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8.2 El utilitarismo incipiente y el emotivismo de Hume. David Hume nació en Edimburgo, Escocia, en 1711. Su familia, perteneciente a la pequeña burguesía, lo animó a que estudiara derecho o se dedicara al comercio, pero él prefirió consagrar su vida a la literatura y a la filosofía. Para la mayoría de quienes estudian la evolución de las teorías éticas a lo largo de la historia, se puede considerar a Hume como un continuador del hedonismo, como un pionero del utilitarismo, o como un valedor del emotivismo. La primera de estas atribuciones se debe al simple hecho de que el empirista escocés está de acuerdo con quienes defienden que el fin más deseado por los seres humanos es la obtención de sensaciones placenteras –si bien matiza, en un sentido semejante al de Epicuro que "el placer que producen las diversiones vacías y febriles del lujo y del gasto no es comprable al que proporcionan la conversación y el estudio (...), la salud (...), y las bellezas usuales de la naturaleza” Con respecto a la consideración del autor como uno de los padres del utilitarismo diremos que es debida, fundamentalmente, a su convencimiento de que lo bueno es lo que resulta útil a uno mismo y a la sociedad. Efectivamente, según Hume la utilidad es el criterio con el que mejor podemos establecer qué acciones son moralmente buenas y qué acciones son moralmente reprobables: "Podemos observar que en la vida humana siempre se apela a la circunstancia de la utilidad; y no se supone que pueda ofrecerse un elogio más grande de un hombre que mostrar su utilidad para el público y enumerar los servicios que ha realizado a la humanidad y a la sociedad". A la hora de detallar qué tipo de acciones proporcionan mayor utilidad nuestro autor destaca la práctica de la justicia, el respeto, la generosidad y la fraternidad (o solidaridad). Queda claro, pues, que la utilidad por la que aboga Hume no es una utilidad individual, sino colectiva. Esto se debe a la profunda convicción que también vertebra el pensamiento de nuestro autor de que un sujeto nunca podrá ser enteramente feliz si sus semejantes son desdichados. En lo que atañe, en tercer lugar, a la caracterización de Hume como un ético emotivista, cabe decir que se debe a que no deja de proclamar en varios pasajes de su obra que nuestras acciones morales son promovidas por los sentimientos y no por la razón: "Nunca se puede dar cuenta mediante la razón de los fines últimos de las acciones humanas, sino que -éstas- se recomiendan enteramente a los sentimientos y afectos de la humanidad, sin ninguna dependencia de las facultades intelectuales. Preguntad a un hombre por qué hace ejercicio; responderá: porque desea conservar su salud. Si preguntáis entonces por qué desea la salud replicará enseguida: porque la enfermedad es dolorosa. Si lleváis más lejos vuestras preguntas y deseáis una razón de por qué odia el dolor, es imposible que pueda ofrecer alguna". No es la razón la guía de la vida sino las pasiones y los sentimientos, la razón no pude hacer otra cosa que ponerse al servicio de la pasión. ¿Y no cabe la posibilidad de que al guiarnos cada uno por nuestros sentimientos se produzca un desacuerdo general cuando haya que precisar qué es lo bueno y qué es lo malo? La respuesta a esta pregunta es que no: ante cualquier acción que tenga cierta trascendencia para los seres humanos todos tendemos a desarrollar los mismos sentimientos. Según Hume, todo ser humano califica como reprobable el asesinato, la violación y la tortura, y considera digno de elogio el heroísmo, la ayuda humanitaria o la compasión. Es algo así como una disposición innata, en virtud de la cual las acciones justas despiertan sentimientos de simpatía en nosotros, mientras que las acciones injustas producen rechazo y sentimientos de aversión. La única garantía de la moralidad es el sentimiento común de simpatía que suscitan las buenas acciones Para terminar, diremos que al entender de Hume las principales virtudes no son, como se nos ha intentado hacer creer la tradición cristiana, el celibato, el ayuno, la penitencia, la mortificación, la negación de sí mismo, la humildad, el silencio, la soledad y todo el conjunto de virtudes monásticas. Las principales virtudes son –más allá de la frugalidad, el vigor mental, la laboriosidad, el discernimiento, la perseverancia y un largo etc.-, entre otras, la prudencia, la integridad, la habilidad en el trato con el prójimo y un espíritu jovial. Hume, de quien suele decirse que es el fundador de la ética alegre, proclama que hemos sido víctimas de una grave equivocación durante mucho tiempo y ya es hora de que nos demos cuenta de ello y comencemos a transitar el verdadero camino de la felicidad. 9. Kant. 9.1 La Ilustración. En la época moderna, a partir del siglo XVI se producen en Europa una serie de cambios muy profundos cambios en lo económico, en lo social y en lo político. Además, la religión deja de ser la ideología dominante. El estado se independiza de la iglesia y la razón de la fe. De la concepción teocéntrica medieval –en la que todo gira alrededor de Dios- se pasa a una concepción antropocéntrica y el ser humano adquiere valor por sí mismo, convirtiéndose en el centro de la política, la ciencia, el arte y la moral. La confianza en el poder de la razón para conocer la naturaleza y reorganizar la sociedad se extiende en el siglo XVIII a todos los campos de la actividad humana: es el siglo de la razón, de las luces o siglo de la Ilustración. Immanuel Kant, un filósofo alemán que vive entre los años 1.724 y 1.804, vive plenamente los ideales de la ilustración. Considera que los hombres han vivido hasta esa época en una minoría de edad, sin ejercer su libertad y sometidos a la presión política y de conciencia o religiosa. Frente a esa situación propone como lema pensar siempre por sí mismo y este es para él el espíritu de la ilustración. Pensar por sí mismo consiste en buscar el fundamento de todo en la razón. Sólo de esta forma el ser humano se libera de la superstición y puede ejercer su libertad. 9.2 Autonomía moral. La libertad humana es una facultad que debemos ejercer en todos los ámbitos de la vida, también el terreno de la moral. Hasta Kant el cristianismo pregonaba que la razón fundamental para hacer el bien era escapar a las penas del infierno. Pero esto era inaceptable para Kant: el ser humano ha de actuar como un soberano, no movido por el miedo o bajo amenazas. Los hombres recuperan su dignidad cuando deciden por si mismos, de manera racional, lo que pueden o no pueden hacer. “Autonomía” es una palabra compuesta del término “auto”, uno mismo, y “nomos”, ley; por tanto el significado etimológico de autonomía es darse a uno mismo la ley. “Hetero” significa: otro; por tanto heteronomía significa recibir la ley de otro. Hasta Kant la moral era heterónoma, es decir, se suponía que debemos hacer esto o lo otro por alguna razón exterior: por conseguir la felicidad, por el placer o por la vida eterna. En cualquier caso la acción moral no era más que un medio para alcanzar un fin diferente. Especialmente la moral cristiana prescribía una serie de conductas buenas y otras malas porque Dios así lo ordenaba. La voluntad de Dios era el criterio último y definitivo en cuestiones morales. Kant propone una moral autónoma, es decir, que el hombre es soberano y ha de decidir, de manera racional, como debe comportarse, lo que está bien y lo que está mal. Es la razón humana quien determina la acción moral, no el miedo al infierno o el deseo de placer. Así recuperamos la libertad y la dignidad; de la otra forma el hombre actúa como un menor de edad que solo entiende el deber moral en términos de premio y castigo. Pero la moral es otra cosa: consiste en imponerse la ley moral a uno mismo. De esta manera nos liberamos de la esclavitud porque no obedecemos más que a nosotros mismos y, por otra parte, nos diferenciamos de los animales, pues la razón pone límites a los apetitos y a los deseos. En conclusión Kant defiende la autonomía moral y reprocha al resto de las teorías éticas su carácter heterónomo. 9.3 Actuar conforme al deber. Debemos pues ser autónomos, darnos a nosotros mismos la ley moral, pero...¿en qué consiste la ley moral? ¿cómo estar seguros que nos hemos dado la ley adecuada? ¿todos los humanos se someten a la misma ley o cada uno se da la ley que más le convenga? Vamos por partes. Según Kant la moral no consiste en la búsqueda de la felicidad tal y como había establecido Aristóteles y esto sea lo que fuere lo que se entienda por felicidad, el placer, la tranquilidad, la vida de ultratumba etc. Cada uno entiende la felicidad de diferente forma, por lo que es imposible establecer una serie de normas comunes que no serían otra casa que medios para conseguir fines diferentes. Es imposible: si los fines son diferentes, entonces, necesariamente, los medios (las normas morales) también serán diferentes. La moral es otra cosa y en el fondo de nuestro corazón todos lo sabemos. La moral consiste en cumplir con nuestro deber, aun cuando al actuar conforme al deber nos alejemos de la felicidad. La vida nos da múltiples ejemplos de ello: lo moralmente correcto es no abandonar a nuestros mayores aunque puedan representar una carga y hacernos la vida más difícil, lo correcto es decir la verdad aunque nos perjudique y así sucesivamente. Kant no se para a especificarnos en qué consiste el deber: depende de las circunstancias, de la responsabilidad de cada persona, del tipo de cultura que compartamos, de nuestro puesto de trabajo, de muchas cosas. Además sería una tarea superflua: en el fondo todos sabemos en que consiste el deber en cada caso. Es lo que denominamos “conciencia” y por lo que decimos: “Allá tú con tu conciencia”, “la conciencia no me permitiría hacerlo” o “me remuerde la conciencia por lo que he hecho”. En todos los casos damos por supuesto que la persona sabe cual es su deber y que actúa moralmente cuando actúa por sentido del deber. Pero no es suficiente con actuar conforme al deber, es preciso actuar por el deber. Comenta Kant que el tendero que devuelve correctamente el cambio a la clientela actúa conforme al deber. ¿Actúa entonces de forma moralmente correcta? Aún no lo sabemos, necesitamos más datos. Si devuelve el cambio correctamente por miedo a que la clientela se sienta estafada y se vaya a la competencia, entonces actúa conforme al deber, pero no por el deber. Su actitud solo es moralmente buena si devuelve el cambio correcto porque considera que es lo que debe hacer, no lo hace por interés sino por sentido del deber. 9.4 el imperativo categórico. El contenido deber no puede determinarse a priori, es decir, antes de la experiencia concreta; en cada caso el deber nos puede indicar que la acción correcta es una u otra. Pero lo que puede determinarse a priori es la forma del deber. No puedo saber de antemano QUÉ debo hacer en cada caso problemático, pero puedo saber CÓMO debo actuar, cuáles han de ser los principios que guíen y orienten la acción. La enunciación de la forma del deber es lo que Kant llama imperativo categórico y tiene dos formulaciones:
Según la primera formulación del imperativo categórico debemos tratar al resto de personas como fines y nunca como medios. Esto quiere decir que no debemos utilizar a otras personas como si fueran instrumentos al servicio de nuestra voluntad. No hay nada más valioso que un ser humano y cuando se le utiliza como un medio para alcanzar otro objetivo- la riqueza, la fama o el honor por ejemplo- se actúa de forma inmoral. Según la segunda formulación lo que debemos hacer en caso de no tener clara cuál es nuestra obligación es pensar qué nos gustaría que fuera la norma general, aquella que siguiera todo el mundo, aquella que nos gustaría que otros aplicasen en relación a nuestra persona. Supongamos, por ejemplo, que me encuentro un sobre con una cantidad importante de dinero sin ninguna identificación: ¿me lo puedo quedar, en vez de depositarlo en la oficina de objetos perdidos? Según Kant tendría que razonar así:” Podría yo establecer una ley según la cual todo aquel que se encuentre con una cantidad importante de dinero se lo puede quedar?” Si sinceramente creo que sí, incluso siendo yo el que lo ha perdido, puedo quedármelo tranquilamente. Sin embargo, resulta difícil pensar que quien lo pierda pueda querer esta ley. El imperativo categórico viene a decir que no puedo actuar en interés propio, tratándome a mi mismo de modo distinto a los demás. Es lo que en la tradición bíblica se denomina la Regla de Oro: no quieras para los demás lo que no quieres para ti. La norma Kantiana es un imperativo porque expresa un precepto, un mandato, pero... ¿qué quiere decir “categórico”? categórico significa que obliga sin ninguna condición. Debemos cumplir con nuestro deber simplemente porque es nuestro deber, no para conseguir otra cosa: la felicidad, un premio, la tranquilidad de la conciencia, la vida eterna, el placer, etc. Además el imperativo kantiano no admite excepciones. Si estamos de acuerdo en que es moral decir la verdad e inmoral mentir, puesto que podemos universalizar la norma de acuerdo con el imperativo categórico, entonces debemos decir SIEMPRE la verdad. Los críticos de Kant afirman que tal rigidez es absurda, que la moral ha de ser algo mucho mas flexible que pueda adaptarse a las circunstancias. Si, por ejemplo, un asesino nos preguntase el paradero de una posible víctima ¿qué debemos hacer? ¿decir la verdad para que pueda localizarla y matarla? Kant contestaría que ni en ese caso ni en ningún otro tenemos el control sobre las consecuencias de nuestros actos: podríamos mentir y mandar al asesino en una dirección en la que, sin nosotros saberlo, ahora se puede encontrar la víctima. Nunca podemos estar seguros de las consecuencias de una acción por lo que no debemos juzgar un acto por sus consecuencias. Imaginemos que un enfermero inyecta un medicamento a un enfermo, que por error del farmacéutico, no es el que había recetado el médico, y, a consecuencia de la inyección, el enfermo muere. Imaginemos ahora que un pariente del enfermo que aspira a cobrar la herencia le inyecta lo que el supone que es un veneno y en realidad es la medicina que necesita el enfermo. En este caso quien pretende ayudar al enfermo lo mata y quien pretende matarlo le hace un bien. ¿quién actúa moralmente bien? Fijémonos que no es lo mismo actuar bien desde el punto de vista moral que desde la perspectiva legal. Desde el punto de vista de la legalidad, de la ley, el enfermero puede tener problemas con la justicia si los parientes del enfermo deciden denunciarlo y sin, embargo, el pariente avaricioso no tendrá problema alguno. Pero nada de esto incumbe a la ética, ¿quién ha actuado moralmente bien? El enfermero. ¿por qué? Porque su intención era buena. Según Kant lo que hace buena o mala una acción es la intención con la que ha sido realizada y no las consecuencias de la misma. Debemos actuar por el deber, siguiendo el mandato del imperativo categórico y no tomar en consideración las posibles consecuencias de la acción pues estas son muy variadas, algunas totalmente desconocidas para nosotros y escapan a nuestro control. Si nuestra intención es buena entonces la acción también es buena moralmente independientemente de los resultados que se sigan de la misma y por el contrario si no actuamos por sentido del deber nuestra acción no es moralmente buena aunque se desprendan consecuencias beneficiosas para otras personas. 10. El utilitarismo Los utilitaristas, al igual que los hedonistas identifican la felicidad con el placer. También ellos piensan que el objetivo de la ética es prescribir normas que ayuden a alcanzar la felicidad o lo que es lo mismo una vida placentera. La diferencia es que para los utilitaristas, la felicidad no puede considerarse de un modo individualista, como la entendían los hedonistas. Yo no puedo ser feliz si estoy rodeado de personas infelices. Por ello el principio utilitarista, formulado por Jeremy Bentham, el fundador de esta corriente, fue: “la mayor felicidad para el mayor número” Una acción será tanto más buena cuanto mayor felicidad produzca para el mayor número posible de personas. Los dos grandes utilitaristas fueron J. Bentham y John Stuart Mill, pero entre ellos hay notables diferencias. |
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