10.4. Justicia y juicio son el cimiento de su trono, Salmo 97.2.

El altar


A consecuencia de esta visión espantosa del trono y la santidad divina, Isaías exclama: “¡Ay de mí!”

Seis veces había empleado la expresión en los cinco capítulos anteriores, refiriéndose a otros. Su primer ay fue dirigido a los mercaderes que monopo­lizaban los bienes raíces para sí. El segundo fue para el ebrio y el que vivía en deleites, y el tercero contra los que pervertían el derecho. Los últimos dos ayes cayeron sobre aquellos que seguían las enseñanzas de éstos. Isaías emplea lenguaje fuerte al condenar a estos pecadores.

Pero a la luz del trono y en la presencia de Dios, exclama: “¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos”. Se ve cual leproso en medio de leprosos. Varones como Moisés, Job, David, Pedro y Pablo tuvieron esta experiencia, y es un requisito para todo siervo a quien Dios llama a realizar su obra.

Entonces voló hacia él uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido tomado del altar. Tocó los labios de Isaías con ese carbón, y le dijo: “Es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”. No se trata del altar de oro con su incien­so, sino del altar de cobre para el sacrificio, donde se derramaba la sangre. El altar es la respuesta al trono.

El reto y la comisión


Convicto, confeso y limpio, recibe el llamado: “¿A quién enviaré [yo], y quién irá por nosotros?” Obsérvense el yo singular y el nosotros plural. Es el Dios Trino que llama, y tan sólo aquellos que han tenido la experiencia de Isaías pueden responder: “Heme aquí, envíame a mí”.

Hubo primeramente la visión, luego la voz, y ahora la voluntad. Ahora Isaías está en condiciones de recibir su comisión. Se le asigna un ministerio por demás difícil: “Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad”.

Se trata de un ministerio de endurecimiento y ceguera judicial, el cual afec­taría el corazón, oído y visión de los oyentes. La corrupción fluye del corazón a los oídos y ojos, pero de éstos la sanidad alcanza el corazón, Romanos 10.17.

Este gran pasaje dispensacional fue cumplido en primera instancia en el destierro babilónico de Israel y Judá, como Moisés había profetizado siglos antes, Deuteronomio 30.18 al 20, 31.13. Se cita el pasaje siete veces en el Nuevo Testamento, y en particular en el contexto de tres ocasiones de crisis:

  • en Mateo 13 y Juan 12.40,41, en el rechazamiento de Cristo de parte de Israel,

  • por Pablo en Hechos 28.25 al 27, cuando dejó a los judíos y se dirigió al mundo gentil al final de su ministerio público, en la gran exposición dispensacional en Romanos 9 al 11.

Al preguntar el profeta por cuánto tiempo debería proclamar a la nación este mensaje de endurecimiento judicial, recibió como respuesta: “Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto; hasta que Jehová haya echado lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de la tierra”. En otras pala­bras, ¡él debe predicar hasta que no haya a quién predicar!

Sería por demás desalentadora esta misión para un hombre brillante como Isaías, poseído de tanta habilidad y habiendo recibido un mensaje glorioso. Nos recuerda de muchos honrados siervos de Dios en tierras musulmanas que han dado sus vidas en servicio abnegado pero con poco o ningún resultado visible. El evangelio es como el calor del sol, derritiendo la cerca pero endureciendo la arcilla; 2 Corintios 2.15.

Pero la comisión termina con un mensaje de aliento; un Dios que guarda su pacto no podría permitir que el mensaje terminara en derrota. Un diezmo, o sea un remanente, volvería del cautiverio. Iba a sobrevivir el germen de vida —la simiente santa— en el tronco del árbol. La mesiánica Simiente Santa, la de la mujer, asegura la perpetuidad de la nación. Una cosa que no permitió que Israel fuese arrancado de un todo, fue la necesidad de preservar la línea de ascenden­cia del Mesías.

Desde este punto en adelante, la misión y el mensaje de Isaías contó con dos polos: una advertencia del juicio que vendría sobre la nación apóstata, y la espe­ranza de una Persona por venir con su misión mesiánica.

Todo el libro de Isaías contiene indicios del profundo y duradero concepto que Isaías tenía de la santidad de Dios, consecuencia de la visión del capítulo 6. Si bien el tema principal es la esperanza mesiánica, a lo largo de su libro él hace hincapié en la necesidad de una vida santa acorde con la santidad divina. Vein­ticinco veces habla del Santo de Israel, doce veces en la primera parte y trece en la segunda, mostrando así la unidad del libro. Solamente seis veces se encuentra este título en todo el resto del Antiguo Testamento.

La tradición es que Isaías murió cual mártir, metido dentro del trono de un árbol hueco y aserrado; véase Hebreos 11.37. Sea auténtica o no esta tradición, los críticos han intentado hacer lo mismo con el libro de Isaías, afirmando que en realidad se trata de dos libros. Pero este gran título de Dios y su tema subya­cente manifiestan que la profecía de Isaías es íntegra y de un todo confiable para el siervo de Dios en nuestros tiempos.
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