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La ciencia y la tecnología como procesos sociales. Lo que la educación científica no debería olvidar. Jorge Núñez Jover Director de Posgrado de la Universidad de La Habana ![]() De la ciencia a la tecnociencia: pongamos los conceptos en orden. Introducción. A lo largo de los ensayos incluidos en este libro se utilizarán reiteradamente conceptos como ciencia, técnica, tecnología y tecnociencia. Parece de rigor que comencemos por discutir esos conceptos y definamos aproximadamente el significado que les atribuiremos. Los conceptos aludidos encuentran en la literatura disponible un uso muy variado. De hecho existen una infinidad de definiciones de ciencia y algo semejante ocurre con la tecnología. Detrás de esa abrumadora diversidad está el enorme arraigo social que una y otra tienen en la sociedad contemporánea, lo que conduce a su uso cotidiano en la educación, los medios de difusión, los discursos políticos y muchos otros canales de divulgación. De igual modo esa diversidad se explica por las muy diferentes corrientes filosóficas, sociológicas e históricas que a lo largo de este siglo han estudiado sistemáticamente la ciencia y en menor medida la tecnología. Resulta necesario entonces poner un orden conceptual mínimo en nuestro discurso. Debe destacarse además que en esta obra los problemas de la ciencia y la tecnología se examinarán como procesos sociales, como dimensiones de la totalidad social. Para estos fines las diferentes definiciones de ciencia y tecnología no son de igual utilidad. Necesitamos proveernos de conceptos amplios cuya riqueza permita el énfasis social que nos interesa. De igual modo deben destacarse las profundas e intensas interacciones que caracterizan hoy los vínculos entre la ciencia y la tecnología. La copulación recíproca entre ellas, el binomio interactivo que han constituido, representan un elemento esencial de la actual civilización tecnológica. El concepto de tecnociencia, menos extendido en la literatura, servirá para destacar los límites borrosos, indistinguibles y a veces inexistentes entre ciencia y tecnología. Debo advertir que el método de exposición que he escogido para este ensayo puede traicionar el fin que me propongo. Comenzaré por mencionar el modo clásico en que suelen distinguirse ciencia y tecnología (o técnica, según el caso) para luego desarrollar consecutivamente los conceptos de ciencia, técnica, tecnología y por último, tecnociencia. Este orden, sin embargo, pudiera sugerir separaciones indeseables. Espero que al final el planteamiento teórico que deseo desarrollar quede suficientemente claro. Visiones de la ciencia. Digamos para comenzar que el concepto de ciencia se suele definir por oposición al de técnica, según las diferentes funciones que ellas realizan. En principio la función de la ciencia se vincula a la adquisición de conocimientos, al proceso de conocer, cuyo ideal más tradicional es la verdad, en particular la teoría científica verdadera. La objetividad y el rigor son atributos de ese conocimiento. La función de la técnica se vincula a la realización de procedimientos y productos, al hacer cuyo ideal es la utilidad. La técnica se refiere a procedimientos operativos útiles desde el punto de vista práctico para determinados fines. Constituye un saber cómo, sin exigir necesariamente un saber por qué. Ese por qué, es decir, la capacidad de ofrecer explicaciones, es propia de la ciencia. Observemos que lo anterior constituye no sólo una distinción analítica; históricamente han existido civilizaciones dotadas de técnicas desarrolladas y escaso conocimiento científico: Egipto, China, el Imperio Inca, son algunos ejemplos. En cambio la civilización griega clásica avanzó más en la ciencia, acompañada de una técnica menos avanzada. Agazzi (1996) admite que en su evolución la ciencia ha cambiado considerablemente, desde una ciencia basada en la contemplación, para luego orientarse al descubrimiento y finalmente, lo cual sería su rasgo contemporáneo, a la investigación. Veamos esto con mayor detalle. Desde la antigüedad hasta el renacimiento la ciencia constituye un conocimiento que se apoya en la contemplación de la naturaleza. Es a través de la observación y el razonamiento que es posible acceder a la esencia de la naturaleza. La ciencia moderna, lidereada por Galileo, modifica parcialmente esto, desplaza la contemplación y la especulación sobre las esencias y promueve una racionalidad apoyada en la experimentación y el descubrimiento de las leyes matemáticas que están "detrás" de los fenómenos sensibles. Para Descartes, no es suficiente la observación: es a través del experimento que se formulan preguntas a la naturaleza, obligándola a revelar la estructura matemática subyacente. El intelecto, más que los sentidos, es lo fundamental. Al ocuparse de la naturaleza (en general de la realidad) la ciencia contemporánea lo hace a través del conjunto de mediaciones que a lo largo de su desarrollo la propia ciencia y la técnica han venido construyendo: modelos, teorías, instrumentos, tecnologías y es a través de ellas que se realiza la investigación. Agazzi resume este proceso diciendo que el ideal de la ciencia antigua fue la observación, el de la ciencia moderna el descubrimiento apelando fundamentalmente al recurso de la experimentación y la matematización, en tanto la ciencia actual realiza investigación en sentido estricto (p.133). La investigación se refiere a la actividad de producción de conocimientos que se despliega a partir de los resultados anteriores expresados en modelos, leyes, teorías y también, instrumentos, equipos, experiencias, habilidades, todos los cuales son constructos creados por el hombre con el fin de explicar y manipular. Los científicos apelan a esos recursos creados no sólo en sus propios campos de investigación sino utilizando los que provienen de otros, a veces distantes. Esa utilización de los resultados precedentes, su modificación permanente, el cruce de informaciones, modelos, es lo que constituye la ciencia en una tradición acumulativa de conocimientos y prácticas. Por ello el "alevín de científico" que se incorpora al ejercicio profesional no se coloca frente a una naturaleza "desnuda" que espera ser observada o descubierta, sino que se sumerge en disciplinas constituidas dentro de las cuales aprenderá a formular y resolver problemas. Este planteamiento nos permite comprender la adscripción disciplinaria de la práctica científica, su articulación comunitaria e incluso paradigmática (Kuhn). Desde el mismo, sin embargo, se pueden deducir diferentes conclusiones. Agazzi, por ejemplo, concluye de todo esto que, "la ciencia no indica ya la necesidad de salir de si misma para continuar existiendo" (p.133) y "la ciencia contemporánea ha llegado hoy día a constituirse como sistema autónomo" (idem). De inmediato él mismo introduce la corrección de que esto no convierte a la ciencia en "sistema cerrado" y que apenas de trata de una autonomía cognoscitiva que no abarca todas las dimensiones de la ciencia como actividad. La importancia de esa corrección es fundamental en un discurso sobre la ciencia contemporánea. En efecto, con la Ciencia Moderna se desenvuelve un proceso de diferenciación de la ciencia como producto espiritual (respecto a la teología y la filosofía, por ejemplo) y como institución y profesión peculiar. Pero como es conocido, la capacidad de explicar y manipular que la ciencia ha demostrado, la ha convertido en una fuerza social extraordinaria, cuya relación con los intereses sociales es indiscutible. Por eso, decir que la ciencia no depende más que de sí misma es una afirmación de alcance muy limitado que aquí sólo admitiremos en un sentido bien restringido: como constitución de líneas de investigación que se alimentan de los resultados precedentes y del diálogo con otras semejantes. En tal sentido la ciencia se impulsa a sí misma y adopta en lo fundamental recursos cognoscitivos creados por ella misma. En ello se expresa su madurez y autonomía relativas. El proceso de crecimiento acumulativo de la ciencia ha sido descrito por Price (1980) a través de un curioso modelo que tiene en común con las ideas anteriores la identificación de la ciencia con el conocimiento que ella produce. A ello Price agrega que ese conocimiento puede ser estudiado a través de su expresión en forma de artículos científicos, por lo que propone considerar como ciencia "lo que se publica en los artículos científicos" (p.167), aparecidos en la "Lista Mundial de Periódicos Científicos" (idem). A la luz de esta definición y contando con fuentes como el Science Citation Index de Garfield, es posible disponer de información sobre artículos, autores y citas que pueden investigarse y obtener a partir de esas estadísticas medidas de los inputs y outputs de la ciencia, así como comprender algunos mecanismos característicos de su crecimiento. Así, estudiando las citas, es posible determinar cómo los artículos se relacionan entre sí y van conformando algo semejante a un tejido de agujas. A partir de ese modelo es posible obtener alguna explicación sobre el ritmo de crecimiento exponencial de la ciencia (según Price el número de artículos se duplica cada 10 o 15 años): la ciencia crece como lo hace porque el viejo conocimiento engendra el nuevo, la vieja ciencia se va transfiriendo a la nueva a través de un proceso acumulativo. Un artículo se vincula con otros similares a través de las citas. Ese mecanismo de citaciones que relaciona unas ideas a otras, es lo que Price llama el "frente de investigación" (p.164), en tanto reserva el nombre de "Colegio Invisible" para aquellos científicos que son responsables de la mayoría de la producción "y de mucho más de la mitad de su valor" (idem). En la misma línea, se considerará científico al que alguna vez ha contribuido a la redacción de un artículo semejante. De esto resulta que la participación del investigador en las publicaciones, el esfuerzo por incorporarse al frente de investigación y aún al Colegio Invisible, es un importante motor del crecimiento de la ciencia. Pero la ciencia no es sólo el conocimiento por ella creado y que circula en publicaciones. Ella también puede ser vista desde el ángulo de los procesos de profesionalización e institucionalización que genera. Barnes (1995) introduce esos ángulos de análisis. Para ello fija su atención en el proceso de transformación de las ideas científicas y su impacto en la cultura que tuvo lugar entre 1540 y 1700 aproximadamente, plazo en el que ocurre una gran revolución científica que cambió considerablemente el panorama de la ciencia y su proyección en la cultura. El período considerado abarca desde la formulación inicial del sistema copernicano de astronomía hasta la culminación de la filosofía que inspiró en la obra de Isaac Newton. Ese plazo incluye numerosos logros específicos en astronomía, mecánica, óptica, anatomía, historia natural, química, entre otros campos y "supone una profunda transformación del pensamiento con el rechazo de la cosmología teleológica y centrada en el hombre de Aristóteles y de los pensadores aristotélicos, y su sustitución por una visión del mundo fundamentalmente impersonal y mecánica" (p.22). Es este también un período rico en discusiones sobre aspectos del método científico imprescindibles para desarrollar los fundamentos de la ciencia: el papel de la observación y el experimento; la necesidad de plantear hipótesis y de recurrir a la cuantificación y matematización, entre otros. Aunque muchas de esas ideas tenían notables antecedentes, durante la revolución científica ellas alcanzaron mayor aceptación entre la gente culta. Durante el siglo XVII declinaron la astrología y la brujería, se fundaron sociedades científicas nacionales en Inglaterra, Francia y Alemania; antropocentrismo, antropomorfismo y teleología experimentaron un notable declive. Por ello dice Barnes: "El siglo XVII merece probablemente ser considerado como un punto de inflexión en la historia del pensamiento y las ideas" (p.23). Existe, sin embargo, otro ángulo muy relevante que permite entender la evolución de la ciencia y su constitución en la actividad social que es hoy. También este punto es desarrollado por Barnes (idem). Se trata de observar la ciencia desde la perspectiva de su aparición y desarrollo como una ocupación profesional, proceso que viene a manifestarse claramente en el siglo XIX. El término científico fue utilizado por primera vez en 1833 cuando William Whewell lo empleó durante una reunión de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia para referirse a los allí reunidos. El crédito del término se extendió en la medida en que los hombres de ciencia aceptaron la imagen de sí mismos como profesionales. Este proceso de profesionalización tuvo notables consecuencias. Una de ellas fue la creación de numerosos puestos de trabajo. Durante los siglos XVII y XVIII apenas existían puestos científicos remunerados: la ciencia era una actividad de aficionados que durante el siglo XVII fue dominada por la aristocracia y durante el XVIII se convirtió fundamentalmente en una actividad de la clase media, lo cual redundó en una mayor presión por su profesionalización. Durante el siglo XIX se crearon muchos puestos de trabajo para científicos, sobre todo en el sistema educativo, por ejemplo, las Ecoles de la Francia posrevolucionaria y luego en las universidades alemanas. El apoyo gubernamental permitió la consolidación de la carrera científica. Junto a la creación de nuevos puestos de trabajo se fue creando la infraestructura para la ciencia. "Por primera vez, comenzó a ser posible una preparación sistemática en los diferentes campos de la ciencia, preparación que podía basarse en la práctica en un laboratorio. Al mismo tiempo, los diferentes niveles de formación pasaron a estar estrechamente vinculados con unas calificaciones formales, y las oportunidades determinadas de la carera con las calificaciones. Junto a la enseñanza, también la investigación comenzó a ser apoyada, y los científicos más eminentes podían aspirar a dirigir su propio laboratorio o incluso su propio instituto de investigación, así como a conseguir la ayuda de técnicos capacitados y competentes. Esta es, ciertamente, una de las innovaciones más notables y significativa del siglo XIX; hasta entonces eran desconocidos los laboratorios permanentes, que son como las centrales eléctricas de la ciencia moderna. Finalmente, conforme avanzaba la centuria, se fundaron más y más asociaciones científicas profesionales, y publicaciones profesionales cuyo objetivo era dar a conocer las investigaciones desarrolladas en el seno de la comunidad científica, que experimentaba un rápido proceso de crecimiento y fragmentación. Las diferentes disciplinas y especialidades científicas proliferaron con notable rapidez, y cada una de ellas necesitaba con urgencia una publicación" (Barnes, pp.24 -25). En consecuencia, el número de publicaciones y artículos creció exponencialmente. Aunque los procesos de profesionalización e institucionalización a que se alude tuvieron diferencias nacionales, lo cierto es que el modelo de la ciencia académica alemana desarrollado en sus universidades fue el que sirvió de patrón para otros países. La profesionalización incrementó la eficacia de la investigación científica pues la respaldó con una formación sistemática de las personas ocupadas en ella le proporcionó canales de comunicación y mecanismos de control de la calidad y renovados recursos técnicos. Ese proceso de profesionalización dotó a la sociedad de una nueva "figura social" (Barnes, p.25) organizada en una institución especializada que asume el objetivo de organizar y modificar el conocimiento existente. El punto anterior es fundamental para entender la ciencia y su lugar en la sociedad y la cultura. Prácticamente todas las sociedades han tenido individuos y aún instituciones que han trasmitido y preservado conocimientos, pero parece un hecho único y decisivo en la evolución social haber creado una profesión y una institución cuya misión es "ampliar y modificar el conocimiento, como cuestión de rutina (sic), como práctica habitual de una ocupación específica" (p.25). Con ello surgió en el siglo XIX "un gran motor de cambio en el seno mismo del tejido social" (idem). Esa práctica sistemática, rutinaria, ha quedado integrada a la estructura institucional, sostenida por los intereses de sus practicantes y de otras instituciones y actores sociales que se apoyan en ella. |