Historia de las ideas en el peru contemporaneo




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Sobre el Problema del Indio.
En su Discurso: Estado Social del Perú Durante la Dominación Española, pronunciado en 1894, Javier Prado, grafica la situación del indio durante el virreinato en las siguientes frases (16):
“Tenía también la raza india un vicio predominante; aquél que perturba la razón, que quita la conciencia de la vida, que enerva aún más, un organismo débil que aspira a la somnolencia, al reposo: era la embriaguez, en la que el indio se consideraba libre del mecanismo social que lo encadenaba; se olvidaba de aquél constante trabajo sin estímulos, sin aprovechamiento personal; se separaba del mundo… Pero, sobre todo los vicios del indio, en aquella vida desgraciada - en la que estaba condenado a prescindir de las cosas más necesarias para su conservación - la embriaguez lo dominaba irresistiblemente, absorbiendo su vida, formando su única satisfacción, por encima de todos los peligros y de todos los martirios. El indio desde aquella época se embriagaba. Si las propiedades de la bebida… no hubieran neutralizado… la funesta acción del alcoholismo, vicio secular del indio, a través de tres civilizaciones, ya su raza, sino se hubiera extinguido del todo, habría llegado al último extremo de aniquilamiento físico, de degradación moral y de embotamiento intelectual, de idiotismo o de imbecilidad”. Y de esta suerte, separadas, divorciadas, sin lugar a formar jamás un cuerpo homogéneo, han vivido las diversas razas en el Perú, durante la época colonial; y no habiéndose ellas fusionado, no ha existido tampoco los sentimientos y esfuerzos comunes, los ideales y los intereses nacionales, que son los únicos agentes que pueden conducir a los pueblos por el camino del progreso.
JOAQUIN CAPELO
(1852 – 1928)

Extracción y posición de clase.
En representación del pensamiento burgués y liberal que parecía desarrollarse en nuestro país en los últimos lustros del siglo pasado y comienzos del presente, se alzó la figura del pensador Joaquin Capelo, sociólogo, abogado, escritor, orador y parlamentario procedente de la clase media, que llegó a la cátedra de San marcos para enseñar las ciencias matemáticas. Aunque no dictó Filosofía en los claustros, sin embargo dirigió sus esfuerzos al campo de la educación y la sociología.
Su pensamiento.
A decir de Capelo, por fatalidad en nuestra nación no existe preocupación por desarrollar la Filosofía, pues lo que más se difundió es el catecismo de la doctrina cristiana y sólo un escaso número de interesados se dedica a la actividad reflexiva. Ahora bien, la reflexión filosófica es necesaria, porque son los filósofos, los que han sacado al hombre de la vida salvaje que discurrieron los bosques para congregarlos en populosas ciudades. La Filosofía es la que nos revela que existe un orden preestablecido y que somos objeto y sujeto, espíritu y materia unificados en un Yo.
Capelo se adhirió vivamente al pensamiento positivista de Comte y Spencer y al evolucionismo de Darwin. No piensa como otros positivistas que la Filosofía sea inútil. Muy al contrario precisa la distancia que existe entre Ciencia y Filosofía, afirmando que mientras la ciencia se ocupa de los hechos concretos y visibles a la Filosofía le queda reservado el terreno de “lo incognoscible”, dado que se ocupa de los primeros principios y de las leyes universales. Compartiendo con lo sostenido por el evolucionismo decía que desde el átomo hasta el hombre había una cadena ininterrumpida de existencia, según una ley progresiva y ascendente hasta tipos más perfectos, pero que en esa evolución la materia no es lo sustancial, puesto que es una sustancia indeterminada y primitiva; por lo que no opta por el materialismo y más bien se adscribe al espiritualismo monadológico de Leibnitz que conduce a reconocer un ser absoluto como es Dios.
El Problema Nacional.
Conocedor de la estructura social del Perú, afirmaba con suficiente fundamentación que la población aborigen constituía las cuatro quintas partes de la nación y que incluso en la metrópoli residía un quince por ciento de ellos, y que de cien mil habitantes en Lima, unos 16,000 eran artesanos entre carpinteros, herreros, sastres, zapateros y otros.
Tomando como modelo el auge del capitalismo norteamericano incentivaba seguir su ejemplo y como Saint Simon reconocía que en la producción concurrían el obrero y el gerente creando la riqueza; pero al mismo tiempo consciente de que nuestro territorio había sido atrapado por el imperialismo, señalaba que los monopolios eran nocivos y difíciles de destruir. Empero, sacando a relucir su optimismo propiciaba que irrumpieran braceros, libros de las ataduras de la servidumbre, jornaleros, operarios aptos para las actividades manufactureras.

El Problema del Indio.
Su misma profesión sociológica y su temperamento sensible, lo llevó a preocuparse del problema indígena, al punto de organizar con Dora Mayer y Pedro Zulen la Asociación Pro-Indígena, de la cual fue su presidente en 1912, y cuando tuvo la oportunidad de ser tribuno denunció los execrables abusos que se cometían con los nativos. Alguna vez, le tocó reforzar las huestes pierolistas.
Versado en las corrientes modernas de la psicología y sociología, afirmaba que el problema racial era postizo, puesto que no existe diferencia de raza y es falso que los indios no puedan asimilar las enseñanzas, y si el indio permanecía en ese estado era más bien fruto de la acción del gamonalismo y las clases dirigentes, que habían convertido a la nación en un organismo enfermo.
Sobre el Problema de la Educación.
Igual que Villarán notaba que requeríamos de hombres de empresa capaces de hacer producir la tierra y crear la industria, pero que para plasmar este anhelo había que fomentar una educación activa que no discriminara el trabajo manual y que más bien impulsara el capital y el trabajo asociados, porque el feudalismo mantenía estagnado a nuestra sociedad y sobre todo a la metrópoli en una situación de parálisis y pesimismo. Como sociólogo que era, estudió minuciosamente los confines de Lima, valiéndose de una interpretación organizacio organicista de la composición económica, social, moral y física de la capital, todo lo cual está resumido en su obra Sociología de Lima (17).
Wilfredo Dapsoli, al escribir: El Pensamiento de la Asociación Pro-Indigena (18), trascribe un artículo interesante que se publicó en El Deber Pre-Indigena en 1915, en los siguientes términos:
“Es la base económica la que precisa cambiar. La educación que no tenga ese cambio, por objetivo principal, está demás. En el Perú, el cambio de la base económica prima sobre todo otro cambio, porque de allí nace el mal mayor de que padecen aquí los individuos, las colectividades y la Nación toda. Viene el mal de muy lejos y sus raíces arrancan de muy hondo… Todos los centros industriales, mineros, agrícolas y últimamente también los centros ganaderos, son propiedades extranjeras en su mayoría y se alimentan y sostienen con capital extranjero. Para los peruanos de hoy no hay otro campo que el de dependientes, agentes a empleados de esas empresas, como fueron los indios nobles de la época de Atahualpa respecto a los conquistadores. Lo propio está pasando ahora con los herederos de Pizarro y de sus huestes.
En cambio, miremos del lado del Norte y allí, más allá del Ecuador contemplemos esa gran nacionalidad americana que asombra al mundo más que con su riqueza y su grandeza con sus métodos, su modo de ser y su modo de actuar y vivir, en lo individual y en lo colectivo. Esa nación tiene base económica enteramente distinta que la del Perú. Lo fundaron unos cuantos hombres libres, que abandonaron la patria europea, precisamente en busca de libertad y autonomía, y que al fundar la nueva nacionalidad, pusieron todas sus esperanzas y todas su expectativas solamente, únicamente, en el propio e individual esfuerzo en su trabajo inteligente y honrado, y en la confianza de sí mismo, por eso han hecho un gran pueblo donde nada había.
Es esa base económica la que el Perú necesita; la base del trabajo inteligente y honrado, del trabajo que dignifica y ennoblece, tanto el obrero como el gerente de la empresa que crea la riqueza y la hace brotar de la nada, haciendo el reparto del esfuerzo como del provecho, a la sombra de la justicia y la libertad, no del despojo y del privilegio.”


MANUEL VICENTE VILLARAN
(1873 – 1958)


Su extracción y posición de clase.
Manuel Vicente Villarán y Godoy, procede de una familia civilista del Perú. Fue abogado de oficio como su padre, desempeñó funciones de parlamentario y postuló a la presidencia de la república; fue vocero de la incipiente burguesía al comienzo del presente siglo; expresó una tendencia democrática en su ideología, pero no simpatizó con temas de índole socialista por conceptuar que “económicamente conduce a la miseria”. No obstante, a diferencia de Alejandro Octavio Deústua que preparó en las mentes fascistas la práctica de un genocidio simulado en contra de las comunidades, Villarán salió en defensa de los indios, aunque al final terminó amparando los intereses agro-exportadores en su calidad de abogado del enclave minero de la Cerro de Pasco.
Su Pensamiento.
La concepción de Villarán pasa por tres instantes. Primeramente fue idealista y como abogado estuvo difundiendo las ideas del Jus-naturalismo tradicional. Después, ingresó al positivismo, para luego acantonar en el pragmatismo.
En el primer momento de su pensamiento está adscrito al a Filosofía del Derecho, incluso piensa que las ciencias morales, además de usar la inducción deben acudir a la deducación de tipo especulativo.
En 1907, después de abjurar del idealismo metafísico, asume posturas positivistas, pero las toma en forma moderada y progresista. Aduce que es preferible abandonar la Filosofía del Derecho y situarse más bien en el realismo sociológico. Como jurista, estima que la Filosofía del Derecho parte de la razón, se apoya en la metafísica, la psicología y la ciencia social. Recogiendo los preceptos de la revolución francesa, en esta fase considera que son derechos naturales: la integridad física y mental, el honor, la libertad, la igualdad, la propiedad y la defensa. Aparece como defensor de la clase oprimida, al sostener que las ciencias morales son positivas, independientes, de toda metafísica. Ataca al latifundio y al gamonalismo. Preserva, en cambio, la propiedad comunal.
Arremete contra el idealismo krausista y ampara las ideas de la escuela sociologista. Pone en vigencia el estudio del método comparativo en el Derecho, e introduce autores de la escuela analítica. Desecha todo punto de vista trascendental. El concepto de “libre albedrío” es rechazado por ser incompatible según Villarán – con las leyes del pensamiento, porque experimentalmente es indemostrable.
Critica los remedios formales y las simples soluciones legislativas. Villarán que viajó al Norte y que en los Estados Unidos había observado el éxito de la burguesía, en su tercera fase adopta posiciones de corte hedonista y utilitarista, ahora ama la vida, desea el placer y la unión fraternal entre los demás seres; es antropocentrista. Aboga por la pequeña propiedad individual. Teme los levantamientos campesinos.
Desde el punto de vista pragmático, explicará que el atraso de nuestro país no se debe a causas imputables a la raza indígena, sino a la ausencia de un mercado interno. Esta deficiencia podría ser subsanada convirtiendo a nuestros hombres en seres laboriosos y positivos.
Por consiguiente, en esta tercera fase, después de relegar el positivismo, Villarán ya no cuestiona a la clase aristocrática y señala que la causa de los males no son los que egoístamente manejan el país, sino que hay otras causas de origen geográfico-natural.

El Problema Nacional.
Villarán asevera que nos encontramos en un país con un territorio geológico fragmentado en retazos por las cordilleras, desiertos y selvas; de ahí que hay necesidad de resolver los problemas a través de la apertura de vías de comunicación; para ello espera de las bondades de la estructura capitalista, esto es, de la expansión de la industria, la creación de la riqueza, la mayor producción, la implantación de empresas con maquinaria productiva y en la formación de empresarios, pues no olvida que el progreso económico es el factor primordial para germinar una clase dirigente.
El destacado jurista criticó acremente a la sociedad peruana de su tiempo por estar fuertemente aristocratizada y centralizada y por tener afición sólo por la retórica y a los versos; según él, por esa unilateralidad nos encontramos con una fuerza productiva deficiente, estamos saltos de hombres laboriosos. Existe en el país una predilección exagerada por el cultivo de las letras, prueba de ello es que a fines del siglo pasado, habían 5,496 clérigos entre frailes y monjas, de otro lado, la clase oligárquica entendió por labor la dedicación al a política como ocupación dominante en vez de una prospección hacia la industria y el comercio.
Hay en nuestra nación el vicio del “funcionarismo”; nos refugiamos tras la tranquila nave del Estado. Tan pronto como un hombre comienza a sentir sus fuerzas tiende sus brazos hacia un puesto público. El universal e inmoderado deseo de obtener empleos burocráticos retrae a la juventud a seguir carreras industriales y mercantiles. Los nacionales solo sentimos vocación por la burocracia y dejamos a los extranjeros que tomen a su cargo los trabajos productivos.
Contagiados por la ideología platónica y escolástica se pensó en el Perú que el trabajo era propio para traficantes y plebeyos. Esta concepción contribuyó a acrecentar la aversión por el trabajo y la diferencia de las razas. Todos los blancos querían parecerse a los condes y marqueses. Comentaban que las faenas físicas era cosa de indios y negros. De este modo, se crearon las condiciones para el indio siervo originara ricos ociosos. Una señal de esto nos dice el censo de 1770, que delata la existencia de 20,000 vagos, sólo 1,000 artesanos.
El Problema del Indio.
Dado que la clase dominante estaba a la caza de los diplomas, el sector que había quedado inmune a esa adicción era el campesinado, residente en las comunidades, instituciones que inclusive, pese a la amenaza de la despoblación en la colonia y su exterminio en la república, ofrecía resistencia como “un contrapeso al caciquismo semifeudal”. Era pues meritorio que estas instituciones tradicionales hubieran sobrevivido ante la amenaza “blanca”, que usurpó sus tierras y por ello el gobierno estaba en el imperativo de dictar normas tuitivas en pro de los indígenas. Felizmente, pese a los negativos esfuerzos del gamonalismo, éste no había podido arrebatar la integridad de sus territorios. Esto demostraba palmariamente que el campesinado estaba apto para elevarse a la altura de otras razas. Todo era cuestión de dotarles de una instrucción apropiada, fundamentalmente dándoles técnica.
Villarán se opone a la parcelación de las tierras de las comunidades, por que rápidamente podría ser absorbida por la gran propiedad.
Salió en defensa de la comunidad porque era el único instrumento de defensa popular en contra de los apetitos del gamonal, pues es bien sabido que los blancos quitan a los indios, desde la época colonial, las tierras bien situadas y sólo dejan aquellas pérdidas en puntos lejanos e inaccesibles.
El Problema de la Educación.
Según Ernesto Yepes del castillo (19) Villarán, en 1905 llegó a plantear el desarrollo económico como base de cualquier intento de educación nacional. Postula que la educación debe alcanzar democráticamente a todas las clases sociales, pero que su contenido debe variar según la jerarquía social, fomentando una educación para el trabajo en las masas populares. El campesinado debe educarse, pero con orientación al trabajo productivo. La escuela es apenas un auxiliar de la cultura, un medio inventado para acelerar el perfeccionamiento de las gentes civilizadas.
En 1908 Villarán resume la nueva educación como democrática, simple, común y profesional, tendiente a despertar energías físicas y mentales, estimular el trabajo y formar hombres. Deseaba que la educación sirviera como arma para vencer la explotación obrera, la servidumbre indígena y todos los obstáculos retrógrados. La educación está sujeta pues al desenvolvimiento económico.
Elabora una pedagogía positivista aplicable a la educación peruana y contraponiéndose a lo propuesto por Deústua opina que la herencia española ha fomentado las carreras liberales y por lo mismo, ahora tiene que virarse hacia las profesiones productivas.
Rememora que en el coloniaje la gente vivió preocupada más por la obtención inmediata de los diplomas, para cuyo efecto aún viajaban desde Quito y Buenos Aires. Es que, por entonces, los ideales de la clase dominante –como hata hoy- era obtener el doctorado, alcanzar una cátedra en la universidad. Como corolario de esto, hay abundantes maestros de historia, literatura, latín teología, leyes filosofía y matemática; pero no hay ninguno que nos enseñe a labrar la tierra, a cuidar el ganado, explotar la selva, navegar, comercial, fabricar cosas útiles. En suma, preferimos una educación que adorna, en vez de buscar una que aprovecha.
Hasta hoy, empero, los Ministerios siguen propiciando una enseñanza que sirva para distraer el ocio de los ricos y no la que enseña a trabajar a los pobres. Este mal no sólo es de la capital también está en la serranía.
En un discurso pronunciado en 1936, transcrito en Páginas Escogidas (20) puede leerse lo siguiente:
“… Gran parte de las expectativas de grandezas del Perú se fundan en la sierra. Desarrollemos pronto esta inmensa región del territorio, pletorita de posibilidades. Sus atrasos provienen de factores geográficos, no de deficiencias humanas. Muchas de sus ricas secciones viven empobrecidas por fatal aislamiento. Si aproximamos la sierra a la costa y a la montaña y acercamos entre si las zonas serranas, puede asegurarse que en muy corto plazo, la potencia económica del Perú dará un avance incalculable. Respecto de la montaña, es no solamente una reserva nacional de futuras riquezas; es también, en grandes trechos, campos vastísimo de poblamiento y trabajo, actualmente aprovechable. Lo único que falta es hacerle accesible y fomentarla con obras y servicios públicos eficaces”.
Y haciendo campaña electoral en su carrera política, añadía:
“Lo que más interesa a los proletarios y empleados, si bien calculan su verdadera conveniencia, es que se conserven la paz y el orden para que la prosperidad no se interrumpa. Yo no les aconsejo el conformismo ni desapruebo sus reivindicaciones. Las comprendo y apoyo…”.
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