El debate sobre la sustentabilidad: Un concepto sencillo que lleva a estrategias contradictorias




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RECUADRO 2.4:
La Ley de Entropía y el Problema/Enigma de la Economía/Ecología
La Segunda Ley de la Termodinámica (llamada también «ley de entropía» ) afirma que la entropía de un sistema aislado siempre incrementa. Esto significa que el sistema va perdiendo fuerza en forma espontánea. Toda la energía disponible se agota, todas las concentraciones de materia se disipan de forma igual, todos los gradientes desaparecen. En algún momento, ya no hay potencial para más trabajo útil -el sistema llega a ser completamente degrada­do y «desordenado». Esto tiene implicancias significativas para la sustentabilidad:

  • Los sistemas no aislados (tal como el cuerpo humano o la economía) están sujetos a las mismas fuerzas de deterioro que los sistemas aislados. Esto signi­fica que tienen que importar constantemente material y energía de alta intensidad desde el exterior, y exportar materia y energía degradada hacia el exterior, para mantener su integridad y orden interno. Para fines prácticos, este «transflujo»» de material y energía es irreversible y unidireccional. Por lo tanto, las formulaciones modernas de la Segunda Ley argumentan que todos los sistemas complejos altamente ordenados y lejos del equilibrio, nece­sariamente se desarrollan y crecen (aumentan su orden interno) «a costa de un creciente desorden en los niveles más altos de la jerarquía del sistema»*. La economía humana es uno de tales sistemas dinámicos, complejos y alta­mente ordenados. También es un subsistema abierto dentro de una ecósfera cerrada y no creciente en términos de materia, o sea, la economía está

premisa fuera cierta, los precios crecientes (los que deberían señalar la escasez del recurso) podrían mantener constante el ingreso, o el valor total de un stock de capital natural específico, mientras las existencias físicas estén real­mente declinando. Por lo tanto, el valor de las existencias o ingreso monetario, constantes puede dar la ilusión de existencias constantes a pesar de que están disminuyendo los inventarios físicos. En otros casos, los precios pueden caer (lo que sugiere una abundancia de recursos), mientras que las existencias se están agotando debido a factores externos al mercado o a mejorías en las tecnologías extractivas (lo que ha ocurrido con los precios de los minerales y combustibles fósiles en las últimas décadas). En ambos casos, los precios del mercado enmascaran el agotamiento de las reservas.

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contenida en la ecósfera. Por lo tanto, la economía depende, para su man­tenimiento, crecimiento y desarrollo, de la producción por parte de la ecósfera de materia/energía (essergía) de baja entropía y de la capacidad de la ecósfera de asimilar desechos.

  • Esto implica que más allá de un cierto punto, se puede lograr el crecimiento continuo de la economía (o sea, el aumento de las poblaciones humanas y la acumulación de capital manufacturado) sólo a costa de un desorden creciente (entropía) en la ecósfera.

  • Esto ocurre cuando el consumo por parte de la economía excede la producción en la naturaleza y se manifiesta por el intermedio del agotamiento acelerado del capital natural, la reducción de la biodiversidad, la contaminación del agua/ aire/suelo, los cambios atmosféricos, etc.

  • E. Schneider y J.Kay. 1992. Life as a Manifestation of the Second Law of Thermodynamics. Impreso por: Advances in Mathematics and Computers in Medicine. (Waterloo, Ont.: University of Waterloo Faculty of Environmental Studies, Working Paper Series).

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Fig. 2.4: El punto de vista mundial de la ecología.

Los flujos circulares están actualmente sostenidos por el transflujo unidireccional de los bienes y servicios ecológicos de la ecósfera (la corriente de «renta natural»). Toda la energía y mucha de la materia que pasa a través de la economía es disipada permanentemente dentro "del ambiente" para nunca volver a ser usada de nuevo.




Dos: En cualquier evento, la escasez biofísica o ecofuncional no se ve bien reflejada en el mercado. Los precios de mercado generalmente no dicen nada sobre el tamaño de las existencias de capital natural restantes ni si hay un tamaño míni­mo crítico de existencias bajo el cual la recuperación sería imposible. En resumen, los precios no monitorean el tamaño de las existencias ni la fragilidad de los sistemas, sino sólo la escasez de productos a corto plazo en el mercado. Ni siquiera esto es la completa verdad; los precios de mercado están más influenciados por la demanda a corto plazo; el estado de la tecnología (costos de transacciones, procesamiento y extracción); la intensidad de la competencia; la disponibilidad de sustitutos; etc., que por la escasez en el mercado. Por ejemplo, las subvenciones, los bajos costos de los combustibles y los ías de alta tecnología permitieron a las industrias pesqueras acceder a las existencias de peces del Atlántico Norte, que previamente no eran alcanzables. Esto mantuvo el abastecimiento en el mercado (a precios relativamente bajos) aun cuando las existencias se estaban agotando. En cualquier caso, los precios del pescado tie­nen que competir con los de la carne de cerdo y de pollo (sustitutos) y no se dispararán aun en el caso de que la pesquería colapse.

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Fig. 2.5: La medición del mundo en unidades monetarias nos hace ciegos a las limitaciones ecológicas para la sustentabilidad. Reconociendo las limitaciones de las valoraciones monetarias, lograremos un argumento adicio­nal contra la «sustentabilidad débil». Como se señaló antes, el criterio débil asume la posibilidad de sustituir el capital natural por el artificial, permitiendo (un falso) «intercambio» en términos de valores de existencias equi­valentes o potencial en la generación de renta. Un acercamiento alternativo es valorar nuestros requerimientos de

capital natural desde una perspectiva ecológica y biofísica.

Cualquier otro valor que pueda tener el precio como indicador de la escasez de las existencias biofísicas, está socavado por el comportamiento de los sistemas comple­jos. Los modelos convencionales presumen un cambio suave y reversible del abastecimiento y de los precios. De hecho, los sistemas naturales se caracterizan más bien por desfases temporales y cambios repentinos irreversibles (o tiempos de recupe­ración muy largos), comportamientos sistémicos que el mercado es incapaz de detectar.
Tres: Los análisis monetarios son sistemáticamente parciales, ya que descuentan el futuro. Téngase en cuenta que a una tasa de descuento del 5 por ciento, el valor actual de un dólar de servicio ecológico, en el espacio de una vida (76 años), descontado desde ahora, es sólo de 2,5 centavos. En otras palabras, 2,5 centavos puestos en el banco hoy a una tasa de 5% crecerán hasta un valor cercano a un dólar en 76 años. El descuento hace que la naturaleza parezca tener cada vez menos valor, mientras más lejos miramos hacia el futuro. Sin embargo, la vida depende de la continuidad ecológica: dado el estado de nuestros conocimientos, es probable que las futuras generaciones necesiten la misma cantidad de los mismos tipos de bienes y servicios ecológicos críticos per cápita que los que necesitamos hoy, cualquiera que sea el valor (moneta­rio) actual descontado de estos bienes. Sin embargo, sacrificamos la naturaleza al desarrollo en forma regular porque los beneficios inmediatos a corto plazo exceden el valor actual (descontado) de los beneficios futuros a los que renun­ciamos -o al menos nuestra estimación de lo que serán. Por ejemplo, asfaltar sobre tierras agrícolas para hacer un centro comercial hoy, presume que cono­cemos tanto el valor futuro de la productividad ecológica pérdida como las ganancias monetarias anticipadas que compensarán esta perdida. Ambos su­puestos son crecientemente peligrosos en el mundo incierto de hoy. El valor del capital artificial (el centro comercial) hoy nos dice cada vez menos sobre su ingreso monetario potencial y nada sobre la demanda por alimentos (in­greso natural) de mañana. El valor del capital natural para la vida humana aumentará en forma casi segura más rápidamente que el valor del capital manufacturado a lo largo del tiempo, a medida que la evidencia de un colap­so ecológico llegue a ser más convincente, sin importar lo que nos dicen los mercados de hoy. (Por ejemplo, el precio efectivo de la capa de ozono estratosférico pasó de cero hasta casi la infinidad en unos pocos años, sin que exista ningún mercado). En ese sentido, los enfoques típicos de descuento de




Fig. 2.6: La Capacidad de Carga es tradicionalmente definida como el máximo de población de una especie que puede ser sustentada indefinidamente en un hábitat dado.

los servicios de la naturaleza constituyen un prejuicio sistemático y peligroso en contra del futuro.
Cuatro: La utilidad de los indicadores monetarios disminuye aún más debido a las fluctuaciones del mercado, las que afectan los precios pero no el valor ecológico o la integridad del capital natural. Por ejemplo, las fluctuaciones de los precios mundiales no están relacionadas a las circunstancias locales ni a las variaciones interregionales, pero afectan la fuerza económica relativa de distintas regiones y con esto los valores percibidos en torno al capital natural local. Los valores monetarios y los mercados pueden, por lo tanto, alterar seriamente las prácti­cas de gestión y de conservación local con respecto a la tierra agrícola, por ejemplo, aunque su productividad inherente y contribución potencial a la seguridad alimentaria a largo plazo se mantenga invariable.
Cinco: Los valores monetarios no distinguen entre bienes sustituibles y bienes complementarios. Más aún, en las hojas de balances monetarios, todos

los precios están sumados o restados como si los bienes que tienen los mismos precios fueran de igual importancia para la vida humana, -la equivalencia monetaria iguala lo esencial con lo trivial. De hecho, por supuesto, muchos de los bienes y servicios de la naturaleza son virtual­mente prerrequisitos para la vida, y por lo tanto no son realmente conmensurables con algún artificio humano, incluso si tiene un valor igual en dólares. Mientras ciertamente hay sustituibilidad entre varios insumos industriales (la fibra de vidrio está reemplazando los cables de cobre en la transmisión de datos y comunicaciones), esta equivalencia funcional no se aplica a todos los posibles intercambios entre capital natural y manufacturado. En algunos casos, una vez sobreexplotada la naturaleza, ninguna cantidad de bienes manufacturados es capaz de com­pensar la pérdida de capital natural. Para poner pescado en nuestros platos, se necesitan tanto existencias de peces como de barcos pesqueros. Por lo tanto, aunque la flota pesquera y las factorías para enlatar puedan tener el mismo valor en dólares que las existencias de peces, todos los equipos pesqueros y las factorías de procesamiento del mundo no gene­rarán ni un pez si las existencias naturales están destruidas. En resumen, más que nunca, el capital natural es un prerrequisito para los bienes artificiales, mientras que el opuesto no lo es.
Seis: El potencial de crecimiento del dinero es teóricamente sin límites, lo cual obscurece la posibilidad que puedan existir límites biofísicos al crecimiento económico. Para usar la metáfora del Herman Daly, el análisis monetario no reconoce la Línea Plimsoll, la cual indica la capacidad de carga máxima de un barco. La sobrecarga (el crecimiento excesivo) puede llegar a hundir el barco. ¡La eficiencia de Pareto -el criterio comúnmente utilizado para medir la salud macroeconómica- asegura sólo que la carga este distribuida de tal manera que el barco se hunda de manera óptima!
Siete Quizás la objeción más seria es la ausencia de mercados para muchos de los procesos vitales y las existencias de capital natural crítico (la capa de ozono, la fijación de nitrógeno, la distribución global del calor, la estabilidad climática, etc.). Los enfoques convencionales de la conservación y la sustentabilidad se basan principalmente sobre los valores monetarios de los bienes (recursos)


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comerciables (por ejemplo, madera y fibra) y son insensibles a las funciones intangibles que están fuera del mercado (pero que son últimamente más va­liosas) del capital natural que las produce (por ejemplo, el ecosistema forestal). Estas últimas funciones son destruidas al cosecharse el recurso. No es sor­prendente, por lo tanto, que los economistas de hoy estén poniendo mucha atención a las formas de «colocar un precio a la naturaleza». Sin embargo, hay limitaciones severas en las posibilidades de establecer precios sombra válidos, aun para los bienes y servicios ecológicos que nos son familiares, y ninguna posibilidad para aquellas muchas funciones cuya misma existencia es desco­nocida (y puede ser inherentemente imposible de conocer), antes de que ocurra el colapso. En estas circunstancias, los precios fracasan completamente como indicadores de escasez.
En síntesis, los enfoques monetarios están ciegos a las demandas en pro de la sustentabilidad ecológica porque no reflejan adecuadamente la escasez biofísica, la equidad social, la continuidad ecológica, la inconmensurabilidad, la integridad estructural y funcional, la discontinuidad temporal y el comportamiento de los sistemas complejos.
Aprendiendo de la ecología:

revisando de nuevo de capacidad de carga humana

El debate renovado en torno a las restricciones que el capital natural impo­ne a la economía requiere que volvamos a revisar el concepto ecológico de la capacidad de carga.11 ¿Tiene sentido hablar de la capacidad de carga humana de la Tierra? Con el fin de gestionar la vida salvaje y los suelos, la capacidad de carga se define usualmente como la población máxima de una cierta especie que puede sostenerse indefinidamente en un hábitat específico, sin afectar en forma perma­nente la productividad de este hábitat. Sin embargo, debido a nuestra aparente habilidad para aumentar la capacidad de carga humana por medio de la elimina­ción de especies en competencia, la importación de recursos escasos a nivel local y la tecnología, esta definición no parece aplicable a los humanos. Así, se cita fre­cuentemente al comercio y la tecnología como motivos para rechazar completamente el concepto de capacidad de carga humana.

11 Resumido en parie por William E. Rees, «Revisiting carrying Capacity: Area-Based Indicators of Sustentability» , Population & Environment (1995, in press)

RECUADRO 2.5:
Una Historia Breve del Concepto de Capacidad de Carga Humana 12
La historia oral de la preocupación sobre la relación entre la gente y la Tierra debe remontarse a miles de años atrás. Muchos estudiosos chinos y entre los primeros cristianos se preocuparon por la destrucción del hábitat. Probable­mente Platón fue el que proporcionó el primer recuento escrito de la capacidad de carga humana, cuando declaró en sus Leyes, Libro V, que... no se puede fijar un total adecuado para el número de ciudadanos sin considerar la Tierra y los estados vecinos. La tierra tiene que tener bastante extensión para sostener de forma modestamente cómoda un cierto número de personas, y no se necesita ni un pie adicional.

12. Platón en David F. Durham, «Carrying Capacity Philosophy» Focus Vol.4, N°l, (1994):5-7; primeros escolásticos cristianos y chinos en William Ophuls y A. Stphen Boyan Jr., Ecology and the Politics of Scarcity Revisited, (NY: W.H. Freeman and Company, 1992) (edición original 1977); John Evelyn in James Garbarino, Towarsds a Sustainable Society: an Economic, Social, and environmental agenda for our Children's Future (Chicago: The Noble Press ENC., 1992); Alfred James Lotka, Elements ofPhysical Biology (Baltimore: Williams & Wilkins, 1925); Nicholas Giorgescu-Roegen, The Entropy Law and Economic Process (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1971); Leopold Pfaundler, «Die Weltwirtschaft im Lichte der Physik» [La Economía Global desde el Punto de Vista de la Física], en Deutsche Revue, Richard Fleischer, ed., Vol.27, N°2 (April-June 1902): 29­38, 171-182; William Vogt, Road to Survival (NY: William Sloane, 1948); Fairfield Osborn, The Limits of the Earth (Boston: Little, Brown and Co., 1953); Georg Borgstrom, Harvesting the Earth (NY: Abelard-Shuman, 1973); William E. Rees, «An Ecological Framework for Regional and Re­source Planning» (The University of British Columbia, Vancouver: UBC School of Community and Regional Planning, 1977); William R. Catton, Overshoot: The Ecological Basis of Revolution­ary Change (Urbana: University of Illinois Press, 1980); G. Higgins, A.H. Kassam, L. Naiken, G. Fischer and M. Shah, «Potential Population Supporting Capacities of Lands in the Developing World», Technical Report of FAO, lIASA and UNFPA Project Int/75/P13, Land Resources for Populations of the Future (Rome: FAO, 1983); Ragnar Overby, «The Urban Economic Environ­mental Challenge: Improvement of Human Welfare by Building and Managing Urban Ecosys­tems», presentado en POLMET 85, Urban Environmental Conference, Hong Kong, 1985; M.A. Harwell and T.C. Hutchinson, Environmental Consequences of Nuclear War, VoLII, SCOPE 28 (Chichester, UK: John Wiley, 1986); Action Plan Netherlands, Friends of the Earth (Netherlands). Una historia intelectual fascinante de una parte de este debate, con particular referencia a Serhii Podolinski, Ludwig Boltzmann, Rudolf Claurius, Frederick Soddy, es provista por el agroeconomista Juan Martinez Alier, Ecological Economics: Energy, Environment, and Society (Oxford: Basil Blackwell, 1987).

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El primer libro erudito sobre prácticas sustentables en el idioma inglés fue probablemente Sylva: Un discurso de Bosque, Arboles, y la Propagación de Madera (Sylva: A Discourse of Forest, Trees, and the Propogation of Timber), de John Evelyn, publicado en 1664, doscientos años antes que el estudio El hombre y la naturaleza (Man and Nature), de George Perkins Marsh, iniciara el debate científico en EEUU sobre la capacidad limitada de la naturaleza para satisfacer las demandas humanas.

Se puede rastrear la contabilidad ecológica, la base para las evaluaciones de la capacidad de carga, por lo menos hacia el año 1758. En ese año, François Quesnay publicó su Tableau Economique, en el cual se discute la relación entre la productividad de los suelos y la creación de riqueza. Desde entonces, muchos eruditos han desarrollado enfoques conceptuales y procesos de contabilidad para analizar la relación entre los humanos y la naturaleza.

Algunos de ellos miraban hacia los flujos energéticos necesarios para sos­tener las actividades humanas. Por ejemplo, en 1865, el economista Stanley Jevons en La cuestión del carbón (The Coal Question) analizó la importancia de los recursos energéticos para el funcionamiento económico del Reino Unido. A fina­les del siglo XIX, Serhii Podolinsky inició los estudios en el campo de la energía agrícola. En las décadas siguientes, eminentes físicos, como Rudolf Clausius, Ludwig Boltzmann y Frederick Soddy (que más tarde recibió el Nóbel) reflexio­naron sobre las implicancias de la ley de entropía sobre el desarrollo económico. Alfred Lotka introdujo el análisis energético a la biología en la década del '20 y en los 70, el economista, Nicholas Georgescu-Roegen desafió la economía usan­do los principios de la termodinámica.

Otros han examinado más explícitamente las demandas de la capacidad de carga de las economías. Por ejemplo, con su Ensayo sobre los Principios de Población y cómo afectan la Huella Ecológica (Essay on the Principles of Population as It Affects the Ecological Footprint) de 1879.

En su libro previamente mencionado, Stanley Jevons observó que:

Las planicies de Norte América y Rusia son nuestros campos de maíz (de Gran Bretaña); Chicago y Odessa nuestros graneros; Canadá y el Báltico son nuestros bosques; Australia contiene nuestras granjas de ovejas, y en Argentina y en las praderas del Oeste de Norte América están nuestros reba­ños de bueyes; Perú nos manda su plata, y el oro de Sud África y Australia fluye a Londres; los hindús y los chinos producen el té que consumimos, y nuestras plantaciones de café, azúcar, y especias están todas en las Indias. España y Francia son nuestras viñas y en el Mediterráneo nuestros frutales;

y nuestros campos de algodón, que hace tiempo ocuparon el Sur de los Estados Unidos, ahora están siendo extendidos en todas partes de las regio­nes templadas de la Tierra.

Cuarenta años más tarde, en 1902, el físico Leopold Pfaundler calculó la capacidad de carga global, concluyendo que, como límite superior, la pro­ducción ecológica podría sostener aproximadamente cinco personas por hectárea de tierra. En Norte América, con William Vogt (1948) y Fairfield Osborn (1953), vuelve el interés académico en los temas atingentes a la capa­cidad de carga. Georg Borgstrom, en varias de sus publicaciones dc los años 60 y de principios de los '70, analizó el consumo de recursos en términos de «acres fantasmas»,» que se refería a la importación de capacidad de carga agrícola. Uno de nosotros (Rees) desarrolló el concepto de «cápsula regio­nal» (que luego se transformará en Huella Ecológica) al comienzo de los '70, como herramienta de enseñanza para estimular a los estudiantes de plan¡ fïca­ción multidisciplinaria a pensar en la capacidad de carga humana. En 1980, William Catton añadió una nueva dimensión al debate de la capacidad de carga humana, con su descripción de las implicancias de sobrepasarse (overshoot) o exceder temporalmente la capacidad de carga a largo plazo y el colapso consecutivo de la población. G. Higgins con sus colaboradores pro­dujeron un informe técnico en 1983 para la Organización de Agricultura y Alimentación (FAO) de las Naciones Unidas, que analiza las capacidades de carga necesarias para sostener las poblaciones de la mayoría de los países en vías de desarrollo. En 1985, Ragnar Overby, entonces en el Banco Mundial, propuso la comparación de las economías de acuerdo a sus demandas sobre la capacidad de carga, y en 1986 M.A. Harwell y T.C. Hutchinson analizaron la pérdida de capacidad de carga asociada a una guerra nuclear. Más reciente­mente (1993), los Amigos de la Tierra (Países Bajos) propusieron el concepto de «espacio ambiental» para ayudar a determinar qué parte de la capacidad productiva/asimiladora global correspondería a cada nación en términos equi­tativos.

Estos son sólo algunos ejemplos de la literatura existente sobre la capa­cidad de carga humana.

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Esto es un error que bordea la ironía, la disminución de la capacidad de carga puede llegar a representar pronto el tema más importante que tendrá que enfrentar la humanidad. Esto se hace más evidente si definimos la capacidad de carga no como la población máxima sino, siguiendo a William Catton, como la «carga» máxima




que las personas pueden imponer sobre la ecósfera en forma segura y continua. La carga humana es función no sólo de la población sino también del consumo per cápita y este último está creciendo aún más rápidamente que el anterior, debido a (irónicamente) la expansión del comercio y la tecnología. Esto llevó a Catton a observar que «...se le exige al mundo acomodar no sólo más personas, sino efectiva­mente personas «más» grandes ...13. Como resultado, la presión relativa a la capacidad de carga está creciendo más rápidamente de lo que implicaría un mero incremento de la población.

Estas tendencias subrayan el hecho de que, a pesar de nuestros logros tec­nológicos, económicos y culturales, los seres humanos seguimos siendo seres ecológicos. Como todas las otras especies, dependemos de los recursos energéticos y materiales extraídos de la naturaleza, tanto para satisfacer nuestras necesidades básicas como para producir nuestros artefactos. Toda esta energía y materia se devuelve, en algún momento, a la ecósfera bajo la forma de residuos. Un conoci- • miento completo del «nicho» ecológico humano debe, por lo tanto, incluir una consideración completa de los flujos de materia y energía disponibles en la econo­mía y de los flujos de materia y energía degradada (residuos) que se devuelven al ecosistema.

Un análisis del «transflujo» biofísico muestra que la humanidad, por inter­medio de la economía industrial, ha llegado a ser el consumidor dominante de los principales ecosistemas de la Tierra. En 1986, la humanidad -sólo una especie entre millones-- ya se estaba apropiando, directamente e indirectamente, del 40 por ciento del producto neto de la fotosíntesis terrestre, y estudios recientes sugie­ren que el saqueo, por parte de la humanidad, de ecosistemas costeros abundantes en recursos, se acerca al 30 por ciento 14 (lo cual puede exceder la productividad sustentable --a pesar de esfuerzos crecientes, la pesca en el mundo ha estado dismi­nuyendo desde 1989). ¿Cuáles son las implicancias de esta dominación para la integridad de los ecosistemas? ¿Se puede expandir en forma segura? (¡Recuerden las existencias pesqueras del Atlántico Norte!) Mientras tanto, tendencias como el

13 William Catton, «Carrying Capacity and the Limits to Freedom» , artículo preparado para la Social Ecology Season, XI World Congress of Sociology, New Delhi, India, 18 August 1986.

14 Peter M. Vitousek, Paul R. Ehrlich, Ann H. Ehrlich and Pamela A. Mateson, «Human Appropria­tion of the Products of Photosynthesis>), BioScience Vol.34, N°6 (1986):368-373; y D. Pauly and V. Christensen, «Primary Production Required to Sustain Global Fisheries», Nature (forthcoming) 1995.

deterioro de la capa de ozono y la acumulación de gases invernaderos, muestran que los sumideros de residuos críticos a nivel global están tan llenos que están rebalsando. Todos estos datos indican que incluso los niveles actuales de apropia­ción son insustentables. La carga humana ha crecido hasta tal punto que el consumo total ya excede el ingreso natural sustentable.

Lograr la sustentabilidad ecológica claramente, requiere que las evaluacio­nes económicas de la condición humana se basen en, o al menos estén informadas por, análisis biofísicos y ecológicos. La pregunta ecológica fundamental para la economía ecológica es la siguiente: ¿los ecosistemas, las poblaciones de especies y los procesos biofísicos asociados (o sea, las reservas de «capital natural» crítico que se autogeneran), así como la capacidad de la ecósfera de asimilación de los dese­chos, son los adecuados para sostener la carga impuesta por la economía humana y que se prevé para el próximo siglo, y a la vez mantener las funciones de soporte vital generales propias de la ecósfera? Esta pregunta crítica está en el centro de la problemática de la capacidad de carga ecológica, sin embargo es virtualmente ig­norada por los enfoques de las principales corrientes de pensamiento. 15
La otra cara de la capacidad de carga: las Huellas Ecológicas humanas

Determinar la población humana que una región dada puede sostener, re­presenta un problema por dos razones: primero, la carga ecológica total impuesta por cualquier población cambia de acuerdo a factores tales como el ingreso pro­medio, las expectativas materiales y el nivel tecnológico (o sea, la eficiencia energética y material). En síntesis, la capacidad de carga humana es producto tan­to de factores culturales como de la productividad ecológica. Segundo, en una economía global, ninguna región existe en forma aislada, la gente tiene acceso a recursos del mundo entero. Así, como lo vimos anteriormente, muchas personas argumentan que el comercio supera cualquier límite regional al crecimiento que hubiera sido impuesto por la escasez de recursos locales.

Otros factores complican aún más la problemática de la capacidad de carga. Al contrario del consumo de otros animales, el consumo humano no está determi­nado solamente por la biología. Debido a la tecnología, la carga impuesta por

15 William E. Rees, «Achieving Sustainability: Reform or Transformation?», Journal of Planning Literature Vol.9, N°4 343-361 (1995); and «Revisiting Carrying Capacity: Area-based Indicators of Sustainíbility», Population & Environment (1995, in press).




nuestro metabolismo biológico aumenta en forma significativa debido al metabo­lismo industrial. Mientras la mayoría de las especies consumen muy poco aparte de su alimento, gran parte del consumo material humano consiste en artículos no alimenticios manufacturados, tales como energía, ropa, autos y una amplia gama de otros bienes de consumo. En los países industrializados, este consumo material se ve positivamente estimulado por una cultura consumista y está limitado sólo por el poder adquisitivo de los consumidores. Globalmente, por supuesto, los niveles de consumo individual varían en orden de magnitud: los campesinos en la India rural pueden representar el límite inferior de la escala, mientras que los miembros del directorio de las corporaciones transnacionales están en el extremo opuesto.

El análisis de la Huella Ecológica evita algunas de las dificultades de la capacidad de carga «tradicional», simplemente invirtiendo la tasa comúnmente utilizada de capacidad de carga. La Huella Ecológica parte del supuesto de que cada categoría de consumo de energía y materia, así como cada descarga de resi­duos, necesita una capacidad productiva o de absorción de desechos correspondiente a un área finita de agua o de suelo. Si sumamos las demandas de suelo para todas las categorías de consumo y descarga de desechos de una población determinada, el área total representa la Huella Ecológica de esta población en el planeta, sin que esta área coincida necesariamente con la región de origen de esta población. En sínte­sis, la Huella Ecológica mide el área de suelo requerida por persona (o población) y no la población por unidad de área. Como veremos, esta sencilla inversión es mucho más instructiva que la capacidad de carga tradicional para caracterizar el dilema de la sustentabilidad.

De una manera más formal, la Huella Ecológica de una población o econo­mía determinada puede definirse como el área de tierra (y agua) ecológicamente productiva, de varias clases -tierra agrícola, pastizales, bosques, etc.-, que se nece­sita en forma continua para:

a) proporcionar todos los recursos energéticos/materiales consumidos, y b) absorber todos los desechos generados

por esta población con la tecnología predominante, en cualquier parte del planeta. Se incluye el consumo de los hogares, empresas y el gobierno en los cálcu­los. Noten que, ya que la Huella Ecológica se basa en flujos de la renta natural, proporciona también una estimación de las demandas de capital natural de la población escogida.

Como lo sugerimos anteriormente, el tamaño de la Huella Ecológica no es fijo sino que depende del ingreso monetario, los valores prevalecientes, otros fac­tores socioculturales, así como del estado de la tecnología. Tomen en cuenta, sin embargo, que cualesquiera sean los detalles específicos, la Huella Ecológica de una población dada corresponde al área de suelo, necesitada exclusivamente por aquella población. Los flujos y capacidades de carga usados por una población ya no están disponibles para el uso de otros.

Un análisis completo de la Huella Ecológica incluiría tanto las demandas directas de tierra como los efectos indirectos de todas las formas de consumo energético y material. Por lo tanto, incluiría no solamente el área de diferentes ecosistemas (capital natural) requeridos para producir los recursos renovables y los servicios proporcionados por las funciones de soporte vital (distintas formas de ingreso natural), sino que también el área de suelo perdida en términos de productividad biológica, ya sea por contaminación, radiación, erosión, salinización, y «pavimentación» urbana -el asfaltado o construcción de suelos, que vuelve a éstos ecológicamente improductivos. También, incluiría el uso de recursos no renovables, hasta donde éstos entran en el procesamiento de energía y generan efectos de contaminación, relacionados con su uso. Por el momento, sin embargo, nuestras evaluaciones se basan en un rango limitado de artículos de consumo y flujos de desechos. Cada elemento adicional incrementa por lo tanto el tamaño de las estimaciones existentes. Adicionalmente, los cálculos ac­tuales asumen que la tierra necesaria (por ejemplo, en el sector forestal o la agricultura) está siendo utilizada en forma sustentable. Sin embargo, general­mente no es éste el caso, la tierra cultivada, por ejemplo, se degrada en promedio 10 veces más rápidamente de lo que puede regenerarse. Esto significa que aun­que las Huellas Ecológicas calculadas para las naciones y regiones industrial izadas impresionan por su tamaño, están considerablemente subestimadas respecto de la demanda efectiva. Se podría argumentar que nuestras estimaciones actuales deben ser ponderadas por un «factor de sustentabilidad» significativo, que per­mita tomar en cuenta dichos supuestos simplificatorios.

«Mirar la otra cara de la capacidad» elimina algunas objeciones a la apli­cación del concepto a los seres humanos. Como argumentaron algunos críticos, es cierto que intentar medir la capacidad de carga humana en términos de máxi­ma población regional sustentable es un ejercicio fútil. Las poblaciones locales están tan influenciadas por factores tecnológicos, culturales y por el comercio,

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de capital natural), la cual, al contrario de la capacidad de carga tradicional, toma en cuenta el comercio neto y refleja tanto el ingreso actual como la tecnología prevaleciente. Calculada así, se puede comparar la Huella Ecológica al área de la
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