descargar 72.97 Kb.
|
Kant, que había sido “despertado del sueño dogmático” por el mismísimo Hume, hace lo mismo, aunque con algún titubeo. El alma es una ilusión metafísica indemostrable por la vía teórica, aunque postulable por la vía práctica… Y con la Modernidad se disipa nuestra historia. El problema de la relación entre le cuerpo y el alma se reconvierte en el problema de la relación entre lo psíquico y lo físico. La teoría de la evolución cobra fuerza a partir de Darwin, y ya nadie concibe una antropología filosófica que no recurra a las nuevas categorías biológicas y zoológicas. D DARWIN (s.XIX) reconoce la vida emocional de los animales, y como no podía ser de otra manera, ve en ellas un fuerte componente adaptativo, supervivencial. Las emociones, como los órganos corporales han evolucionado por selección natural, así que por fuerza han de tener un valor positivo. [ Se me ocurre que a partir del evolucionismo habría quehacer una interpretación de las emociones que incluyera aspectos sociológicos, y sobre todo la distinción entre barbarie y civilización. Cientos de miles de años sobreviviendo como especie gracias, entre otras cosas a la función adaptativa de nuestra vida emocional y, en este último minuto que es para la humanidad la civilización parece como si esa vida emocional se tornara un estorbo, un elemento atávico digno de eliminarse. No en vano la ciencia ficción nos representa el futuro como un mundo de frialdad calculadora exento de las turbaciones del ánimo. Pero esta es otra historia..] Podríamos seguir con la filosofía, por ejemplo con Kierkegaard y sus reflexiones en torno al cuerpo como órgano del alma, y a la angustia que es un estado afectivo puro, pero intencional ( dirigido a un objeto) o con autores del s. XX, como Sartre, incluso españoles como Laín Entralgo.. Pero en esta época el problema de las emociones ha cambiado de manos. La moderna Psicología experimental nace a finales del XIX y se constituye como disciplina académica de pleno derecho. Además surge la figura inmensa de Freud, a partir del cual ya nada será lo mismo. Pero esta sería también otra historia. Sería la historia de la Psicología y ahí no quiero entrar. Consideraciones finales. En septiembre de 1994 apareció un artículo en la revista Investigación y Ciencia titulado “¿Puede explicarse la conciencia?”, firmado por John Horgan. Lo leí y me pareció interesante pasarlo a mis alumnos como remate al estudio del problema mente-cuerpo, sobre todo porque quedaba muy claro que el problema estaba muy lejos de resolverse, y eso a pesar de que parecía un artículo guiado por el optimismo. No sé si ha quedado obsoleto o puede leerse todavía como si de rabiosa actualidad se tratara. Se citaba a varios investigadores científicos y a varios filósofos. Aparecía Crick, uno de los descubridores del ADN, reconvertido después en neurólogo, y un tal Edelman que defendía una especie de darwinismo neuronal – grupos de neuronas que compiten entre sí para representar el mundo- o Penrose que defendía que los misterios de la mente estaban relacionados con la mecánica cuántica, a través de unos microtúbulos que actúan como esqueleto de las células- y eso me recordó lo de la glándula pineal de Descartes- Se hablaba, no lo he dicho, de un congreso de neurología, y uno de los asistentes se atrevió a relacionar la mente con los agujeros negros del universo, a lo que otro respondió que en su mente no había ningún agujero pero que si seguía oyendo aquellas cosas acabaría como un queso de Gruyère. Otro contaba que un paciente con el cuerpo calloso lesionado tenía como dos personalidades en el mismo cuerpo y se preguntaba si se podrían entrenar esas dos personalidades para que se llevaran un poco mejor. No faltó quién vio la solución al problema de la integración de la conciencia en la teoría del caos, aduciendo que las oscilaciones neuronales son muy sensibles a influencias diminutas. Ya saben, el efecto mariposa. McGinn ponía la nota descorazonadora diciendo que de la misma manera que las ratas no saben, ni podrán saber nunca, nada de mecánica cuántica, los misterios de la mente están vedados al hombre porque también nuestra inteligencia está limitada. Otros como Flanagan sostienen que la consciencia es un fenómeno común a muchos animales y que los experimentos con frecuencias de 40 hertzios como los de Libet, no resuelven nada. En definitiva, me dio la impresión de que el enfoque materialista, tanto si se decanta por la bioquímica, como si lo hace por el electromagnetismo, o por los modelos holísticos de moda como el Caos o los Fractales estaban en la misma línea que las especulaciones de Descartes con la glándula pineal. Ya lo he dicho más arriba: no se puede resolver un problema metafísico con una solución fisiológica, química o simplemente física. El reduccionismo fisicalista adolece de un defecto primordial: no tiene en cuenta que la realidad es plural, y sólo con categorías plurales se puede dar cuenta de ella. Yo me atrevo a decir que el problema es categorial, y que la distinción alma-cuerpo, que quiere superarse, todavía hace estragos porque funciona como un prejuicio del que no nos podemos librar. Una y otra vez volvemos a lo mismo porque todavía no se ha producido el cambio de paradigma que nos permita superar esa escisión. Es decir hace falta un marco conceptual nuevo, una cosmovisión nueva. Y eso no se produce de la noche a la mañana. Quizás haya que revisar nuestra concepción de materia, ampliarla, o reconducirla en la línea de Popper o Gustavo Bueno, cuando hablan del mundo 2 o del segundo género de materialidad respectivamente, y reconocer de una vez la irreductibilidad de determinadas parcelas de la realidad. Una cosa es casi segura: así como hasta ahora la ciencia ha avanzado negando con nuevas teorías las teorías anteriores, dentro de equis años casi todo lo que ahora creemos que son conocimientos ciertos aparecerán como falsedades propias de una edad ingenua. Y respecto a las emociones sólo quiero decir una cosa. Parece que la disciplina que se ha de ocupar de ellas no es otra que la Psicología. Sin embargo opino que otras disciplinas como la Etología y la Sociobiología (Eibl-Eibesfeld, Wilson) tienen, quizás, mucho más que decir que la propia Psicología, porque el estudio de lo humano en el contexto de la evolución y la zoología comparada todavía no ha arrojado toda luz de que es capaz. El tiempo lo dirá. No soy del todo optimista. No veo claro que el estudio del funcionamiento del cerebro pueda resolver el problema de la conciencia. De las emociones tengo que reconocer que es un terreno muy esquivo, en el que se mezclan de manera confusa elementos cognitivos con funciones fisiológicas de todo tipo. Para empezar resulta sumamente difícil describirlas, y aun nombrarlas. Sobre el carácter aprendido o innato, intencional o aintencional, todavía hay mucho que decir. También es peliagudo valorarlas como saludables o dañinas… Uno de los pasajes del Quijote que más me gusta es ese en el que Don Quijote espera impaciente que Sancho le dé noticias de Dulcinea, después de que el paciente escudero se haya visto en la necesidad de fingir que ha hablado con ella y la ha visto. Pero Don Quijote está partido entre lo que quiere oir y lo que intuye que ha pasado y lo primero que le dice es:. “mira Sancho lo que dices, y no quieras con falsas alegrías alegrar mis verdaderas tristezas”. La alegría está muy bien, pero la verdad está mejor, aunque duela. De la filosofía no se puede esperar otro mensaje. Gracias. |