Mario Vargas Llosa El Pez En El Agua (Memorias)




descargar 1.5 Mb.
títuloMario Vargas Llosa El Pez En El Agua (Memorias)
página37/42
fecha de publicación10.03.2016
tamaño1.5 Mb.
tipoMemorias
med.se-todo.com > Historia > Memorias
1   ...   34   35   36   37   38   39   40   41   42
waffles con chocolate, almíbar y crema chantilly—, se había trepado, en la noche del mitin de la plaza San Martín, de 1987, a un techo del edificio junto al cual estaba la tribuna, con costales de pica-pica, que me fue lanzando sobre la cabeza mientras yo pronunciaba mi discurso. En el mitin de Arequipa los botellazos de apristas y maoístas me salvaron de nuevas dosis de esa urticante mistura, pues tuvo que esconderse, con Patricia, debajo del escudo de un policía; pero en el mitin de Piura perfeccionó sus métodos y consiguió una especie de bazuka con la cual, desde un punto estratégico de la tribuna, me disparaba cañonazos de pica-pica, uno de los cuales, a la hora de los vítores finales, me dio de lleno en la boca y casi me ahoga. Yo la había convencido para que en el resto de la campaña se olvidara de la pica-pica y trabajara, más bien, en la Comisión de Cultura de Libertad, lo que, en efecto, hizo, reuniendo en ella a un grupo excelente de intelectuales y animadores culturales. Como otros católicos militantes de Libertad, albergaba siempre la esperanza de que yo volviera al redil religioso. Por eso, la escena del escritorio la dejó arrobada.

Bajé a la sala e informé a mis amigos de la Comisión Política sobre la entrevista, rogándoles reserva, y bromeándoles, para descargar la tensión, sobre esas increíbles ocurrencias de ese increíble país en el que, de pronto, las esperanzas de la Iglesia Católica para hacer frente a la ofensiva de los evangélicos parecían aposentarse sobre los hombros de un agnóstico.

Continuamos cambiando ideas un buen rato y finalmente acepté postergar mi decisión. Me tomaría un par de días de descanso, fuera de Lima. Entretanto, evitaría a la prensa. Para aplacar a los periodistas de la puerta, pedí a Enrique Chirinos Soto que hablara con ellos. Debía limitarse a decirles que habíamos hecho una evaluación de los resultados electorales. Pero Enrique entendió que había hecho de él un vocero mío permanente, y tanto al salir de mi casa, como en Nueva York y luego en España, donde viajó por esos días, hizo declaraciones desatinadas en nombre del Frente —ni el hombre más inteligente lo es las veinticuatro horas del día—, como aquella de que en el Perú nunca había habido un presidente que fuera peruano de primera generación, que los cables rebotaron al Perú y que me hacían aparecer avalando ideas antediluvianas y racistas. Álvaro se apresuró a desmentirlo, apenado de tener que hacerlo, por el aprecio y gratitud que sentía hacia Enrique, quien había sido su maestro de periodismo en La Prensa, y yo lo hice también, ésa y todas las veces que oí, a mi alrededor, semejante argumento contra mi adversario.

Pero ello no impidió que, en esos sofocantes sesenta días entre el 8 de abril y el 10 de junio, los dos temas que asomaron esa mañana en las reuniones en mi casa se convirtieran en protagonistas de las elecciones: el racismo y la religión. A partir de entonces, el proceso tomaría un cariz que me hizo sentir atrapado en una telaraña de malentendidos.

Esa misma tarde fuimos con Patricia —Álvaro, indignado por haber cedido yo a las presiones, se negó a acompañarnos— a una playa del Sur, a casa de unos amigos, con la esperanza de tener un par de días de soledad. Pero, pese a la complicada maniobra que intentamos, la prensa descubrió aquella misma tarde que estábamos en Los Pulpos y tendió un cerco a la casa donde me alojé. No podía salir a la terraza a tomar sol sin ser asaltado por camarógrafos, fotógrafos y reporteros que atraían a curiosos y convertían el lugar en un circo. Me limité, pues, a conversar con los amigos que venían a verme, y a tomar algunas notas con miras a la segunda vuelta, en la que había que tratar de corregir aquellos errores que más habían contribuido, en las últimas semanas, a la caída en picada del apoyo popular.

A la mañana siguiente se presentó en la playa Genaro Delgado Parker, a buscarme. Maliciando a qué venía, no lo vi. Habló con él Lucho Llosa y, como imaginaba, traía un mensaje de Alan García, quien me proponía una entrevista secreta. No acepté y tampoco las otras dos veces en que el presidente me hizo la misma propuesta, a través de otras personas. ¿Cuál podía ser el objeto de esa reunión? ¿Negociar el apoyo del voto aprista en la segunda vuelta? Ese apoyo tenía un precio que yo no estaba dispuesto a pagar y mi desconfianza hacia el personaje y su ilimitada capacidad para la intriga era tal que, de entrada, invalidaba cualquier entendimiento. Sin embargo, cuando, días después, hubo una propuesta formal del partido aprista para entablar un diálogo con el Frente, nombré a Pipo Thorndike y a Miguel Vega Alvear, quienes celebraron varias reuniones con Abel Salinas y el ex alcalde de Lima, Jorge del Castillo (ambos muy próximos a García). El diálogo no condujo a nada.

Apenas regresé a Lima, el fin de semana del 14 y 15 de abril, empecé a preparar la segunda vuelta. En la playa, llegué al convencimiento de que no había alternativa, pues mi renuncia, además de crear un impasse constitucional que podía servir de coartada para un golpe de estado, sería inútil: todas las fuerzas del Frente eran reacias a establecer acuerdo alguno con Fujimori, a quien consideraban demasiado comprometido con el apra. Era preciso poner buena cara al mal tiempo y tratar de levantar la moral de mis partidarios, que, desde el 8 de abril, andaba por los suelos, para, por lo menos, perder bien.

Las críticas y la búsqueda de responsables por los resultados de la primera vuelta menudeaban en nuestras filas; en los medios de comunicación proliferaban las acusaciones contra diversos chivos expiatorios. Sobre Freddy Cooper, como jefe de campaña, se encarnizaban tirios y troyanos, y también sobre Álvaro, Patricia —a la que se acusaba de ser el poder detrás del trono y abusar de su influencia sobre mí—, y contra Lucho Llosa y Jorge Salmón por la manera como habían manejado la publicidad. No faltaban las críticas contra mí, por haber permitido el derroche propagandístico de nuestros candidatos parlamentarios y muchas otras cosas. Algunas, muy justificadas, y, otras, de franco racismo al revés: ¿por qué habíamos mostrado tantos dirigentes y candidatos blancos en el Frente, en lugar de balancearlos con indios, negros y cholos? ¿Por qué había sido una cantante rubia y de ojos claros —Roxana Valdivieso— la que animaba los mítines cantando el himno del Frente, en lugar de una cholita costeña o una india serrana con las que hubieran podido identificarse mejor las oscuras masas nacionales? Aunque se atenuaron luego, estos raptos de paranoia y masoquismo continuaron haciéndose oír en nuestras filas a lo largo de los dos meses de la segunda vuelta.

Freddy Cooper me presentó su renuncia pero no la acepté. Convencí también a Álvaro de que permaneciera como vocero de prensa, pese a que él siguió pensando que yo había cometido un error manteniendo la candidatura. Para aplacar a los quisquillosos, Roxana no volvió a cantar en nuestros mítines y Patricia, aunque siguió trabajando mucho en Acción Solidaria y en el Programa de Acción Social (pas), no dio más reportajes ni asistió a más actos públicos del Frente ni me acompañó en los viajes por el interior (fue su decisión, no la mía).

Ese fin de semana reuní al kitchen cabinet, reducido ahora a los responsables de la campaña, de las finanzas, de los medios y al vocero de prensa, con el añadido de Beatriz Merino, quien tenía una excelente imagen pública y había obtenido una buena votación preferencial, y trazamos la nueva estrategia. No se haría la menor modificación al Plan de Gobierno, desde luego. Pero hablaríamos menos de los sacrificios y más de los alcances del pas y otros programas de asistencia que habíamos comenzado a poner en práctica. Mi campaña estaría ahora orientada a mostrar el aspecto solidario y social de las reformas y se concentraría en los pueblos jóvenes y sectores marginados de Lima y las principales aglomeraciones urbanas del país. La publicidad se reduciría a su mínima expresión y el presupuesto así ahorrado se canalizaría hacia el pas. Como Mark Mallow Brown y sus asesores aseguraban de manera categórica que era indispensable una campaña negativa contra Fujimori, cuya imagen había que desnudar ante el gran público, exigiéndole presentar su programa de gobierno y mostrando sus puntos flacos, dije que sólo daría el visto bueno a aquello que significara revelar información fehaciente. Pero desde aquella reunión pude intuir los escabrosos niveles de suciedad en que partidarios y adversarios incurriríamos en las semanas siguientes.

El lunes 16 de abril me reuní, en la calle Tiziano, donde tenía su cuartel general, con el gabinete de Plan de Gobierno y los presidentes de las principales comisiones. Los exhorté a que siguieran trabajando, como si de todas maneras fuéramos a tomar el poder el 28 de julio, y pedí a Lucho Bustamante y Raúl Salazar que me presentaran una propuesta de gabinete ministerial. Lucho sería el primer ministro y Raúl tendría a su cargo Economía. Era indispensable que los equipos de cada ramo de la administración estuvieran listos para el relevo. De otra parte, convenía evaluar la correlación de fuerzas en el Congreso elegido el 8 de abril y diseñar una política con el Poder Legislativo, a partir del 28 de julio, para poder realizar siquiera lo esencial del programa.

Esa misma tarde, en Pro Desarrollo, asistí a una reunión del Consejo Ejecutivo del Frente Democrático, en la que estuvieron Bedoya y Belaunde Terry, así como Orrego y Alayza. Fue una reunión de caras largas, soterrados resentimientos y visible aprensión. Ni los más experimentados entre esos viejos políticos acababan de entender el fenómeno Fujimori. Como a Chirinos Soto, a Belaunde, con su arraigada idea del Perú mestizo, indoespañol, lo alarmaba que llegara a ser presidente alguien con todos sus muertos enterrados en el Japón. ¿Cómo podía tener un compromiso profundo con el país quien era prácticamente un forastero? Estos argumentos, que oí innumerables veces, en boca de muchos de mis partidarios, entre ellos un grupo de oficiales de la Marina de Guerra en retiro que me visitó, me hacían sentir en una situación de absurdidad total.

Pero de esta reunión resultó algo positivo: una colaboración de las fuerzas del Frente, un espíritu fraterno que no existió antes. Desde entonces, hasta el 10 de junio, populistas, pepecistas, libertarios y sodistas trabajaron unidos, sin las querellas, golpes bajos y mezquindades de los años anteriores, presentando una imagen muy distinta de la que hasta entonces habían mostrado. Por el tremendo revés que significó para todos la baja votación, o porque intuían lo riesgoso que podía ser para el Perú la subida al poder de alguien que venía de ninguna parte y representaba un salto al vacío o la continuación del gobierno de García a través de un testaferro, o por mala conciencia del faccionalismo egoísta que fue mucho tiempo nuestra coalición, o, simplemente, porque ya no había curules que repartir, las enemistades, celos, envidias, rencores, desaparecieron en esta segunda etapa. Tanto por parte de dirigentes como de militantes de los partidos del Frente hubo una voluntad de colaborar, que, aunque tardía para cambiar el resultado final, me permitió centrar todo mi esfuerzo en el adversario y no distraerme en los problemas internos que tantos dolores de cabeza me dieron en la primera vuelta.

Freddy Cooper constituyó un pequeño comando con dirigentes de Acción Popular, el Partido Popular Cristiano, Libertad y sode, y equipos combinados partieron, a las distintas regiones, para animar la movilización. Casi ninguno de los llamados se negó a viajar y muchos dirigentes permanecieron días o semanas recorriendo provincias y distritos del interior, tratando de recuperar los votos perdidos. Eduardo Orrego se trasladó a Puno, Manolo Moreyra a Tacna, Alberto Borea, del ppc, Raúl Ferrero, de Libertad, y Edmundo del Águila de Acción Popular a la zona de emergencia, y creo que no quedó departamento o región donde no llegaran a levantar los ánimos alicaídos de nuestros partidarios. Todo esto en un clima de violencia creciente, pues, desde el día de las elecciones, Sendero Luminoso y el mrta desencadenaron una nueva ofensiva con decenas de heridos y muertos en todo el país.

Había sido Acción Popular con quien más dificultades tuvieron los dirigentes y activistas del Movimiento Libertad en la primera etapa para coordinar la campaña. Ahora, en cambio, fue de Acción Popular de donde recibí las mayores pruebas de apoyo y, sobre todo, de su joven y diligente secretario departamental de Lima, Raúl Díez Canseco, quien, a partir de mediados de abril, hasta el día de la elección, se dedicó día y noche a trabajar a mi lado, organizando los diarios recorridos por los pueblos jóvenes y asentamientos humanos de la periferia de Lima. Conocía apenas a Raúl, y sólo había sabido de él que inevitablemente se enfrascaba en disputas con los activistas de Libertad en los mítines
—era el hombre de confianza de Belaunde para la movilización—, pero en estos dos meses llegué de veras a apreciarlo por la manera como se entregó a la lucha cuando, en realidad, ya no tenía ninguna razón personal para hacerlo, pues había asegurado su diputación. Él fue una de las personas más entusiastas y dedicadas, multiplicándose en las tareas de organización, resolviendo problemas, levantando la moral a aquellos que se desalentaban y contagiando a todos una convicción sobre las posibilidades de triunfo que, real o fingida, era una emulsión contra el derrotismo y la fatiga que a todos nos rondaban. Venía a mi casa cada mañana, muy temprano, con una lista de las plazas, esquinas, mercados, escuelas, cooperativas, obras del pas en marcha que visitaríamos, y durante todas las horas del recorrido estaba siempre con la sonrisa en la boca, haciendo comentarios simpáticos, y muy cerca de mí para caso de agresión.

Para demoler aquella imagen de hombre arrogante y distante del pueblo, que, según las encuestas de Mark Mallow Brown, yo había adquirido ante los humildes, se decidió que en esta segunda etapa ya no haría los recorridos callejeros protegido por los guardaespaldas. Éstos andarían a distancia, disueltos en la muchedumbre, la que podría acercarse a mí, darme la mano, tocarme y abrazarme, y también, a veces, arrancarme pedazos de ropa o hacerme rodar al suelo y apachurrarme si le venía en gana. Acaté estas disposiciones pero, lo confieso, a costa de una voluntad heroica. No tenía —no tengo— apetito para esos baños de multitud y debía hacer milagros para ocultar el desagrado que me producían aquellos jalones, empujones, besos, pellizcos y manoseos semihistéricos, y para sonreír aun cuando sintiera que esas demostraciones de cariño me estaban triturando los huesos o desgarrando un músculo. Como, además, había siempre el peligro de una agresión —en muchos de esos recorridos debimos enfrentar a grupos de fujimoristas y ya he contado cómo la buena cabeza de mi amigo Enrique Ghersi, quien también solía acompañarme, detuvo en una de esas giras una pedrada que iba derecha hacia mi cara—, Raúl Diez Canseco se las arreglaba siempre para, si hacía falta, salirle al frente al agresor. Al anochecer, regresaba a la casa, exhausto y adolorido, a bañarme y cambiarme de ropa, pues en las noches tenía reuniones con Plan de Gobierno o el comando de campaña, y debía a veces refregarme con árnica el cuerpo lleno de moretones. Alguna vez recordé entonces esas tremendas páginas del estudio sobre La agresión de Konrad Lorenz, donde cuenta cómo los patos salvajes, en sus apasionados vuelos amorosos, de pronto se enfurecen y entrematan. Porque muchas veces sentí, inmerso en una multitud de gentes sobreexcitadas que me tironeaban y abrazaban, que estaba a un paso de la inmolación.

Cuando abrí de manera oficial la segunda vuelta, el 28 de abril, con un mensaje por televisión titulado «De nuevo en campaña», llevaba dos semanas de intenso trabajo, recorriendo los distritos marginales de Lima. En aquel mensaje prometí que haría «lo imposible para llegar no sólo a la inteligencia sino también al corazón de los peruanos».

Dentro de la nueva estrategia estaba divulgar el trabajo de Acción Solidaria y, principalmente, el pas, que, para entonces, tenía decenas de obras en construcción en la periferia de Lima. Frente a esas aulas escolares, lozas deportivas, cunas maternales, cocinas populares, pozos de agua, acequias, pequeñas irrigaciones o caminos erigidos por la organización que presidía Patricia, explicaba que mi gobierno tenía concertado un vasto esfuerzo de ayuda para que los peruanos de bajos ingresos fueran los menos afectados por el sacrificio para salir del entrampamiento estatista y la inflación. El pas no fue una operación publicitaria. Yo no quise hablar de él antes de que su infraestructura básica estuviera montada y tener la garantía absoluta, por parte de los dos responsables de su puesta en marcha —Jaime Crosby y Ramón Barúa— de que la financiación de los mil seiscientos millones de dólares necesarios para impulsar en el curso de tres años las veinte mil obras de pequeño formato en los pueblos marginales y aldeas del Perú estaba asegurada, gracias a organizaciones internacionales, países amigos y el empresariado peruano. El pas era una realidad en marcha en abril y mayo de 1990, y, pese a que la ayuda nos llegaba aún a cuentagotas —ella estaba supeditada a la aplicación de nuestro programa desde el gobierno, sobre todo por parte del Banco Mundial—, era impresionante ver a tantos técnicos e ingenieros y a centenares de trabajadores materializando esos proyectos, escogidos por los propios vecinos como los de mayor urgencia para la comunidad. En todos mis discursos dedicaba la mitad del tiempo a mostrar que aquello que hacíamos desmentía a quienes me acusaban de carecer de sensibilidad social. Ésta debía medirse en realizaciones, no en desplantes.

A muchos dirigentes del Frente y amigos de Libertad, la nueva estrategia, más humilde y popular, menos ideológica y polémica, les pareció una oportuna rectificación, y pensaron que de este modo recuperaríamos el electorado perdido, aquel que había votado por Fujimori. Pues nadie se hacía ilusiones sobre el voto aprista o el de las variantes socialista y comunista. También nos alentaba el cada vez más decidido apoyo de la Iglesia. ¿No era el Perú un país católico hasta la médula?

Lo último que imaginé fue verme convertido, de la noche a la mañana, en el valedor de la Iglesia Católica en una contienda electoral. Es lo que empezó a ocurrir, apenas reanudada la campaña, cuando fue evidente que, entre los senadores y diputados elegidos de Cambio 90, había por lo menos quince pastores evangélicos (entre ellos, el segundo vicepresidente de Fujimori, Carlos García y García, quien había presidido el Consejo de Iglesias Evangélicas del Perú). El nerviosismo de la jerarquía católica con este súbito ascenso político de organizaciones hasta entonces marginales, fue exacerbado por declaraciones imprudentes de algunos de los pastores elegidos, como Guillermo Yoshikawa (diputado por Arequipa), quien había hecho circular entre sus fieles una carta, exhortándolos a votar por Fujimori con el argumento de que cuando éste fuera presidente, las escuelas y las iglesias evangélicas recibirían el mismo reconocimiento y los mismos subsidios del Estado que la Iglesia Católica. El arzobispo de Arequipa, monseñor Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio, salió a la televisión el 18 de abril y reprochó al señor Yoshikawa utilizar argumentos religiosos en la campaña y su actitud desafiante contra la religión mayoritaria en el pueblo peruano.

Dos días después, el 20 de abril, los obispos del Perú hacían una declaración afirmando que «no es honesto manipular lo religioso para servir a fines políticos partidarios», asegurando sin embargo que, como institución, la Iglesia no apoyaba ninguna candidatura. Esta carta pastoral del episcopado quería atenuar la tempestad de críticas que había provocado, en los medios adictos al gobierno —en los que abundaban los católicos progresistas—, una entrevista concedida al programa Panorama, del Canal 5, el Domingo de Resurrección (15 de abril) por el arzobispo de Lima. Cuando el periodista encaró al prelado con una pregunta sobre mi agnosticismo, monseñor Vargas Alzamora, en una polémica interpretación teológica, se extendió en consideraciones para mostrar que un agnóstico no era un hombre sin Dios, sino alguien en pos de Dios, un hombre que no cree pero que quisiera creer, un ser presa de una agónica búsqueda unamuniana al final de la cual se hallaba tal vez el retorno a la fe. Los medios apristas y de izquierda, ya lanzados a una aguerrida campaña en favor de Fujimori, reprocharon al arzobispo su desembozado espaldarazo al candidato «agnóstico», y un «intelectual de izquierda», Carlos Iván Degregori, afirmó en un artículo que con aquella definición de lo que era un agnóstico monseñor Vargas Alzamora «hubiera desaprobado el curso de Introducción a la Teología».

El 19 de abril, a comienzos de la tarde, llegó a mi casa, también escondido en un coche que entró derecho al garaje —pues el cerco de periodistas al lugar no cesó hasta el 10 de junio—, el arzobispo de Arequipa. Pequeñito y con un enorme vozarrón, rebosante de simpatía y de gracia criolla, el buen humor de monseñor Vargas Ruiz de Somocurcio me hizo pasar un momento muy divertido —uno de los pocos, si no el único de estos dos meses— diciéndome que convenía que por el momento me olvidara de las «pamplinas esas de declararme agnóstico», porque yo, hijo de católicos, bautizado y casado por la Iglesia y con hijos también bautizados, era católico
1   ...   34   35   36   37   38   39   40   41   42

similar:

Mario Vargas Llosa El Pez En El Agua (Memorias) iconEntrevista con Mario Vargas Llosa-autor

Mario Vargas Llosa El Pez En El Agua (Memorias) iconPatrick nick arango mejia, hernandez ruiz mauricio, pedraza vargas...

Mario Vargas Llosa El Pez En El Agua (Memorias) icon1el agua. La molécula de agua está formada por dos átomos de hidrógeno...

Mario Vargas Llosa El Pez En El Agua (Memorias) iconSolución a : Añada 400 ml de agua destilada a un vaso de laboratorio...

Mario Vargas Llosa El Pez En El Agua (Memorias) iconAgua ¿Qué es? (definición, fórmula y nombrar las propiedades) Líquido...

Mario Vargas Llosa El Pez En El Agua (Memorias) iconResumen: Hemos realizado un proceso de cristalización de diferentes...

Mario Vargas Llosa El Pez En El Agua (Memorias) icon2 La máxima cantidad de “A” que puede disolverse en 20mL de agua...

Mario Vargas Llosa El Pez En El Agua (Memorias) iconMauricio vargas r. Bioquímica

Mario Vargas Llosa El Pez En El Agua (Memorias) iconAgua a través de nuestras plantas de tratamiento de aguas residuales;...

Mario Vargas Llosa El Pez En El Agua (Memorias) iconDamariz Elena Ortega Vargas


Medicina



Todos los derechos reservados. Copyright © 2015
contactos
med.se-todo.com