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haciendo será compensar su situación o racionalizarla. No hallará un alivio real y duradero. Puede que incluso descubra que la disposición adoptada en realidad empeora el problema y que si elige otra su vida puede cambiar. Este tipo de cambio es hermoso, como la metamorfosis de una crisálida en mariposa. Todo cambia, y la clave para sacar el mejor provecho del cambio es su disposición. A veces pienso en este paso como en la etapa cerebral o conceptual (más palabras con C). Digo cerebral porque usted trabaja con el intelecto y las emociones: con todo el cerebro. Y es preciso que usted conciba cómo encajan todas las partes, todos- los elementos de su situación, todos los elementos de su mundo, todos los elementos de su filosofía. Encontrar esta unidad es lo que le permitirá superar el problema. Si está bloqueado por un problema, lo que necesita es dar con un avance conceptual, pues sus respuestas habituales no bastan. En el paso final, alcanza el equilibrio. Con su recién adquirida o perfilada disposición, pone en marcha su mejor alternativa e incorpora a su vida de manera concreta todo lo que ha aprendido. Su problema deja de ser un problema, y usted recobra su habitual (aunque ahora mejorada) forma de ser, libre de preocupaciones, hasta la próxima vez en que las circunstancias conspiren para hacerle perder el equilibrio. Siempre hay un cierto tambaleo; nadie mantiene una estabilidad permanente. No obstante, si realmente hace suyo el proceso PEA- CE, estará mejor preparado para enfrentarse al futuro. Una vez que se encuentra una disposición eficaz, ésta no desaparece. No hay modo de agotarla. Puede recurrir y volver a utilizar todo lo que le dio resultado ante unas circunstancias concretas en cualquier situación semejante que se le presente. Lo que le da resultado se refuerza y, a la inversa, lo que no funciona se descarta. Si avanza hasta esta etapa final, nunca volverá a la casilla de salida. Su vida se enriquecerá, incluso tras la más desoladora de las tragedias, si es capaz de aprender sobre sí mismo manejando su experiencia y alcanzando el equilibrio. Aveces llamo esencial (otra palabra con E) a este último paso, pues para cuando usted llegue a él, habrá comprendido la esencia de su situación. Habrá descubierto no sólo la esencia de su problema, sino también algo esencial para usted. Esta revelación es la que le permite resolver el problema presente y le prepara para el siguiente. Las soluciones absolutas no siempre son posibles, de modo que la resolución es el objetivo más apropiado en la mayoría de casos. Este paso también es esencial por- que le permite seguir avanzando. Puede que usted llegue a ser filosóficamente autosuficiente y que ya no vuelva a necesitar más asesoramiento (salvo que decida continuar más allá de los rudimentos). Una disposición que conduzca al equilibrio es algo que llevará consigo vaya donde vaya. No es algo que se guarde en el botiquín y que se saque para mitigar un síntoma desagradable. Tampoco es algo de lo que usted dependa, como puede suceder con un terapeuta o un medicamento. Es algo que forma parte de usted. ¿QUÉ TIENEN EN COMÚN PABLO CASALS Y MARK TWAIN? Los dos primeros pasos del proceso PEACE son conocidos gracias a mis predecesores en los campos de la psicología y la autoayuda. Y tal como he afirmado, muchas personas se abren camino a través de esta primera parte del laberinto por su cuenta y luego solicitan ayuda. Puesto que los pasos tercero y cuarto (análisis y contemplación) son los que diferencian a este método de otros al uso, y también los más nuevos y difíciles de aprehender, quisiera aclararlos mediante dos ejemplos. Estos ejemplos conciernen a personajes famosos que actuaron como sus propios consejeros filosóficos. Más adelante, en este mismo capítulo, veremos un caso de mi consulta. El gran violoncelista Pablo Casáis una vez se rompió un brazo en un accidente de esquí y tuvo que llevarlo enyesado durante seis semanas. El problema al que se enfrentaba estaba bien claro: llevar el brazo enyesado causaba estragos en su agenda e interrumpía su carrera. Su reacción emocional probablemente fuese una mezcla de frustración, ansiedad, anonadamiento, depresión y miedo. Su análisis cuadraba con todas las complicaciones logísticas: cancelar o posponer conciertos, acudir a citas con médicos y fisioterapeutas, llamar a su agente, revisar contratos, planificar la rehabilitación una vez que el brazo estuviera cura- do, y así sucesivamente. Celebró la indispensable rueda de prensa para En caso de que usted considere que no tiene esa clase de serenidad, permítame que le presente otro ejemplo antes de que decida que está fuera de su alcance. Mark Twain era casi tan famoso por su temperamento vehemente como por sus logros literarios. Costaba poco provocarle, y puede estar seguro de que su ira era fulminante. Cuando se ofendía, su opción de réplica era escribir una carta mordaz. Pero entonces siempre guardaba la carta en el abrigo durante tres días. Si pasados tres días seguía enojado, la echaba al correo. Con frecuencia su enfado se había disipado, y quemaba la misiva. Esta costumbre quizás haya su- puesto una pérdida para muchos admiradores que codiciarían una copia de esos escritos, pero sin duda le hizo un favor a Twain, a sus amigos y a sus conocidos. Apuesto a que Twain utilizaba esas cartas para definir el problema, expresar sus emociones (cólera, en esencia) y analizar sus opciones (algunas de las cuales con toda certeza eran maravillosamente gráficas). Sin embargo, su postura contemplativa consistía en practicar las virtudes de la paciencia, la imparcialidad, la reflexión y la voluntad de cambio. Con lo conocida que era la fogosidad de Twain, no habría podido mostrar el comedimiento del que hacía gala si no hubiese mostrado una disposición favorable hacia estas virtudes. Tanto si enviaba la carta por correo como si no, utilizaba ambas cosas, la carta y la tregua de tres días, para recobrar el equilibrio. Aunque dudo que fuera consciente de ello, Twain se hacía eco de la idea china según la cual la mejor forma de proceder es la que le deja a uno li- bre de culpa y remordimientos. Al aguardar tres días antes de decidir con más serenidad lo que debía hacer con la carta, podía estar seguro de encontrar ese camino. Puesto que nadie nos ha confiado en secreto el trabajo mental que realizaron Casáis o Twain con relación a estos asuntos, desconocemos con cuánta facilidad o dificultad descubrieron sus disposiciones respectivas ni cuánto trabajo les llevó el poner- las en práctica. No caiga en el error de dar por su- puesto que no hallaron ningún obstáculo en su camino sólo porque la crónica de estos hechos no nos hable de sangre, sudor y lágrimas. Las personas que desean realizar un esfuerzo para filosofar sobre cualquier cosa a la que se enfrenten pueden encontrar disposiciones provechosas y alcanzar cierto grado de equilibrio. No se trata forzosa- mente de un remedio rápido, aunque puedo asegurarle que llevar a cabo el trabajo y obtener el resultado es mejor que todas las demás alternativas (cólera, culpa, escapismo, dependencia, hacerse la víctima, martirio, pleitos y la teletienda) puestas juntas. VINCENT Vincent disfrutaba del éxito de su carrera como escritor profesional. Había decorado su rincón de la oficina con los típicos recuerdos, fotografías y demás. También había colgado una reproducción de un famoso cuadro de Gauguin que representaba a unas mujeres tahitianas semidesnudas en la playa. Una de las colegas de Vincent informó a su supervisor de que el cuadro la ofendía y exigió que fuese retirado. Cumpliendo con la normativa de la empresa sobre acoso sexual, el supervisor llamó a Vincent a su despacho y le ordenó que retirara el cuadro. Vincent opuso objeciones pero no tenía alternativa: o descolgaba la obra de arte o renunciaba a su empleo. Tras ponderar estas dos opciones, eligió el mal menor y decidió retirar la obra de arte. Al fin y al cabo, es más fácil encontrar otro cuadro que un nuevo empleo. Vincent optó por lo práctico. Lo que no se esperaba era la cólera, el ultraje y la sensación de haber traicionado sus principios que sintió después de descolgar el cuadro para conservar el empleo. A medida que vayamos estudiando este caso mediante el proceso PEACE, verá claramente la diferencia entre el asesoramiento filosófico y el psicológico. Muchos psicólogos que asisten a mis conferencias sobre asesoramiento filosófico salen a mi encuentro al finalizar la charla y me dicen: «¿Sabe una cosa? Hago exactamente lo mismo que usted.» En realidad, no hacen lo mismo ni por asomo, y a menudo me sirvo de este caso para hacérselo comprender. Explico a los psicólogos lo mismo que acabo de explicarle a usted sobre Vincent y les pregunto cómo procederían. Sin excepción, se centran estrictamente en sus emociones (cólera, ultraje, traición) y me cuentan la gran cantidad de trabajo que realizarían en esas áreas. En mi opinión, eso sería una pérdida de tiempo, por no decir de dinero. Cuando les detallo el procedimiento que emplearía un consejero filosófico, de pronto caen en la cuenta de que existe todo un universo de perspectivas que su formación psicológica no contempla. Así es como funciona: PRIMERA ETAPA: Problema. El problema de Vincent, en pocas palabras, era que padecía una sensación de injusticia. Creía que lo obligaban injusta- mente a retirar el cuadro y que su empleo no tenía que haberse visto en peligro por una cuestión de gustos personales sobre arte. Sus emociones ma- naban de su sensación de injusticia. Esto, y no las emociones en sí mismas, era la raíz del problema. SEGUNDA ETAPA: Emociones. En un principio Vincent no supo cómo expresar sus emociones de forma constructiva. No quería sentirse tan enfadado y traidor, pero el sistema no le brindaba ningún remedio para que se sintiera mejor. TERCERA ETAPA: Análisis. Tras considerar todas las opciones, Vincent probablemente hizo lo correcto. Amaba su profesión, y los empleos como el suyo no se encuentran así como así. Si hubiese dimitido por culpa del cuadro, seguiría sintiendo la misma injusticia y además no tendría trabajo. Puede que sea mejor estar disgustado y con trabajo que disgustado y en el paro. Si hubiese dispuesto del dinero suficiente, podría haber demandado a su empresa por el incidente y haber probado suerte ante los tribunales. Mas no se lo podía permitir. Las venganzas que cruzaron su mente le complacían durante un rato, pero no eran opciones reales. De todas formas, si Vincent se hubiese decidido por la solución de amenazar al supervisor y a la colega ofendida, o de empezar a disparar como un loco en la oficina, tampoco habría encontrado justicia, sino que estaría en la cárcel. En resumidas cuentas, la decisión de Vincent parecía la mejor que podía haber tomado. CUARTA ETAPA: Contemplación. Vincent y yo trabajamos desde una postura filosófica para comprender la diferencia entre ofensa y daño. Si alguien o algo le hace daño (es decir, le hiere física- mente contra su voluntad) usted no es cómplice de la herida. El principio del daño de John Stuart Mili sostiene que «el único fin que autoriza al ejercicio del poder sobre cualquier miembro de una sociedad civilizada contra su voluntad es evitar que haga daño a los demás». Sin embargo, la ofensa es distinta. Si alguien o algo le ofende, es decir, le insulta de un modo u otro, usted es cómplice del insulto. ¿Por qué? Pues porque se lo toma como una ofensa. Usted puede permanecer pasivo y resultar herido por algo como un golpe físico, pero toma parte activa al ofenderse por algo como un cuadro. Recuerde esta fórmula cortés de antaño: «Lo siento, no pretendía ofender.» «No se apure, no lo he tomado a mal.» Este tipo de civismo lo ha vuelto obsoleto una cultura que descuida el pensamiento y permite que la ofensa se confunda con el daño. Marco Aurelio ya conocía la diferencia en la Roma del siglo u, pero nuestra avanzada cultura la ha olvidado. En la actualidad las personas se ofenden, luego acusan a los demás de hacerles daño, y el sistema las respalda con políticas que restringen las libertades individuales. Peor aún, el sistema consolida esta con- fusión recompensando económicamente a las personas que se ofenden. No es de extrañar que todo el mundo ande con pies de plomo o subiéndose por las paredes. Elimina tu opinión, y eliminarás la queja «Me han ofendido». Elimina la queja «Me han ofendido» y la ofensa ha desaparecido. MARCO AURELIO La distinción entre daño y ofensa supuso el primer avance contemplativo de Vincent. El segundo se produjo al darse cuenta de que esta clase de injusticia era inherente al sistema y que no iba dirigida personalmente contra él. La acusadora y el supervisor sólo eran peones de un juego que ni siquiera ellos comprendían. De tan absurdo, resultaba casi divertido. Pues tampoco era que Vincent hubiese colgado en la pared el desplegable del último Playboy (que algunos también considerarán arte, aunque es claramente más provocativo que la reproducción de un cuadro de valor incalculable). Las personas que buscan motivos para ofenderse siempre los hallarán, pero son ellas quienes tienen un problema. Y su problema es que necesitan ofenderse. Sin darse cuenta, Vincent satisfizo la necesidad de su colega. Vincent no tenía por qué creer que su situación era injusta, ya que él sí que había sido ofendido, aunque no herido, por el sistema. En sus manos estaba el negarse a ofenderse por la intolerancia del sistema, y así decidió hacerlo. Pues Vincent ya contaba con una disposición filosófica que lo inmunizaba contra la injusticia y permitía que sus emociones negativas se disiparan. QUINTA ETAPA: Equilibrio. Vincent volvió al tra- bajo sin guardar rencor asu colega ni a su supervisor. Tenía cosas mejores que hacer que invertir emoción en sus gustos artísticos; tenía toda una carrera profesional por delante. Para consolidar el proceso, recomendé a Vincent que hiciera una lista de los diez cuadros que más le gustaría colgar en la pared, que se los mostrara a su colega y que le pidiera que eligiera uno que no la ofendiera. Así todos estarían contentos con la decoración de su rincón. El proceso PEACE de Vincent se desarrolló en una sola sesión. En ningún momento hablamos de |