Más Platón y menos Prozac




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haciendo será compensar su situación o racionalizarla. No hallará un alivio real y duradero. Puede

que incluso descubra que la disposición adoptada

en realidad empeora el problema y que si elige

otra su vida puede cambiar. Este tipo de cambio es

hermoso, como la metamorfosis de una crisálida

en mariposa. Todo cambia, y la clave para sacar el

mejor provecho del cambio es su disposición.
A veces pienso en este paso como en la etapa

cerebral o conceptual (más palabras con C). Digo

cerebral porque usted trabaja con el intelecto y las

emociones: con todo el cerebro. Y es preciso que

usted conciba cómo encajan todas las partes, todos-

los elementos de su situación, todos los elementos

de su mundo, todos los elementos de su filosofía.

Encontrar esta unidad es lo que le permitirá superar el problema. Si está bloqueado por un problema, lo que necesita es dar con un avance conceptual, pues sus respuestas habituales no bastan.
En el paso final, alcanza el equilibrio. Con su

recién adquirida o perfilada disposición, pone en

marcha su mejor alternativa e incorpora a su vida

de manera concreta todo lo que ha aprendido. Su

problema deja de ser un problema, y usted recobra

su habitual (aunque ahora mejorada) forma de ser,

libre de preocupaciones, hasta la próxima vez en

que las circunstancias conspiren para hacerle perder el equilibrio. Siempre hay un cierto tambaleo;
nadie mantiene una estabilidad permanente. No

obstante, si realmente hace suyo el proceso PEA-

CE, estará mejor preparado para enfrentarse al futuro. Una vez que se encuentra una disposición

eficaz, ésta no desaparece. No hay modo de agotarla. Puede recurrir y volver a utilizar todo lo que

le dio resultado ante unas circunstancias concretas
en cualquier situación semejante que se le presente. Lo que le da resultado se refuerza y, a la inversa, lo que no funciona se descarta. Si avanza hasta

esta etapa final, nunca volverá a la casilla de salida.

Su vida se enriquecerá, incluso tras la más desoladora de las tragedias, si es capaz de aprender sobre

sí mismo manejando su experiencia y alcanzando

el equilibrio.
Aveces llamo esencial (otra palabra con E) a este último paso, pues para cuando usted llegue a él,

habrá comprendido la esencia de su situación. Habrá descubierto no sólo la esencia de su problema,

sino también algo esencial para usted. Esta revelación es la que le permite resolver el problema presente y le prepara para el siguiente. Las soluciones

absolutas no siempre son posibles, de modo que la

resolución es el objetivo más apropiado en la mayoría de casos. Este paso también es esencial por-

que le permite seguir avanzando. Puede que usted

llegue a ser filosóficamente autosuficiente y que ya

no vuelva a necesitar más asesoramiento (salvo que

decida continuar más allá de los rudimentos). Una

disposición que conduzca al equilibrio es algo que

llevará consigo vaya donde vaya. No es algo que se

guarde en el botiquín y que se saque para mitigar

un síntoma desagradable. Tampoco es algo de lo

que usted dependa, como puede suceder con un

terapeuta o un medicamento. Es algo que forma

parte de usted.

¿QUÉ TIENEN EN COMÚN

PABLO CASALS Y MARK TWAIN?
Los dos primeros pasos del proceso PEACE

son conocidos gracias a mis predecesores en los

campos de la psicología y la autoayuda. Y tal como

he afirmado, muchas personas se abren camino a

través de esta primera parte del laberinto por su

cuenta y luego solicitan ayuda. Puesto que los pasos tercero y cuarto (análisis y contemplación) son

los que diferencian a este método de otros al uso, y

también los más nuevos y difíciles de aprehender,

quisiera aclararlos mediante dos ejemplos. Estos

ejemplos conciernen a personajes famosos que actuaron como sus propios consejeros filosóficos.

Más adelante, en este mismo capítulo, veremos un caso de mi consulta.
El gran violoncelista Pablo Casáis una vez se rompió un brazo en un accidente de esquí y tuvo

que llevarlo enyesado durante seis semanas. El

problema al que se enfrentaba estaba bien claro:
llevar el brazo enyesado causaba estragos en su

agenda e interrumpía su carrera. Su reacción emocional probablemente fuese una mezcla de frustración, ansiedad, anonadamiento, depresión y

miedo. Su análisis cuadraba con todas las complicaciones logísticas: cancelar o posponer conciertos, acudir a citas con médicos y fisioterapeutas,

llamar a su agente, revisar contratos, planificar la

rehabilitación una vez que el brazo estuviera cura-

do, y así sucesivamente.
Celebró la indispensable rueda de prensa para
En caso de que usted considere que no tiene esa

clase de serenidad, permítame que le presente otro

ejemplo antes de que decida que está fuera de

su alcance. Mark Twain era casi tan famoso por su

temperamento vehemente como por sus logros literarios. Costaba poco provocarle, y puede estar

seguro de que su ira era fulminante. Cuando se

ofendía, su opción de réplica era escribir una carta

mordaz. Pero entonces siempre guardaba la carta en el abrigo durante tres días. Si pasados tres

días seguía enojado, la echaba al correo.
Con frecuencia su enfado se había disipado, y

quemaba la misiva. Esta costumbre quizás haya su-

puesto una pérdida para muchos admiradores que

codiciarían una copia de esos escritos, pero sin duda le hizo un favor a Twain, a sus amigos y a sus

conocidos.
Apuesto a que Twain utilizaba esas cartas para

definir el problema, expresar sus emociones (cólera, en esencia) y analizar sus opciones (algunas de

las cuales con toda certeza eran maravillosamente

gráficas). Sin embargo, su postura contemplativa

consistía en practicar las virtudes de la paciencia,

la imparcialidad, la reflexión y la voluntad de cambio. Con lo conocida que era la fogosidad de

Twain, no habría podido mostrar el comedimiento

del que hacía gala si no hubiese mostrado una disposición favorable hacia estas virtudes. Tanto si

enviaba la carta por correo como si no, utilizaba

ambas cosas, la carta y la tregua de tres días, para

recobrar el equilibrio.
Aunque dudo que fuera consciente de ello, Twain se hacía eco de la idea china según la cual la

mejor forma de proceder es la que le deja a uno li-

bre de culpa y remordimientos. Al aguardar tres

días antes de decidir con más serenidad lo que debía hacer con la carta, podía estar seguro de encontrar ese camino.
Puesto que nadie nos ha confiado en secreto el
trabajo mental que realizaron Casáis o Twain con

relación a estos asuntos, desconocemos con cuánta

facilidad o dificultad descubrieron sus disposiciones respectivas ni cuánto trabajo les llevó el poner-

las en práctica. No caiga en el error de dar por su-

puesto que no hallaron ningún obstáculo en su

camino sólo porque la crónica de estos hechos no

nos hable de sangre, sudor y lágrimas. Las personas que desean realizar un esfuerzo para filosofar

sobre cualquier cosa a la que se enfrenten pueden

encontrar disposiciones provechosas y alcanzar

cierto grado de equilibrio. No se trata forzosa-

mente de un remedio rápido, aunque puedo asegurarle que llevar a cabo el trabajo y obtener el resultado es mejor que todas las demás alternativas

(cólera, culpa, escapismo, dependencia, hacerse la

víctima, martirio, pleitos y la teletienda) puestas

juntas.
VINCENT
Vincent disfrutaba del éxito de su carrera como

escritor profesional. Había decorado su rincón de

la oficina con los típicos recuerdos, fotografías y

demás. También había colgado una reproducción

de un famoso cuadro de Gauguin que representaba a unas mujeres tahitianas semidesnudas en la

playa. Una de las colegas de Vincent informó a su

supervisor de que el cuadro la ofendía y exigió que

fuese retirado. Cumpliendo con la normativa de la

empresa sobre acoso sexual, el supervisor llamó a

Vincent a su despacho y le ordenó que retirara el cuadro. Vincent opuso objeciones pero no tenía alternativa: o descolgaba la obra de arte o renunciaba a su empleo. Tras ponderar estas dos opciones, eligió el mal menor y decidió retirar la obra

de arte. Al fin y al cabo, es más fácil encontrar otro

cuadro que un nuevo empleo. Vincent optó por lo

práctico. Lo que no se esperaba era la cólera, el ultraje y la sensación de haber traicionado sus principios que sintió después de descolgar el cuadro

para conservar el empleo.
A medida que vayamos estudiando este caso

mediante el proceso PEACE, verá claramente la

diferencia entre el asesoramiento filosófico y el

psicológico. Muchos psicólogos que asisten a mis

conferencias sobre asesoramiento filosófico salen a

mi encuentro al finalizar la charla y me dicen:
«¿Sabe una cosa? Hago exactamente lo mismo que

usted.» En realidad, no hacen lo mismo ni por

asomo, y a menudo me sirvo de este caso para hacérselo comprender. Explico a los psicólogos lo

mismo que acabo de explicarle a usted sobre Vincent y les pregunto cómo procederían. Sin excepción, se centran estrictamente en sus emociones

(cólera, ultraje, traición) y me cuentan la gran cantidad de trabajo que realizarían en esas áreas. En

mi opinión, eso sería una pérdida de tiempo, por

no decir de dinero. Cuando les detallo el procedimiento que emplearía un consejero filosófico, de

pronto caen en la cuenta de que existe todo un

universo de perspectivas que su formación psicológica no contempla. Así es como funciona:
PRIMERA ETAPA: Problema. El problema de Vincent, en pocas palabras, era que padecía una sensación de injusticia. Creía que lo obligaban injusta-

mente a retirar el cuadro y que su empleo no tenía

que haberse visto en peligro por una cuestión de

gustos personales sobre arte. Sus emociones ma-

naban de su sensación de injusticia. Esto, y no las emociones en sí mismas, era la raíz del problema.
SEGUNDA ETAPA: Emociones. En un principio Vincent no supo cómo expresar sus emociones de forma constructiva. No quería sentirse tan enfadado y traidor, pero el sistema no le brindaba ningún

remedio para que se sintiera mejor.
TERCERA ETAPA: Análisis. Tras considerar todas

las opciones, Vincent probablemente hizo lo correcto. Amaba su profesión, y los empleos como el suyo no se encuentran así como así. Si hubiese dimitido por culpa del cuadro, seguiría sintiendo la

misma injusticia y además no tendría trabajo. Puede que sea mejor estar disgustado y con trabajo

que disgustado y en el paro. Si hubiese dispuesto

del dinero suficiente, podría haber demandado a

su empresa por el incidente y haber probado suerte ante los tribunales. Mas no se lo podía permitir.

Las venganzas que cruzaron su mente le complacían durante un rato, pero no eran opciones reales.

De todas formas, si Vincent se hubiese decidido

por la solución de amenazar al supervisor y a la colega ofendida, o de empezar a disparar como un

loco en la oficina, tampoco habría encontrado justicia, sino que estaría en la cárcel. En resumidas

cuentas, la decisión de Vincent parecía la mejor

que podía haber tomado.
CUARTA ETAPA: Contemplación. Vincent y yo

trabajamos desde una postura filosófica para comprender la diferencia entre ofensa y daño. Si alguien o algo le hace daño (es decir, le hiere física-

mente contra su voluntad) usted no es cómplice de

la herida. El principio del daño de John Stuart

Mili sostiene que «el único fin que autoriza al ejercicio del poder sobre cualquier miembro de una

sociedad civilizada contra su voluntad es evitar que

haga daño a los demás».
Sin embargo, la ofensa es distinta. Si alguien o

algo le ofende, es decir, le insulta de un modo u

otro, usted es cómplice del insulto. ¿Por qué? Pues

porque se lo toma como una ofensa. Usted puede

permanecer pasivo y resultar herido por algo como un golpe físico, pero toma parte activa al ofenderse por algo como un cuadro. Recuerde esta fórmula cortés de antaño:
«Lo siento, no pretendía ofender.»

«No se apure, no lo he tomado a mal.»

Este tipo de civismo lo ha vuelto obsoleto una

cultura que descuida el pensamiento y permite que

la ofensa se confunda con el daño. Marco Aurelio

ya conocía la diferencia en la Roma del siglo u, pero nuestra avanzada cultura la ha olvidado. En la

actualidad las personas se ofenden, luego acusan a

los demás de hacerles daño, y el sistema las respalda con políticas que restringen las libertades individuales. Peor aún, el sistema consolida esta con-

fusión recompensando económicamente a las personas que se ofenden. No es de extrañar que todo

el mundo ande con pies de plomo o subiéndose

por las paredes.
Elimina tu opinión, y eliminarás la queja

«Me han ofendido». Elimina la queja «Me han

ofendido» y la ofensa ha desaparecido.
MARCO AURELIO
La distinción entre daño y ofensa supuso el primer avance contemplativo de Vincent. El segundo

se produjo al darse cuenta de que esta clase de injusticia era inherente al sistema y que no iba dirigida personalmente contra él. La acusadora y el

supervisor sólo eran peones de un juego que ni siquiera ellos comprendían. De tan absurdo, resultaba casi divertido. Pues tampoco era que Vincent

hubiese colgado en la pared el desplegable del último Playboy (que algunos también considerarán arte, aunque es claramente más provocativo que la

reproducción de un cuadro de valor incalculable).

Las personas que buscan motivos para ofenderse

siempre los hallarán, pero son ellas quienes tienen

un problema. Y su problema es que necesitan

ofenderse. Sin darse cuenta, Vincent satisfizo la

necesidad de su colega.
Vincent no tenía por qué creer que su situación

era injusta, ya que él sí que había sido ofendido,

aunque no herido, por el sistema. En sus manos

estaba el negarse a ofenderse por la intolerancia

del sistema, y así decidió hacerlo. Pues Vincent ya

contaba con una disposición filosófica que lo inmunizaba contra la injusticia y permitía que sus

emociones negativas se disiparan.
QUINTA ETAPA: Equilibrio. Vincent volvió al tra-

bajo sin guardar rencor asu colega ni a su supervisor. Tenía cosas mejores que hacer que invertir

emoción en sus gustos artísticos; tenía toda una carrera profesional por delante. Para consolidar el

proceso, recomendé a Vincent que hiciera una lista

de los diez cuadros que más le gustaría colgar en la

pared, que se los mostrara a su colega y que le pidiera que eligiera uno que no la ofendiera. Así todos

estarían contentos con la decoración de su rincón.
El proceso PEACE de Vincent se desarrolló en

una sola sesión. En ningún momento hablamos de
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