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OBITUARIO Juan José Castillos Es algo muy poco común que alguien decida escribir su propio obituario, en vida, pero ¿quién puede haber conocido mejor a la persona que algún día va a morir que esa persona misma? Por esa razón es que en el momento de cumplir sesenta años, me he puesto a escribir lo que me gustaría haber podido leer que se haya escrito sobre mí después de mi muerte. Nací en Rivera el 18 de Octubre de 1944. Cuando cumplí un año de edad mis padres se mudaron a Montevideo, donde, con la excepción de los casi diez años en que residí en Toronto, Canadá, viví toda mi vida. A lo largo de los años he tenido muchos hobbies, el buen cine, la lectura, la numismática, la filatelia, coleccionar libros antiguos (he podido comprar algunos incunables), la química inorgánica experimental, la física nuclear, la astronomía, he practicado algunos deportes como el fútbol, básquetbol y tenis y siempre fui muy aficionado a los gatos, de los que llegué a tener una familia de diez en mi casa. Estudié Ingeniería Química hasta cuarto año en la Facultad de Química de la Universidad de la República y no me gradué pues interrumpí mis estudios allí para asistir durante tres años a cursos de Historia Antigua en la Facultad de Humanidades de la misma universidad, teniendo como docente al catedrático Prof. Armando Pirotto. El motivo para ese cambio fue que la historia antigua había sido un tema en el que había estado siempre muy interesado y un día decidí que era en lo que debía concentrar mis esfuerzos. Dentro de este campo del saber, la civilización del antiguo Egipto era mi área de especialización y reuní a lo largo de los años, haciendo grandes sacrificios económicos, una muy respetable biblioteca particular sobre ese tema. En 1967 ingresé a la Egypt Exploration Society de Londres, Inglaterra, como Student Associate, siendo aceptado luego como Miembro regular en 1969. En 1971 contraje matrimonio con mi primera esposa, con quien tuve tres hijos. Luego de la separación en 1990 y posterior divorcio, se produjo un distanciamiento con mis hijos, que por razones personales decidí no intentar modificar. Por lo que supe, no les fue nada mal en mi ausencia y es una fuente de satisfacción para mí saber que algunos de mis genes seguirán por ahí, después de mi muerte, abriéndose camino en el mundo. Ya desde mi adolescencia mostré inclinación por la búsqueda del conocimiento, en esa época en una enorme variedad de campos, química, física nuclear, astronomía, filosofía, sicología, historia, etc., lo que me dio una amplia cultura general. Todo ese tiempo dedicado a absorber conocimientos en una edad en que los jóvenes desarrollan otras actividades, me transformó en un adolescente (y un joven después) bastante tímido, serio, maduro, sosegado y reflexivo. Fue en ese momento que decidí que la búsqueda del conocimiento sería la meta más importante en mi vida. Muy aficionado al cine, especialmente el buen cine, a los 14 años descubrí a Ingmar Bergman, bajo cuya influencia aprendí muchas cosas de la vida y de la condición humana. Para comprender mejor sus películas llegué hasta tomar lecciones privadas de idioma sueco, con lo que pude aprender de memoria fragmentos de sus obras. Para mis otros estudios aprendí con variada dedicación otros idiomas, por ejemplo, inglés, francés, alemán y nociones de portugués, italiano y ruso. Por alguna razón, todos quienes me conocieron en ese primer tercio de mi vida, me consideraban generalmente cinco o seis años mayor que mi edad verdadera. En 1966 publiqué en Montevideo mi primer trabajo local sobre Historia Antigua titulado “Orígenes del Monoteismo Hebreo”. En 1973 publiqué mi primer breve artículo de investigación internacional en una revista arbitrada de Inglaterra, sobre el tema de los orígenes de Egipto y recibí la enorme satisfacción que la experta consultada, que enseñaba en la Universidad de Oxford, me escribió para decirme que se sorprendía que Montevideo pudiera producir estudiantes tan prometedores de egiptología. En ese mismo año, el Prof. Pirotto, quien siempre me alentó e impulsó en mis esfuerzos, dio otra muestra de su grandeza de espíritu al decirle a viva voz en público a un arqueólogo italiano que visitaba Montevideo en ese entonces, para mi gran turbación dada mi natural timidez, que yo era uno de sus estudiantes predilectos y que contaba ya con trabajos publicados en el extranjero. El propio Prof. Pirotto me confió que él mismo investigaba en la medida de sus posibilidades sobre el tema que más le interesaba, reyes y reinas de Francia, y también lograba publicar de vez en cuando trabajos de investigación sobre esa área de la historia. En 1973 también coordiné los trabajos de un equipo multidisciplinario para publicar científicamente por primera vez la momia egipcia que en ese entonces estaba en el Museo Nacional de Historia Natural, para cuyo proyecto conté con la más amplia colaboración del Director de ese Museo en esa época, el Lic. Miguel Ángel Klappenbach, quien puso esos antiquísimos objetos bajo su responsabilidad a mi total y absoluta disposición, un gesto de confianza que procuré no defraudar. En 1974 emigré a Canadá, desalentado de encontrar un buen porvenir en Uruguay y ante los excesos de la dictadura militar que había tomado el poder en mi patria. Allí proseguí mis estudios de Egiptología y poco después aprobé con altas calificaciones cursos de Estudios Clásicos y Arqueología ofrecidos por el Ministerio de Educación local. Mientras vivía en Canadá tuve la posibilidad de hacer un doctorado de egiptología allí, pero en primer lugar, colegas de primer nivel como Donald Redford, Anthony Mills y Nicholas Millet, docentes de la universidad local, me aceptaron a mi llegada como un colega y me alentaron a proseguir con mis investigaciones, el Dr. Redford llegó hasta a poner su biblioteca personal a mi disposición, lo que hacía una situación embarazosa presentarme luego ante ellos como un estudiante, y en segundo término, los muchos miles de dólares que tal doctorado me habría costado decidí guardarlos para luego invertirlos en fundar un instituto de egiptología en Uruguay con sede propia, o sea que decidí sacrificar algunos aspectos de mi desarrollo personal para hacer un aporte original a la cultura uruguaya, decisión de la que no me arrepiento. Perteneciente a una generación en la que los títulos no importaban tanto como ahora, en que investigadores de la talla de Pivel Devoto no tenían título alguno que exhibir y sí trayectoria y conocimientos muy destacados, o Barrán, catedrático grado 5 en la universidad estatal con antecedentes no superiores a un profesorado de enseñanza secundaria, así como otro catedrático grado 5 en historia antigua, un ex-sacerdote sin títulos universitarios que logró acceder a esa cátedra en esa misma facultad, no le di mayor importancia a la obtención de títulos, lo que hoy algunos de mis detractores han intentado usar en mi contra. En 1975 empecé a publicar mis estudios de cementerios predinásticos egipcios que llevaron a que mi nombre pasara a ser mencionado en muchos de los más importantes libros sobre el antiguo Egipto y a que luego un destacado egiptólogo británico de la Universidad de Cambridge, describiera mis estudios como habiendo sentado las bases para posteriores trabajos en ese campo de investigación, algo que no es muy común que se diga de investigadores uruguayos en el área de la Historia Antigua. En el año 1980 fui designado Socio Vitalicio de la Sociedad para el Estudio de las Antigüedades Egipcias de Toronto, Canadá. Ese mismo año fui socio fundador de la Sociedad Uruguaya de Egiptología, junto al Dr. Alberto Bianchi y muchos otros académicos y otros interesados en el tema en Uruguay. En 1984 la Asamblea General de dicha Sociedad decidió contratarme como Profesor Titular de Egiptología del Instituto Uruguayo de Egiptología que la Sociedad fundó en 1984, cargo que he ocupado ininterrumpidamente desde esa fecha. Por las aulas de nuestro Instituto han pasado varios centenares de uruguayos, que de no existir esta institución académica especializada, no habrían podido satisfacer su sed de conocimiento sobre este tema. En 1984 también se fundó el Museo Egipcio de la Sociedad Uruguaya de Egiptología, cuya dirección también me fue confiada y al que han visitado miles de uruguayos y extranjeros. Entre 1988 y 2003 participé en numerosos congresos y simposios especializados en Europa y Norteamérica, leyendo ponencias que fueron siempre recibidas con interés por mis colegas de todo el mundo, llegando en esa última fecha a un total de más de ochenta artículos académicos y libros publicados y más de cincuenta artículos de divulgación. En 1992 contraje matrimonio con mi segunda esposa, Val, con quien hallé la felicidad conyugal que anteriormente me había sido negada. En 1997 me fue otorgado un Diploma de Egiptólogo por el Instituto Uruguayo de Egiptología. En el año 2001 la prestigiosa Société Française d´Égyptologie, de la que había sido Miembro desde 1971, me invitó a postularme para ser Miembro Profesional de su Comisión Directiva, cargo para el que resulté electo, después reelecto en varias oportunidades y que todavía ocupo a la fecha. En ese mismo año, la Asociación Uruguaya de Arqueología, que agrupa a los arqueólogos profesionales universitarios de Uruguay, en la ceremonia de apertura del X Congreso Uruguayo de Arqueología, me entregó una plaqueta de reconocimiento por mi trayectoria académica en arqueología egipcia. En el año 2003, durante un Simposio especializado en Polonia, fui nombrado para presidir una de las sesiones académicas por los organizadores de ese encuentro que reunió a más de 150 especialistas de muchos países. En 2003 fui elegido para integrar la Board Editorial de la Revista digital de Estudios Orientales Transoxiana, publicada por docentes de la Universidad del Salvador de Buenos Aires, Argentina, en la que poco antes fui invitado a dictar una Clase Magistral sobre los resultados de mis investigaciones acerca de los orígenes de Egipto. En 2005 el Ministerio de Educación de Argentina me designó miembro de su equipo académico de evaluadores de proyectos arqueológicos de ese país en Egipto.Por iniciativa propia me he asignado el a menudo arduo y engorroso trabajo de publicar extensos y detallados informes de cada evento académico al que he asistido a lo largo de los años, en Egipto, Inglaterra, Canadá, Polonia, Italia, Brasil, etc., un trabajo que nadie más se toma en egiptología pero que está de acuerdo con mi opinión de que conocimiento científico que no se comparte lo más ampliamente posible, es conocimiento que se pierde, en la esperanza de que haya sido útil a quienes no pudieron asistir a esos congresos y simposios y puedo afirmar con fundamento que hasta ahora ningún colega me ha escrito para decir que he traicionado o distorsionado su pensamiento. Lamentablemente todos esos logros académicos internacionales no me llevaron a obtener una cátedra en una universidad local, lo que me habría permitido llegar a más alumnos universitarios interesados en la civilización del antiguo Egipto, colaborando en su formación, a la vez que me habría permitido en forma modesta, vivir de la docencia. Esto me fue negado en la última mitad de mi vida en Uruguay por una serie de circunstancias tristes y poco éticas que son de pública notoriedad y que impidieron que tal aspiración pudiera concretarse. Hay algunos nombres de profesores, notables investigadores y en algunos casos colegas posteriormente, uruguayos y extranjeros, que no puedo dejar de mencionar como ejemplos de espíritu noble y generoso en su estímulo a más jóvenes figuras que procuraban seguir sus pasos, notables y admirables personas de las que siempre habrá demasiado pocas en todas las universidades del mundo. Deseo mencionar a la Prof. Blanca Traversoni, el Prof. Armando Pirotto, los Profesores Walter Hill, Germán Villar y Lumen Cabezudo, estos tres últimos de las Facultades de Ingeniería y Química de la Universidad estatal en Montevideo, la Dra. Elise Baumgartel de la Universidad de Oxford, el Dr. Raymond Faulkner y los Profesores Anthony Mills y Donald Redford de la Universidad de Toronto. Con todos ellos tengo una deuda imborrable por diversos motivos y siempre agradeceré la generosidad y nobleza de su comportamiento hacia mí, que contribuyó de mil maneras a cualquier éxito que yo haya podido alcanzar en mis estudios. Hay también de los otros, lamentables casos de malos docentes, que ocupan lugares desde los que causan daño y desalientan a futuros docentes o investigadores por envidia, frustración, mezquindad o simple desaprensión, pero prefiero consignar sus nombres a un piadoso olvido. He llegado pues al último tramo de mi vida con una serie de logros académicos nada despreciable y con la satisfacción de haber aprendido mucho y de haber podido contribuir con algunos aportes originales a esa interminable búsqueda de saber y de respuestas que ha llevado a la humanidad al nivel actual de conocimientos, del que puede con justicia, enorgullecerse. Comienzo pues en el umbral de mis sesenta años una nueva etapa en la que concentraré mis esfuerzos en la docencia en nuestro Instituto, en la divulgación en el ámbito local sobre el antiguo Egipto y a continuar aportando ideas y aproximaciones nuevas, con un ritmo más sosegado y adecuado a mi realidad actual. No he vivido en vano, algo quedará de mí después de mi muerte. Con todos mis defectos, carencias, virtudes y ese poco de talento que me ha tocado en suerte, un granito de arena con mi nombre estará en algún lugar de esa vasta playa que es el acervo del saber humano, al que inspirándome en gente más brillante que yo, pude hacer alguna contribución. Es suficiente para agradecer a la vida todo lo bueno que me ha dado. |