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dad, desconocemos. ¿Se siente desgraciado sin motivo aparente? Ah, eso es un síndrome de de- presión no condicionada, se da con mucha frecuencia. ¿Le gusta tamborilear con los dedos cuando se sienta a su escritorio? Padece un trastorno de percusión digital. Una vez más, el pragmatismo nos lleva a preguntarnos: «¿Adonde nos conduce todo esto?» Así pues, ¿qué pasa si usted es una mujer que ama demasiado, o padece un síndrome de Peter Pan, o su marido procede de Marte? Cualquier libro de autoayuda que merezca el pan que se come le ofrecerá una promesa de mejoría tanto personal como de su vida en general. Ahora bien, la psicología tal como se entiende en la actualidad (sobre todo la psicología popular) no dispone de las herramientas necesarias para que usted aplique los escasos conocimientos que adquiera sobre su persona en el contexto general de su vida. La psicología no puede llevarle tan lejos, por más promesas que lea en la cubierta del último éxito de ventas. Para integrar todas las revelaciones concebibles (las psicológicas son sólo un tipo de ellas) en una visión del mundo (una filosofía personal) que resulte coherente y práctica, lo que necesita es... filosofía. Un elevado porcentaje de mis clientes, antes de acudir a mí, han pasado por la consulta de un psicólogo, y aunque muchos se hayan beneficiado en un primer momento de tales experiencias, ninguno ha concluido que la psicología le baste para alcanzar la paz interior. Debo admitir, no obstante, que las personas que descubren en la psicología la clave de su éxito no suelen llamar a mi puerta. En sí no resulta perjudicial fiarse de las teorías si éstas son de utilidad para las personas (eso es lo que los consejeros filosóficos hacemos, a fin de cuentas), pero hacerlo en nombre de la ciencia es engañoso. La terapia, como el asesoramiento, es ante todo un arte. Presenta demasiados elementos subjetivos como para ubicarla en el reino objetivo del laboratorio científico. Y, sea como fuere, ¿debemos permitir que nos etiqueten con cualquier clase de síndrome o trastorno por el mero hecho de hacer frente a un desafío emocional, intelectual, psicológico o incluso filosófico? Por supuesto que no. La psiquiatría tampoco consigue manejar de forma conveniente los problemas cotidianos de los que la mayor parte de la gente siente necesidad de hablar. A causa del énfasis posfreudiano que se pone en las enfermedades de origen biológico con síntomas mentales o emocionales (y en la receta de medicamentos para controlarlos), la psiquiatría únicamente afecta a una parte muy pequeña de la población. Quienes padecen disfunciones debido a enfermedades físicas que escapan por completo a su control (como los maníacos depresivos) se ven aliviados con la medicación. Para hacer frente a un problema de esta clase, debe dirigirse a la consulta del psiquiatra. Ahora bien, si su problema está relacionado con la identidad, los valores o la ética, lo peor que puede hacer es permitir que alguien le endilgue una enfermedad mental y le extienda una receta. Ninguna pastilla hará que se encuentre a sí mismo, que alcance sus metas o que obre como es debido. Si la raíz de su problema es filosófica, no hallará nada en los estantes de la farmacia que le proporcione un alivio duradero. Los estadounidenses sienten debilidad por las soluciones rápidas. Hemos confiado en que la tecnología mejoraría nuestras vidas y nos daría respuestas fáciles a todo. Además, nuestra sociedad adopta con ansia todo tipo de excusas que convierten la responsabilidad personal en algo in- deseable. Hasta los fumadores que siguieron con su paquete diario de cigarrillos cuando los perjuicios del tabaquismo eran sobradamente conocidos, ahora demandan a las tabacaleras por haberles provoca- do cáncer de pulmón, como si dichas empresas fue- sen las únicas responsables. ¿Acaso hay forma mejor de librarse de una pesada carga que encasillar toda clase de infelicidad o mala conducta como una enfermedad, fruto de la genética, la biología o las circunstancias, y que por consiguiente escapa a nuestro control? Si con esto no bastara, en Estados Unidos las medicinas son más baratas y abundantes que en ningún otro lugar del mundo. Todo lo dicho conspira para que adoptemos una visión psiquiátrica de la realidad, pero parapetarse en este punto de vista no hace más que pro- porcionar una sensación vacía de no ser culpable y una falsa sensación de esperanza al hallar respuestas fáciles. Mas las respuestas fáciles no existen. La única manera de obtener una solución real y duradera a un problema personal consiste en abordarlo, resolverlo, aprender de él y aplicar lo que se aprenda en el futuro. Este es el meollo del asesoramiento filosófico, lo que lo distingue de la infinidad de terapias disponibles. LAS CUATRO CARAS DE LA DEPRESIÓN Para comprender los distintos enfoques que la psicología, la psiquiatría y la filosofía adoptan ante una misma cosa, y el efecto que de ello se deriva en los tratamientos, vamos a familiarizamos con cuatro formas distintas de entender la depresión. Cada una de las lentes empleadas proporciona una visión clara en algunos casos, pero en otros distorsiona lo que se está contemplando. Si siempre utilizáramos la lente adecuada del modo adecuado en el momento adecuado, estaríamos en las mejores condiciones imaginables para ayudar a cualquiera a lidiar con un problema de la forma más diestra, eficaz y duradera como sea posible. Sin embargo, con demasiada frecuencia los consejeros utilizan una sola lente, o se olvidan de cambiarla o de remitir a sus pacientes a un colega que disponga de la lente que el caso reclama. Una causa posible de depresión es que algo funcione mal en el cerebro, una alteración genética que provoca la producción y la liberación de transmisores neuroquímicos de tal manera que interfieren con las funciones habituales del cerebro. Este tipo de depresión constituye una enferme- dad mental, y acarrea toda clase de consecuencias. Otro tipo de depresión es la debida a un estado cerebral inducido, de modo que sigue siendo biológica pero no genética. Podría ser resultado del abuso de sustancias, a saber, un efecto secundario de las anfetaminas o de un depresivo como el alcohol. Esta clase de depresión indica una dependencia física o psicológica. La tercera causa típica de depresión es un trauma infantil sin resolver o algún otro problema del pasado, lo cual constituye un punto de vista claramente freudiano (y de aceptación generalizada) y es un problema psicológico, no médico. La cuarta clase de depresión es fruto de algo grave que ocurre en la vida presente de alguien. Ese algo puede ser una crisis profesional, la inminencia de un problema personal o económico como un divorcio o la ruina, o un dilema de orden ético o moral. En este caso, el origen de la depresión no es de naturaleza física o psicológica; la química cerebral, el abuso de sustancias y los traumas infantiles no son los culpables. En los dos primeros casos, las personas necesitan atención médica. La psiquiatría es lo más indicado, ya que la medicación sin duda controlará los síntomas. No obstante, las medicinas no pueden curar el problema subyacente (aunque tal vez la ingeniería genética lo logre algún día), de modo que una terapia hablada sigue siendo recomendable. En el tercer y el cuarto casos, la terapia hablada se- ría la receta más indicada. Ante los problemas del pasado sin resolver, la psicología tiene mucho que ofrecer, aunque el asesoramiento filosófico también resultaría provechoso, tanto en sustitución o como complemento del asesoramiento psicológico. Ahora bien, en el cuarto marco hipotético (con diferencia, el que más a menudo se presenta a los consejeros de toda clase) la filosofía sería el camino más rápido hacia la curación. Hay personas que no se consideran especialmente filosóficas, por lo que harán bien en buscar otro tipo de asesora- miento. La mayor parte de la gente saca provecho de la psicología, pero la comprensión de las cosas no termina ahí. ¿Cómo sabrá lo que debe hacer si no se conoce a sí mismo? Por supuesto, conocerse a sí mismo tiene una vertiente psicológica, así como otra física, pero, a la larga, descubrir la esencia más íntima de su ser es una tarea filosófica. Si padece una depresión crónica debido a un trauma sin resolver del pasado, la medicación quizá le haga sentirse capaz de hablar de ello y, por consiguiente, resultará provechosa a corto plazo. En algunos pocos casos lo mismo puede aplicarse ante una crisis más inmediata. A pesar de todo, si toma medicación en estas circunstancias no hará más que posponer lo inevitable, y al sentirse mejor debido a la pastilla correrá el riesgo de no llevar a cabo el trabajo necesario para hacer frente a los re- tos que le estén aguardando y superarlos. Las medicinas no afectan al mundo exterior; incluso con el humor suavizado por el Prozac, seguirá teniendo que tratar con un jefe despiadado o con un cónyuge infiel o con la burocracia bancaria. Las res- puestas no están (y nunca lo estarán) dentro de un frasco de pastillas. Lo mejor que encontrará ahí es un paliativo temporal. Así como la medicación es posible que resulte útil en casos puramente psicológicos o físicos, la filosofía puede proporcionar una ayuda complementaria en cualquier caso que sea tratado con medios físicos o psicológicos. Incluso en los casos psiquiátricos en el sentido más estricto de la palabra, como la necesidad de litio para un maníaco depresivo, la filosofía puede ser de ayuda una vez que el enfermo se muestre médicamente estable. Soportar un diagnóstico de este calibre quizá le resulte más fácil si consigue desarrollar una disposición funcional filosófica ante su situación. Una de las razones por la que tantos pacientes tropiezan con dificultades para ser fieles a la medicación (incluso cuando dicha medicación les da buen resultado) es que, de un modo u otro, no se sienten ellos mismos cuando la toman. Esto nos lleva al núcleo de la más filosófica de todas las preguntas: «¿Quién soy yo?» Tal vez necesite redescubrir su propio ser bajo el influjo de la medicación. Y esto, a su vez, conduce al tipo de preguntas («¿Qué me hace ser yo?» «¿Qué soy además de mi cuerpo físico?») que constituyen el pan de cada día de los filósofos. EMPATIA SÍ, PERICIA NO Un buen terapeuta, sea de la clase que sea, ofrecerá simpatía, empatia y apoyo moral, y de este modo contribuirá en gran medida a la curación. Algo tan sencillo como el diálogo con un individuo afectuoso actúa como un bálsamo en muchos casos. No se necesita pericia para ser un buen consejero; la pericia ni siquiera es necesaria. Es mucho más importante la capacidad de escuchar, de empatizar, de comprender lo que está diciendo la otra persona, de plantear nuevos puntos de vista y de ofrecer so- luciones o esperanza. La respuesta de un paciente a la terapia depende en gran parte del estilo del terapeuta. La clase de persona con la que hará progresos en una terapia será aquella que le inspire con- fianza, cuyas opiniones le atraigan y que conozca ejemplos que para usted tengan sentido. La mayoría de las terapias habladas da resulta- do gracias al terapeuta y a la buena sintonía entre éste y su cliente, sin que la escuela a la que se ad- hiera dicho terapeuta tenga mucho que ver. Presindiendo de lo que la otra persona sea o de lo que le diga, el mero intercambio de ideas puede ser provechoso. Aun así, no se trata de una cura instantánea. No existe un tratamiento inmediato para el dolor de muelas emocional; no hay ninguna forma evidente de empastar la caries o arrancar la muela. Usted debe tener la voluntad de comprender su problema, aprender a vivir con él y seguir adelante. El asesoramiento psicológico es una manera de estudiar y llegar a un acuerdo sobre sus respuestas emocionales ante un problema. Es un buen punto de partida. El asesoramiento filosófico es una manera de estudiar y llegar a un acuerdo sobre el problema en sí. Es un buen punto de llegada. El segundo enfoque es a todas luces más di- recto, pues se centra en su forma de actuar ante cualquier problema, buscando y realizando cuantos actos sean necesarios y coherentes con su filosofía personal, y utilizando lo que aprende a medida que avanza por la senda de la vida. Para la mayoría de mis clientes, el asesoramiento filosófico es una tarea a corto plazo. Para la mayoría de la gente, el asesoramiento psicológico se plantea a largo plazo. Las virtudes que presentan las terapias quizá signifiquen que casi cualquier terapia es mejor que ninguna (aunque la terapia equivocada puede ser peor que la ausencia de te- rapia) y que un buen psicólogo siempre será me- jor consejero que un mal filósofo. A veces la mejor opción puede ser hablar con una persona sabia, tenga la formación que tenga. Muchos de nosotros hemos recibido sabios consejos de nuestros abuelos, quienes conocían y entendían muchas reacciones y dudas de las personas por el mero hecho de haber vivido durante largo tiempo entre ellas. El equilibrio entre los enfoques psicológico y filosófico es lo que en definitiva será más ventajoso para la mayoría de la gente. Muchos buenos psicólogos son muy filosóficos. Y los mejores filósofos también son psicológicos. La psicoterapia se presenta en infinitos sabores, y pese a sus connotaciones médicas actuales, me permito recordarle que el término «psicoterapia» procede de dos palabras griegas que no tienen relación alguna con la medicina: therapeuein significa «prestar atención a» algo, mientras que psykhé sig- nifica «alma», «aliento» o «carácter». Así pues, psicoterapia puede significar prestar atención al alma, lo que convierte a su párroco o rabino en un psicoterapeuta. También puede significar prestar atención al aliento, lo que convierte a su instructor de yoga, profesor de flauta o maestro de medita- ción en un psicoterapeuta. También puede significar prestar atención al carácter, con lo que su consejero filosófico es a la vez un psicoterapeuta. La idea de que todos los problemas personales son enfermedades mentales constituye práctica- mente una enfermedad mental en sí misma. Su principal causante es la irreflexión y la mejor cura la lucidez. Y ahí es donde la filosofía entra en juego. El proceso PEACE: cinco pasos para enfrentarse a los problemas con filosofía Vacuo será el razonamiento del filósofo |