Hay ciencias que se estudian por simple interés de saber cosas nuevas; otras, para aprender una destreza que permita hacer o utilizar algo; la mayoría, para




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ies universidad laboral- departamento de filosofía
1. Los sistemas morales
Cuando actuamos, cuando elegimos una opción y no otra, lo hacemos porque valoramos más una cosa que otra. Nuestras acciones se basan en valores morales, y estos indican aquello que es más valioso para nosotros: el amor, la amistad, el dinero, el placer, la felicidad... Los valores varían de una época a otra, de una cultura a otra y de una persona a otra.

La mayoría de personas acepta los valores preponderantes de la época y el entorno social que le ha tocado vivir. No lo hacen de manera consciente, muchas veces ni siquiera se plantean la posibilidad de elegir, simplemente sostienen los valores que les han enseñado, valoran lo mismo que el resto de la gente. Pero cabe otra opción, siempre hay quien nada a contracorriente, quien sostiene valores diferentes, quien se aleja del rebaño. Tomar otro camino supone hacer una elección. Para elegir es preciso conocer. Esto es lo que vamos a hacer en el presente tema.

A lo largo de los siglos ha habido filósofos que se han dedicado a reflexionar sobre estas cuestiones: ¿Qué debemos hacer? ¿Qué es el bien? ¿Por qué debemos actuar moralmente? La respuesta a este tipo de preguntas constituye la parte de la filosofía denominada ÉTICA. A continuación vamos a mostrar diferentes éticas, cada una de ellas defiende un sistema moral, es decir, un conjunto de valores normas y criterios que dirigen y orientan la acción humana.

El objetivo final no es el conocimiento de los sistemas morales, sino hacer una elección personal. Necesariamente, incluso el que no lo sabe, actúa guiado por valores.

¡Qué los valores no te sean impuestos! Debemos hacernos dueños de nuestra propia vida y ello implica, entre otras cosas, elegir los valores morales que orienten y guíen nuestra acción. Asunto de la máxima importancia pues somos la suma de nuestras acciones pasadas. Lo que está en juego es determinar el tipo de persona que queremos ser.
2. Los sofistas y Sócrates
En el siglo V a.C. en una ciudad (polis) griega, Atenas, acontece un hecho político que será decisivo en la historia de la civilización occidental: los atenienses deciden organizarse políticamente como una democracia. Bien es verdad que se trataba de una democracia muy diferente a la actual: las mujeres y los extranjeros no podían participar y además existían esclavos, pero, por otra parte se trataba de una democracia directa donde el pueblo, el demos, participa activa y directamente en los asuntos políticos sin intermediario alguno, es decir que no elegían representantes sino que los ciudadanos se reunían habitualmente en la plaza pública, el ágora, y tomaban decisiones que afectaban al presente y futuro de la polis.

En este contexto surgen los sofistas. Sofista significa sabio, aunque ellos se presentaban a sí mismos como maestros de virtud. Enseñaban a los jóvenes aristócratas, a cambio de dinero, a hablar en público. Los atenienses eran virtualmente todos políticos y aquel que quisiera influir en sus conciudadanos debería ser persuasivo a la hora de exponer sus propuestas. La retórica y la oratoria son el arte de construir bellos discursos, que tengan poder persuasivo. En una democracia el éxito político se mide por la capacidad de aglutinar al mayor número de ciudadanos en torno a una propuesta.

Es evidente que si los sofistas se hubieran dedicado solamente a enseñar técnicas de oratoria no nos interesarían en este tema ni en esta asignatura. Enseñaban algo más. Afirmaban que no existen normas ni valores morales que tengan un carácter absoluto. Los sofistas habían viajado por otros países y por distintas ciudades griegas y sabían de primera mano que lo que en un lugar se considera justo en otra ciudad parece una aberración. Por ejemplo, los espartanos acostumbraban a matar a aquellos niños que nacieran con alguna tara física por leve que fuera, además apartaban a los jóvenes de sus familias y los sometían a una dura y disciplinada educación. Así entendían ellos la justicia y la virtud. Aquellas costumbres no eran practicadas en Atenas y se consideraban poco menos que ritos bárbaros. Los tebanos, los corintios y no digamos ya los persas y los egipcios tenían normas, ritos y costumbres muy diferentes. Ahora bien, ¿dónde está la verdad? ¿qué es lo justo? ¿qué es lo bueno? ¿qué es la virtud? Los sofistas defendían el relativismo moral, es decir, no existen los valores morales absolutos, no existe la Justicia, la Virtud, la Piedad, el Honor, etc. sino que cada ciudad establece sus propios principios morales que son válidos para ella pero no para otra polis u otro país. Además eran escépticos, es decir, dudaban de todo, pensaban que no existía una verdad absoluta y, por lo tanto todo era discutible y cuestionable.

Aun así es preciso reconocer que entre los sofistas había diferencias importantes. Por ejemplo Protágoras afirmaba que las normas morales son convencionales, es decir, fruto de un pacto o acuerdo y por tanto variaban considerablemente de una ciudad a otra. Pero el hombre virtuoso es aquel que respeta las leyes y las normas morales de su ciudad. Trasímaco, por el contrario, afirmaba que puesto que todas las normas morales son convencionales, la ley que debemos seguir, la que debemos respetar, es la ley de la naturaleza que determina la victoria del fuerte sobre el débil, pues está es la única ley no convencional, esto es, necesaria, que no cambia nunca. Por tanto, afirmaba Trasímaco, las normas morales no habrían de impedirnos imponer nuestra voluntad sobre los que son más débiles que nosotros.

Por aquel entonces surgió un hombre que algunos atenienses confundieron con un sofista, puesto que hablaba de cuestiones parecidas: el hombre, la virtud, el bien...., pero que sostenía ideas muy diferentes. Ese hombre era Sócrates. Sócrates era ateniense a diferencia de los sofistas que eran extranjeros en Atenas, sin derechos políticos, por tanto, además consideraba deshonroso cobrar por sus enseñanzas, entre otras cosas porqué no tenía una doctrina o teoría que enseñar, de ahí la célebre frase: solo sé que no sé nada.

Sócrates no sabía en que consistía la Verdad, el Bien o la Justicia pero estaba convencido que tales cosas existen y que merece la pena dedicar toda una vida a su investigación y conocimiento. Esperaba encontrar la sabiduría en el diálogo libre entre ciudadanos. Su madre había sido comadrona y él afirmaba que había heredado el arte de su madre, el arte de dar a luz, la mayeútica, que si bien era verdad que no sabía nada, tenía la habilidad de, mediante preguntas, hacer que la verdad “salga a la luz”.

Así que dedicaba los días a deambular de plaza en plaza entrando en conversación con los jóvenes y acuciándolos para que se esfuercen en la búsqueda de respuestas a las preguntas más importantes de la vida. Sócrates defendía el carácter absoluto de los valores morales, la virtud, la justicia o el bien no son asuntos relativos, cada uno no puede establecer de manera subjetiva los valores morales. Si estimamos que es correcto mentir en provecho propio... nos equivocamos, consciente o inconscientemente. La mentira está mal y esto no es algo que pueda cambiar de un lugar a otro o en diferentes épocas. La razón humana es una, la misma para todos, y lo que es bueno y razonable para mí, también lo es para ti.

A menudo los prejuicios y las falsas opiniones hacen que no consideremos las cuestiones de valoración moral de forma atenta y razonada, la vida de Sócrates es un ejemplo que debemos tener en cuenta si queremos pensar por nosotros mismos, ser dueños de nuestra propia vida.

Una de las tesis más controvertidas de nuestro filósofo es aquella que afirma que la virtud y el conocimiento van unidos, que el vicio es producto de la ignorancia y cuando nos educamos nos hacemos mejores y más sabios. Quizá conozcas a alguien que es inteligente pero no es una buena persona pero no deberíamos apresurarnos a rechazar la tesis socrática. Puede ser que esa persona inteligente tenga muchas habilidades o conozca muchos datos o esté muy bien informada pero eso no la hace más sabia. La auténtica sabiduría surge del interior del alma. Sócrates intenta poner en práctica la máxima del oráculo de Delfos: conócete a ti mismo. Una persona que ha dedicado los mejores años de su vida a este conocimiento no puede ser ruin, codiciosa o envidiosa. De esta forma debemos entender la tesis del intelectualismo moral socrático que afirma que la virtud es conocimiento.

Si Sócrates fue un ejemplo en vida, al menos para algunos, mucho más lo fue su muerte. Los enemigos de Sócrates lo habían acusado de impiedad y de corrupción de la juventud, los cargos eran falsos pero Sócrates se había ganado, por razones que ahora no vienen al caso, enemigos entre los demócratas atenienses. Durante el juicio el acusado mantuvo una postura orgullosa, no suplico ni pidió clemencia pues tenía la conciencia tranquila. La condena fue a muerte. Sócrates fue condenado a beber una dosis letal de cicuta. Un día antes de que se cumpliera la sentencia, los amigos de Sócrates sobornaron a los guardias de la prisión y le prepararon un plan de fuga, a la hora de la verdad Sócrates decidió no aceptar la ayuda de sus amigos. Siempre había vivido en Atenas, había defendido a la ciudad en la guerra y había respetado sus leyes, en múltiples ocasiones había sostenido que las leyes había que respetarlas siempre, no solo cuando te favorecían; ahora esas mismas leyes le habían condenado a muerte, había tenido una vida larga y plena y no quería vivir el resto de la vida como un prófugo sin patria alguna. Al día siguiente con enorme entereza bebió la cicuta y encontró la muerte.
3. Aristóteles
Aristóteles fue discípulo de Platón que, a su vez, lo fue de Sócrates y también vivió en Atenas en el siglo IV a.C. Además escribió el primer tratado de Ética, titulado Ética a Nicómaco, dedicado a su hijo.

Según Aristóteles la felicidad es el fin último de la vida humana y a ella debemos dedicar todos nuestros esfuerzos. El resto de bienes que perseguimos no los buscamos por ellos mismos sino sólo como medios para conseguir otras cosas. Por ejemplo si ansiamos la riqueza es porque con dinero podemos comprar otros bienes, pero los bienes que podemos adquirir tampoco son un bien en si mismos. Podemos comprar un coche deportivo pero ¿por qué lo queremos? Quizá para ser admirados, pero entonces lo que buscamos es el reconocimiento por parte de los demás no el coche en si mismo; pero... ¿por qué buscamos reconocimiento?... De la misma forma nos podemos preguntar por el resto de los bienes que supuestamente son deseables por si mismos ¿por qué nos rodeamos de amigos? ¿por qué buscamos la independencia? ¿por qué nos gusta viajar?... Hay una pregunta, sin embargo que es absurda: ¿por qué queremos ser felices? Por nada, ser feliz es un objetivo final, el resto de las cosas las queremos para ser felices y la felicidad es el fin de la vida.

Ahora bien; ¿en qué consiste la felicidad? Esta pregunta es más compleja pues parece que cada persona entiende la felicidad de distinta manera: Según Aristóteles muchos identifican la felicidad con la fama, el honor o la riqueza pero se equivocan pues, como hemos visto, estos no son auténticos fines. El bien de algo consiste en que cumpla con su finalidad, así el buen barco es aquel que puede navegar incluso en la tempestad, la buena casa es la que resiste en pie el paso del tiempo y es acogedora, el buen zapatero el que hace buenos zapatos y así sucesivamente. Pero... ¿en qué consiste el bien del Hombre? según Aristóteles en que cumpla con su finalidad y esta es desarrollar la parte que le es propia: la razón. Solo las personas toman decisiones, precisamente esto es lo que las define como tales. Podemos decir, pues, que la función propiamente humana es la de actuar racionalmente y cuando una persona haga esto de modo excelente, virtuosamente, será feliz.

¿En qué consiste la excelencia o virtud? En encontrar siempre el justo medio entre dos extremos que son los vicios. Por ejemplo, hay personas cobardes (vicio por defecto) que no se atreven a nada porque ven peligros que acechan por todas partes y otras que actúan por temeridad (vicio por exceso) y no calibran los auténticos peligros. La virtud es la valentía y consiste en saber que riesgo puede uno afrontar y afrontarlo. Precisamente la virtud fundamental, la prudencia, consiste en saber descubrir el justo medio para cada uno. Pero... ¿cómo se adquiere la virtud? Según Aristóteles virtud y vicio son hábitos que se adquieren por repetición de actos. Cuando uno ha adquirido el hábito por ejemplo de decir la verdad, ya no le cuesta ser sincero y al revés. De hecho, no somos sinceros porque decimos la verdad, sino que decimos la verdad porque somos sinceros, porque hemos adquirido este hábito.

No todas las actividades producen el mismo grado de felicidad. Un carpintero puede sentirse feliz de haber hecho bien un mueble, pero no hace muebles para ser feliz sino para ganarse la vida; es decir, hacer muebles no es el bien supremo. La única actividad que, según Aristóteles no se lleva a cabo como medio para alcanzar otra cosa, es el cultivo del saber teórico, la contemplación de la verdad. Aristóteles estimaba sobre todos los conocimientos la filosofía precisamente por lo que hoy mas se la critica: por su inutilidad. El filósofo busca el saber por el saber mismo y con ello alcanza la felicidad más plena.

4. Los hedonistas.
Los seguidores de Sócrates fueron muchos y de muy variada índole. Algunos como Platón y Aristóteles identificaron el bien supremo con la sabiduría y el conocimiento, otros como Aristipo y Epicuro identifican el bien con el placer, ellos son los hedonistas (del griego hédone, placer).

4.1 Aristipo de Cirene

Aristipo fue discípulo directo de Sócrates y fue el primero en identificar el bien con el placer. El pensamiento de Aristipo se concentra en la capacidad de saber vivir “el instante que huye”. La mayor parte de los hombres, según la edad, soporta la propia existencia, sea deteniéndose en los recuerdos del pasado, sea aferrándose al futuro. Pocos seres superiores (según Aristipo) consiguen vivir sumergiéndose en el presente. A menudo oímos a las personas ancianas suspirar con aire soñador “qué feliz era a los veinte años” (cuando sabemos perfectamente que no lo eran en absoluto) y con igual frecuencia vemos a jóvenes, en el punto culminante de su forma física e intelectual, que tienen sus miras puestas en un improbable futuro. Casi nadie es tan inteligente como para parir una constatación elemental del tipo de: “EN ESTE MOMENTO NO TENGO DESGRACIAS, LAS PERSONAS A QUIENES QUIERO SE ENCUENTRAN TODAS BIEN DE SALUD, ¡SOY FELIZ! “ Tener sed y conseguir beber un vaso de agua pensando: “¡Qué buena está el agua!“, es un comportamiento cirenaico.

Esta “filosofía del presente” que los latinos sintetizaron en la célebre sentencia CARPE DIEM, no ha gozado nunca de las simpatías de los filósofos e intelectuales; se ha convertido en sinónimo de falta de compromiso moral y político, y como tal no utilizable a los fines de una transformación de la sociedad. No obstante esto, hay quien considera a Aristipo como el más socrático de los socráticos, justamente por su total independencia frente a los problemas de la vida. Para los cirenaicos la libertad es ser capaces de atravesar los placeres de la existencia sin dejarse seducir por ellos.

Aristipo precede casi en un siglo a su colega Epicuro; la diferencia entre ambos reside en el hecho de que el primero era mucho más “epicúreo” que el segundo. En efecto, mientras Epicuro hace distinciones entre los placeres y valora sus consecuencias, los cirenaicos practicaban el placer por el placer sin ponerse a pensar mucho en ello. Para los cirenaicos todos los placeres son buenos por el mero hecho de ser placeres y todos son igualmente deseables, la expresión “placer malo” es un contrasentido pues el placer es la medida del bien.
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