Primera parte eucaristíA, misterio que se ha de creer




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CONCLUSIÓN

94. Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es el origen de toda forma de santidad, y todos nosotros estamos llamados a la plenitud de vida en el Espíritu Santo. ¡Cuántos santos han hecho auténtica la propia vida gracias a su piedad eucarística! Desde san Ignacio de Antioquía a san Agustín, de san Antonio Abad a san Benito, de san Francisco de Asís a santo Tomás de Aquino, de santa Clara de Asís a santa Catalina de Siena, de san Pascual Bailón a san Pedro Julián Eymard, de san Alfonso María de Ligorio al beato Carlos de Foucauld, de san Juan María Vianney a santa Teresa de Lisieux, de san Pío de Pietrelcina a la beata Teresa de Calcuta, del beato Piergiorgio Frassati al beato Iván Mertz, sólo por citar algunos de los numerosos nombres. La santidad ha tenido siempre su centro en el sacramento de la Eucaristía.

Por eso, es necesario que en la Iglesia se crea realmente, se celebre con devoción y se viva intensamente este santo Misterio. El don de sí mismo que Jesús hace en el Sacramento memorial de su pasión, nos asegura que el culmen de nuestra vida está en la participación en la vida trinitaria, que en Él se nos ofrece de manera definitiva y eficaz. La celebración y adoración de la Eucaristía nos permiten acercarnos al amor de Dios y adherirnos personalmente a él hasta unirnos con el Señor amado. El ofrecimiento de nuestra vida, la comunión con toda la comunidad de los creyentes y la solidaridad con cada hombre, son aspectos imprescindibles de la logiké latreía, del culto espiritual, santo y agradable a Dios (cf. Rm 12,1), en el que toda nuestra realidad humana concreta se transforma para su gloria. Invito, pues, a todos los pastores a poner la máxima atención en la promoción de una espiritualidad cristiana auténticamente eucarística. Que los presbíteros, los diáconos y todos los que desempeñan un ministerio eucarístico, reciban siempre de estos mismos servicios, realizados con esmero y preparación constante, fuerza y estímulo para el propio camino personal y comunitario de santificación. Exhorto a todos los laicos, en particular a las familias, a encontrar continuamente en el Sacramento del amor de Cristo la fuerza para transformar la propia vida en un signo auténtico de la presencia del Señor resucitado. Pido a todos los consagrados y consagradas que manifiesten con su propia vida eucarística el esplendor y la belleza de pertenecer totalmente al Señor.

95. A principios del s. IV, el culto cristiano estaba todavía prohibido por las autoridades imperiales. Algunos cristianos del Norte de África, que se sentían en la obligación de celebrar el día del Señor, desafiaron la prohibición. Fueron martirizados mientras declaraban que no les era posible vivir sin la Eucaristía, alimento del Señor: sine dominico non possumus.(252) Que estos mártires de Abitinia, junto con muchos santos y beatos que han hecho de la Eucaristía el centro de su vida, intercedan por nosotros y nos enseñen la fidelidad al encuentro con Cristo resucitado. Nosotros tampoco podemos vivir sin participar en el Sacramento de nuestra salvación y deseamos ser iuxta dominicam viventes, es decir, llevar a la vida lo que celebramos en el día del Señor. En efecto, este es el día de nuestra liberación definitiva. ¿Qué tiene de extraño que deseemos vivir cada día según la novedad introducida por Cristo con el misterio de la Eucaristía?

96. Que María Santísima, Virgen inmaculada, arca de la nueva y eterna alianza, nos acompañe en este camino al encuentro del Señor que viene. En Ella encontramos la esencia de la Iglesia realizada del modo más perfecto. La Iglesia ve en María, « Mujer eucarística » —como la ha llamado el Siervo de Dios Juan Pablo II (253)—, su icono más logrado, y la contempla como modelo insustituible de vida eucarística. Por eso, en presencia del « verum Corpus natum de Maria Virgine » sobre el altar, el sacerdote, en nombre de la asamblea litúrgica, afirma con las palabras del canon: « Veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor ».(254) Su santo nombre se invoca y venera también en los cánones de las tradiciones cristianas orientales. Los fieles, por su parte, « encomiendan a María, Madre de la Iglesia, su vida y su trabajo. Esforzándose por tener los mismos sentimientos de María, ayudan a toda la comunidad a vivir como ofrenda viva, agradable al Padre ».(255) Ella es la Tota pulchra, Toda hermosa, ya que en Ella brilla el resplandor de la gloria de Dios. La belleza de la liturgia celestial, que debe reflejarse también en nuestras asambleas, tiene un fiel espejo en Ella. De Ella hemos de aprender a convertirnos en personas eucarísticas y eclesiales para poder presentarnos también nosotros, según la expresión de san Pablo, « inmaculados » ante el Señor, tal como Él nos ha querido desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4).(256)

97. Que el Espíritu Santo, por intercesión de la Santísima Virgen María, encienda en nosotros el mismo ardor que sintieron los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), y renueve en nuestra vida el asombro eucarístico por el resplandor y la belleza que brillan en el rito litúrgico, signo eficaz de la belleza infinita propia del misterio santo de Dios. Aquellos discípulos se levantaron y volvieron de prisa a Jerusalén para compartir la alegría con los hermanos y hermanas en la fe. En efecto, la verdadera alegría está en reconocer que el Señor se queda entre nosotros, compañero fiel de nuestro camino. La Eucaristía nos hace descubrir que Cristo muerto y resucitado, se hace contemporáneo nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuerpo. Hemos sido hechos testigos de este misterio de amor. Deseemos ir llenos de alegría y admiración al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar a los demás la verdad de la palabra con la que Jesús se despidió de sus discípulos: « Yo estoy con vosotros todos los días, hasta al fin del mundo » (Mt 28,20).

En Roma, junto a san Pedro, el 22 de Febrero, fiesta de la Cátedra del Apóstol san Pedro, del año 2007, segundo de mi Pontificado.

Notas

[1] Cf. Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q. 73, a. 3.

[2] In Iohannis Evangelium Tractatus, 26,5: PL 35, 1609.

[3] A los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe (10 febrero 2006): AAS 98 (2006), 255.

[4] Discurso a los participantes en la III reunión del XI Consejo Ordinario del Sínodo de los Obispos (1 junio 2006): L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (9 junio 2006), p. 18.

[5] Cf. Propositio 2.

[6] Me refiero a la necesidad de una hermenéutica de la continuidad con referencia también a una correcta lectura del desarrollo litúrgico después del Concilio Vaticano II: cf. Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS98 (2006), 44-45.

[7] Cf. AAS 97(2005), 337-352.

[8] Cf. Año de la Eucaristía. Sugerencias y propuestas (14 octubre 2004): L'Osservatore Romano (15 octubre 2004), Suplemento.

[9] Cf. AAS 95(2003), 433-475. Recuérdese también la Instrucción de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Redemptionis Sacramentum (25 marzo 2004): AAS 96 (2004), 549-601, querida expresamente por Juan Pablo II.

[10] Por recordar sólo los principales: Conc. Ecum. de Trento, Doctrina et canones de ss. Missae sacrificio, DS 1738-1759; León XIII, Carta enc. Mirae Caritatis (28 mayo 1902): ASS (1903), 115- 136, 115-136; Pío XII, Carta enc. Mediator Dei (20 noviembre 1947): AAS 39 (1947), 521-595; Pablo VI, Carta enc. Mysterium Fidei (3 septiembre 1965): AAS57 (1965), 753-774; Juan Pablo II, Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003): AAS 95(2003), 433-475; Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instr. Eucharisticum mysterium (25 mayo 1967): AAS 59 (1967), 539-573; Instr. Liturgiam authenticam (28 marzo 2001): AAS 93 (2001), 685-726.

[11] Cf. Propositio 1.

[12] N. 14: AAS 98 (2006), 229.

[13] Catecismo de la Iglesia Católica, 1327.

[14] Propositio 16.

[15] Homilía en la Misa de toma de posesión de la Cátedra de Roma (7 mayo 2005): AAS 97 (2005), 752.

[16] Cf. Propositio 4.

[17] De Trinitate, VIII, 8, 12: CCL 50, 287.

[18] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 12: AAS 98 (2006), 228.

[19] Cf. Propositio 3.

[20] Breviario Romano, Himno en el Oficio de lectura de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.

[21] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 13: AAS 98 (2006), 228.

[22] Homilía en la explanada de Marienfeld (21 agosto 2005): AAS 97 (2005), 891-892.

[23] Cf. Propositio 3.

[24] Cf. Misal Romano, Plegaria Eucarística IV.

[25] Catequesis XXIII, 7: PG 33, 1114s.

[26] Cf. Sobre el sacerdocio, VI, 4: PG 48, 681.

[27] Ibíd., III, 4: PG 48, 642.

[28] Propositio 22.

[29] Cf. Propositio 42: « Este encuentro eucarístico se realiza en el Espíritu Santo que nos transforma y santifica. Él despierta en el discípulo la decidida voluntad de anunciar con audacia a los demás lo que se ha escuchado y vivido, para acompañarlos al mismo encuentro con Cristo. De este modo, el discípulo, enviado por la Iglesia, se abre a una misión sin fronteras ».

[30] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 3; véase, por ejemplo, S. Juan Crisóstomo, Catequesis 3,13-19: SC 50,174-177.

(31) Juan Pablo II, Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 1: AAS 95(2003) 433.

(32) Ibíd., 21: AAS 95 (2003), 447.

(33) Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 20: AAS 71 (1979), 309-316; Carta ap. Dominicae Cenae (24 febrero 1980), 4: AAS 72 (1980), 119-121.

(34) Cf. Propositio 5.

(35) Cf. Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q. 80, a. 4.

(36) N. 38: AAS 95 (2003), 458.

(37) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.

(38) Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, sobre algunos aspectos de la Iglesia como comunión (28 mayo 1992), 11: AAS 85 (1993), 844-845.

(39) Propositio 5: « El término “católico” expresa la universalidad que proviene de la unidad que la Eucaristía, que se celebra en cada Iglesia, favorece y edifica. En la Eucaristía, las Iglesias particulares tienen el papel de hacer visible en la Iglesia universal su propia unidad y su diversidad. Esta relación de amor fraterno deja entrever la comunión trinitaria. Los concilios y los sínodos expresan en la historia este aspecto fraterno de la Iglesia ».

(40) Cf. ibíd.

(41) Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.

(42) Cf. Propositio 14.

(43) Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.

(44) De Orat. Dom., 23: PL 4, 553.

(45) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 48; cf. también ibíd., 9.

(46) Cf. Propositio 13.

(47) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 7.

(48) Cf. ibíd., 11; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 9.13.

(49) Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Dominicae Cenae (24 febrero 1980), 7: AAS 72 (1980), 124-127; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.

(50) Cf. Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 710.

(51) Cf. Rito de la iniciación cristiana de los adultos, Introd. gen., nn. 34-36.

(52) Cf. Rito del Bautismo de los niños, Introd. nn. 18-19.

(53) Cf. Propositio 15.

(54) Cf. Propositio 7. Juan Pablo II, Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 36: AAS 95 (2003), 457-458.

(55) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre 1984), 18: AAS 77 (1985), 224-228.

(56) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1385.

(57) A este respecto, se puede pensar en el Confiteor o en las palabras del sacerdote y de la asamblea antes de acercarse al altar: « Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme ». La liturgia prevé justamente algunas oraciones muy bellas para el sacerdote, transmitidas por la tradición y que le recuerdan la necesidad de ser perdonado, como, por ejemplo, las que se pronuncian en voz baja antes de invitar a los fieles a la comunión sacramental: «
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