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que le atañen personalmente. Los estudios de casos reales están salpicados de explicaciones sobre las principales escuelas de pensamiento y las teorías filosóficas más destacadas, a fin de proporcionar una gama de opciones a elegir ante cada una de las situaciones más habituales. Estas son las herramientas que usted necesita para examinar su propia vida. La Tercera parte amplía la perspectiva más allá del asesoramiento filosófico y contempla el ejercicio de la filosofía en varios grupos y organizaciones. El término práctica filosófica comprende tres tipos de actividad profesional: el asesoramiento a clientes individuales, a distintas clases de grupos y a organizaciones de diferente índole. De ahí que cada consejero filosófico presente un perfil determinado. Algunos consejeros se especializan en un tipo de práctica; otros extienden sus actividades a más de uno. Aunque este libro se centra en el asesoramiento individual, las otras clases de práctica también son importantes y dignas de mención en estas páginas. Los individuos que trabajan con grupos pueden sacar provecho de tales encuentros, y es posible que las organizaciones se beneficien de la misma clase de autoexamen y aclaración filosófica que ayuda a los individuos y los grupos. Finalmente, en la Cuarta parte, la lista de recursos adicionales le proporciona mucha información suplementaria. El apéndice A presenta una lista de filósofos y sus mejores obras. El apéndice B enumera organizaciones de asesoramiento filosófico de Estados Unidos y el extranjero. El apéndice C es un directorio nacional e internacional de consejeros filosóficos. El apéndice D expone una selección de lecturas complementarias sobre práctica filosófica y temas afines. El apéndice E le enseña a utilizar el Yijing, una fuente perenne de sabiduría filosófica que puede consultar por su cuenta. Este libro resulta mucho más didáctico que una sesión individual de asesoramiento filosófico. Con un consejero filosófico, una sesión puede seguir tres derroteros distintos. Se puede debatir su problema en términos generales, sin mención de ningún filósofo o filosofía concretos. Se trata de la clase de conversación que, con toda seguridad, mantendría con un amigo, cónyuge, pariente, camarero o taxista, y a veces es la mejor manera de abordar el asunto en cuestión. Usted piensa por sí mismo, empleando sus facultades críticas y analíticas, recurriendo a las ideas que tiene sobre sí mismo, y conversando filosóficamente sin intentar adoptar a conciencia una actitud filosófica. Otro derrotero habitual en una sesión de asesoramiento consiste en que el cliente pida unas enseñanzas filosóficas específicas. En esta variante, usted quizás haya reinventado un planteamiento filosófico y le tranquilice saber que alguien ya se ha adentrado en ese territorio con anterioridad. Entrar un poco en contacto con las escuelas de pensamiento tradicionales tal vez le ayude a atar cabos o a llenar espacios en blanco, aunque su consejero no acostumbrará darle una disquisición completa sobre cada tema, a no ser que usted se la pida. Existe una tercera alternativa más dura para quienes ya han indagado en sus problemas de esta manera pero tienen interés en seguir adelante. Esto conlleva un compromiso mayor y es posible que le remitan a otro consejero o a explorar la biblioterapia, abordando de pleno determinados textos filosóficos. Quizá le haya resultado útil un punto de vista budista y quiera aprender más sobre la práctica del Zen. O quizá le ayudara una idea de Aristóteles y desee ahondar en su sistema ético. Esta clase de trabajo puede llevarle a abrazar otros temas de un modo más concienzudo que la mera experiencia de trabajar sobre un problema concreto, pero no es más que una opción y, sin duda, no será la adecuada para todo el mundo. Pese a que el ejercicio de mi profesión abarca estos tres planteamientos, este libro ilustra principalmente el segundo. Nadie espera que tenga conocimientos concretos de filosofía; eso corre de mi cuenta. Su tarea consiste en formular el problema y estar dispuesto a investigarlo desde un punto de vista filosófico. El diálogo (sea interior o exterior) resultante le será de gran ayuda para interpretar, resolver o abordar cualquier asunto que le ataña. No soy un médium que vaya a ponerle en contacto con filósofos del pasado, sino la guía para adentrarse en sus ideas, sistemas y posturas. En cuanto los haya conocido, le prestarán un buen servicio para manejar cualquier situación que surja en su camino. Nos encontramos con que ni la ciencia ni la religión pueden responder a todas nuestras preguntas. El psicoterapeuta filosófico Víctor Franki advirtió que este hecho conducía a un «vacío existencial» y que la gente corriente necesitaba una nueva vía de salida: Cada vez se agolpan más pacientes en nuestras clínicas y consultorios quejándose de vacío interior, de la sensación de una absoluta y definitiva falta de sentido en sus vidas. Podemos definir el vacío existencial como la frustración de lo que cabe considerar la fuerza motivadora más elemental del hombre, a la que podríamos llamar [...] la voluntad de significar. Franki usó la frase «voluntad de significar» para emparejar dos de las ideas clave de la psicología: la «voluntad de poder» de Adier y la «voluntad de placer» de Freud. Ahora bien, tal como Franki previo, había algo aún más profundo en el meollo del problema fundamental de las personas, y los tratamientos médicos, psicológicos y espirituales existentes no iban a bastar para aliviarlo. Hubo un tiempo en que dirigíamos nuestras preguntas sobre el sentido de la vida y la moralidad a una u otra autoridad tradicional, pero dichas autoridades se han venido abajo. Cada vez hay más personas que no se conforman con aceptar pasivamente los dictados dogmáticos de una deidad inescrutable o las frías estadísticas de una ciencia social imprecisa. Nuestros más profundos interrogantes siguen sin respuesta. Peor aún, ni siquiera reflexionamos sobre nuestras creencias. La alternativa reside en la práctica de la filoso- fía. Ha llegado el momento de una nueva forma de ver las cosas, y esa nueva forma que en la presente obra se describe es, de hecho, un método antiguo, olvidado durante mucho tiempo y recordado hace poco. Al adentramos en el nuevo milenio, hemos cerrado el círculo. No dejaremos de explorar Y el final de la exploración será Llegar al punto de partida Y conocer el sitio por primera vez. T. S. ELIOT Terapias, terapias por todas partes, y ni pensar en pensar Ante algunas opiniones extrañas que han salido a la luz, por equivocación o con algún motivo oculto [...] los filósofos se han visto forzados a defender la verdad de tales manifiestos o a negar la existencia de cosas mal concebidas. MAIMÓNIDES [...] La noción de enfermedad mental se emplea hoy en día sobre todo para confundir y «justificar hábilmente» los problemas existentes en las relaciones personales y sociales, tal como la noción de brujería fue utilizada con el mismo fin desde comienzos de la Edad Media hasta bastante después del Renacimiento. THOMAS SZASZ Norteamérica se ha convertido en una sociedad terapéutica. O mejor aún, «terapeutizada». Cada día son más los que cuelgan una placa en la puerta de su consulta, pero en lo referente a las cualificaciones requeridas (si es que las hay) para considerarse terapeuta, éstas varían de acuerdo con las leyes estatales, mas no en esencia. Suelte un «Mi terapeuta dice...» en una recepción, y verá como no logra añadir una sola palabra durante el resto de la conversación, ya que todos los demás se afanarán en contar lo que dice su terapeuta respectivo. Cuando el presidente Clinton convocó a su gabinete para que tratara de solucionar el escándalo que ensombrecía su mandato, los miembros no lo describieron al Washington Post como una reunión de estrategia o un mitin político, sino como una «sesión de encuentro». Los camareros, los taxis- tas, su mejor amigo, su madre y el resto de sus conocidos siempre tienen a mano algún consejo cuasipsicológico para remediar todos y cada uno de sus pesares. Los estantes de «autoayuda» de su hipermercado habitual parecen no tener fin. Las tertulias televisivas fueron pioneras en aportar revelaciones inmediatas de lo más superficial sobre cualquier faceta del comportamiento humano. Incluso ahora, cuando el guión de tales programas parece empeñado en provocar enfrentamientos a puñetazo limpio entre los invitados, sin duda aparecerá en pantalla un terapeuta de alguna clase, justo antes de que pasen los rótulos de crédito, para animar a la audiencia a resolver los conflictos de una forma más civilizada. Es un milagro que la población sobreviva al mes de agosto, cuando todos los terapeutas están de vacaciones. Este fenómeno se ha prolongado durante varias décadas, mas no parece que hayamos aprendido mucho, ya que la demanda de ayuda a nuestra salud mental y emocional no ha disminuido. La atención psiquiátrica o el asesoramiento psicológico de buena calidad pueden constituir un apoye valioso y eficaz para solucionar muchas clases de trastornos personales. Ahora bien, ambas disciplinas (como todas las disciplinas) tienen un alcance limitado y, en consecuencia, no pueden proporcionar resultados completos o duraderos para todo e] mundo, ni siquiera para muchas de las personas que en principio sacan buen provecho de ellas, Pues con ellas no basta. El asesoramiento filosófico tampoco puede aplicarse a todo y es preciso que a veces recomiende asistencia psiquiátrica o psicológica a algunos de mis clientes, como complemento, en sustitución de un análisis filosófico de su situación, o como paso previo a éste. No obstante, el asesoramiento filosófico es, con mucho, el que ofrece una mayor variedad de enfoques prácticos y duraderos de lo< problemas más comunes que llevan a las personas a pedir ayuda, y obviamente llena los espacios en blanco que dejan otras clases de asesoramiento. Este capítulo examina la utilidad y las limitaciones de la psicología y la psiquiatría y muestra el sitio que ocupa la filosofía en este campo. UNA PARTIDA DE AJEDREZ La metáfora de la partida de ajedrez (inspira- da por mi colega, el consejero filosófico Ran Lahav^ ilustra las diferencias entre los planteamientos psicológico, psicoanalítico, psiquiátrico y filosófico del asesoramiento. Imagínese que está en plena partida de ajedrez y que acaba de efectuar un movimiento. Una psicoterapeuta le pregunta: «¿Qué le ha llevado a hacer este movimiento?» «Bueno, quería comerme la torre», contesta usted, sin saber adonde quiere ir a parar. Mas ella seguirá haciéndole preguntas para hallar la supuesta causa psicológica de dicho movimiento, convencida de que la explicación se oculta tras la frase «Quería comerme la torre», y quizás usted termine por contarle toda la historia de su vida para satisfacer sus suposiciones. Una teoría psicológica que tuvo gran predicamento y que ahora es objeto de críticas feroces habría sugerido que su comportamiento agresivo actual —querer comerse la torre— sería fruto de alguna frustración del pasado. Un psicoanalista le formula la misma pregunta: «¿Qué le ha llevado a hacer este movimiento?» Cuando usted conteste «Bueno, quería comerme la torre», él agregará: «Muy interesante. Ahora dígame qué es lo que le ha impulsado a decir que eso es lo que le ha obligado a hacer ese movimiento.» Puede que él vuelva a sonsacarle toda la historia de su vida, o por lo menos los capítulos referentes a los primeros años. Si aun así no se da por satisfecho, tal vez le proponga algunas razones que usted tenía pero de las que no era consciente, remontándose a su más tierna infancia. Una teoría psicoanalítica que sigue vigente a pesar de ser duramente criticada habría sugerido que su comportamiento posesivo —querer comerse la torre— es fruto de una inseguridad reprimida que tendría su origen en el destete. Una psiquiatra también le pregunta: «¿Qué le ha hecho hacer este movimiento?» Y usted vuelve a responder: «Bueno, quería comerme la torre.» Entonces la psiquiatra consulta la última edición disponible del Diagnostic and Statístical Mamial (DSM, Manual de estadística y diagnóstico) hasta que encuentra el trastorno de la personalidad que se adecúa mejor a los síntomas que usted presenta. ¡Ah!, aquí está: «Trastorno agresivo-posesivo de la personalidad.» Una teoría psiquiátrica que sigue vigente aunque cada vez es más censurable habría diagnosticado su comportamiento como el síntoma de una enfermedad cerebral, y usted habría recibido la medicación apropiada para eliminar ese presunto síntoma. En cambio, un consejero filosófico más bien 1e preguntaría: «Qué sentido, propósito o valor tiene este movimiento para usted en este momento?», y «¿Qué relación tiene con su siguiente movimiento?», y «¿Cómo describiría usted su posición general en esta partida y cómo cree que podría mejorarla?». El filósofo contempla su movimiento no como el mero efecto de una causa anterior, sino como algo significativo en el contexto actual de 1a propia partida, y también como una posible causa de efectos futuros. El filósofo reconocerá su libre albedrío en los movimientos que efectúe y estimará la causa del movimiento elegido confiriendole toda la importancia que revista, pero no por ello la convertirá en el punto clave de la cuestión que le preocupa. En mi opinión, es mucho más saludable vivir la vida que cavar constantemente en busca de sus raíces. Si cada día se cavara a la más resistente de las plantas, ésta jamás llegaría a prosperar, por más abono que agregara al agua de riego. La vida no es una enfermedad. Usted no puede cambiar el pasa- do. El asesoramiento filosófico parte de estas pre- misas con el ánimo de ayudar a las personas a desarrollar formas productivas de ver el mundo, y por consiguiente a trazar un plan general de actuación en la vida cotidiana. LA SEPARACIÓN ENTRE FILOSOFÍA, PSIQUIATRÍA Y PSICOLOGÍA La filosofía y la ciencia constituían antaño una sola ocupación. Aristóteles estudió astronomía y zoología además de lógica y ética. Robert Boyie (el descubridor de la ley que lleva su nombre: el volumen de un gas, a temperatura constante, es inversamente proporcional a la presión) se habría defi- nido a sí mismo como «filósofo experimental» en su curriculum. La ley de la gravedad la descubrió el filósofo naturalista Isaac Newton, y la evolución de las especies el filósofo naturalista Charles Darwin. Los filósofos como ellos se dedicaban a probar y medir el mundo que los rodeaba, proceso que se inició a modo de ampliación del típico |