La investigación reciente sitúa hoy al




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»Existen, por supuesto, otros males; pero una cierta divinidad, mezcló, en la mayoría de ellos, un placer mo­mentáneo, como, por ejemplo, en el adulador, terrible monstruo, sumamente dañino, en el que la naturaleza entreveró un cierto placer, no del todo insípido. También a una hetera podría alguien denostarla como algo dañino, y a otras muchas criaturas y ocupaciones semejantes, que no pueden dejar de ser agradables, al menos por un tiem­po. Para el amado, en cambio, es el amante, además de dañino, extraordinariamente repulsivo en el trato diario. Porque cada uno, como dice el viejo refrán, `se divierte con los de su edad' 38. Pienso, pues, que la igualdad en el tiempo lleva a iguales placeres y, a través de esta seme­janza, viene el regalo de la amistad. A pesar de todo, tam­bién este trato con los de la misma edad llega a producir hastío. En verdad que lo que es forzado se dice que aca­ba, a su vez, siendo molesto para todos y en todo, cosa que, además de la edad, distancia al amante de su predilec­to. Pues siendo mayor como es y frecuentando a una per­sona más joven, ni de día ni de noche le gusta que se ausen­te, sino que es azuzado por un impulso insoslayable que, por cierto, siempre le proporciona gozos de la vista, del oído, del tacto, de todos los sentidos con los que siente a su amado, de tal manera que, por el placer, queda como esclavizado y pegado a él. ¿Y qué consuelo y gozos dará al amado para evitar que, teniéndolo tanto tiempo a su lado, no se le convierta en algo extremadamente desagra­dable? Porque lo que tiene delante es un rostro envejecido y ajado, con todo lo que implica y que ya no es grato oír ni de palabra, cuanto menos tener que cargar, día a día, con tan pegajosa realidad. Y, encima, se es objeto de una vigilancia sospechosa en toda ocasión y a todas horas, y se tienen que oír alabanzas inapropiadas y exage­radas e, incluso, reproches, que en boca de alguien sobrio ya sonarían inadmisibles y que, por supuesto, en la de un borracho ya no son sólo inadmisibles, sino desvergonza­das, al emplear una palabrería desmesurada y desgarrada.

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»Mientras ama es, pues, dañino y desabrido; pero, cuan­do cesa su amor, se vuelve infiel, y precisamente para ese tiempo venidero, sobre el que tantas promesas había he­cho, sustentadas en continuos juramentos y súplicas que, con esfuerzo, mantenían una relación ya entonces conver­tida en una carga pesada, que ni siquiera podía aligerar la esperanza de bienes futuros. Y ahora, pues, que tiene que cumplir su promesa, ha cambiado, dentro de él mis­mo, de dueño y señor: inteligencia y sensatez, en lugar de amor y apasionamiento. Se ha hecho, pues, otro hombre, sin que se haya dado cuenta el amado. Éste le reclama agradecimiento por lo pasado, recordándole todo lo que han hecho y se han dicho, como si estuviera dialogando con el mismo hombre. Por vergüenza, no se atreve aquél a decirle ya que ha cambiado, y no sabe cómo mantener los juramentos y promesas de otros tiempos, cuando esta­ba dominado por la sinrazón, ahora que se ha transforma­do en alguien razonable y sensato. Aunque obrase como el de antes, no volvería a ser semejante a él e, incluso, a identificársele de nuevo. Desertor de todo esto es, ahora, el que antes era amante. Forzado a no dar la cara, una vez que la valva ha caído de otra manera 39,emprende la huida. Pero el otro tiene necesidad de perseguirle; se siente vejado y .pone por testigo a los dioses, ignorante, desde un principio, de todo lo que ha pasado, o sea, de que había dado sus favores a un enamorado y, con ello, necesariamente a un insensato, en lugar de a alguien que, por no estar enamorado, fuera sensato. No habiéndolo he­cho así, se había puesto en las manos de una persona in­fiel, descontenta, celosa, desagradable, perjudicial para su hacienda, y no menos para el bienestar de su cuerpo; pero, sobre todo, funesto para el cultivo de su espíritu. Todo esto, muchacho, es lo que tienes que meditar, y llegar, así, a darte cuenta de que la amistad del amante no brota del buen sentido, sino como las ganas de comer, del ansia de saciarse: ‘Como a los lobos los corderos, así le gustan a los amantes los mancebos’ 40d

Y esto es todo, Fedro. Y no vas a oír de mí ninguna palabra más. Da ya por terminado el discurso.

FED. - Y yo que me creía que estabas a la mitad, e ibas a decir algo semejante sobre el que no ama y que, en consecuencia, es a él, más bien, a quien hay que conce­der los favores destacando, a su vez, todas las ventajas que esto tiene. Entonces, Sócrates, ¿por qué te me paras?

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SÓC. - ¿No te has dado cuenta, bienaventurado, que ya mi voz empezaba a sonar épica y no ditirámbica y, pre­cisamente, al vituperar? Pero si empiezo por alabar al otro, qué piensas que tendría que hacer ya? ¿Es que no te das cuenta de que, seguro, se iban a apoderar de mí las Musas, en cuyas manos me has puesto deliberadamente? Digo, pues, en una palabra, que lo contrario de aquello que hemos reprobado en el uno es, precisamente, lo bueno en el otro. ¿Qué necesidad hay de extenderse en otro discurso? Ya se ,ha dicho de ambos lo suficiente. Así pues, mi narración sufrirá la suerte que le corresponda. Yo, por mi parte, atravieso este río y me voy antes de que me fuerces a algo más difícil.

FED. - No, Sócrates, todavía no; no antes de que se pase este bochorno. ¿No ves que ya casi es mediodía, y que está cayendo, como suele decirse, a plomo el sol? Que­démonos, pues, y dialoguemos sobre lo que hemos men­cionado, y tan pronto como sople un poco de brisa, nos vamos.

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SÓC. - Divino eres con las palabras, Fedro; sencilla­mente admirable. Porque yo creo que de todos los discursos que se han dado en tu vida, nadie más que tú, ha logrado que se hicieran tantos, bien fuera que los pronunciaras tú mismo, bien, en cambio, que, de alguna forma, obligases a otros, con excepción de Simmias 41, el tebano, porque a todos los demás les ganas sobradamente. Y ahora, como puedes comprobar, parece que has llegado a ser causa de que todavía haya que pronunciar otro discurso.

FED. - No es que me estés anunciando una guerra; pero ¿cómo y qué es esto a lo que te refieres?

SÓC. - Cuando estaba, mi buen amigo, cruzando el río, me llegó esa señal que brota como de ese duende que tengo en mí -siempre se levanta cuando estoy por hacer algo-, y me pareció escuchar una especie de voz que de ella venía, y que no me dejaba ir hasta que me purificase; como si en algo, ante los dioses, hubiese delinquido. Es verdad que soy no demasiado buen adivino, pero a la ma­nera de esos que todavía no andan muy duchos con las letras, justo lo suficiente para mí mismo. Y acabo de dar­me cuenta, con claridad, de mi falta. Pues, por cierto, com­pañero, que el alma es algo así como una cierta fuerza adivinatoria. Y, antes, cuando estaba en pleno discurso, hubo algo que me conturbó, y me entró una especie de angustia, no me fuera a pasar lo que Íbico 42dice, que «contra los dioses pecando consiga ser honrado por los hombres». Pero ahora me he dado cuenta de mi falta.

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FED. - ¿Qué es lo que estás diciendo?

SÓC. - Terrible, Fedro, es el discurso que tú trajiste; terrible el que forzaste que yo dijera.

FED. - ¿Cómo es eso?

SÓC. - Es una simpleza y, hasta cierto punto, impía. Dime si hay algo peor.

FED. - Nada, si es verdad lo que dices.

SÓC. - Pero, bueno, ¿es que no crees que el Amor es hijo de Afrodita y es un dios?

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FED. - Al menos eso es lo que se cuenta.

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SÓC. - Pero no en Lisias, ni en tu discurso; en ese que, a través de mi boca y embrujado por ti, se ha proferi­do. Si el Amor es, como es sin duda, un dios o algo divino, no puede ser nada malo. Pero en los dos discursos que acabamos de decir, parece como si lo fuera. En esto, pues, pecaron contra el amor; pero aún más, su simpleza fue realmente exquisita, puesto que sin haber dicho nada razonable ni verdadero, parecían como si lo hubieran di­cho; sobre todo si es que pretenden embaucar a personaji­llos sin sustancia, para hacerse valer ante ellos. Me veo, pues, obligado, amigo mío, a purificarme. Hay, para los que son torpes, al - hablar de «mitologías», un viejo rito purificatorio que Homero, por cierto, no sabía aún, pero sí Estesícoro 43.Privado de sus ojos, por su maledicencia contra Helena, no se quedó, como Homero, sin saber la causa de su ignorancia, sino que, a fuer de buen amigo de las Musas, la descubrió e inmediatamente, compuso,
No es cierto ese relato;

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ni embarcaste en las naves de firme cubierta,

ni llegaste a la fortaleza de Troya.
Y nada más que acabó de componer la llamada «pali­nodia», recobró la vista. Yo voy a intentar ser más sabio que ellos, al menos, en esto. Por tanto, antes de que me sobrevenga alguna desgracia por haber maldicho del Amor, le voy a ofrecer una palinodia, a cara descubierta, y no tapado, como antes, por vergüenza.

FED. - Nada más grato que esto habrías podido decir­me, Sócrates.

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SÓC. - Ves, pues, mi buen Fedro, qué irreverentes han sido las palabras de ambos discursos, tanto del mío, como del que tú has leído de ese escrito. Si, por casualidad, nos hubiera escuchado alguien, alguien noble, de ánimo sere­no, que estuviera enamorado de otro como él, o que lo hubiera estado alguna vez antes; si nos hubiera escuchado, digo, cuando hablábamos de que los amantes, por minu­cias, arman grandes discusiones, y que son celosos y perni­ciosos para aquellos que aman, ¿cómo no se te ocurre creer que acabaría pensando que estaba oyendo a alguien criado entre marineros, y que no había visto, en su vida, un amor realmente libre? ¿No estaría muy en desacuerdo con los reproches que nosotros hacíamos al Amor?

FED. - Por Zeus, que es muy posible, Sócrates.

SÓC. - Pues bien, por reparo ante ese hombre, y por miedo al mismo Amor, deseo enjuagar, con palabras pota­bles, el amargor de lo oído. Por eso, aconsejo a Lisias que, cuanto antes, escriba que es al que ama, más bien que al que no ama, a quien, equitativamente, hay que otor­gar favores.

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FED. - Ya puedes estar seguro de que así será. Porque habiendo hecho tú la loa del amante, por fuerza Lisias se va a ver, a su vez, obligado por mí, a escribir otro discurso sobre el mismo asunto.

SÓC. - Confío, mientras sigas siendo el que eres, en lo que dices.

FED. - Habla, entonces, sin miedo.

SÓC. - ¿Adónde se me fue, ahora, el muchacho con el que hablaba? Para que escuche también esto, y no se apresure, por no haberlo oído, a conceder sus favores al no enamorado.

FED. - Aquí está, siempre a tu lado, muy cerca, y to­do el tiempo que te plazca.

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SÓC. - Ten entonces presente, bello muchacho, que el anterior discurso era de Fedro, el de Mirriunte 44, e hijo de Pítocles; pero el que ahora voy a decir es de Estesícoro, el de Hímera 45,hijo de Eufemo, y así es como debe sonar:

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«Que no es cierto el relato, si alguien afirma que estan­do presente un amante, es a quien no ama, a quien hay que conceder favores, por el hecho de que uno está loco y cuerdo el otro.. Porque si fuera algo tan simple afirmar que la demencia es un mal, tal afirmación estaría bien. Pero resulta que, a través de esa demencia, que por cierto es un don que los dioses otorgan, nos llegan grandes bie­nes. Porque la profetisa de Delfos, efectivamente, y las sacerdotisas de Dodona, es en pleno delirio cuando han sido causa de muchas y hermosas cosas que han ocurrido en la Hélade, tanto privadas como públicas, y pocas o nin­guna, cuando estaban en su sano juicio. Y no digamos ya de la Sibila y de cuantos, con divino vaticinio, predije­ron acertadamente, a muchos, muchas cosas para el futu­ro. Pero si nos alargamos ya con estas cuestiones, acaba­ríamos diciendo lo que ya es claro a todos. Sin embargo, es digno de traer a colación el testimonio de aquellos, en­tre los hombres de entonces, que plasmaron los nombres y que no pensaron que fuera algo para avergonzarse o una especie de oprobio la manía. De lo contrario, a este arte tan bello, que sirve para proyectarnos hacia el futuro, no lo habrían relacionado con este nombre, llamándolo mani­ké. Más bien fue porque pensaban que era algo bello, al producirse por aliento divino, por lo que se lo pusieron. Pero los hombres de ahora, que ya no saben lo que es bello le interpolan una t, y lo llamaron mantikē. También dieron el nombre de «oionoistikē», a esa indagación sobre el futuro, que practican, por cierto, gente muy sensata, valiéndose de aves y de otros indicios, y eso, porque, par­tiendo de la reflexión, aporta, al pensamiento, inteligencia e información. Los modernos, sin embargo, la transforma­ron en oiónistikē, poniéndole, pomposamente, una ome­ga 46.De la misma manera que la mantikē es más per­fecta y más digna que la oiōnistikē, como lo era ya por su nombre mismo y por sus obras, tanto más bello es, se­gún el testimonio de los antiguos, la manía que la sensatez, pues una nos la envían los dioses, y la otra es cosa de los hombres. Pero también, en las grandes plagas y penali­dades que sobrevienen inesperadamente a algunas estir­pes, por antiguas y confusas culpas 47,esa demencia que aparecía y se e

hacía voz en los que la necesitaban, consti­tuía una liberación, volcada en súplicas y entrega a los dioses. Se llegó, así, a purificaciones y ceremonias de ini­ciación, que daban la salud en el presente y para el futuro a quien por ella era tocado, y se encontró, además, solu­ción, en los auténticamente delirantes y posesos, a los ma­les que los atenazaban. 245a

El tercer grado de locura y de posesión viene de las Musas, cuando se hacen con un alma tierna e impecable, despertándola y alentándola hacia can­tos y toda clase de poesía, que al ensalzar mil hechos de los antiguos, educa a los que han de venir 48. Aquel, pues, que sin la locura de las musas acude a las puertas de la poesía, persuadido de que, como por arte, va a hacerse un verdadero poeta, lo será imperfecb

to, y la obra que sea capaz de crear, estando en su sano juicio, quedará eclipsa­da por la de los inspirados y posesos 49. Todas estas cosas y muchas más te puedo contar sobre las bellas obras de los que se han hecho ‘maniáticos’ 50 en manos de los dio­ses. Así pues, no tenemos por qué asustarnos, ni dejarnos conturbar por palabras que nos angustien al afirmar que hay que preferir al amigo sensato y no al insensato. Pero, además, que se alce con la victoria, si prueba, encima, eso de que el amor no ha sido enviado por los dioses para traer beneficios al amante o al amado. Sin embargo, lo que nosotros, por nuestra parte, tenemos que probar es lo contrario, o sea que tal ‘manía’ nos es dada por los dioses para nuestra mayor fortuna.

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»Prueba, que, por cierto, no se la creerán los muy suti­les, pero sí los sabios. Conviene, pues, en primer lugar, que intuyamos la verdad sobre la naturaleza divina y hu­mana del alma, viendo qué es lo que siente y qué es lo que hace. Y éste es el principio de la demostración.

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»Toda alma es inmortal. Porque aquello que se mueve siempre 51es inmortal. Sin embargo, para lo que mueve a otro, o es movido por otro, dejar de moverse es dejar de vivir. Sólo, pues, lo que se mueve a sí mismo, como no puede perder su propio ser por sí mismo, nunca deja de moverse, sino que, para las otras cosas que se mueven, es la fuente y el origen del movimiento. Y ese principio es ingénito. Porque, necesariamente, del principio se origi­na todo lo que se origina; pero él mismo no procede de nada, porque si de algo procediera, no sería ya principio original. Como, además, es también ingénito, tiene, por necesidad, que ser imperecedero. Porque si el principio pe­reciese, ni él mismo se originaría de nada, ni ninguna otra cosa de él; pues todo tiene que originarse del principio. Así pues, es principio del movimiento lo que se mueve a sí mismo. Y esto no puede perecer ni originarse, o, de lo contrario, todo el cielo y toda generación 52, viniéndose abajo, se inmovilizarían, y no habría nada que, al origi­narse de nuevo, fuera el punto de arranque del movimien­to. Una vez, pues, que aparece como inmortal lo que, por sí mismo, se mueve, nadie tendría reparos en afirmar que esto mismo es lo que constituye el ser del alma y su propio concepto. Porque todo cuerpo, al que le viene de fuera el movimiento, es inanimado; mientras que al que le viene de dentro, desde sí mismo y para sí mismo, es animado. Si esto es así, y si lo que se mueve a sí mismo no es otra cosa que el alma, necesariamente el alma tendría que ser ingénita e inmortal.

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