“Reflexiones sobre la historia de las ideas”




descargar 131.58 Kb.
título“Reflexiones sobre la historia de las ideas”
página4/5
fecha de publicación09.03.2016
tamaño131.58 Kb.
tipoDocumentos
med.se-todo.com > Historia > Documentos
1   2   3   4   5
eine romantische Verwirrun pasa a ser la cualidad más valorada en los temperamentos, los poemas y los universos.

2) Estas presunciones endémicas, estos hábitos intelectuales, suelen ser tan generales y tan vagos que pueden influir en el curso de las reflexiones de los hombres sobre casi cualquier tema. Una clase de ideas de un tipo afín podrían denominarse motivos dialécticos. Concretamente, se puede descubrir que buena parte del pensamiento de un individuo, de una escuela e incluso de una generación está dominado y determinado por uno u otro sesgo del razonamiento, por una trampa lógica o presupuesto metodológico, que de presentarse explícitamente supondría una grande, in portante y quizá muy discutible proposición lógica o meta física. Por ejemplo, una cosa que constantemente reaparece es el motivo nominalista: la tendencia, casi instintiva en algunos hombres, a reducir el significado de todos los conceptos generales a la enumeración de las entidades concretas y perceptibles que caben dentro de esas nociones. Esto se pone de manifiesto en campos muy alejados de la filosofía técnica y en la filosofía aparece como un determinante de muchas doctrinas distintas de las habitualmente llamadas nominalistas. Buena parte del pragmatismo de William James testimonia la influencia que tuvo sobre el autor esta manera de pensar; mientras que en el pragmatismo de Dewey, creo yo, juega un papel mucho menor. Además, existe el motivo organicista o de la-flor-en-la-grieta-del-muro, la costumbre de presuponer que, cuando se tiene un complejo de una u otra clase, no se puede entender ningún elemento del complejo ni de hecho puede ser lo que es al margen de sus relaciones con los demás elementos que componen el sistema a que pertenece. También se puede descubrir que éste actúa en el característico modo de pensar de algunos individuos incluso sobre asuntos no filosóficos; además, también se encuentra en los sistemas filosóficos que hacen un dogma formal del principio de la esencialidad de las relaciones.

3) Otro tipo de factores de la historia de las ideas se pueden describir como las susceptibilidades a las distintas clases de pathos metafísicos. Esta influyente causa en la de terminación de las modas filosóficas y de las tendencias especulativas, está tan poco estudiada que no le encuentro nombre y me veo obligado a inventar un nombre que tal vez no sea muy explicativo. El «pathos metafísico» se ejemplifica en toda descripción de la naturaleza de las cosas, en toda caracterización del mundo a que se pertenece, en términos que, como las palabras de un poema, despiertan mediante sus asociaciones y mediante la especie de empatía que engendran un humor o tono sentimental análogo en el filósofo y en el lector. Para mucha gente —para la mayor parte de los legos, me temo— la lectura de un libro filosófico no suele ser más que una forma de experiencia estética, incluso cuando e trata de escritos que parecen carentes de todo encanto esté tico exterior enormes reverberaciones emocionales, sean de una u otra clase, surgen en el lector sin intervención de ninguna imaginería concreta. Ahora bien, hay muchas clases de pathos metafísico; y las personas difieren en cuanto al grado de susceptibilidad a cada una de las clases. Hay, en primer lugar, el pathos de la absoluta oscuridad, la belleza de lo incomprensible que, sospecho, ha mantenido a muchos filósofos en buenas relaciones con su público, aun cuando los filósofos fueran inocentes de pretender tales efectos. La frase omne ignotun pro mirifico explica concisamente una considerable parte de la boga de cierto número de filosofías, entre ellas varias de las que han gozado de renombre popular en nuestro tiempo. El lector no sabe con exactitud lo que quieren decir, pero por esta misma razón tienen un aire sublime; cuando contempla pensamientos de tan insondable profundidad —quedando convincentemente demostrada la profundidad por ci hecho de que no llega a ver el fondo—, le sobreviene una agradable sensación a la vez grandiosa y pavorosa. Afín a éste es el pathos de lo esotérico. ¡Qué excitante y agradable es la sensación de ser iniciado en los misterios ocultos! Y con cuánta eficacia han satisfecho determinados filósofos —especialmente Schelling y Hegel hace un siglo y Bergson en nuestra generación— el deseo humano por esta experiencia al presentar la intuición central de su filosofía como algo que se puede alcanzar, no a través de un progreso gradual del pensamiento guiado por la lógica ordinaria accesible a todo el mundo, sino mediante un súbito salto gracias al cual se llega a un plano de discernimiento con principios por completo distintos de los del nivel de la mera comprensión. Existen expresiones de ciertos discípulos de Bergson que ilustran de forma admirable el lugar que tiene en la filosofía, o al menos en su recepción, el pathos de lo esotérico. Rageot, por ejemplo, sostiene que, a menos que uno en cierto sentido vuelva a nacer, no puede adquirir esa intuition philosophique que constituye el secreto de la nueva enseñanza; y Le Roy escribe: “El velo que se interpone entre la realidad y nosotros cae súbitamente, como si un encantamiento lo suprimiera, y deja ante nuestro entendimiento senderos de luz hasta entonces inimaginables, gracias a lo cual se revela ante nuestros ojos, por primera vez, la realidad misma: tal es la sensación que experimenta en cada página, con singular intensidad, el lector de Bergson».

No obstante, estos dos tipos de pathos no son tan inherentes a los atributos que una determinada filosofía adscribe al universo como a los que se adscribe a sí misma, si es que no a los que le adscriben sus incondicionales. Debemos, pues, presentar algunos ejemplos de pathos metafísico en c sentido más estricto. Una importante variedad de pathos eternalista: el placer estético que nos procura la idea abstracta de inmutabilidad. Los grandes poetas metafísicos saben muy bien cómo evocarla. En la poesía inglesa, lo ejemplifican esos conocidos versos del Adonais de Shelley cuya magia hemos sentido en algún momento:

Lo Uno permanece, lo múltiple cambia y pasa, / La luz del ciclo brilla eternamente, las sombras de la tierra vuelan...

No es de por sí evidente que el mantenerse siempre inmutable deba considerarse una cualidad; sin embargo, debido a las asociaciones e imágenes semiformes que despierta la mera idea de inmutabilidad —por una razón, la sensación de alivio que su innere Nachahmung nos despierta en los momentos de hastío—, la filosofía que nos dice que en el centro de las cosas hay una realidad donde el movimiento no produce sombra ni variación tiene asegurada la simpatía de nuestra naturaleza emotiva, al menos en determinadas fases de la experiencia individual y comunitaria. Los versos de Shelley ejemplifican también otro tipo de pathos metafísico, muchas veces vinculado al anterior: el pathos monoteísta o panteísta. Que afirmar que Todo es Uno reporte a mucha gente una especial satisfacción es, como señalara en cierta ocasión William James, algo bastante sorprendente. ¿Qué hay más bello o venerable en el número uno que los demás números? Pero psicológicamente la fuerza del pathos monístico resulta hasta cierto punto comprensible cuando se tiene en cuenta la naturaleza de las reacciones implícitas que produce el hablar de la unidad. Reconocer que las cosas que habíamos mantenido separadas hasta entonces en nuestro entendimiento son de alguna manera la misma cosa, eso suele ser, de por sí, una experiencia agradable para el ser humano. (Recuérdese el ensayo de James «Sobre algunos hegelianismos» y sobre el libro de B. P. Blood titulado La revelación anestésica.) Asimismo, cuando una filosofía monista afirma, o propone, que uno es en sí mismo una parte de la Unidad universal, libera todo un complejo de oscuras respuestas emocionales. La disolución de la conciencia —con ciencia tantas veces cargante— de la individualidad diferenciada, por ejemplo, que surge de diversas formas (como en la llamada masificación), también tiene la virtud de ser estimulante, y asimismo puede ser muy estimulante en forma de mero teorema metafísico. El soneto de Santayana que comienza «Me gustaría poder olvidar que yo soy yo» expresa casi a la perfección el estado de ánimo en que la individualidad consciente se convierte, en cuanto tal, en una carga. La filosofía monista proporciona a veces a nuestra imaginación ese concreto escape a la sensación de ser un individuo limitado y concreto. El pathos voluntarista es distinto del monista, aunque Fichte y otros hayan contribuido a aunarlos. Se trata de la respuesta de nuestra naturaleza activa y volitiva, quizás incluso, como dice la Frase hecha, a nuestra sangre caliente, que se encrespa por obra del carácter que se atribuye al universo total con el que nos sentimos consustancialmente unidos. Ahora bien, todo esto no tiene nada que ver con la filosofía en cuanto ciencia; pero tiene mucho que ver con la filosofía como factor histórico, dado que no ha sido principalmente en cuanto ciencia como ha actuado la filosofía en la historia. La susceptibilidad a las distintas clases de pathos metafísicos, estoy convencido, desempeña un importante papel tanto en la creación de los sistemas filosóficos, al guiar sutilmente la lógica de muchos filósofos, como en imponer, en parte, la moda e influencia de las distintas filosofías en los grupos y generaciones a los que han afectado. Y la delicada tarea de descubrir estas diversas susceptibilidades y demostrar cómo colaboran a conformar los sistemas, o bien a conferir plausibilidad y aceptación a una idea, forma parte del trabajo del historiador de las ideas.

4) Otra parte de su tarea, si pretende llegar a conocer los factores genuinamente operativos de los grandes movimientos ideológicos, es la investigación de lo que podríamos llamar la semántica filosófica: el estudio de las frases y palabras sagradas de un período o de un movimiento, con vista a depurarlas de ambigüedades, elaborando un catálogo de sus distintos matices de significación, y examinado la forma en que las confusas asociaciones de ideas que surgen de tales ambigüedades han influido en el desarrollo de las doctrinas o bien acelerado las insensibles transformaciones de una forma de pensamiento en otro, quizás en su contrario. La capacidad que tienen las palabras de actuar sobre la historia como fuerzas independientes se debe en buena parte a su ambigüedad. Una palabra, una frase o una fórmula que consigue ser aceptada y utilizada debido a que uno de sus significados, o uno de los pensamientos que sugiere, es acorde con las creencias prevalecientes con la escala de valores y con los gustos de una determinada época, puede ayudar a alterar creencias, escalas de valores y gustos gracias a las demás significaciones o connotaciones implícitas, que no distinguen claramente quienes las utilizan, convirtiéndose éstas poco a poco en los elementos predominantes de su significación. La palabra «naturaleza», no hace falta ni decirlo, constituye el más extraordinario ejemplo de lo dicho y el tema más fecundo dentro del campo de investigación de la semántica filosófica.

5) El tipo de «idea» de que nos ocuparemos es, no obstante, más concreto y explícito, y en consecuencia más fácil de aislar e identificar con seguridad que aquellas de las que he venido hablando. Consiste en proposiciones únicas y específicas o «principios» expresamente enunciados por los antiguos filósofos europeos más influyentes, junto con otras nuevas proposiciones que son, o se ha supuesto que son, sus corolarios. Esta proposición fue, como veremos, una tentativa de responder a una pregunta filosófica que es natural que el hombre se haga y que era difícil que el pensamiento reflexivo no se planteara en uno u otro momento. Luego de mostró tener una afinidad lógica y natural con otros determinados principios, surgidos originalmente en el curso de la reflexión sobre ciertas cuestiones muy distintas, que en con secuencia se le asociaron. El carácter de este tipo de ideas y de los procesos que constituyen su historia no precisa mayor descripción en términos generales, dado que cuanto sigue lo ilustrará.

En segundo lugar, todas las ideas singulares que el historiador aísla de este modo a continuación trata de rastrearlas por más de uno de los campos de la historia —en último término, por supuesto, en todos— donde revisten alguna importancia, se llamen esos campos filosofía, ciencia, arte, literatura, religión o política. El postulado de tal estudio es que, para comprender a fondo el papel histórico y la naturaleza de una concepción dada, de un presupuesto sea explícito o tácito, de un tipo de hábito mental o de una tesis o argumento concreto, es menester rastrearlo conjuntamente por todas las fases de la vida reflexiva de los hombres en que se manifiesta su actividad, o bien en tantas fases como permita los recursos del historiador. Está inspirado en la creencia de que todos esos campos tienen mucho más en común de lo que normalmente se reconoce y de que la misma idea suele aparecer, muchas veces considerablemente disfrazada, en las regiones más diversas del mundo intelectual. La jardinería, por ejemplo, parece una temática muy lejana de la filosofía; sin embargo, en un determinado momento, por lo menos, la historia de la jardinería se convierte en parte de la historia verdaderamente filosófica del pensamiento moderno. La moda del llamado «jardín inglés», que tan rápidamente se extendió por Francia y Alemania a partir de 1730, tal y como han demostrado Mornet y otros, fue la punta de lanza de la corriente romántica, de una clase de romanticismo. La misma moda —sin duda, en parte expresión del cambio de gusto ante el exceso de jardinería formal del siglo xv fue también en parte uno de los incidentes de la locura general por todas las modas inglesas de cualquier clase que introdujeron Voltaire, Prévost, Diderot y los journalistes hugonotes de Holanda. Pero este cambio del gusto en la jardinería iba a ser el comienzo y —no me atrevo a decir que la causa, pero sí el anuncio y una de las causas conjuntas— de un cambio del gusto en todas las artes y, de hecho, de un cambio del gusto en cuanto a los universos. En uno de estos aspectos, esa realidad polifacética denominada el romanticismo puede describirse, sin demasiada inexactitud, como la convicción de que el mundo es un englischer Garten a gran escala. El Dios del siglo xvi, como sus jardineros, era siempre geométrico; el Dios del romanticismo era tal que en su universo las cosas crecían silvestres y sin podas y con toda la rica diversidad de sus formas naturales. La preferencia por la irregularidad, la aversión por lo totalmente intelectualizado, el deseo por las échappées a las lejanías brumosas, todo esto, que al final invadiría la vida intelectual europea en todos sus aspectos, apareció por primera vez a gran escala en la época moderna a comienzos del siglo xviii y en forma de la nueva moda de los jardines de recreo; y no es imposible rastrear las sucesivas fases de su desarrollo y difusión9.

Si bien la historia de las ideas —en la medida en que puede hablarse de ella en tiempo presente y modo indicativo— es un intento de síntesis histórica, eso no quiere decir que sea un mero conglomerado y todavía menos que aspire a ser una unificación global de las demás disciplinas históricas. Se ocupa únicamente de un determinado grupo de factores de la historia, y de éste únicamente en la medida en que se le ve actuar en lo que normalmente se consideran secciones diferenciadas del mundo intelectual; y se interesa de modo especial por los procesos mediante los cuales las influencias pasan de un campo a otro; Incluso una parcial realización de tal programa ya supondría bastante, no puedo por menos que pensarlo, en cuanto aportación de los necesarios antecedentes unificados de muchos datos en la actualidad inconexos y, en consecuencia, mal comprendidos. Ayudaría a abrir puertas en las vallas que, en el curso del loable esfuerzo en pro de la especialización y la división del trabajo, se han erguido en la mayoría de nuestras universidades separando departamentos especializados cuyo trabajo es menester poner constantemente en correlación. Estoy pensando, sobre todo, en los departamentos de filosofía y de literatura modernas. La mayor parte de los profesores de literatura tal vez estarían dispuestos a admitir que ésta se debe estudiar —de ninguna manera quiero decir que únicamente se pueda disfrutar— fundamentalmente por sus contenidos ideo lógicos, y que el interés de la historia de la literatura consiste, en buena medida, en ser un archivo de la evolución de las ideas; de las ideas que han afectado a la imaginación, las emociones y la conducta de los hombres. Y las ideas de la literatura reflexiva seria son, por supuesto, en gran parte ideas filosóficas diluidas; cambiando la imagen, cosechas nacidas de las semillas desperdigadas por los grandes sistemas filosóficos que tal vez han dejado de existir. Pero, dada la carencia de una adecuada preparación filosófica, es frecuente, creo yo, que los estudiantes e incluso los historiadores eruditos de la literatura no reconozcan tales ideas cuando las encuentran; al menos, desconocen su linaje histórico, su importancia y sus consecuencias lógicas, sus demás ocurrencias en el pensamiento humano. Por suerte, esta situación está rápidamente cambiando hacia otra mejor. Por otra parte, quienes investigan o enseñan la historia de la filosofía a veces se interesan poco por una idea cuando no aparece con todo el ropaje filosófico —o con las pinturas de guerra— y propenden a desentenderse de sus ulteriores funciones en la mentalidad del mundo extrafilosófico. Pero el historiador de las ideas, si bien lo más frecuente es que busque la aparición inicial de una concepción o presupuesto de un sistema religioso o filosófico o de una teoría científica, buscará así mismo sus principales manifestaciones artísticas y, antes que nada, literarias. Pues, como ha dicho Whitehead, «es en la literatura donde encuentra expresión el concreto aspecto de la humanidad. Consiguientemente, es en la literatura donde debemos buscar, especialmente en sus formas más concretas, si esperamos descubrir los pensamientos interiores de una generación»10. Y, tal como yo creo, aunque no haya tiempo para defender mis opiniones, como mejor se esclarecen los antecedentes filosóficos de la literatura es clasificando y analizando, en primer lugar, las grandes ideas que aparecen una y otra vez, y observando cada una de ellas como una unidad que se repite en muchos contextos distintos.

En tercer lugar, al igual que los llamados estudios de literatura comparada, la historia de las ideas supone una protesta contra las consecuencias a que tantas veces ha dado lugar la división convencional de los estudios literarios y demás estudios históricos por nacionalidades o lenguas. Hay razones buenas y evidentes para que la historia de los movimientos y las instituciones políticos, puesto que de alguna manera deben subdividirse en unidades menores, se estructuren de acuerdo con las fronteras nacionales; pero incluso estas ramas de la investigación histórica han ganado mucho en los últimos tiempos, en exactitud y fecundidad, gracias a la creciente comprensión de que es necesario investigar acontecimientos, tendencias y formas políticas de un país para poder entender las verdaderas causas de muchos acontecimientos, tendencias y formas políticas de otro. Y está lejos de resultar obvio que en el estudio de la historia de la literatura, por no hablar de la filosofía, donde esta estructuración en general se ha abandonado, la división en departamentos por lenguas sea el mejor modo de realizar la necesaria especialización El actual plan de estudios es en parte un accidente histórico, una supervivencia de los tiempos en que la mayoría de los profesores de literatura extranjera eran fundamentalmente profesores de lengua. En cuanto el estudio histórico de la literatura se concibe como una investigación exhaustiva de todos los procesos causales —incluso lo relativamente trivial de la migración de las anécdotas—, es inevitable pasar por alto las líneas fronterizas nacionales y lingüísticas; pues nada es más cierto que el hecho de que una gran proporción de los procesos a investigar desconocen tales fronteras. Y si la función del profesor o de la preparación de los estudiantes de grado superior ha de estar determinada por la afinidad de ciertos entendimientos con determinadas materias, o con determinados tipos de pensamiento. resulta dudoso, cuando menos, que no podamos tener, en lugar de profesores de literatura inglesa, francesa y alemana, profesores especializados en el Renacimiento, en la Alta Edad Media, en la Ilustración, en el período romántico y similares. Pues es indudable que, en conjunto, tenían más en común, en cuanto a ideas básicas, gustos y temperamento moral, un típico inglés bien educado y un francés o italiano de finales del siglo xvi que un inglés del mismo período y el inglés de la década de 1730, de 1830 o de 1930, igual que es manifiesto que tienen más en común un habitante de Nueva Inglaterra y un inglés, ambos de 1930, que quien habitó en Nueva Inglaterra en 1630 y su actual descendiente. Por tanto, si es deseable que el historiador especializado tenga una especial capacidad para comprender temporalmente el período de que se ocupa, la división de estos estudios por períodos o por grupos dentro de los períodos, podría argumentarse plausiblemente, sería más adecuada que la división por países, razas y lenguas. No pretendo instar seriamente a que se lleve a cabo tal reorganización de los departamentos universitarios de humanidades; hay evidentes dificultades prácticas que lo impiden. Pero estas dificultades tienen poco que ver con las verdaderas fronteras entre los hechos a estudiar; y menos que nunca cuando tales hechos se refieren a la historia de las categorías predominantes, de las creencias, de los gustos y de las modas intelectuales. Como dijo hace mucho tiempo Friedrich Schlegel: «Wenn die regionellen Theile der modernen Poesie, aus ihrem Zusammenhang gerissen, und als einzelne für sich bestehende Ganze betrachtet werden, so sind sie unerklárlich. Sie bekommen erst durch einander Haltung und Bedeutung»11.

En cuarto lugar: Otra característica dci estudio de la historia de las ideas, según yo deseo definirlo, consiste en que se ocupa especialmente de las manifestaciones de las concretas ideas singulares en el pensamiento colectivo de grandes grupos de personas, y no únicamente de las doctrinas y opiniones de un pequeño número de pensadores profundos y de escritores eminentes. Busca investigar los efectos —en el sentido bacteriológico— de los factores que aislado de las creencias, prejuicios, devociones, gustos y aspiraciones en boga en las clases educadas de, bien podría ser, una generación o muchas generaciones. En resumen, se interesa sobre todo por las ideas que alcanzan gran difusión, que llegan a formar parte de los efectivos de muchos entendimientos. Esta característica del estudio de la historia de las ideas en la literatura suele sorprender a los estudiantes —incluso a los estudiantes superiores— de los actuales departamentos de literatura de nuestras universidades. Algunos, al menos eso me cuentan mis colegas de tales departamentos, se sienten repelidos cuando se les pide que estudien a algún autor menor cuya obra, literariamente hablando, es ahora letra muerta o bien tiene muy escaso valor según nuestros actuales baremos estéticos e intelectuales. ¿Por qué no centrarse en las obras maestras, exclaman los estudiantes, o bien, al menos, en los clásicos menores, en las obras que todavía se leen con agrado o con la sensación de que las ideas o estados de ánimo que expresan son significativos para los hombres del momento actual? Se trata de una actitud muy natural teniendo en cuenta que el estudio de la historia de la literatura no incluye en su campo el estudio de las ideas y sentimientos que han conmovido a los hombres de las épocas pasadas y los procesos mediante los cuales se ha formado la opinión pública tanto literaria como filosófica. Pero si se entiende que la historia de la literatura debe ocuparse de estas cuestiones, un autor menor puede ser tan importante —y muchas veces más, desde este punto de vista— que los autores de lo que ahora mismo consideramos obras maestras. El profesor Palmer ha dicho, con tanto acierto como exactitud: «Las tendencias de una época aparecen más diferenciadamente en los autores de menor rango que en los genios que la dominan. Estos últimos hablan del pasado y del futuro al mismo tiempo que de la época en que viven. Son para todos los tiempos. Pero en las almas sensibles y atentas, de menos fuerza creativa, los ideales del momento aparecen recogidos con claridad»12. Y por supuesto, en todo caso es cierto que es imposible la comprensión histórica de los pocos grandes autores de cada época sin estar familiarizado con el telón de fondo general de la vida intelectual, la moral pública y los valores estéticos de su época; y que el carácter de ese telón de fondo hay que determinarlo mediante una auténtica investigación histórica de la naturaleza y tas interrelaciones de las ideas entonces prevalecientes.

Por último, forma parte de la tarea última de la historia de las ideas aplicar su propio método particular de análisis para ver de comprender cómo las nuevas creencias y modas intelectuales se introducen y difunden, para colaborar a dilucidar el carácter psicológico de los procesos mediante los cuales cambian las modas y la influencia de las ideas; para aclarar, dentro de lo posible, cómo las concepciones predominantes, o bien que prevalecen bastante, en una generación pierden su poder sobre los hombres y dejan paso a otras. El método de estudio del que hablo sólo puede suponer una aportación entre muchas otras a esta rama extensa, difícil e importante de la interpretación histórica; pero no puedo por menos que considerarla una aportación necesaria. Pues los procesos no podrán resultar inteligibles hasta que se puedan observar el funcionamiento general histórico, diferenciado e independiente, de las distintas ideas que intervienen como factores.

Estas conferencias, pues, pretenden ejemplificar en alguna medida el tipo de investigación histórico-filosófica cuyo método y objetivo generales me he limitado a esbozar. En primer lugar, aislaremos, en realidad, no una idea única y simple, sino tres ideas que, durante la mayor parte de la historia de la civilización occidental, han estado tan constante y estrechamente asociadas que muchas veces ‘han actuado como una unidad y que, cuando se han tomado unidas de este modo, han engendrado una concepción —una de las principales concepciones del pensamiento occidental— que ha llegado a conocerse con una denominación propia: «la Gran Cadena del Ser»; y observaremos su funcionamiento tanto por separado como conjuntamente. El ejemplo será necesariamente impropio, incluso como tratamiento del concreto motivo escogido, al estar limitado no sólo por las restricciones de tiempo sino también por las insuficiencias de los conocimientos del conferenciante. Sin embargo, en la medida en que tales limitaciones lo permitan, trataremos de rastrear estas ideas hasta sus orígenes históricos en el entendimiento de determinados filósofos; trataremos de observar su fusión; de señalar algunas de las más importantes de sus muy ramificadas influencias en muchos períodos y en distintos campos (metafísica, religión, determinadas fases de la historia de la ciencia moderna, la teoría de la finalidad del arte y, a partir de ahí, en los criterios de valor, en los valores morales e incluso, aunque con relativamente poca extensión, en las tendencias políticas); trataremos de ver cómo las generaciones posteriores deducen de ellas conclusiones no deseadas e incluso inimaginables para sus creadores; indicaremos algunos de los efectos sobre las emociones humanas y sobre la imaginación poética; y, por último, quizá, trataremos de sacar la moraleja filosófica del cuento.

Pero, me creo, debo acabar este preámbulo con tres advertencias. La primera se refiere al mismo programa que he bosquejado. El estudio de la historia de las ideas está repleto de peligros y trampas; tiene su exceso característico. Precisamente porque su objetivo consiste en la interpretación, la unificación y la búsqueda de poner en correlación cosas que en apariencia no están relacionadas, puede degenerar fácil mente en una especie de generalización histórica meramente imaginaria; y puesto que el historiador de una idea se ve obligado, por la misma naturaleza de su empresa, a reunir materiales procedentes de distintos campos del conocimiento, inevitablemente, al menos en algunas partes de su síntesis, cabe la posibilidad de que incurra en los errores que acechan a quien no es especialista. Sólo puedo decir que no soy in consciente de estos peligros y que he hecho lo posible por evitarlos; habría que ser muy temerario para suponer que lo he conseguido siempre. Pese a la posibilidad, o quizás seguridad, de los errores parciales, la empresa tiene todo el aspecto de merecer la pena.

Las otras advertencias se dirigen a mis oyentes. Nuestro plan de trabajo exige que nos ocupemos únicamente de una parte del pensamiento de cada filósofo o de cada época. Por tanto, esa parte no se debe confundir con el todo. De hecho, no restringiremos nuestra visión exclusivamente a las tres ideas interconectadas que son el tema del curso. Su significación filosófica y su operatividad histórica sólo pueden entenderse por contraste. La historia que vamos a contar es, en buena medida, la historia de un conflicto, en un principio latente y al final declarado, entre estas ideas y una serie de concepciones antagónicas, siendo algunos de los antagonistas sus propios retoños. Por tanto, debemos observarlas a la luz de sus antítesis. Pero nada de lo que digamos debe entenderse como una explicación global de ningún sistema doctrinal ni de las tendencias de ningún período. Por último, es obvio que, cuando se intenta narrar de este modo aunque sólo sea la biografía de una idea, se solicita una gran universalidad de intereses intelectuales a quienes nos escuchan. Al rastrear la influencia de las concepciones que constituyen el tema del curso nos veremos obligados como se nos ha insinuado, a tener en cuenta incidentes históricos de cierto número de disciplinas que, por regla general, se consideran poco relacionadas entre sí y que, por regla general, se estudian con relativa independencia. La historia de las ideas, pues, no es tema para entendimientos demasiado sectorializados y encuentra ciertas dificultades en una época de especialización. Presupone, asimismo, cierto interés por las obras del entendimiento humano en el pasado, aun cuando sean, o parezcan ser para buena parte de nuestra generación, equivocadas, confusas e incluso absurdas. La historia de la filosofía y de todas las fases de la reflexión humana es, en gran parte, la historia de la confusión de las ideas; y el capítulo que nosotros ocupa remos en esta historia no será ninguna excepción a la regla. Para algunos de nosotros, esta consideración no la hace me nos interesante ni menos instructiva. Dado que, para bien o para mal, el hombre es por naturaleza, y por el impulso más distintivo de su naturaleza, un animal reflexivo e interpretativo, siempre a la búsqueda de
1   2   3   4   5

similar:

“Reflexiones sobre la historia de las ideas” iconEl renacer de la narrativa: reflexiones sobre una nueva vieja historia

“Reflexiones sobre la historia de las ideas” iconHistoria de las ideas en el peru contemporaneo

“Reflexiones sobre la historia de las ideas” iconTítulo: Sobre la formación en Psicología Forense: reflexiones basadas...

“Reflexiones sobre la historia de las ideas” iconDebates y perspectivas sobre Argentina y América Latina en el marco...

“Reflexiones sobre la historia de las ideas” iconSobre la persistencia o no de las ideas del alumnado en geología

“Reflexiones sobre la historia de las ideas” iconLas ideas de las personas sobre el origen de la vida han experimentado...

“Reflexiones sobre la historia de las ideas” iconReflexiones sobre “O atraso económico de Galiza”

“Reflexiones sobre la historia de las ideas” iconReflexiones sobre los servicios sociales

“Reflexiones sobre la historia de las ideas” iconA lo largo de la historia de la humanidad, la forma predominante...

“Reflexiones sobre la historia de las ideas” icon1 pto.) Coloca en las casillas correspondientes del cuadro las claves...


Medicina



Todos los derechos reservados. Copyright © 2015
contactos
med.se-todo.com