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10.1 J. Bentham (1748-1832) Según él, la naturaleza nos ha dado dos grandes maestros: el placer y el dolor. Estos nos muestran lo que es bueno y malo para nosotros. La felicidad consiste en maximizar el placer y minimizar el dolor, como por otra parte ya había señalado Epicuro. Bentham propone lo que él llama “la aritmética de los placeres” que consiste en calcular el placer y el dolor que puede acarrear cada acción y elegir siempre la más positiva. Pero que puesto que vivimos en sociedad entonces el cálculo no puede hacerse sólo pensando en nosotros ya que nuestras acciones repercuten en los demás y debemos pensar que ellos también buscan el placer. Por ello los utilitaristas están preocupados por las cuestiones políticas y sociales: la bondad o maldad de una ley (o de una acción) se juzga por su utilidad para promover la mayor felicidad para la mayoría. Son pues las consecuencias de una acción las que nos permiten determinar si esta es buena o mala (al contrario que en la ética kantiana). 10.2 John Stuart Mill (1806-1873) Mill está de acuerdo en que el placer es el objetivo de la vida humana. Ahora bien, no todos los placeres son iguales: no es lo mismo asistir a un concierto de música que a un banquete cuyo único objetivo sea hartarse. Por tanto, respecto a los placeres la calidad es preferible a la cantidad. Afirma Mill: “mas vale ser un hombre insatisfecho que un cerdo satisfecho; es mejor ser Sócrates insatisfecho que un tonto satisfecho”. Así, cuanto más educada, cultivada y desarrollada esté una persona, más nobles y elevados serán sus intereses de tal manera que llegará un momento en que su máximo placer lo hallará en promover el bienestar de los demás. Por eso la máxima virtud de la moral utilitarista será el altruismo, que consiste en sacrificar el propio placer para el bien de los demás. En realidad es en esto en lo que el altruista encuentra su máximo placer. La sociedad utilitarista será pues aquella que, mediante la educación, tiende a conseguir que “en todos los individuos el impulso directo de mejorar el bien general se convierta en uno de los motivos habituales de la acción”. 11. El marxismo Karl Marx es un pensador que vive durante el siglo XIX y su influencia ha sido enorme. Marx es un filósofo, un sociólogo, un agitador revolucionario, un político, pero también, y esto no siempre es reconocido, es un filósofo moral, propone una ética que marcará decisivamente a sucesivas generaciones. El punto de partida es similar al de los utilitaristas: la ética ha de ayudarnos a alcanzar la felicidad, que se identifica con la vida placentera, y este objetivo tiene una dimensión social, no individual. Yo no puedo ser feliz si vivo rodeado de personas infelices. Eso es justo lo que le ocurrió al joven Marx cuando trabajó de periodista y descubrió las duras condiciones de vida de los leñadores y viñadores del Rihn. A partir de entonces va a sostener que no son las ideas, ni el espíritu, ni las teorías lo que distingue al ser humano, lo que le aporta dignidad y lo diferencia de los animales. Algunos hombres viven en la opulencia, rodeados de lujos y comodidades, en cambio, otros apenas pueden subsistir, pasan hambre y múltiples penalidades. En ese contexto ¿Qué ética debemos proponer? ¿Cómo le vamos a aconsejar al proletario, al explotado, la mejor forma de alcanzar la felicidad? Todo son palabras vacías. Lo primero es asegurar que todos los hombres disponen de unas condiciones materiales mínimas (vivienda, comida, tiempo libre...) para la existencia. Según Marx no se trata ya de promover nuevas éticas, sino de dar un vuelco a la situación social. Lo primero y más acuciante es mejorar las condiciones materiales de vida de la mayoría de la población. Ese es el primer mandato de la ética marxista: rebelarse contra la explotación del hombre por el hombre. El hombre no puede alcanzar la felicidad de manera individual, solo seremos felices en una sociedad justa e igualitaria. Por ello la ética marxista conecta con la política: lo moralmente bueno es participar en política y luchar por un futuro mejor (algunos marxistas, y revolucionarios en general, llevaron esta norma a un punto extremo: se despreocuparon de sus familias, de sus amigos y hasta de ellos mismos y se entregaron por completo a la acción política). Los marxistas predican la importancia del compromiso: uno debe comprometerse con el mundo en que le ha tocado vivir, no debe aislarse, vivir como en una burbuja, intentando lograr una mínima paz que tiene como precio la despreocupación por la suerte de los menos favorecidos. Afirmaba Marx: “durante años lo filósofos han tratado de comprender el mundo, ahora se trata de cambiarlo” ¿Cómo alcanzar un futuro mejor, una sociedad más justa? Marx desconfiaba de las políticas reformistas, pensaba que la sociedad capitalista descansaba sobre una injusticia esencial: la división de la sociedad en dos clases sociales, los capitalistas, que son los dueños de las tierras y las empresas, y los proletarios, los que nada tienen salvo su fuerza de trabajo. Los intereses de unos y otros son radicalmente opuestos. Por ejemplo a los primeros les interesa que el estado preserve y garantice el derecho a la propiedad, para los segundos, en cambio, la propiedad es un robo y lo que quieren es que los bienes sean comunes. Así pues no hay arreglo posible. Los marxistas sostienen que la única forma de mejorar las condiciones sociales es mediante un cambio radical y brusco de la situación política: la revolución social. La necesidad de liberación, de emancipación, tiene tres vertientes: la política (contra el estado) la económica (contra el patrono) y la religiosa. La religión no es un hecho de conciencia individual, sino que es un hecho social: la religión ha sido utilizada durante siglos por las clases dirigentes como medio de control social, como un instrumento para mantener aletargadas las conciencias de los oprimidos. “La religión es el opio del pueblo” afirmaba Lenin. El objetivo final es alcanzar una sociedad comunista donde no haya diferencias de clase y no exista la propiedad privada. Entonces el fin de la política converge con el fin de la ética, la felicidad social y la felicidad individual serán por fin, de manera simultánea, una realidad. El lema del paraíso marxista sería: de cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades 12. F. Nietzsche. Nietzsche fue un filósofo que vivió a finales del siglo XIX. Lo más interesante de él desde la perspectiva ética, ha sido su labor de desenmascaramiento de la moral precedente. Nietzsche no ve una diferencia importante entre la moral cristiana, la kantiana, la utilitarista o la marxista. Todas predican los mismos valores: la honestidad, la veracidad, la solidaridad, la humildad, etc. Las éticas laicas (no religiosas) han buscado un fundamento racional para afirmar los mismos valores que habían sustentado las grandes religiones monoteístas: cristianismo, judaísmo e islamismo. Pero...¿Cuáles son esos valores? Todos ellos tienen su origen en la cultura judía y son valores contrarios a la vida. Si la vida es lucha, alegría y presente, las religiones han pregonado la paz, la resignación y la esperanza. Todos los valores de la religión cristiana (humildad, paz, resignación, caridad, obediencia...) denotan un miedo a la vida, y las éticas de los siglos XVIII y XIX no han supuesto algo novedoso, sino que han profundizado en los mismos valores (por ejemplo la igualdad y la solidaridad de los marxistas) La propuesta de Nietzsche es diferente a todas las que hasta ahora hemos conocido. Si la vida es gozo y alegría, aceptémoslo; pero si es sufrimiento y violencia, también. Simplemente porque no hay otra cosa, no existe realidad alguna –Razón o Cielo- ajena a la vida concreta. Todo cuanto existe se da en la vida, no debemos admitir pues valores contrarios a la vida porque nada hay más allá de la vida. Y esta tiene su propia forma de manifestarse de la cual no somos más que muestras y efectos de esa fuerza originaria (que Nietzsche denominará voluntad de poder) Nuestro filósofo propone cambiar de manera radical los valores dominantes en occidente y, en cierta forma, volver a valores arcaicos, primitivos; aquellos que denominaban antes de la irrupción del cristianismo: alegría, generosidad, grandeza, lealtad, orgullo, fortaleza, creatividad, etc. En resumen se trata de decir sí a la vida, en todos sus aspectos. El ideal de vida es de antiguo guerrero (Aquiles) orgulloso y valiente, amigo de los suyos e implacable con el enemigo, generoso en la victoria y terrible en la cólera. Ante todo debemos evitar el resentimiento, el sentimiento de culpa, la mala conciencia. Si nuestros instintos nos indican un camino, una acción, no debemos reprimirnos, ni arrepentirnos por las consecuencias, de la misma forma que el águila o el león no rinde cuentas a nadie por sus “fechorías”, así el hombre noble toma lo que le pertenece por ser fuerte y estar vivo. No existe algo así como una Razón que controle o se oponga a los instintos (como afirmaban los estoicos). No estamos divididos en dos naturalezas – cuerpo y alma- opuestas (como sostienen los cristianos). Todo es un invento de filósofos y sacerdotes que han creado un mundo artificial y falso -la Verdad o el Cielo- que se opone a la única realidad: LA VIDA. 13. Sartre y el existencialismo El existencialismo es una corriente filosófica que aparece en el siglo XX en Europa en el periodo de entreguerras (entre al 1ª y la 2ª guerra mundial). La falta de ideales y la desorientación general hace volver de actualidad la eterna pregunta: ¿Qué es el hombre? El más reconocido de los existencialistas, Jean Paul Sartre comienza su reflexión tomando como punto de partida la perdida de la fe religiosa. Los hombres ya no creen en Dios, como Nietzsche afirmaba “Dios ha muerto”, y con él han perecido las ideas y los valores absolutos. Así pues el hombre moderno se encuentra en un mundo vacío de valores donde la vida no tiene ningún sentido: no hay nada ni antes, ni después de nuestra existencia, estamos solos, desamparados. Este es el triste diagnóstico que Sartre hace del hombre y el mundo moderno. El hombre es, en primer lugar existe, es arrojado al mundo. Posteriormente se convierte en un tipo de persona o en otro. De ahí la frase de Sartre: “en el ser humano la existencia precede a la esencia”. Como no hay valores absolutos que exijan ser obedecidos, todo depende de nuestra voluntad. La esencia del hombre es la libertad. Dice Sartre: “estamos condenados a ser libres”, esto quiere decir que debemos elegir el tipo de persona que queremos ser y lo tenemos que hacer desde la mas absoluta libertad, pues no hay bien o mal, nosotros creamos valores y nos comportamos conforme a ellos. Así pues Sartre no propone nuevos valores morales, más verdaderos o justos que los anteriores, sino que la filosofía existencialista supone una aceptación de la libertad humana y una llamada a la responsabilidad: somos responsables de lo que somos, del tipo de persona en el que nos hemos convertido, pues no somos más que la suma de nuestros actos, el resultado de sucesivas elecciones. Pero también, y esto no es tan evidente, de la humanidad entera, pues como Dios no existe la única referencia son las personas. Cada uno de nosotros es un modelo de persona que exponemos de manera pública. Es como si dijéramos “miradme, así soy y así deberíais ser vosotros”. Por ello, la única recomendación posible es que debemos comprometernos. Si, por ejemplo, aspiramos a un mundo justo y solidario, debemos propiciar los valores de la justicia y la solidaridad desde nuestra propia vida, a partir de todos y cada uno de los actos cotidianos que conforman nuestra vida. Si por el contrario estimamos que la libertad y la independencia son los valores supremos debemos ser coherentes con nuestra elección y no manipular, ni coaccionar a otras personas. Lo contrario es ser hipócrita: pregonar unos valores y comportarse de forma opuesta. Como el cristiano que se comporta de forma mezquina con sus semejantes (en lugar de poner en práctica el amor al prójimo) o el marxista que se comporta como un pequeño tirano en su entorno familiar (en vez de propiciar la igualdad) o el kantiano que utiliza dos varas e medir, una para él y otra para los demás. 14. Wittgenstein y la filosofía analítica. Durante el siglo XX se desarrolla una corriente filosófica que plantea una nueva manera de abordar las cuestiones éticas. La clave está en el lenguaje. Según los analíticos la mayoría de problemas en ética y filosofía se originan porque no asignamos un significado claro y preciso a las palabras. Por ejemplo ¿qué significa la palabra “bueno”?. Según Moore, no significa nada, simplemente es una palabra que utilizamos para designar una cosa, acción o persona que nos agrada. De igual forma que la palabra “amarillo” no significa otra cosa que el color de las cosas que designamos con esa palabra. Así pues no tiene sentido discutir acerca de que cosas son buenas o no (de la misma manera que no tiene sentido discutir acerca de que cosas son amarillas). Tanto la palabra “bueno” como “amarillo” son términos simples que no tienen una definición, son términos elementales del lenguaje que sirven para definir otros conceptos, pero que ellos mismos son indefinibles. Con el término “bueno” expreso un sentimiento de aprobación pero es evidente que otras personas tienen otros sentimientos y que la cuestión acerca de cual es el sentimiento verdadero no tiene ningún sentido. Igualmente, tampoco tiene sentido la discusión acerca de las cosas o acciones buenas o malas. En general, los términos usados en el discurso moral (bueno/malo, justo/injusto, etc.) no tienen definición alguna, son “cáscaras vacías”. Para Wittgenstein la finalidad del análisis del lenguaje formal no es resolver los problemas morales, sino disolverlos. Solo tienen solución aquellos problemas que pueden ser planteados en términos precisos y este no es el caso de los problemas éticos, que para los analíticos pasar a ser pseudo-problemas. 15. Habermas y la ética dialógica. A finales del siglo XX el filósofo alemán Jurgen Habermas “resucita” la ética kantiana. Habermas retoma la reflexión filosófica donde la había dejado Kant. Recordamos que para Kant la acción moral consiste en actuar por el deber y este consiste en cumplir con el imperativo categórico. El error, a juicio de Habermas, es imaginar al hombre como en una urna, aislado del resto, decidiendo acerca de la moralidad o inmoralidad de una acción. Las cosas no son así. Vivimos en sociedad, compartimos la vida con otras personas que muchas veces tienen ideas, valores e intereses diferentes a los nuestros. No podemos proceder como si no existieran, debemos tomarlos en consideración, sobretodo si lo que nos interesa es determinar la moralidad o inmoralidad de una acción. Habermas propone una ética dialógica – dia, a través de, logos, razónesto quiere decir una ética que parta del diálogo, que asuma que la verdad no es propiedad de nadie y que el m0nólogo no es adecuado para resolver conflictos morales. En lugar de proponer a los demás una norma como válida para que opere como ley general (el imperativo categórico), la ética dialógica dice que lo que hay que hacer es presentarles a los demás las razones de porqué se piensa de esa manera para que las puedan valorar. Según Habermas el hombre moralmente bueno es aquel que se halla dispuesto a tener como normas las que se hayan establecido después de un diálogo racional encaminado a lograr un consenso y, se halla dispuesto, asimismo, a comportarse de acuerdo con lo decidido en ese consenso. Exige pues que todos los afectados para tomar las decisiones de forma adecuada, necesiten tener conocimiento de las necesidades, intereses y argumentaciones de los demás, y estén dispuestos a dejarse convencer por la fuerza del mejor argumento. El objetivo del diálogo es alcanzar, por consenso, el bien común, que no es otra que aquello que mejor puede dar satisfacción a los distintos intereses individuales. De tal modo que las normas que se adopten como resultado de la confrontación de argumentos, tienen un carácter de obligación porque las personas que han participado en el diálogo se las han auto-impuesto. La obligación de las normas morales no proviene del exterior, sino que emana de dentro. Su carácter obligatorio es reconocido por los partícipes del diálogo desde antes de ser establecidas. Es decir, debemos empezar a dialogar bajo el compromiso de que vamos a respetar todos el resultado final del diálogo. Una persona puede defender un punto de vista pero si finalmente prevalece una opinión contraria, actúa moralmente cuando asume la norma que resulta del diálogo aun cuando no fuera la que él considera más idónea. |
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