Pregón de la Semana Santa de Vélez Málaga del año 2009 que pronunció en el Teatro del Carmen el día 28 de marzo el Ilmo. Sr. Prof. Dr. D. Antonio Manuel Garrido




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Nihil enim sunt dies mei, pues mis días son un soplo, de Job, 7, 16.
La segunda es la incertidumbre. No se está seguro de ningún modo de alcanzar esos setenta u ochenta años. La muerte vendrá cuando quiera. Aconseja fray Luís que se piense en aquellas personas conocidas que han muerto de manera inesperada. En el monasterio de san Isidoro del Campo de Santiponce en Sevilla se conserva una pintura en la que figura un esqueleto con la guadaña en una mano y un reloj de arena en la otra; a sus pies libros, piezas de armadura y símbolos eclesiásticos. La tercera es la fragilidad de esta vida que se compara con un vaso de vidrio. Cosas como un aire, un sol, un jarro de agua fría, un vaho de un enfermo basta para despojarnos de ella (p. 76). En colección particular de Madrid se conserva una obra en la que la muerte apaga la vela, la luz de la vida.
La cuarta es la mudanza que la vida tiene, nunca permanece igual, basta ver los cambios del cuerpo que se va gastando con el uso. La vida es una flor que se abre a la mañana, y al mediodía se marchita y a la tarde se seca. Este punto es un topoi con un gran rendimiento artístico y, especialmente literario, que remite a Auxonio. Fray Luís recurre a las preguntas retóricas lo que da fuerza a su argumentación y la hace más directa, más viva. Este recurso es constante a lo largo de los textos que estoy considerando. La quinta es el engaño de los sentidos, sobre todo la hermosura con la que seduce la vida. En la Colección Ort y Bosch de Valencia se conserva una obra de Juan de Arellano y Francisco Camilo en la que dentro de una soberbia corona de flores, un verdadero alarde de Arellano en el que aparecen dalias, jazmines, lirios, azucenas, jacintos, anémonas y otras especies; junto a las flores observamos pájaros, mariposas, abejas, libélulas, caracoles y otros animales. Nos encontramos ante un ejercicio de belleza seductora. En el centro, el medallón de Camilo, notable por sí mismo, dos niños juegan, uno hace pompas de jabón al lado de una calavera. Se trata del homo bulla est, el hombre es una pompa de jabón; en el lado izquierdo, otros niños juegan, sobre el ara, con una vela encendida y un reloj de arena.
La sexta se refiere a las muchas desgracias que suceden en la vida, especialmente las enfermedades. En este sentido y aunque no se tratan de vanitas en sentido estricto se pueden considerar las pinturas en las que se representan epidemias y de las que se poseen varios ejemplos. La última miseria es la muerte, protagonista de las vanitas de una manera o de otra. La muerte vence y su victoria alcanza hasta al mismo Dios; de ahí, las bellísimas obras de Murillo que tienen como tema al Niño Jesús dormido sobre la cruz y apoyando su brazo en la calavera. Esta meditación sobre los sufrimientos de la Pasión contrasta con la representación del niño, divino, pero niño al fin y al cabo; lo que mueve a la compasión de manera directa. Se trata de un efectismo poderoso que se incremente por la dulzura de expresión del infante.
Una vez enumeradas, fray Luís desarrolla cada una de ellas con ejemplos que insisten en los mismos argumentos. Se trata de un recurso retórico que se corresponde con una muy elaborada estructura textual. Los conceptos se amplifican y los ejemplos sirven como argumentos de autoridad, como elementos atractivos para el que leyere u oyere, no hay que olvidar la importancia de la transmisión oral en la época, y que, por supuesto, tienen una finalidad moralizante.
En la página 99 de la edición que utilizo se llega al final de tan penoso camino, de tan quebrantado itinerario, la muerte espera y el autor hace una enumeración llena de fuerza trágica de lo que este final representa. Esta enumeración resume perfectamente los materiales que aparecen en las vanitas; de hecho, se puede afirmar que se trata de una tipología muy completa de las mismas. Al final y como resumen de lo horrible que es morir afirma que la muerte no la creó Dios sino que entró en el mundo por mano del diablo. En el Colegio del Cardenal de Monforte de Lemos se encuentra un óleo de Antonio Arias con el título de La Muerte. El propósito del cuadro es mostrar que frente a esa dama nadie puede huir. La muerte es un horrible esqueleto que lleva un arco y va lanzando las flechas a todos los personajes representados; algunos ya están muertos y otros intentan huir como una bella mujer y un niño que abre sus brazos expresando la desesperación y el desamparo.
La tercera meditación fundamental se refiere expresamente a la muerte. Es preciso recordar que el texto tiene una clara finalidad práctica. Cada día se tiene que dedicar a un tema. En este caso propone que el lector se imagine, haga su composición de lugar, en el sentido de que está muy enfermo y va a morir. Es un trance en el que los enemigos cercan al moribundo y este sólo puede tener esperanza en Jesús. Muy expresiva es una pintura de colección particular sevillana y de autor anónimo en la que se representa a un caballero abrazado a la cruz en la que Cristo ha sufrido el tormento. El caballero se ve asediado por los pecados, junto con el demonio y la propia muerte. Es una representación angustiosa. La lujuria es una joven tumbada en actitud lasciva, semidesnuda y apoyada en un macho cabrío; la avaricia es un anciano que ofrece una bolsa al caballero; la gula se representa en figura de mujer, la envidia tiene serpientes en la cabeza, la ira es un bravucón presto al desafío y la soberbia es el propio demonio.
Tras la muerte el alma seguirá el camino que la llevará al juicio pero antes se ofrece a la meditación el dolor de abandonar las cosas que se aman y el miedo a la sepultura. El cuerpo llega a su última morada, un lugar estrecho y hediondo en el que la putrefacción acecha para acabar con toda la belleza y la pompa y la vanagloria. El texto alcanza altos tonos descriptivos: Mira cuán estrecha es aquella casa que se le apareja en la tierra; cuán oscura, cuán hedionda, cuán acompañada de gusanos y de huesos, y de calaveras de muertos (p. 111- 112). El autor sigue demorándose y contraponiendo los sentidos de que tanto se disfrutó a la podredumbre y a la hediondez. En las páginas 123 y 124 se describe con todo lujo de detalles el enterramiento en el que el más lindo rostro del mundo, y más curado, y más guardado de sol y aire, andará allí debajo del pisón del rústico cavador, que no tiene empacho en darle con él en la frente, y quebrarle los cascos, y sumirle los ojos y las narices, por que quede bien acompañado de tierra.
El hogar de los muertos es otro elemento canónico de muchas vanitas. No me detendré en las de Valdés Leal por harto conocidas y ya citadas. No cabe duda de que el objetivo de estas representaciones es provocar el temor en el espectador, temor que le lleve a un cambio de vida. Los cadáveres, los despojos, aparecen en diferentes grados de descomposición como el eclesiástico de la catedral de Segovia, ciertamente desagradable, a medio pudrirse; lo mismo que La mujer y la muerte, colección particular de Jerez de la Frontera. La mitad del cuerpo es un desnudo lleno de gala y lozanía; la otra mitad es ya esqueleto. Por contraste, en colección privada de Madrid se guarda un soberbio retrato, atribuido a Velázquez, el del Beato Simón de Rojas. Su rostro refleja la placidez de la paz, del buen morir, de su boca sale la salutación Ave Maria.
En la Guía de Pecadores dedica un texto a la postrimería de la muerte (pp. 203-207) en el que sigue de cerca un famoso sermón de Savonarola. Centra su reflexión, de nuevo, en el tiempo que huye y en la incertidumbre de la hora en la que la muerte vencerá en una batalla donde la enfermedad es aliada de la gran igualadora; en el texto se aprecia claramente el uso que hace fray Luís de un ejemplo que aparece en el libro, muy conocido por el granadino, la Escala de Clímaco. Quiero destacar que el gran predicador que fue fray Luís aparece de manera clara y consciente pues se dirige al que leyere de forma muy directa. El ritmo del texto es rápido y el autor crea una atmósfera llena de tristeza y de profunda melancolía.
El otro texto que interesa a mi propósito (pp. 208-220) se refiere a la diferencia entre la muerte de los buenos y la de los malos. Fray Luís se detiene en este aspecto en la vida como un camino que debe ser recorrido de acuerdo con los principios cristianos para que, al final, la muerte sea un tránsito a la verdadera vida, a la vida eterna. Son varios los ejemplos que ofrece para ilustrar sus razonamientos. Quiero detenerme en estos ejemplos como vanitas literaria que se corresponden perfectamente con las plásticas. En este sentido la mejor correspondencia entre texto literario y texto plástico es la Alegoría de los espejos de muerte y vida del Museo de Burgos. Es obra anónima de mediados del siglo XVII.
Se trata de una pintura dividida en veinticinco partes o espejos que tratan de la vida ejemplar que debe llevar el cristiano; es más que probable que la fuente de la obra sea un sermón escrito porque esta se presenta con un marcado paralelismo textual en su dispositio y en su intentio. Se trata de una reflexión sobra los Novísimos que tiene como punto de partida el texto del Eclesiastés (7,40): En todas tus obras acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás. Enrique Valdivieso ha realizado una atinada explicación del sentido de esta obra de marcado carácter ejemplarizante.
Como resumen de lo dicho me detendré finalmente en la obra El árbol de la vida de Ignacio de Ries, discípulo de Zurbarán, de la catedral de Segovia. En la copa de un frondoso árbol que se puede interpretar como un locus amoenus, siete caballeros y siete damas comen, bebe, escuchan música y se besan. Se trata de una representación de los placeres de la vida, en especial, la lujuria y la gula. Del árbol pende una campana, a su lado, Cristo se dispone a tañerla con un martillo como último aviso antes de que el árbol, que está casi talado, caiga en manos de la muerte, presta a segar las vidas de los que gozan con su guadaña; el demonio tira de una cuerda atada a la copa del árbol para acelerar la caída de los catorce personajes; a su lado, se abren las fauces del infierno. No falta el texto, de tan arraigo popular: Mira que has de morir / mira que no sabes cuándo / mira que mira Dios / mira que te está mirando.
He pretendido establecer un paralelismo entre los textos de fray Luís y representaciones plásticas tan emblemáticas del barroco como son las vanitas. Es claro que la obra del escritor granadino, tan difundida, tan leída, es fuente de muchas de estas representaciones que, en definitiva, se corresponden con un clima espiritual preciso. Signos complejos e ingeniosos al servicio de la doctrina que de manera singular expuso con su estilo insuperable aquel hijo de lavandera que mendigó para alimentarlo, paje en el mágico recinto de la Alhambra al servicio del conde de Tendilla, novicio dominico en santa Cruz de su ciudad y tantas otras cosas en una vida plena de la que nos queda el milagro de su prosa.
Este es el espíritu que anima una parte fundamental de la cultura barroca, el que alienta en la humanidad de las imágenes de Jesús y de María, el que encontramos debajo de las heridas y del dolor que cubrimos con terciopelos y bordados para mitigar en algo tanto sufrimiento. Esta es la teología que se hace saeta y piropo en las calles de Vélez, esta es la belleza de la vida que celebra la muerte, esta es nuestra Semana Santa.
He dicho
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