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El fin de los ahorros



La desmaterialización del dinero se produce conjuntamente con la reducción de los ahorros y con el incremento del endeudamiento personal. Durante el último siglo, el crecimiento continuo en la producción de bienes y servicios condujo a numerosas innovaciones en el crédito comercial orientadas a provocar un mayor consumo. Como resultado de ese proceso, al final del siglo los estadounidenses ahorraban una parte sustancialmente menor de sus ingresos que lo que ahorraban a principios del mismo siglo. La propiedad en su forma de ahorros personales se está convirtiendo en un anacronismo en una era de actividad económica permanentemente acelerada cuyo rasgo distintivo es la rápida circulación de las mercancías y no la acumulación.

El crédito al consumo para financiar las compras alcanzó popularidad por vez primera a partir de 1880. Algunos grandes almacenes como A. T. Stewart de Nueva York y Wanamaker de Filadelfia comenzaron con la práctica de conceder a sus mejores clientes «privilegios de pago». En la primera década del siglo XX los grandes almacenes introdujeron los «clubes de pagos a plazo» para vender los artículos más caros como los gramófonos, las máquinas de coser y los pianos. Los clientes podían pagar sus compras en plazos mensuales durante largos períodos de tíempo (25). Cárguemelo! se convirtió pronto en una expresión popular en todos los almacenes del país. Un analista de la época planteaba que ese «cárguemelo» era la nueva lámpara de Aladino. «Armado con esta preciosa palabra, un ciudadano norteamericano puede ir al centro de la ciudad con su cartera vacía y regresar a casa nadando en el lujo.»(26).

A mediados de los años veinte, los norteamericanos estaban ahogados en deudas provocadas por el consumo. Marshall Field’s de Chicago incrementó el número de sus cuentas de crédito hasta 180.000, doblando así las cifras correspondientes al comienzo de la década. Los informes de determinados almacenes como Abraham & Strauss y Lord & Taylor dedicaban que entre el 45 y el 70% del total de sus ventas se hacían en forma de ventas a plazo (27).

La gran mayoría de la clase media, que diez años antes rechazaba la misma idea de comprar a plazos, adopté los nuevos planes de financiamiento y compraba a crédito automóviles, lavadoras, frigoríficos y lavaplatos. (28) En 1925 se pagaron mediante el sistema de plazos las tres cuartas partes de los automóviles vendidos en ese año (29). En Estados Unidos, durante el período de 1925 a 1930 la deuda privada se incrementé en un 21% (30). En el año 1932, el 60% de los muebles, los utensilios para el hogar y los automóviles se vendieron mediante el sistema de pago a plazos, y lo mismo ocurría con el 75 % de las radios y otros aparatos eléctricos (31).

El National City Bank se convirtió en 1928 en el primer banco comercial de Estados Unidos que concedía prestamos personales. El primer día lo solicitaron más de 500 clientes, y en los tres días siguientes lo hicieron otras 2.500 personas, comenzando así una nueva época del endeudamiento personal. La prensa aireó el nuevo invento como «un hito en la democratización del dinero (32).

Durante los años cincuenta, con la introducción de las tarjetas de crédito se incremento con mayor rapidez la deuda de los consumidores. Alfred Bloomingdale introdujo en 1949 la tarjeta Diners Club, que permitía a los consumidores cargar sus gastos de alimentación, alojamiento y otros gastos de viaje que se hicieran en diversos establecimientos distribuidos por todo el país. En 1958 fueron American Express y Carte Blanche las que se unieron a la carrera de las tarjetas de crédito. Ahora bien, estas primeras tarjetas no permitían la renovación o recarga del crédito ni el control del estado de la cuenta. El Bank of America y el Chase Manhattan Bank entraron en liza en 1958 y lanzaron la tarjeta de crédito actualizable en la medida en que se paga la deuda. Bank Americard cambió de nombre en 1976 convirtiéndose en Visa y, en 1980, Mastercharge pasó a ser MasterCard. Hacía 1980, 52 millones de norteamericanos ya tenían tarjeta de crédito (33).

Las tarjetas de crédito han revolucionado la forma en que los norte­americanos, y de manera creciente los ciudadanos de otros países, se relacionan con el mercado. En una época de productos con ciclos de vida más cortos y de gamas muy diversas, la tarjeta de crédito actualizable es el mecanismo que ha permitido que millones de consumidores aceleren sus compras a la par que pagan altísimas tasas de interés por el privilegio de retrasar los pagos de los bienes y servicios que han comprado previamente. De acuerdo con un estudio realizado por la Federación de Consumidores de Estados Unidos, entre 56 y 60 millones de hogares tienen en su tarjeta de crédito una deuda de más de 6.000 dólares y pagan más de 1,000 dólares anuales en concepto de intereses y pagos sobre esa deuda. El ingreso anual disponible por parte de la unidad familiar típica que tiene deudas es menor de 20.000 dólares y la deuda de su tarjeta supera los 10.000 dólares (34).

Desaparece el ahorro personal, un indicador básico del régimen de propiedad privada, al mismo tiempo que con el apoyo de la tarjeta de crédito millones de consumidores gastan por encima de lo que ingresan. Según los responsables de la Reserva Federal, de hecho los estadounidenses están gastando más de lo que ingresan y el país esta teniendo por vez primera, después de la Gran Depresión, tasas de ahorro negativas (35). Tengamos en cuenta que en 1944, los estadounidenses ahorraban el 25,5 % de sus ingresos netos. A principio de la década de los noventa, esa cifra cayó hasta el 6%. En octubre de 1998 gastaban un 0,2 % más de lo que ingresaban. Por el contrario, las familias japonesas actualmen­te ahorran el 30% de sus ingresos netos (36).

Las empresas emisoras de tarjetas de crédito continúan reducien las condiciones para acceder al crédito, tratando así de incrementar numero de clientes, y además ampliar las líneas de crédito de sus res actuales. En 1996, sumando las líneas de crédito utilizadas y no lizadas de sus tarjetas, entre todos los consumidores se podía disponer de 1,2 billones de dólares en las tarjetas (37). En el mismo periodo la de crecimiento anual del crédito al consumo crecía en un 9 % (38). En año 1998, el total de los créditos actualizables por tarjeta suman 531.100 millones de dólares, frente a los 503.800 millones del año anterior (39).

Entre tanto el nivel de vida de la familia media estadounidense ha subido apreciablemente desde finales de los setenta (40). A pesar de ello, los norteamericanos parecen cómodos y confiados con la idea de gastar más de lo que ingresan, como muestra el hecho de que al mismo tiempo que las autoridades de la Reserva Federal señalan una tasa de ahorro familiar negativa en 1999, las encuestas realizadas por la Universidad de Michigan y por la Conference Board siguen mostrando una alta confianza por parte de los consumidores. Parte de esa confianza los economistas la achacan a las importantes ganancias que se producen en el mercado bur­sátíl, lo que provoca en la población el sentimiento de bienestar a pesar de tener ahorros negativos. Como dice Lester Thurow, quien fue decano de la Escuela de Administración del Massachusetts Institut of Techno­logy, es preciso recordar que el 90% de las ganancias procedentes de la bolsa de valores lo reciben el 10% de las unidades familiares que tienen mayores ingresos, mientras que el 60% de los estadounidenses con menos ingresos no se benefician en absoluto de ese mercado en expansión por el simple hecho de que no poseen ningún tipo de acciones (41). Resulta obvio que deben existir otros motivos que expliquen cómo se produ­ce tan alta confianza de los consumidores conjuntamente con una tasa negativa de ahorro.

La realidad es que los estadounidenses, y de manera creciente los consumidores en Europa y en otras muchas partes, se están adaptando a la idea de emplear sus ingresos en el consumo inmediato y vivir con una acumulación menor de ahorro. En la medida en que continúan disfrutando de acceso a líneas de crédito no se sienten obligados a retener parte de su ingreso en forma de ahorros propios. Al menos ésta fue la con­clusión a la que llegó una comisión formada por el Congreso para analizar el tema. Las conclusiones fueron que «el acceso sin preceden­tes» a los créditos para el consumo ha transformado a muchos estadou­nidenses de ahorradores en deudores (42). Incluso el listado de insolventes, que en su momento se consideraba una de las experiencias más vergonzosas que podía sufrir una persona en una sociedad de propietarios, ha perdido su carácter de estigma. De acuerdo con el American Bankruptcy Institute, 1,35 millones de estadounidenses estaban en la lista de insolventes en 1997, lo que suponía un incremento del 20 % sobre el año anterior y de un 145 % con referencia a diez años antes momento en que había 549.831 registrados como insolventes (43).

En la nueva era, en la que mantener la propiedad en cualquiera de sus diversas formas es menos importante que asegurarse el acceso a corto plazo a las oportunidades comerciales, también se reduce la importancia de mantener ahorros. En la medida en que los consumidores aspiran a transformar el ingreso que obtienen en consumo inmediato, y en la medida en que el sistema bancario intenta extender sus líneas de crédito de manera suficientemente rápida como para mantener su productividad, algunos economistas plantean que los ahorros no son lo que importa y que incluso pueden suponer un freno al crecimiento de la economía. Aunque las tasas de ahorro personal en Europa, Asia y América Latina todavía siguen siendo superiores a las de Estados Unidos, las empresas emisoras de tarjetas de crédito y los bancos pronostican que se captarán muchos más consumidores que utilicen la tarjeta de crédito en las primeras décadas del siglo XXI en la medida en que se desplacen del sistema de ahorro personal al acceso a corto plazo a líneas de crédito.

Vivir de prestado



Un cambio más profundo acompaña a la desmaterialización de la propiedad y el dinero: la carrera por reducir los espacios de trabajo, suprimir las existencias, deshacerse del capital inmobiliario y la desaparición de los ahorros personales. El mismo capital físico, el tipo más importante de propiedad en el sistema capitalista y la fuente sobre la que construyó todo el edificio de ese sistema, es probable que se eclipse quede relegado a un papel secundario en muchas industrias. Cuando pensamos en el capital físico, lo que nos viene a la mente son las herramientas, las máquinas, el equipamiento y las fábricas que suministran la infraestructura y la capacidad operativa para producir bienes y ofrecer servicios. Sin embargo, una nueva generación de economistas y consultores de administración aconsejan ahora a las empresas que eviten la acumulación de capital físico siempre que les sea posible. Stan Davis, con­sultor de negocios y antes profesor de la Harvard Business School, Cristopher Meyer, director del Centro para Innovación en los Negocio de Ernst & Young, lo han dicho de manera contundente: «Es preciso que abandonemos la idea de que poseer o incluso controlar el capital un recurso necesario para satisfacer las necesidades del mercado» (44). Lo mismo que otros, Davis y Meyer, creen que en una economía-red en rá­pido cambio «con frecuencia no se paga nuestro equipamiento ... la propiedad puede resultarnos un peso muerto que nos arrastra e impide que se desarrolle la capacidad de la empresa para desplazarse con suavidad de una línea de negocios a otra» (45). Davis y Meyer afirman que, en la nueva economía, “el capital considerado como un inventario de capacidad debe quedar relegado por el capital “al instante” entendido como so al uso de la capacidad” (46). Su primer axioma con respecto al capital es “utilízalo, no lo poseas” (47). Thomas Stewart, columnista de la revista Fortune resume el nuevo sentimiento que separa a la vieja guardia de la economía industrial de los nuevos inversores y líderes empresariales de la cconomfa-red: «Podemos decir que los negocios se sitúan a un lado o a otro de una línea divisoria: propietarios de activos frente a quienes alquilan activos» (48).

Ni pedirnos en prestado ni prestamos podría ser un buen eslogan para la era de la propiedad. Sin embargo, en la era del acceso la sabiduría de esa época anterior está sufriendo un giro de 180 grados. Jean Baptiste Say, Adam Smith, David Ricardo y otros economistas clásicos del capitalismo moderno se quedarían sin habla ante tal idea. No obstante, un nuevo tipo de capitalismo aparece en el centro de la historia mundial, tan diferente en sus supuestos operativos como lo fue el capitalismo industrial con respecto a su predecesora, la economía mercantil de los siglos XVI y XVII.

Por ejemplo, muchas empresas ya no piensan en comprar equipamiento sino más bien pedir en préstamo el capital físico que necesitan en forma de Ieasing y cargarlo como un gasto a corto plazo, como un coste para hacer el negocio. Hoy en día en Estados Unidos, en vez de comprar se arrienda casi la tercera parte de todas las máquinas, equipamientos y flotas de transporte. Traducido en dólares esto significa que de los 582.100 millones de dólares que se invirtieron en equipos en 1997, casi 180.000 millones lo fueron en forma de leasing (49). Prácticamente todos los tipos de capital que se precisan para un negocio se consiguen en leasing; así ocurre con el equipo industrial y de oficinas, los medios de transporte, los bienes inmobiliarios, la maquinaria, los equipos de control y producción electrónica, el equipo para la construcción, los almacenes y los espacios para oficinas, los vagones de carga, los aviones, las cubas, los automóviles, las tuberías para transporte, los equipos de rayos X, los ordenadores, las impresoras e incluso las vacas lecheras (50). El 80 % de las empresas estadounidenses arriendan todos sus equipos o parte de ellos a alguna de las más de 2.000 empresas de leasing que existen (51).

El sistema de arrendamiento puede datarse desde los comienzos del comercio pero sólo después de 1950 adquiere un papel significativo en el moderno sistema capitalista. Hace más de cinco mil anos, los príncipes sumerios y los sacerdotes arrendaban «la tierra sagrada» a los campesinos, quienes debían pagar una tasa cercana a la séptima parte de la cosecha. En la antigua Persia era corriente el arrendamiento de barcos, y lo mismo ocurría con los canales y embalses del sistema de riego (52).

En Babilonia se arrendaban los bueyes y existían contratos que regulaban y exigían el cumplimiento estricto de las relaciones y responsabilidades de las partes que establecían el acuerdo de arrendamiento. Si un león mataba a un buey, el propietario debía asumir la pérdida. Ahora bien, si el buey arrendado moría por recibir un trato inadecuado, el arrendatario tenía que afrontar la responsabilidad. Si Dios castigaba al buey, el arrendatario debía «proclamar su inocencia ante Dios, para obtener así que la responsabilidad se transfiriese al arrendador (53).

En 1284 se promulgó en Gran Bretaña la primera ley de arrendamiento, cl Estatuto de Gales, que permitía arrendar tierras, casas y ganado. Durante la primera época del desarrollo del ferrocarril, el arrendamiento se convirtió en la forma principal de obtener equipamientos muy costosos. Muchas empresas ferroviarias arrendaban las vías a las compañías que habían hecho el tendido, llegando posteriormente a arrendar incluso trenes y vagones. Uno de los primeros arrendadores, la empresa Birmingham Wagon, comenzó a arrendar sus vagones en 1854. En el año 1862 ya había más de veinte empresas arrendadoras de vagones que competían con la Birmingham en el lucrativo negocio del arrendamiento. Du­rante los últimos años del siglo XIX se expandió eí sistema de arrendamiento a muchas formas de equipamiento, por ejemplo llegó a los telares para la industria textil algodonera, a los teléfonos, a los contadores de electricidad y de gas, y a los diversos vehículos para el transporte (54).

Será después de la Segunda Guerra Mundial cuando el sistema de arrendamiento pase de la periferia del sistema a ocupar el centro de las inversiones de capital. Al encontrarse con frecuencia con la incapacidad de asegurar una financiación tradicional, los empresarios capitalistas optan por el arrendamiento. En un periodo de expansión de las oportunidades de negocio, las empresas ven en cl arrendamiento una posibilidad de liberar el dinero necesario para lanzar otras operaciones. Además, puesto que los equipos arrendados no eran prestamos, podían aparecer en la contabilidad como gastos de actividad en lugar de como débito fijo, permitiendo así que apareciese mas saneada la situación financiera de la empresa. Los arrendadores también se beneficiaban, porque al ser entidades bancarias no estaban sometidos a las normas gubernamentales y podían establecer altas tasas de interés para compensar los altos riesgos que se corrían con los contratos de arrendamiento (55).

Los fabricantes de equipos como IBM, Burroughs, Singer, NCR y Olivetti comenzaron a ofrecer a los clientes sus propios planes de Ieasing en los últimos años de la década de los sesenta y comienzos de los setenta. En el año 1971 se cambiaron las leyes bancarias de Estados Unidos para permitir que los bancos abriesen empresas que pudieran ofrecer otro tipo de servicios fínancieros; entre ellas aparecieron las empresas de leasing. La entrada de los bancos en ese sistema amplió enormemente la credibilidad de esta institución financiera, dando así un nuevo impulso al arrendamiento como una nueva forma de hacer negocios (56).

Las empresas aducen que la razón principal por la que utilizan el leasing en lugar de otras formas de compra es porque incrementa su flexibilidad en unos mercados que cambian de forma muy rápida y les permite afrontar la obsolescencia tecnológica (57). David J. Burns, interventor interno de Timex, Inc., con sede en Middlebury, Connecticut, lo expresaba así: “Nos mantenemos con una tecnología de vanguardia porque no es de nuestra propiedad sino que en cuanto finaliza el arrendamiento la reemplazamos rápidamente por otra más nueva” (58). Muchos arrendamientos permiten que el arrendatario cancele el contrato vigente y que mejore su equipo sin cargar por ello con ningún tipo de penalización.

Las empresas también optan por el arrendamiento debido a ciertas ventajas. Normalmente el arrendador es responsable del mantenimiento y funcionamiento correcto, incluso a veces administra y organiza los equipos y los servicios. Robert Stubbs, antiguo jefe ejecutivo de Bell Atlantic Capital, lo expresaba así: “Hoy en día ya somos más administradores de la propiedad que empresas financieras” (59).

El leasing se ha convertido en un fenómeno mundial. La realidad es que más de la mitad de todos los arrendamientos que se hacen en el mundo los realizan empresas de Europa y de Japón (60). La industria del leasing está presente en más de ochenta países. En muchos de ellos la penetración del mercado de leasing alcanza los niveles de Estados Unidos. En Corea del Sur se cede en leasing el 23% de todo el nuevo equipa. miento; en Brasil la cifra es del 20%, en Gran Bretaña el 19% en Alemania el 15,9%; en Irlanda el 42,5%, en Canadá el 12,8%, en Italia el 10,8%, en Suecia el 20,7% y en Filipinas el 20 % (61).

Una de las variantes de arrendamiento con mayor expansión es el sistema de venta con alquiler posterior (sale-leaseback). De hecho, las empresas venden sus instalaciones para volverlas a conseguir mediante arrendamientos establecidos con las empresas de inversión inmobiliaria. En Estados Unidos brotan como setas los contratos de venta con alquiler y en muchos otros países están encontrado un suelo fértil para su expansión.

Motel 6, por ejemplo, negoció por la cantidad de 1.100 millones de dólares estadounidenses la venta con alquiler posterior de 288 de sus instalaciones -un total de 33.000 habitaciones-. Los compradores fueron entre otros US. Realty, Norton Herrick & Sunder, y Philips Morris (62). Cadenas comerciales como Borders Books and Music, Eckerd y Office Max están también en proceso de negociar acuerdos del tipo venta con posterior alquiler para muchos de sus establecimientos en diversos lugares del país (63). Los distribuidores de automóviles también están haciendo lo mismo. Potamkin, en noviembre de 1997, vendió por 50 millones de dólares a Kimco-Auto Fund los edificios de ocho de sus once representantes, y los alquiló posteriormente en forma de contratos a largo plazo muy favorables. El copresidente de la cadena Potamkin, Alíen Potamkin, hablaba del sistema venta con posterior alquiler como una situación en la que ganan ambas partes. Así se expresaba Potamkin: «Esta acción mejora mi liquidez, por tanto tengo una mejor situación de riesgo para mis acreedores. Tengo más dinero para expandirme y para controlar el negocio» (64).

Muchas de las principales empresas de servicios del país también han establecido contratos de sale-leaseback, mediante la venta a segundas partes de todas sus plantas productoras y su posterior arrendamiento. De hecho las empresas de servicios se convierten en administradores del capital operativo y de las instalaciones físicas de otras compañías.

Las empresas estadounidenses mantienen todavía en propiedades un valor superior a 1 ,7 billones de dólares, lo que supone el 70 % del glo­bal nacional de las propiedades. Michael Silver, presidente de Equis, una Consultora inmobiliaria de Chicago que administra entre otras las importantes carteras de Chrysler, Coca-Cola y Nations Bank, plantea a los dirigentes empresariales que «piensen todo lo que podrían hacer si se desprendieran de todo ese capital inmovilizado». El mismo Silver continúa diciendo que «podrían reducir sus propiedades inmobiliarias, vendiéndolas en un mercado ansioso de comprarlas, y con lo que obtengan pueden pagar el alquiler con flexibilidad (65).

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