Más Platón y menos Prozac




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fecha de publicación03.03.2016
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que le atañen personalmente. Los estudios de casos

reales están salpicados de explicaciones sobre las

principales escuelas de pensamiento y las teorías filosóficas más destacadas, a fin de proporcionar una

gama de opciones a elegir ante cada una de las situaciones más habituales. Estas son las herramientas que usted necesita para examinar su propia vida.
La Tercera parte amplía la perspectiva más allá

del asesoramiento filosófico y contempla el ejercicio de la filosofía en varios grupos y organizaciones. El término práctica filosófica comprende tres

tipos de actividad profesional: el asesoramiento a

clientes individuales, a distintas clases de grupos y

a organizaciones de diferente índole. De ahí que

cada consejero filosófico presente un perfil determinado. Algunos consejeros se especializan en un tipo de práctica; otros extienden sus actividades a

más de uno. Aunque este libro se centra en el asesoramiento individual, las otras clases de práctica

también son importantes y dignas de mención en

estas páginas. Los individuos que trabajan con

grupos pueden sacar provecho de tales encuentros,

y es posible que las organizaciones se beneficien

de la misma clase de autoexamen y aclaración filosófica que ayuda a los individuos y los grupos.

Finalmente, en la Cuarta parte, la lista de recursos adicionales le proporciona mucha información suplementaria. El apéndice A presenta una

lista de filósofos y sus mejores obras. El apéndice B enumera organizaciones de asesoramiento filosófico de Estados Unidos y el extranjero. El apéndice C es un directorio nacional e internacional de

consejeros filosóficos. El apéndice D expone una

selección de lecturas complementarias sobre práctica filosófica y temas afines. El apéndice E le

enseña a utilizar el Yijing, una fuente perenne de

sabiduría filosófica que puede consultar por su

cuenta.
Este libro resulta mucho más didáctico que una

sesión individual de asesoramiento filosófico. Con

un consejero filosófico, una sesión puede seguir

tres derroteros distintos. Se puede debatir su problema en términos generales, sin mención de ningún filósofo o filosofía concretos. Se trata de la

clase de conversación que, con toda seguridad, mantendría con un amigo, cónyuge, pariente, camarero o taxista, y a veces es la mejor manera de

abordar el asunto en cuestión. Usted piensa por sí mismo, empleando sus facultades críticas y analíticas, recurriendo a las ideas que tiene sobre sí mismo, y conversando filosóficamente sin intentar adoptar a conciencia una actitud filosófica.
Otro derrotero habitual en una sesión de asesoramiento consiste en que el cliente pida unas enseñanzas filosóficas específicas. En esta variante,

usted quizás haya reinventado un planteamiento

filosófico y le tranquilice saber que alguien ya se
ha adentrado en ese territorio con anterioridad.

Entrar un poco en contacto con las escuelas de

pensamiento tradicionales tal vez le ayude a atar

cabos o a llenar espacios en blanco, aunque su consejero no acostumbrará darle una disquisición

completa sobre cada tema, a no ser que usted se la

pida.
Existe una tercera alternativa más dura para

quienes ya han indagado en sus problemas de esta

manera pero tienen interés en seguir adelante. Esto conlleva un compromiso mayor y es posible que le remitan a otro consejero o a explorar la biblioterapia, abordando de pleno determinados textos filosóficos. Quizá le haya resultado útil un punto de vista budista y quiera aprender más sobre la práctica del Zen. O quizá le ayudara una idea de Aristóteles y desee ahondar en su sistema ético. Esta clase de trabajo puede llevarle a abrazar otros temas

de un modo más concienzudo que la mera experiencia de trabajar sobre un problema concreto, pero no es más que una opción y, sin duda, no será la adecuada para todo el mundo.
Pese a que el ejercicio de mi profesión abarca

estos tres planteamientos, este libro ilustra principalmente el segundo. Nadie espera que tenga conocimientos concretos de filosofía; eso corre de mi

cuenta. Su tarea consiste en formular el problema

y estar dispuesto a investigarlo desde un punto de

vista filosófico. El diálogo (sea interior o exterior)

resultante le será de gran ayuda para interpretar,

resolver o abordar cualquier asunto que le ataña.

No soy un médium que vaya a ponerle en contacto con filósofos del pasado, sino la guía para adentrarse en sus ideas, sistemas y posturas. En cuanto

los haya conocido, le prestarán un buen servicio

para manejar cualquier situación que surja en su camino.
Nos encontramos con que ni la ciencia ni la religión pueden responder a todas nuestras preguntas. El psicoterapeuta filosófico Víctor Franki advirtió que este hecho conducía a un «vacío existencial» y que la gente corriente necesitaba una

nueva vía de salida:
Cada vez se agolpan más pacientes en nuestras clínicas y consultorios quejándose de vacío

interior, de la sensación de una absoluta y definitiva falta de sentido en sus vidas. Podemos definir el vacío existencial como la frustración de lo que cabe considerar la fuerza motivadora

más elemental del hombre, a la que podríamos llamar [...] la voluntad de significar.
Franki usó la frase «voluntad de significar» para emparejar dos de las ideas clave de la psicología:
la «voluntad de poder» de Adier y la «voluntad de placer» de Freud. Ahora bien, tal como Franki

previo, había algo aún más profundo en el meollo del problema fundamental de las personas, y los tratamientos médicos, psicológicos y espirituales

existentes no iban a bastar para aliviarlo. Hubo un tiempo en que dirigíamos nuestras preguntas sobre el sentido de la vida y la moralidad a una u otra

autoridad tradicional, pero dichas autoridades se han venido abajo. Cada vez hay más personas que

no se conforman con aceptar pasivamente los dictados dogmáticos de una deidad inescrutable o las

frías estadísticas de una ciencia social imprecisa.

Nuestros más profundos interrogantes siguen sin

respuesta. Peor aún, ni siquiera reflexionamos sobre nuestras creencias.
La alternativa reside en la práctica de la filoso-

fía. Ha llegado el momento de una nueva forma de

ver las cosas, y esa nueva forma que en la presente

obra se describe es, de hecho, un método antiguo,

olvidado durante mucho tiempo y recordado hace

poco. Al adentramos en el nuevo milenio, hemos

cerrado el círculo.
No dejaremos de explorar
Y el final de la exploración será
Llegar al punto de partida
Y conocer el sitio por primera vez.
T. S. ELIOT
Terapias, terapias por todas

partes, y ni pensar en pensar
Ante algunas opiniones extrañas que han

salido a la luz, por equivocación o con

algún motivo oculto [...] los filósofos se

han visto forzados a defender la verdad

de tales manifiestos o a negar la

existencia de cosas mal concebidas.
MAIMÓNIDES
[...] La noción de enfermedad mental se

emplea hoy en día sobre todo para

confundir y «justificar hábilmente» los

problemas existentes en las relaciones

personales y sociales, tal como la noción

de brujería fue utilizada con el mismo fin

desde comienzos de la Edad Media hasta

bastante después del Renacimiento.
THOMAS SZASZ
Norteamérica se ha convertido en una sociedad terapéutica. O mejor aún, «terapeutizada». Cada día son más los que cuelgan una placa en la puerta

de su consulta, pero en lo referente a las cualificaciones requeridas (si es que las hay) para considerarse terapeuta, éstas varían de acuerdo con las leyes estatales, mas no en esencia. Suelte un «Mi terapeuta dice...» en una recepción, y verá como no

logra añadir una sola palabra durante el resto de la

conversación, ya que todos los demás se afanarán

en contar lo que dice su terapeuta respectivo.

Cuando el presidente Clinton convocó a su gabinete para que tratara de solucionar el escándalo

que ensombrecía su mandato, los miembros no lo

describieron al Washington Post como una reunión

de estrategia o un mitin político, sino como una

«sesión de encuentro». Los camareros, los taxis-

tas, su mejor amigo, su madre y el resto de sus conocidos siempre tienen a mano algún consejo cuasipsicológico para remediar todos y cada uno de

sus pesares. Los estantes de «autoayuda» de su hipermercado habitual parecen no tener fin. Las tertulias televisivas fueron pioneras en aportar revelaciones inmediatas de lo más superficial sobre

cualquier faceta del comportamiento humano. Incluso ahora, cuando el guión de tales programas

parece empeñado en provocar enfrentamientos a

puñetazo limpio entre los invitados, sin duda aparecerá en pantalla un terapeuta de alguna clase,

justo antes de que pasen los rótulos de crédito, para animar a la audiencia a resolver los conflictos de

una forma más civilizada. Es un milagro que la población sobreviva al mes de agosto, cuando todos

los terapeutas están de vacaciones.
Este fenómeno se ha prolongado durante varias

décadas, mas no parece que hayamos aprendido mucho, ya que la demanda de ayuda a nuestra

salud mental y emocional no ha disminuido. La atención psiquiátrica o el asesoramiento psicológico de buena calidad pueden constituir un apoye

valioso y eficaz para solucionar muchas clases de

trastornos personales. Ahora bien, ambas disciplinas (como todas las disciplinas) tienen un alcance

limitado y, en consecuencia, no pueden proporcionar resultados completos o duraderos para todo e]

mundo, ni siquiera para muchas de las personas

que en principio sacan buen provecho de ellas,

Pues con ellas no basta.
El asesoramiento filosófico tampoco puede

aplicarse a todo y es preciso que a veces recomiende

asistencia psiquiátrica o psicológica a algunos de

mis clientes, como complemento, en sustitución

de un análisis filosófico de su situación, o como paso previo a éste. No obstante, el asesoramiento filosófico es, con mucho, el que ofrece una mayor variedad de enfoques prácticos y duraderos de lo<

problemas más comunes que llevan a las personas a pedir ayuda, y obviamente llena los espacios en blanco que dejan otras clases de asesoramiento. Este capítulo examina la utilidad y las limitaciones de la psicología y la psiquiatría y muestra el sitio que

ocupa la filosofía en este campo.
UNA PARTIDA DE AJEDREZ
La metáfora de la partida de ajedrez (inspira-

da por mi colega, el consejero filosófico Ran Lahav^

ilustra las diferencias entre los planteamientos psicológico, psicoanalítico, psiquiátrico y filosófico

del asesoramiento. Imagínese que está en plena partida de ajedrez y que acaba de efectuar un movimiento.
Una psicoterapeuta le pregunta: «¿Qué le ha llevado a hacer este movimiento?» «Bueno, quería comerme la torre», contesta usted, sin saber adonde quiere ir a parar. Mas ella seguirá haciéndole

preguntas para hallar la supuesta causa psicológica

de dicho movimiento, convencida de que la explicación se oculta tras la frase «Quería comerme la torre», y quizás usted termine por contarle toda

la historia de su vida para satisfacer sus suposiciones. Una teoría psicológica que tuvo gran predicamento y que ahora es objeto de críticas feroces

habría sugerido que su comportamiento agresivo

actual —querer comerse la torre— sería fruto de

alguna frustración del pasado.
Un psicoanalista le formula la misma pregunta:
«¿Qué le ha llevado a hacer este movimiento?»

Cuando usted conteste «Bueno, quería comerme

la torre», él agregará: «Muy interesante. Ahora dígame qué es lo que le ha impulsado a decir que eso

es lo que le ha obligado a hacer ese movimiento.»

Puede que él vuelva a sonsacarle toda la historia de su vida, o por lo menos los capítulos referentes a

los primeros años. Si aun así no se da por satisfecho, tal vez le proponga algunas razones que usted

tenía pero de las que no era consciente, remontándose a su más tierna infancia. Una teoría psicoanalítica que sigue vigente a pesar de ser duramente

criticada habría sugerido que su comportamiento

posesivo —querer comerse la torre— es fruto de

una inseguridad reprimida que tendría su origen

en el destete.
Una psiquiatra también le pregunta: «¿Qué le

ha hecho hacer este movimiento?» Y usted vuelve

a responder: «Bueno, quería comerme la torre.»

Entonces la psiquiatra consulta la última edición

disponible del Diagnostic and Statístical Mamial

(DSM, Manual de estadística y diagnóstico) hasta

que encuentra el trastorno de la personalidad que

se adecúa mejor a los síntomas que usted presenta.

¡Ah!, aquí está: «Trastorno agresivo-posesivo de la

personalidad.» Una teoría psiquiátrica que sigue

vigente aunque cada vez es más censurable habría diagnosticado su comportamiento como el síntoma de una enfermedad cerebral, y usted habría recibido la medicación apropiada para eliminar ese presunto síntoma.
En cambio, un consejero filosófico más bien 1e preguntaría: «Qué sentido, propósito o valor tiene este movimiento para usted en este momento?», y

«¿Qué relación tiene con su siguiente movimiento?», y «¿Cómo describiría usted su posición general en esta partida y cómo cree que podría mejorarla?». El filósofo contempla su movimiento no

como el mero efecto de una causa anterior, sino

como algo significativo en el contexto actual de 1a
propia partida, y también como una posible causa de efectos futuros. El filósofo reconocerá su libre

albedrío en los movimientos que efectúe y estimará la causa del movimiento elegido confiriendole

toda la importancia que revista, pero no por ello la convertirá en el punto clave de la cuestión que le

preocupa.
En mi opinión, es mucho más saludable vivir la vida que cavar constantemente en busca de sus raíces. Si cada día se cavara a la más resistente de las

plantas, ésta jamás llegaría a prosperar, por más

abono que agregara al agua de riego. La vida no es

una enfermedad. Usted no puede cambiar el pasa-

do. El asesoramiento filosófico parte de estas pre-

misas con el ánimo de ayudar a las personas a desarrollar formas productivas de ver el mundo, y por

consiguiente a trazar un plan general de actuación

en la vida cotidiana.
LA SEPARACIÓN ENTRE FILOSOFÍA,

PSIQUIATRÍA Y PSICOLOGÍA
La filosofía y la ciencia constituían antaño una

sola ocupación. Aristóteles estudió astronomía y

zoología además de lógica y ética. Robert Boyie (el descubridor de la ley que lleva su nombre: el volumen de un gas, a temperatura constante, es inversamente proporcional a la presión) se habría defi-

nido a sí mismo como «filósofo experimental» en su curriculum. La ley de la gravedad la descubrió

el filósofo naturalista Isaac Newton, y la evolución

de las especies el filósofo naturalista Charles Darwin. Los filósofos como ellos se dedicaban a probar y medir el mundo que los rodeaba, proceso

que se inició a modo de ampliación del típico
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