Capítulo 4. El duelo en los mayores
Como reflexiones iniciales, comenzar diciendo con Hansson y colaboradores (1993) que:
La experiencia de quedarse viudo o viuda puede vivirse durante muchos años, lo que exige no dejar pasar por alto algo que puede afectar significativa y negativamente durante mucho tiempo.
Las personas mayores pueden seguir experimentando crecimiento personal a pesar de su experiencia de pérdida.
Los mayores necesitan seguir desarrollando su proyecto vital de manera activa y planificada, afectándose muy distintos ámbitos: relaciones, ocio, economía, etc.
Los mayores habitualmente van a tener capacidad y responsabilidad en controlar su propio destino y de los profesionales y los familiares se espera que les dejen espacio para reconstruir su propia vida y que les animen a tomar las riendas de su propia vida sin sobreprotecciones inútiles e innecesarias.
No hay demasiados estudios sobre el duelo por la muerte de la pareja, en personas mayores, y normalmente se han desarrollado fuera de nuestras fronteras. No obstante, podemos extrapolar algunas reflexiones y conclusiones importantes: 1º Existe una variabilidad muy importante en la forma de vivir el duelo entre las distintas personas viudas. No hay un modelo uniforme. Podemos encontrar personas que manejaron las situaciones estresantes muy adecuadamente, experimentando crecimiento personal y aprendiendo nuevas habilidades y también otras muchas personas que se sintieron muy abrumadas por su pérdida y tuvieron grandes dificultades en gestionar sus vidas durante años. 2º La variabilidad también aparece dentro del propio proceso de duelo de cada mayor. La mayoría experimentaron una gama muy amplia de sentimientos y de conductas. Por ejemplo, sintieron rabia, culpa y soledad y experimentaron, al mismo tiempo, la experiencia de crecimiento personal y la satisfacción en cómo lo estaban manejando. 3º Se identificó la soledad (loneliness) como la mayor y más habitual dificultad, persistiendo habitualmente durante los dos primeros años de adaptación. Como decía en un estudio una viuda de 69 años: “no estoy sola, pero me siento sola” (“I am lonely, but not alone”). 4º También aparecieron los déficits en habilidades para abordar de forma efectiva los problemas de la vida diaria. Para los varones, problemas en cocinar, limpiar la casa… Para las mujeres, problemas en reparar cosas de casa, en manejar asuntos legales y financieros, etc. Entre el 70-75% de los sujetos estudiados indicaron que estas deficiencias hicieron su afrontamiento de duelo más difícil.
5º Uno de los problemas más acuciantes aparece cuando la persona viuda ha de tomar decisiones y elegir entre lo que ellos quieren hacer y lo que creen que los demás esperan que haga. Dificultad en adaptarse mientras se intenta vivir según las expectativas de los otros, incluyendo las expectativas del fallecido. 6º Los mayores viudos manifiestan, en general, un alto grado de adaptabilidad. El duelo es una experiencia dolorosa, pero también –admitiendo que claramente hay un antes y un después- una experiencia superable. 7º No hay acuerdo a la hora de admitir la existencia de posibles estadíos, fases de adaptación al duelo en los mayores; parece más ajustado describir el proceso como una “montaña rusa”, ascendente por mejoría, pero con muchas subidas y bajadas, con mejoría gradual con el paso del tiempo. Dicho de otro modo: el proceso de mejoría no es lineal, aparecen crisis –las llamadas punzadas del dolor- cada vez más distanciadas, que se reagudizan en los aniversarios o fechas señaladas y que no indican retroceso global, sino que forman parte del proceso de adaptación. 8º En cuanto a posibles predictores de adaptación al duelo, parece que las características sociodemográficas (por ejemplo, edad, género, nivel educativo, ingresos económicos, estado de salud percibido y felicidad matrimonial previa), no predicen capacidad de adaptación. Sí podía predecir, de forma moderada, la relación social positiva con otros, pero sabiendo que la relación con otros, en sí misma, no garantiza nada. Es más, la persona viuda experimenta mucha frustración, rabia y tristeza cuando siente que determinados familiares y amigos son incapaces de estar a la altura de las circunstancias. Los mejores predictores de buena adaptación son los recursos personas de cada sujeto. Para poder hacerse cargo y tomar el control de la situación se necesita un determinado nivel de motivación, habilidades, flexibilidad y capacidad de pedir y aceptar ayuda. 9º El paso del tiempo, por sí mismo, no aporta adaptaciones exitosas. El tiempo es importante porque muchas dificultades requieren tiempo para poder emerger y ser identificadas, para desarrollar estrategias de afrontamiento y lograr algún grado de resolución adecuado. La estrategia pasiva de esperar que el tiempo sane la herida no conducirá a ajustes de duelo satisfactorios. 10º También en relación con el tiempo, se ha podido demostrar que los ajustes iniciales al duelo fueron predictores de un adecuado bienestar a largo plazo. La existencia de un buen ajuste inicial o –en el otro extremo- dificultades muy intensas, van a marcar la dirección del desarrollo de un estilo de vida satisfactorio o insatisfactorio. De ahí la importancia de hacer una valoración temprana del curso del duelo para que, si hay dificultades extremas, intervenir de una forma más intensa. 11º Los dolientes que son “comunicativos con otros” acerca de sus pensamientos y sentimientos tienen más probabilidades de tener ajustes positivos en el futuro. 12º Los dos predictores de mayor impacto y mejores resultados a largo plazo son la autoestima positiva y las competencias personales. Los que están preocupados por afrontar bien la situación, los que sienten que merecen algo mejor, los motivados en controlar la situación suelen obtener logros más favorables. Por el contrario, los que creen que merecen sentimientos depresivos y estar sobrepasados, desde esta pobre autoestima suelen encontrar poca motivación, confianza y habilidad en cambiar las cosas. En definitiva, los más competentes en habilidades sociales, interpersonales e instrumentales y en identificar recursos consiguen habitualmente mejores ajustes al duelo. También se ha encontrado una fuerte interrelación entre competencias y autoestima. De hecho, uno de los mejores caminos para mejorar la autoestima parece ser el aprendizaje de nuevas habilidades. Alrededor del 60% de las personas estudiadas manifiestan que se sienten mejor con ellos mismos por el hecho de aprender nuevas habilidades. Esta clave para la intervención va a ser fundamental.
Capítulo 5. Las cuatro Tareas del Duelo.
Para quien viva la experiencia de duelo o quiera acompañarla, puede ser útil el modelo de Worden (1997), que nos propone las siguientes tareas a ir realizando:
Aceptación de la realidad de la pérdida.
Identificar y expresar sentimientos.
Adaptarse a vivir en un mundo en el que el otro ya no está.
Facilitar la recolocación emocional del fallecido para poder seguir vinculándose y amando.
Veámoslas con un cierto detenimiento, para ofrecer algunas pistas de intervención (Arranz et al. 2003):
5.1. Aceptación de la realidad de la pérdida. Se trata de facilitar la aceptación emocional de la misma. Es un proceso especialmente duro. Conviene insistir que se trata de la aceptación de algo como real y no como algo que sea bueno o satisfactorio. La pérdida, la muerte de un ser querido no puede ser identificado como positivo, pero si no es aceptado como real –y eso lleva su coste y su proceso-, difícilmente se puede avanzar hacia la resolución adecuada del duelo. Veamos algunas pistas para acompañar esa tarea:
Detectar si existe “conducta de búsqueda” y normalizar el síntoma, con alucinaciones incluidas.
Detectar primeros síntomas de duelo enmascarado, p. ej. presencia de los mismos síntomas del fallecido; es un proceso de identificación y vínculo por lo mismo. Realizar interpretación normalizadora y respetuosa.
Correlacionar la tristeza con la conciencia de la pérdida.
Hablar sobre cuándo se produjo la muerte, quién le informó, explorar si vio al fallecido tras la muerte o en el tanatorio, si asistió al entierro, la incineración, el funeral y lo que supuso para él. Hablar ayuda a aceptar la realidad.
Mencionar el hecho de la muerte y lo duro que es aceptarla. De lo que no se habla “no existe”.
Pedir que cuente su historia de relación, de la figura del fallecido, lo que hizo, lo que supuso para los demás. Facilita la introspección y la conciencia de la ruptura final.
Hablar en pasado al referirnos al fallecido.
Explorar qué se ha hecho con las pertenencias del fallecido (fotos, recuerdos, elementos de la habitación). Nos permite avanzar resistencias, miedos.
Preguntar si visita el cementerio o el lugar en que se esparcieron las cenizas y el significado de las visitas o la fantasía de hacerlas en caso de que no se hayan producido.
5.2. Identificar y expresar sentimientos.
Permitir, apoyar y validar la expresión de las emociones.
Atender tanto al lenguaje verbal como al no verbal, sobre todo si hay disonancia.
Frente a los hechos que relata, sugerir expresar los sentimientos que les acompañan.
Ayudar a poner nombre a los sentimientos y a darse permiso para sentirlos. Cierto control.
Detectar el “héroe” (“puedo con todo”) y el “mártir” (“solo sufro yo”). Confrontar estos dos extremos.
Invitar a la expresión de emociones en el medio habitual del doliente. Elaborar el duelo donde las cosas son familiares.
Explorar red de apoyo informal (familiar-social) capaz de acoger emociones intensas.
Sugerir alternativas a la expresión oral de las emociones: cartas, diarios, etc...
Muy frecuente: tristeza, rabia y ansiedad.
Atentos a la experiencia de culpa.
Alegría, como un derecho que no significa olvido.
Algunas reflexiones sobre el manejo de la tristeza:
La tristeza, como el resto de sentimientos, no es ni buena ni mala en sí misma. Normalmente será adaptativa y por tanto, necesaria su expresión.
A veces ha de ser estimulada su expresión y también el llanto, pues algunos lo reprimen al no parecerles digno o por no incomodar a los demás, aunque sientan enorme necesidad de llorar.
Explorar si el contexto convivencial facilita su expresión y si tiene alternativas.
Ayudarle a identificar el significado que para él tiene llorar o no llorar.
Aclarar que el patrón cultural de expresión de la tristeza (llorar) no tiene por qué ser universal.
Invitar a no asociar equivalencia entre el sentimiento y la capacidad personal o social de expresarlo.
Aclarar que el llorar o no llorar no es significante de haber amado mucho o poco.
Algunas reflexiones sobre el manejo de la alegría:
Explicitarle la necesidad de darse el permiso para experimentar alegría, una vez pasado un tiempo.
Ante la rabia por la alegría expresada por otros en el contacto social, ayudarle a normalizar ese sentir y reestructurar cognitivamente la parte de no racionalidad de ese planteamiento.
Estar atentos a algún mensaje de sintonía afectiva en línea de humor o alegría, como dato a devolver de muestra de avance o de recurso.
Se trata no sólo de expresar emociones, sino también…
Acompañar la tristeza de la conciencia de lo que se ha perdido.
Enfocar la energía del enfado hacia objetivos adecuados.
Reparar o hacer la paz con la experiencia de culpa.
Identificar y disminuir la ansiedad.
Algunas personas necesitan ayuda para empezar a expresar el duelo; otras para pararlo.
5.3. Adaptarse a vivir en un mundo en el que el otro ya no está.
Diferenciar si las dificultades están en los roles instrumentales o en los que tienen que ver con vínculos sociales: “¿Qué es lo que ha cambiado desde que él no está?”.
Explicitar acciones de controlabilidad que ya ejerce en su vida.
En el caso de tener que ejercer roles que antes realizaba el fallecido, sugerir entrenamiento previo para prevenir la sensación de fracaso.
Confrontar como siempre desde la empatía: “Dedicar energía a algo nuevo supone restársela a lo anterior y al recuerdo”.
Reforzar la toma de decisiones independiente y el valor de hacerlo.
Sugerir evitar acciones que supongan cambios muy radicales al poco tiempo del fallecimiento. Ej. venta de propiedades, cambios de lugar de residencia, hacerse cargo de los nietos para paliar la soledad, etc., ya que no son los mejores momentos para hacerlo.
Utilizar estrategias de solución de problemas.
5.4. Facilitar la recolocación emocional del fallecido para poder seguir vinculándose y amando
Insistir en que el objetivo no es olvidar a la persona. Se trata de reestructurar el tipo de vínculo y la forma de relacionarse con él.
Explicitar a qué se debe necesariamente renunciar (ej. a verle, a tocarle…) y a qué no (el apoyo de serenidad en muchos momentos).
Confrontar el pensamiento de “deshonra de la memoria del difunto” si se vinculan afectivamente.
Invitarle a reconocer el derecho a darse permiso para disfrutar y para amar. Recordar el derecho a ser feliz.
Aclarar que el objetivo no es reemplazar lo irreemplazable. A veces, será útil confrontar la decisión de iniciar rápidamente una nueva relación, pues entorpece una resolución adecuada del duelo.
Ayudar a explicitar nuevos fines, significados, perspectivas de futuro.
5.5. Otras orientaciones:
En cuanto a la relación familiar:
Explorar cómo viven la situación otros convivientes o familiares. Explicitar que las expresiones de duelo pueden ser diferentes y que su interpretación puede ser equívoca. Permitir las diferencias emocionales.
Explicitar la no utilidad de comparar pérdidas – sufrimiento entre distintos familiares o amigos.
Aclarar que los “tiempos” de cada persona pueden ser muy distintos. No juzgar. Además, necesitamos tiempo para pasar el duelo.
En cuanto a la anticipación de posibles reacciones o situaciones:
Aunque a los pocos días se note fuerte (están con gestiones, etc.) anticipar que pronto pueden aparecer las “punzadas del dolor”, un menor apoyo sociofamiliar, mayor soledad…
Anticipar que sobre todo al principio puede tener la sensación de ver o escuchar a la persona fallecida (pseudoalucinaciones que describen una típica conducta de búsqueda) y que expresan el deseo de volver a encontrarnos con el fallecido. Normalizar esos síntomas.
Anticipar posible recorrido de adaptación (fases) como proceso normal.
Anticipar una posible mayor intensidad emocional en períodos críticos (al tercer mes, aniversarios, Navidad…), para buscar estrategias de apoyo.
Y por último, tener en cuenta que…
Siempre habrá que explorar recursos de afrontamiento, sean internos o externos.
Si se precisara derivación a un psicólogo, porque pudiera ser un duelo complicado, explicarle que está basada en una precaución razonable, más que en indicadores de peligro.
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