Liderazgo Gedeón




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VII — Ezequiel; el principio de la gloria


Ezequiel es el tercero de los profetas mayores. Isaías profetizó antes del cautiverio, Jeremías lo vio en operación; Ezequiel fue uno de los cautivos y profetizó en Babilonia entre los judíos desterrados al lado del río o canal de irrigación Quebar. Isaías habla de la persona del Señor, Jeremías del juicio del Señor y Ezequiel de la gloria del Señor.

Ezequiel era sacerdote y, cual hijo de Buzi sacerdote, era de la familia de Sadok. Fue llevado cautivo junto con el rey Joaquín en 597 a.C., 2 Reyes 24.14. Era casado y poseía casa propia, 8.1. Su esposa murió durante sus veinte años de ministerio —los cuales comenzaron cuando era de la edad de 30 años— pero no le fue permitido endecharla, 24.16 al 18. Su persona y su obra eran señal viva y gráfica al pueblo. Se le mandó acostarse en su lado derecho y luego el izquierdo por 430 días; usaba espada para afeitarse; estuvo mudo por un tiempo; comía pan que había sido elaborado de tal manera que le hacía a él ceremonialmente inmundo. No sólo profetizaba, sino era una lección gráfica de su mensaje.

Hay un paralelo interesante entre las experiencias y ministerio de Juan en la isla de Patmos y las de Ezequiel junto al río Quebar. Ambos tuvieron visiones del trono y la gloria; una vez pronunciados sus juicios, vieron el templo y el río milenarios.

Visión de la gloria


A tres hombres les fue dada la visión del trono y la gloria de Dios: a Isaías, Juan y Ezequiel. El énfasis es diferente en cada caso. Para Isaías, fue el carácter santo del Dios Trino; Juan vio veinticuatro tronos en derredor del trono de Dios y sobre ellos veinticuatro ancianos, vestidos y coronados. Pero la visión mayor fue para Ezequiel; además de los seres vivientes y el arco, había una rueda y un Varón por encima y sobre el trono.

A lo mejor no nos sea posible, con las mentes chiquitas que tenemos, inter­pretar correctamente el simbolismo glorioso de la visión, pero algunos puntos quedan obvios en la superficie. Los seres vivientes gobernaban las ruedas; iban adelante y nada los desviaba. Posiblemente indican el propósito soberano de Dios, el cual ninguna potencia sobre la tierra puede desviar. Los seres contaban con cuatro alas cada uno, extendidas hacia arriba en señal de adoración. Tenían manos de hombre debajo de las alas, en señal de simpatía.

Si no entendemos de un todo las alas extendidas hacia arriba, sí sabemos que hay un Varón que tiene las suyas extendidas hacia abajo para atender a nuestra necesidad. Y, por encima de todo había la semejanza de un trono y sobre éste la semejanza de Uno. Ezequiel termina su descripción con decir en el 1.28: “Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová. Y cuando yo la vi, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba”.

Llamamiento y comisión


Jehová le manda a ponerse sobre sus pies y le da su comisión en cinco partes o etapas:

1. El Espíritu le llena. Cuatro veces se menciona al Espíritu en el pasaje: 2.2, 3.12,14,24. Esto es prioritario para cualquier hombre que entra en el servicio de Dios. Ningún grado académico puede sustituirlo. Uno es bautizado en el Espíritu una vez por todas, simultáneamente con la conversión, 1 Corintios 12.13, pero llenado del Espíritu a menudo, según sea su condición espiritual.

2. Le advierte a ser obediente, rehusando la rebeldía. Él sería enviado a un pueblo “de duro rostro y de empedernido corazón”, pero no debía temer ni su mirada ni su lenguaje. Había el peligro que, estando entre ellos, llegaría a ser como ellos. Cuando Dios habló, Ezequiel tenía que obedecer sin cuestionar, y su vida muestra que cumplió en esto.

3. “Come este rollo”. No era el pergamino como de un libro, escrito por dentro y por fuera, ¡sino una serie de lamentaciones y advertencias! Tenía que comér­selo y hacerlo una parte viva de sí. Fue una tarea dura, pero él dijo: “Lo comí, y fue en mi boca dulce como miel”. Más adelante le sería amargo, cuando compar­tió con Dios su actitud hacia el pueblo, 3.14.

Como en el regreso de Babilonia y la restauración bajo Esdras y Nehemías, la orden fue: “¡Trae el Libro!” En aquella ocasión, leyeron el libro de la ley de Dios y pusieron el sentido al texto; Nehemías 8.1 al 8. Por su parte, Jeremías podía afirmar en el 15.16 de su profecía: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra fue por gozo y por alegría de mi corazón”. Lo que Ezequiel hizo literalmente, el siervo de Dios debe hacer simbólicamente. El estudio cuidadoso y consecutivo de las Escrituras a lo largo de la vida es una necesidad de primera orden para cualquiera que anhela ser usado de Dios en su obra. Nada debe inter­ferir con la atención personal y diaria a la Palabra; se basa en ella todo verda­dero servicio que arrojará resultados duraderos.

4. “Me senté donde ellos estaban sentados”, 3.15. Una vez que había recibido su comisión, el Espíritu le levantó y Ezequiel fue a aquellos del cautiverio de Tel-abib que moraban junto al Quebar. Hay aquí un principio importante, y uno que todo predicador, misionero y pastor / evangelista toma a pecho. En algunas partes hay una tendencia de aislarnos del pobre y rezagado. Desde luego, reco­nocemos que hay países donde las enormes brechas de cultura y costumbre hacen poco aconsejable que el evangelista occidental duerma y coma con gente que nada va a agradar su intromisión física. Tampoco conviene que bebamos licor con el borracho, o empleemos el vocabulario de la calle en un intento por ganar al joven. Pero nuestro Señor en su ministerio terrenal era tierno y com­prensivo con el caído y arrepentido pecador. Nuestros hermanos y hermanas en la fe que visitan las cárceles, o alimentan a los hambrientos que viven debajo de los puentes, bien podrían contarnos de cómo la simpatía y comprensión gana almas.

5. Finalmente Ezequiel era atalaya a la casa de Israel. El Antiguo Testamento emplea esta figura a menudo. El atalaya era una especie de predicador, profeta, policía y guarda civil. De noche y de día debía estar alerta acaso venía el enemi­go, preparado para advertir al pueblo de su peligro. En 3.17 al 21 él recibe sus instrucciones. Si deja de advertir al pueblo y ellos perecen, él será el culpable. Pero si les advierte y ellos no hacen caso, ellos son responsables por su suerte. La importancia de estas instrucciones a Ezequiel como atalaya se ve por el hecho que figuran al comienzo de su ministerio y de nuevo en el capítulo 33 al final de sus advertencias de juicio.

La profecía termina en una nota gloriosa. Ezequiel describe en lenguaje regio el advenimiento del reino del Mesías y la restauración y bendición de Israel. Los huesos secos viven de nuevo. Quedan liquidados los enemigos en las lejanas tierras del norte, Gog y Magog. Desde bajo el umbral del templo milenario fluye el río de sanidad y bendición. La gloriosa nube de la presencia divina, la cual abandonó el templo con tristeza y desgana en el capítulo 8, entra en el templo nuevo en 43.1 al 5. El libro termina con un gran Jehová sama, “el Señor está allí”.
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