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Presentación La experiencia de duelo ante la muerte de un ser querido es tan normal estadísticamente como dolorosa personalmente. Suele conllevar una intensa vivencia de sufrimiento que, en no pocas ocasiones, necesita ser acompañada. Las personas mayores suelen arrastrar una importante experiencia de pérdidas, siendo la más relevante la resultante del fallecimiento de un familiar, especialmente de la pareja. Profundizar sobre las variables que intervienen en la experiencia de duelo puede ayudar a visibilizar y a comprender mejor algo tan duro, pero tan real, que forma parte de la condición humana. Objetivos
Introducción Hay sucesos en la vida que pueden romper el equilibrio de la persona más centrada. Les llamamos acontecimientos vitales estresantes. En distintos estudios realizados desde la psicología, el que aparece inequívocamente en primer lugar es la muerte del cónyuge, experiencia por la que pasan todos los años docenas de miles de nuestros mayores, un añadido especialmente duro a la creciente vivencia de pérdidas que ya de por sí pueden experimentar. En nuestra sociedad la muerte de una persona mayor es un acontecimiento calificado como “natural”, pero no por ello deja de ser traumático y especialmente doloroso para los seres cercanos a ella. La vivencia de la pérdida de un ser querido es lo que llamamos “duelo” o “proceso de duelo” y podríamos definirlo como la respuesta emocional por la pérdida y separación, total e irreversible, de alguien o de algo significativos. Respuesta emocional: aparecen sobre todo, pero no sólo, una intensa experiencia de sufrimiento (“me duele el alma”, dicen algunos) y de vacío, que puede ir variando a lo largo del proceso. Por la pérdida: no sólo la de la persona, sino también de lo que representaba (el que se hacía cargo de las gestiones en el banco, quien organizaba lo cotidiano de la casa…). Y separación: se trata de una desvinculación y los vínculos suelen aportar la sensación de seguridad, protección y de afecto. Total e irreversible: es total, en el sentido que afecta a las esferas más significativas del ser humano (los afectos, el contacto físico, los planes de futuro, etc.) y, además, es una pérdida sin retorno, sin vuelta atrás. De alguien o de algo significativos: si el vínculo no es significativo, no hay experiencia de duelo, aunque haya pérdida. En estas reflexiones nos vamos a centrar en el duelo por la muerte de un ser querido, aunque es conocido que el duelo puede experimentarse por la pérdida de un trabajo, por emigrar a un país lejano, etc. Vivir el duelo, en este sentido, sería tomar conciencia de la discrepancia entre el mundo que (desgraciadamente) es (el mundo real, con sus frustraciones, incluida la pérdida del ser querido) y el mundo que debería ser (una construcción interna, una fantasía personal que determina la visión del mundo que deseamos y la apuesta vital por el mismo). Etimológicamente la palabra duelo proviene del latín “dolus”, dolor. Se le llama duelo porque “duele” siempre. Duele cuando lloras porque necesitas desahogarte y expresar, duele cuando se reprime el llanto como respuesta a la presión social, duele cuando recuerdas al ser querido desaparecido y duele cuando se toma conciencia de haber estado un tiempo sin haberte acordado de él… En definitiva, es una experiencia que invade a toda la persona y que –radicalmente- te cambia la manera de situarse en la vida, porque te obliga a revisar los modelos internos que han sido los cimientos habituales de tu experiencia vital. Como una viuda expresaba: "es como si el mundo familiar, de repente, se convirtiera en extraño (no familiar)". Hasta lo más familiar deja de serlo. Se necesita una re-conceptualización, una re-experimentación de lo cotidiano. La mayor parte de los autores afirman que están presentes en el repertorio habitual de conducta de la persona en duelo las tres características siguientes: a) La negación de la irrecuperabilidad de la persona perdida (negación emocional, ante la incapacidad de admitir algo tan doloroso). b) Las expresiones de rabia, realizadas a veces de forma dolorida y, en ocasiones, en forma de tristeza profunda y otros síntomas depresivos. c) La necesidad de restablecer algún tipo de relación interna con el fallecido. En definitiva, nos encontramos con dos ejes que atraviesan toda esa experiencia:
La expresión “estar de luto” hace referencia a cómo las personas y las comunidades manifiestan externamente (codificación social) la experiencia vivida por la pérdida de un ser querido. Son los ritos y costumbres que acompañan a la experiencia de duelo. En nuestra cultura, clásicamente, se ha hecho con la presencia en el funeral, el acompañamiento al entierro, la visita en el domicilio del fallecido estando él de cuerpo presente, vistiendo con colores negros, etc. Desafortunadamente, las expresiones más tradicionales han quedado vacías de contenido y no han sido sustituidas por otras que pudieran ayudar a las personas a procesar y a expresar una experiencia tan dura, con lo que se quedan desasistidas, sobre todo los que no tienen en esos momentos los recursos personales activados para afrontar tantas dificultades. En las páginas siguientes iremos analizando el fenómeno del duelo, en general y, de manera particular, en el ámbito de los mayores. La pérdida más habitual será la del cónyuge, pero también puede haber otro tipo de pérdidas de personas muy importantes (hijos, amigos muy significativos, etc.). Capítulo 1: El Duelo Normal: características. El duelo normal (así lo denomina Parkes), también llamado duelo típico (Stedeford), presenta una serie de manifestaciones (Soler y Jordá 1996) que es importante conocer, para desdramatizarlas y situarlas en su contexto de normalidad, y así poder acompañar en su manejo. Conviene aclarar que el hecho de que sean síntomas normales no significa que por ello dejen de ser molestos o dolorosos. Sin ánimo de ser exhaustivos, vamos a ver algunas de sus manifestaciones: 1.1. Manifestaciones físicas.
1.2. Manifestaciones psicológicas.
1.3. Manifestaciones sociales.
1.4. Manifestaciones espirituales.
Capítulo 2: Las Fases del Duelo. Hoy cada día está más cuestionada la idea de fases del duelo. Por un lado, cada persona lleva un proceso diferente, dado que además el duelo es un proceso dinámico. Por otro, las fases, de existir, no tienen por qué ser lineales, pueden cambiar de orden e incluso repetirse. Lo importante es conocer que existe habitualmente un proceso de adaptación que ayuda a no perder la perspectiva de que se está haciendo un camino con normalidad. Algunos autores sostienen que, en el caso de muerte por enfermedad, puede darse el denominado “duelo anticipado”, una fase 0 en la que se puede ir tomando conciencia gradualmente de la posibilidad de la pérdida. Otros, sin embargos, afirman que hasta que no haya pérdida real es muy difícil comenzar la experiencia de duelo. Fase 1. Desconcierto, aturdimiento, entumecimiento, embotamiento. Suele ser una fase breve, que suele durar horas o días, y que cursa con un cierto shock de irrealidad y una sensación de “no ser”, “no sentir”, “no pensar”. Se caracteriza por la negación: “no es verdad, no puede ser posible”. Fase 2. Tristeza profunda y anhelo-búsqueda. Se experimenta una intensa pena y dolor, acompañadas de miedo, ira, culpabilidad y, en ocasiones, resentimiento. Existe mucha preocupación por la figura perdida y una necesidad de buscar y encontrar al fallecido (conducta de búsqueda). Fase 3. Desorganización – Desesperación. Una fase en la que se toma conciencia del fracaso de la búsqueda y se manifiesta con apatía y desinterés, tristeza sostenida, soledad, fragilidad física y falta de objetivos. Fase 4. Reorganización – Recuperación. Va reapareciendo la esperanza y la adaptación a la realidad, reconduciéndose la vida, planteándose nuevos objetivos y abriéndose a nuevas relaciones. No obstante, nunca se vuelve al estado anterior a la pérdida. Como luego veremos, claramente hay un antes y un después. Capítulo 3: Tipos de Duelo Según los autores, aparecen distintas clasificaciones. Exponemos brevemente algunas de ellas, deteniéndonos posteriormente en el conocido como duelo complicado:
Mención aparte merece el conocido como Duelo Complicado (para otros categorizado como duelo anormal, atípico, patológico, etc.). Algunas circunstancias pueden convertirse en factores de riesgo para su aparición (Sanders, 1999):
Para diagnosticar un duelo complicado, algunas pistas pueden sernos de utilidad (adaptado de Worden, 1997):
No todo duelo complicado tiene un curso estrictamente psicopatológico. Solamente entre el 11 y el 15% de las reacciones de duelo se complican en forma de estado depresivo y un porcentaje similar de duelos manifiestan trastornos por ansiedad o por somatización, de manera aislada o conjuntamente con la depresión. La depresión reactiva a una pérdida se diferencia con el duelo normal en la intensidad, duración y sintomatología del trastorno. En el duelo normal, los síntomas son menos intensos y llamativos y se resuelven antes. En la depresión aparece un mayor retardo psicomotor, con movimientos y pensamientos mucho más enlentecidos, se da una mayor importancia a las ideas de infravaloración de uno mismo y de culpa, se padece una sensación de desesperanza mucho más intensa y hay una mayor frecuencia de pensamientos reiterativos de contenido pesimista acerca del futuro y de ideación suicida con fantasías de reunión con la persona fallecida. Para el diagnóstico de duelo complicado, diversos autores (Prigerson 2001, García-García 2002) están trabajando criterios que puedan orientar a los profesionales. En ellos incluyen indicadores de estrés por la separación afectiva que conlleva la muerte (pensamientos intrusos, añoranza intensa…), indicadores de estrés por el trauma psíquico que supone la muerte (falta de metas, ausencia de respuesta emocional, sentir que se ha muerto una parte de sí mismo, etc.), durante un período superior a los 6 meses y con un deterioro significativo en la vida social, laboral o en otras áreas importantes para la persona. |
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