La historia economico-ecologica




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VI
LA HISTORIA ECONOMICO-ECOLOGICA:
TEMAS PRINCIPALES

El estudio histórico de la influencia del ambiente sobre la hu­manidad y de la humanidad sobre el ambiente no es una novedad. Algunos historiadores franceses fueron inicialmente geógrafos y, por lo tanto, muy conscientes de los debates entre el determinismo y el posibilísimo geográficos. Otros historiadores, de origen mar­xista, provocaron grandes debates acerca de la relación entre el ambiente y la estructura social; por ejemplo, entre los sistemas de aprovechamiento del agua para la irrigación de los campos y el «modo de producción asiático». ¿En qué reside, pues, la nove­dad? Sin ánimo de sistematización completa, sino simplemente de introducir la historia ecológica, propongo una lista de temas, para llegar, al final, a una conclusión en la que discutiré las relaciones entre la historia ecológica y la historia económica y social. ¿Es la historia ecológica una nueva especialidad historiográfica con enti­dad propia e independencia? ¿Se trata, por contra, sólo de dar una tonalidad verde de moda a la historia económico-social habi­tual? ¿O, como tercera opción, se trata, quizás, de ampliar y mo­dificar la historia económico-social, combinando dentro de una misma narrativa o explicación histórica los aspectos ecológicos




con los económicos y sociales? ¿Es posible esta «combinación», o quizás existen contradicciones excesivamente fuertes entre la perspectiva ecológica y la perspectiva económica?
Los sistemas energéticos

En primer lugar, la historia de las relaciones entre la sociedad humana y la naturaleza se ha hecho con diferentes instrumentos de análisis, en momentos históricos diferentes. Las relaciones en­tre la humanidad y la naturaleza son históricas. La percepción y la interpretación de estas relaciones (en lenguajes populares o científicos) también son históricas y, por lo tanto, la historia eco­lógica no se puede hacer separadamente de la historia de las ideas sobre la naturaleza. Por ejemplo, hasta mediados del pasado siglo y del establecimiento de las leyes de la energética o termodinámi­ca, nadie hubiese podido tener la idea de estudiar el flujo de ener­gías en las sociedades humanas, cuantificar el consumo endosomático y exosomático de calorías y cuantificar las aporta­ciones de diferentes fuentes de energía según su origen renovable o no.

El estudio del equivalente mecánico del calor, de la fisiolo­gía de la conversión de la energía de los alimentos, de la disipa­ción de la energía, empezaba entonces y las leyes más importantes se establecieron hacia 1840 y 1850. Otro ejemplo: antes de finales del siglo pasado y de las teorías de Arrhenius sobre el incremento del efecto invernadero, el estudio de la influencia humana sobre el clima debida a los combustibles fósiles quemados desde la revo­lución industrial no hubiese podido ser materia de estudio históri­co (Grinevald, 1990).

Sin embargo, es sorprendente que, desde 1850, se haya tardado tantos decenios en hacer investigación sobre los flujos de energía en la economía humana. El estudio del flujo de energía es un útil instrumento de análisis de la Ecología desde los años 1930 ó 1940, pero en la historia económica se introdujo todavía más tarde. Desde hace años existe una antropología ecológico-energética bien establecida en el campo académico, pero no hay una historia ecológico-energética. Puestos a escoger un solo libro de historia

ecológica, yo recomiendo, por sus virtudes didácticas, el de De­beir, Deléage y Hémery (1986) que es un estudio de los diversos sistemas energéticos en la historia de la humanidad.

El flujo de energía es un aspecto parcial de la historia ecológica que hasta hace poco tiempo era desconocido para la mayoría de los historiadores. Algunos resultados han sido muy interesantes: por ejemplo, la comprobación de que el carbón y la máquina de vapor tuvieron un papel menos importante que la energía de las corrientes de agua, en las revoluciones industriales de diversos países. También la hipótesis de Radkau, de que no se puede ha­blar en Alemania, ni quizás en general, de una crisis de falta de energía de leña y carbón de leña anterior a la revolución indus­trial, ya que precisamente el comienzo de la explotación de los bosques de forma racional, con un rendimiento sostenido, es an­terior a la industrialización. No es suficiente, pues, una descrip­ción general de las fuentes de energía «animada» u «orgánica» anteriores a la revolución industrial, y de las nuevas fuentes de energía «inanimada» posteriores; el objetivo es explicar histórica­mente los ecosistemas humanos utilizando como un instrumento de análisis (no como el único) la cuantificación del flujo de ener­gía. La cuantificación presenta nuevos problemas, ya que la posi­bilidad de contar en calorías todas las fuentes de energía no quiere decir que todas tengan la misma significación económica y social. Por ejemplo, quizás encontraremos, al hacer la parte de esta his­toria que trata de la energía para cocinar y calentarse en el espacio doméstico, que el cambio de la leña y el carbón de leña al kerose­no o al gas butano (que en muchos territorios del Estado español no se produjo hasta los años sesenta) implica una reducción de la cantidad de energía, y por lo tanto el crecimiento económico no implica un aumento proporcional de la cantidad de energía, sino que las relaciones entre ambas magnitudes son más complicadas. El estudio de esta relación nos llevará, inevitablemente, a una dis­cusión en torno a la diferencia entre los «tiempos de producción» de fuentes renovables y no renovables y, por lo tanto, también a discutir las consecuencias ambientales de diversas fuentes de ener­gía: así, un uso de leña o carbón de leña que no sea mayor que




la producción neta anual de leña, no representa una contribución neta al dióxido de carbono de la atmósfera, mientras que quemar stocks de carbón, petróleo o gas puede hacer aumentar la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera, y desde hace muchos años se plantea la cuestión acerca de si esta cantidad adicional de dióxi­do de carbono hará aumentar el efecto invernadero. A menudo, los procesos industriales y los consumos de las sociedades industriales aceleran tanto la cantidad de desperdicios en la atmósfera, en el agua, o en el suelo, que la capacidad asimilativa o depuradora de estos medios no actúa con suficiente rapidez. Así, la naturaleza ofrece de forma gratuita un ciclo biogeoquímico de reciclaje del fósforo, pero hoy no tiene fuerza y rapidez suficientes para reciclar la gran cantidad de fertilizante fosforado que va a parar a las aguas. La nueva Economía Ecológica, que estudia la compatibili­dad entre la economía humana y los sistemas ecológicos con la idea de que ni el sistema de precios existente, ni un complemento de «precios sombra» que intente internalizar las externalidades, ga­rantizan esta compatibilidad, debería poner mucho énfasis en las divergencias de los tiempos de producción y reciclaje.

El estudio de los flujos de energía (que por sí mismo no merece un artículo, sino un libro) ha llevado también a estudiar las revo­luciones agrarias anteriores a 1840 (menos barbecho, nuevas rota­ciones) como sistemas más eficientes de aprovechamiento de la energía solar y como sistemas de incorporación y reciclaje de nu­trientes (como ha hecho Christian Pfister), y también ha llevado a una discusión muy importante para la nueva Economía Ecológi­ca sobre el descenso de eficiencia energética de la agricultura mo­derna posterior a la introducción de abonos externos a la agricultura que empezó quizás a gran escala con la importación de guano del Perú y con la nueva ciencia agroquímica de Liebig y Boussingault después de 1840, y más tarde con la mecanización de la agricultura impulsada no tanto por la máquina de vapor co­mo por el motor de combustión interna. En los territorios del Es­tado español, donde estos cambios fueron más tardíos que en otros países de Europa, hay importantes investigaciones empíri­cas de Naredo y Campos (1980).

Historia económica e historia ecológica

Jean-Paul Deléage (que es un conocido militante de los Verdes

franceses) es, a su vez, autor de estudios sobre la eficiencia ener­gética de la agricultura francesa en los años setenta, y de una tesis doctoral sobre la Historia de la Ecología como ciencia (1991), un excelente estudio que señala cómo las diversas formas de estudiar los problemas ecológicos (ecología de las sucesiones de plantas y biogeografía, ecología de poblaciones, ecología de sistemas) en diversos momentos de los últimos cien años, se han utilizado para dar diversas interpretaciones de la historia humana. Uno de los historiadores ecológicos norteamericanos más conocidos, Donald Worster, ha hecho una obra, como Deléage, que es a la vez histo­ria de las ideas (Worster, 1977) e historia de las realidades socioe­cológicas. Ambos aspectos son inseparables porque el medio ambiente es una construcción social. Diversas culturas y diversos grupos sociales, en diferentes momentos históricos, se hacen re­presentaciones diferentes de cuáles son y deben ser las relaciones entre Ics humanos y la naturaleza. Por lo tanto, no se puede hacer historia ecológica sin hacer historia social de la ciencia y de la tec­nología. Worster también es compilador de una colección de artí­culos de otros historiadores ecológicos (Worster, 1989), volumen que incluye una bibliografía magnífica. La historia ecológica de los Estados Unidos, bajo el nombre de environmental history, ha sido pionera 1; hasta hace poco tiempo no tenía todavía un pues­to institucionalizado dentro de las ciencias históricas, y quizás era mejor así ya que había el entusiasmo de quienes que comienzan una empresa intelectual, más que el oportunismo de quienes hue­len nuevas cátedras y dinero caliente. La environmental history de los Estados Unidos adquirió consciencia de ella misma en la olea­da ecologista de los años setenta, y su reconocimiento exterior, to­
1 Kendall Bailes fue el editor de una anterior colección de artículos de historia ecológica, producto de una de las primeras reuniones de la asociación norteameri­cana de historia ecológica. Bailes, buen conocedor de la historia de la ecología ru­sa, también publicó póstumamente una biografía de Vernadsky. (Bailes, 1985).




davía precario, ha llegado con la nueva oleada ecologista de fina­les de los ochenta. El mismo Worster organizó hace pocos años un simposio sobre historia ecológica en una revista que no es del ramo, sino de historia en general, el Journal of American History (vol. 76, n. 4, 1990), en el que propone una «perspectiva agroeco­lógica de la historia», no simplemente una historia de la naturale­za inmaculada, sino el estudio de la incidencia de las estructuras sociales y de las representaciones sociales de la naturaleza, con la idea de que el uso agrícola tradicional no iba contra la ecología, sino que las tecnologías agrarias pertenecen a sistemas agroeco­lógicos.

En el ecologismo norteamericano predominó el conservacionis­mo de la naturaleza salvaje y la defensa de los grandes parques naturales, un elogio de la naturaleza esplendorosa sin personas,en la línea de John Muir y de Aldo Leopold, más que un ecologis­mo social que se interese por los vínculos entre estructuras sociales y degradación o conservación ambiental, como encontramos por ejemplo, también en Estados Unidos, en la importantísima obra de Lewis Mumford. La perspectiva « agroecológica» actual de Worster se interesa por una naturaleza poblada por agriculto­res y permite, por lo tanto, un contacto más fácil entre los histo­riadores ecológicos norteamericanos y los de otros continentes. En una perspectiva parecida, los estudios de historia ecológica de Nueva Inglaterra, por William Cronon y Carolyn Merchant, ex­plican cómo los colonizadores norteamericanos fueron perdiendo el conocimiento agroecológico, hasta llegar en su marcha hacia el Oeste a expoliaciones de la tierra como la del Dust Bowl (estudia­do por Worster). Lo que de todos modos todavía separa a los his­toriadores ecológicos norteamericanos de los demás es quizás que en Norteamérica es más difícil encontrar el tipo de luchas que yo he denominado el « ecologismo de los pobres», que sólo encontra­mos, retrospectivamente, en las culturas indígenas desaparecidas, aunque tal vez también en muchos conflictos sociales por la salud en las fábricas, por la zonificación urbana, etc. En los Estados Unidos, la conciencia ecologista actual, que se halla detrás del crecimiento de la historiografía ecológica, nace quizás más de los

problemas ecológicos de la abundancia, que del ecologismo de la supervivencia (del cual veremos ejemplos en las últimas secciones de este artículo).

Donald Worster y Alfred Crosby son los historiadores ecológi­cos más conocidos de Norteamérica y, a la vez, son los directores de la colección de historia ecológica publicada por la Cambridge University Press. Se pueden encontrar excelentes bibliografías de historia ecológica en la Environmental History Newsletter, n. 2, 1990, en Sieferle (1988) y en Brüggemeier y Rommelspacher (1987), que muestran el considerable trabajo que han hecho en Alemania historiadores que ocupaban todavía puestos marginales de la jerarquía académica, y por lo que a Norteamérica se refiere, en la Environmental Review que es la revista de la asociación nor­teamericana de historia ecológica. Para la India, donde la idea del « ecologismo de los pobres» tiene mucha realidad, hay una buena bibliografía en el ensayo de historia ecológica que han publicado Guha y Gadgil (1992), cuyo argumento principal es que el sistema de castas ha persistido al estar unido al uso de distintos recursos naturales por esos grupos. A veces no se trata propiamente de cas­tas o subcastas en sociedades campesinas sino de grupos tribales, que han tenido también nichos ecológicos y sociales propios. Ese régimen de coexistencia desigual, jerárquica, no ha sido disuelto todavía por la fuerza y el mercado, como ocurrió en América tras la conquista y en los siglos sucesivos. La interpretación de Gadgil y Guha no es una defensa del sistema de castas, sino un intento muy atrayente de explicación histórico-ecológica. En compara­ción con la destrucción sin piedad de las bases de recursos de tan­tos pueblos indígenas colonizados, y de esos propios pueblos como vemos hoy en día en los últimos actos de esa gran tragedia en la Amazonía, la coexistencia ecológica y social del sistema de castas ha sido menos cruel, pero la generalización del mercado, la ideología industrializadora, el aumento de la población, llevan hoy en la India a una agudización de los conflictos sociales.

Con respecto a la América latina, existe una buena recopilación de cuestiones de historia ecológica en el libro de diversos autores (principalmente Fernando Tudela y Víctor Toledo, el primero




profesor del Colegio de México, el segundo, del Centro de Ecolo­gía de la UNAM, que publicó en 1990 el Ministerio de Obras Pú­blicas de Madrid y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente en México, con el título Desarrollo y Medio Ambiente en América latina y el Caribe, título un tanto insípido para un li­bro de historia ecológica realmente excelente, que sigue la línea de Alfred Crosby para la época de la conquista europea, y muy críti­co también respecto de la vocación exportadora de minerales y productos agrícolas (le América latina después de la independen­cia. El libro no es una cronología día a día, sino una colección de episodios notables con la bibliografía pertinente, desde la época anterior a la invasión europea y al colapso demográfico, ahora hace quinientos años, hasta el momento actual. Los autores, a di­ferencia de sus patrocinadores, no forman parte del nuevo
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