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BORGES Y LA TRADUCCIÓN * por Pedro Luis Barcia Me pareció pertinente y oportuno, al cumplirse veinte años de la ausencia de Jorge Luis Borges, ocuparme de sus relaciones con la traducción, en esta ocasión. Al tiempo que abordamos un tema de real interés para el mundo de las traslaciones literarias, valga esta exposición, en el paso liminar de este Congreso de ProZ.com, -traduzcamos lo de Conference- como un homenaje a la obra borgesiana.1 Borges es, sin espacio para la duda, el autor argentino que, en toda la historia de nuestra literatura, ha alcanzado el mayor grado de proyección e influencias en la literatura contemporánea, en todas las lenguas. Y esto, cabe subrayarlo, merced a la acción de las buenas traducciones que de sus textos se han hecho en el vasto mundo. Una despistada apelación nacionalista podría señalar que nuestro Martín Fierro ha merecido versión a casi todas las lenguas modernas, e, incluso, algunos cantos del poema de Hernández, han sido trasladados a una lengua muerta como el latín. Más aún ha sido traducido a lenguas artificiales, como el esperanto. Cuando yo era un muchacho de unos trece años, en mi provincia se difundió el interés por los cursos de esta lengua. Gané una beca y, durante dos años, recuerdo haberme ejercitado en ella. Uno de los textos que compulsábamos era el Martín Fierro. Aún recuerdo los versos del canto inicial: Mi començas kanti nun cun la ritmo da guitaro… La prédica difusiva del esperanto se hacía sobre el presupuesto que, con su implantación urbi et orbi, desaparecerían los traductores e intérpretes, prescindiríamos de estos intermediarios y seríamos, lingüísticamente hablando, cosmopolitas, esto es “habitantes del mundo”. Pero ni el esperanto se impuso ni el texto del mayor poema del mester de gauchería alcanzó a influir en ningún autor fuera de nuestras fronteras. Y se comprende. No se le puede pedir a esta índole de expresión literaria una difusión universal. En cambio, la obra de Borges, llevada en manos de los traductores a todas las lenguas modernas, sí se ha posicionado como el primer autor de nuestro país que alcanza tan presencia, como ciudadano de la literatura universal. Antes de abordar el tema propuesto, quisiera hacer un anuncio de real interés para todos ustedes, de particular manera para los que trabajan en el campo de la traducción literaria. La Academia Argentina de Letras, que presido, ha digitalizado la totalidad de los tomos que componen el Anuario Bibliográfico de la República Argentina, redactado por Alberto y Enrique Navarro Viola, en cuyos nueve tomos recogió todas la referencias a cuanta traducción se hizo en nuestro país entre 1880 y 1885. El destino de esta digitalización es doble: el portal que nuestra AAL tiene en la Biblioteca Virtual “Miguel de Cervantes”, de la Universidad de Alicante, el mayor sitio virtual de su género; ya hemos digitalizado todos los tomos, y han sido “colgados” los dos primeros. Luego, haremos una edición en CD ROM de dicha colección. Los investigadores dispondrán, en breve, de esta fuente de primera mano. Hoy se inicia el Cuarto Congreso de ProZ.com sobre la traducción. Esa tarea que Rilke define, con acuidad y precisión como “una suma de obediencia, de consentimiento y de actividad paralela”. El enunciado “Borges y la traducción”, que he adoptado para esta exposición inaugural, puede ser considerado desde dos perspectivas distintas, al menos:
Me apegaré a la segunda posibilidad de encuadre y atenderé a cada una de las dos relaciones dichas. Antes de abordar esta tríada de aspectos, quiero recordar lo que se simboliza, o algo de lo mucho que se simboliza, en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, del propio Borges. 2 Recuérdese que en esta ficción, se propone una vía de sustitución de una imagen del mundo por otra, en la sucesión de los paradigmas del mundo, merced a una Enciclopedia: un texto escrito que procura sobreponerse al textum mundi. Primero, se ensaya con el tomo Onceno, de cuarenta diseñados para la Enciclopedia de Tlon. Pero la propuesta es demasiado contrastante con la imagen vigente del mundo para que se pueda deslizar gradualmente la sustitución. Se ensayará, entonces, con una Segunda Enciclopedia, esta vez de cien volúmenes, en la que los cambios de visión son menos evidentes o agresivos, y de esta manera se asegura el avance incesante y oleoso de progresión invasora del texto enciclopédico, de la imagen del libro sobre la imagen del textum mundi vigente en la cultura universal. El personaje Borges –o Borges ficcionalizado- dice frente a este avance incontenible: “El mundo será Tlon. Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial, de Browne” (ob.cit., p. 35).” 3 El final, engañoso y burlador de la ficción borgesiana, tiene su miga: una traducción no es otra cosa que una suerte de “tlonización” de un texto, una variación por grados de un texto original hacia una realidad nueva, emparentada, filiada en la primera, pero de alguna manera, alienada. Borges dice que los nuevos paradigmas o visiones del mundo se valen de una enciclopedia para filtrarse e imponerse. El no hace otra cosa, en pequeño, con la tarea traductora, que lo que, en pantógrafo, realizan los ideólogos. Adviértase que califica de “una indecisa traducción quevediana” a su labor. ¿Nos dice que está aproximando el estilo de Browne al de Quevedo? ¿Está aplicando el criterio de traducir un autor de época en los modos y fraseos verbales a los modos y preferencias expresivas de un autor de otra lengua del mismo período cultural: Browne—Quevedo? “Quevedizar” a Browne es “tlonizarlo”. Pero cumplamos, al paso, con otra reverencia. En este año se cumple el centenario de la desaparición del mayor traductor argentino del siglo XIX: Bartolomé Mitre. Tradujo del inglés, del francés, del latín y del italiano. De esta última lengua, la totalidad de La divina comedia. Su “Teoría del traductor”, poco conocida por los propios argentinos, adelanta opiniones muy atendibles, respecto de la labor de ustedes, como truchimanes. Entre otras, la de la adecuación de la lengua de la traducción a la coetánea del autor traducido; le hago sitio en nota a una selección –como recuerdo, homenaje, y motivación- de frases de Mitre tomadas del texto citado, que precede a su versión de la obra mayor de Dante. 4 Para hacer una plazuela distendida, en esta pesada exposición, recuerdo una linda anécdota. Se encuentran Mitre y Lucio V. Mansilla (el autor de Una excursión a los indios ranqueles), y aquel le dice: “-¿Sabe, Lucio, que estoy traduciendo La divina comedia?”. Y el otro le contesta: “-Hace bien, don Bartolo, jódalos a esos gringos”. Abundando en la concepción apuntada por Mitre de “pintar canas” a la traducción para hermanarla con el original antiguo, recuerdo una versión del “Canto de las criaturas”, de san Francisco de Asís, realizada por el maestro Ángel J. Battistessa –uno de los mayores traductores argentinos del siglo XX- en los fraseos de la lengua española de Berceo. Lamentablemente, esta versión solo circuló entre amigos y no llegó a publicarla. A) Borges como traductor Los estudiosos de los orígenes literarios de Borges nos han revelado cuáles fueron sus primeros intentos de escritura, ensayados en sus cuadernos escolares “San Martín”. Lo primero, quizá, fue el borroneo de un relato, de cuatro o cinco páginas, titulado “La visera fatal”, redactado en castellano que mima la modalidad antigua de la lengua e inspirado, al parecer, en la lectura del Quijote. Posiblemente lo escribiera hacia 1906. Con los años, comentó en una entrevista: “En castellano, traté de imitar a los clásicos españoles; escribí un cuento al estilo de Cervantes, una suerte de romance llamado ‘La visera fatal’”.5 Luego, se recuerda, un ensayo de mitología griega, redactado en inglés, y dividido en tres capítulos: Gods, Monsters and Heroes.6 Y la tercera exploración en el campo de la escritura fue la traducción de “El Príncipe Feliz”, de Oscar Wilde. Un amigo de su padre. Álvaro Melián Lafinur, hizo publicar esta versión en el diario El País, de Buenos Aires, donde apareció el 26 de junio de 1910, firmada por “Jorge Borges (hijo)” El muchacho tenía once años. 7 Resulta verdaderamente prefigurativo de su vocación la triple iniciación borgesiana. Reparemos: un cuento sobre la pauta del libro que más admiró, y al que destinó mayor cantidad de ensayos, de la literatura española, el Quijote; un ensayo, en inglés, de literatura griega, uno de sus centones más vívidos para la plasmación de imágenes en sus ficciones; allí están el Minotauro, Tántalo, Polifemo, Narciso, etc. Y, por fin, una traducción que tiende puente entre ambas lenguas, el español y el inglés. La traducción, pues, se instala en sus primeros pasos literarios. Principio quieren las cosas, y un largo camino comienza con un paso breve, dice el aforismo chino. Y en Borges se cumplió. Borges, desde pequeño se ejercitó en el inglés. Él recuerda que tenía dos maneras diferentes de hablar con sus dos abuelas; Fanny Haslam, la paterna, y Leonor Suárez, la materna. Con el tiempo, apunta, increíblemente, descubrió que las dos formas de dirigirse a ellas eran dos lenguas: el inglés y el español. Una suerte de Monsieur Jourdain que hacía prosa sin saberlo. Desde “El príncipe feliz”, en 1910, y a lo largo de casi toda su vida, lo unirán a las traducciones fuertes lazos de querencia. Así se iniciaron en él las relaciones con ese “utopismo realista” de la traducción, como la llama Ortega y Gasset. 8 Borges, traductor de poesía Ya joven. radicado en Europa, colaborará con una de las revistas de aproximación a las vanguardias históricas, con una “Antología expresionista”, que vertía textos, sobriamente anotados, de Ernst Stadler, Johannes Becher, Kart Heynicke, Werner Hahn, Alfred Vagts, Wilhelm Klemmm, August Stramm, Lothar Schereyer y H. von Stummer. 9 Borges fue, de los jóvenes ultraístas, vanguardistas en lengua española, el mejor conocedor de los poetas expresionistas alemanes. Y, a partir de estos intentos iniciales, a lo largo de su vida aportará versiones de obras inglesas y alemanas, particularmente. Retornará, de cuando en cuando, a traducir poesía. Por ejemplo, en las páginas de “Vida literaria”, que publicaba en El Hogar, entre 1936 y 1939.10 Esas versiones tienen por único objeto ilustrar sus reseñas bibliográficas. Con esta intención, le hace sitio a poemas breves o pasajes de Carl Sanburg, Edgar Lee Masters, Langston Hughes y T.S. Eliot. De este último quisiera recordar que vertió unos versos del primero de los Coros de The Rock, los que se han constituido en los más citados del autor en esta articulación de las dos centurias, la XX y la XXI: El infinito ciclo de las ideas y de los actos infinita invención, experimento infinito, trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud; conocimiento del habla, pero no del silencio; conocimiento de las palabras, e ignorancia de la Palabra. Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia, toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte, pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios. ¿Dónde está la Vida que hemos perdido en vivir? ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información? Los ciclos celestiales en veinte siglos nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo. O.C. IV, p.296). Cabe recordar que, poco después, dio a conocer una amplísima poesía de su dilecto Gilbert Keith Chesterton, que presentó en edición bilingüe, para mayor exposición frente al lector acucioso. Se trata del poema “Lepanto”, que publicó en la revista Sol y Luna. 11 Andadas varias décadas, en 1969, publicará su selección de Hojas de hierbas, de Walt Whitman. En el prólogo dice: 12 “En cuanto a mi traducción. Paul Valéry ha dejado escrito que nadie como el ejecutor de una obra conoce a fondo sus deficiencias; pese a la superstición comercial de que el traductor más reciente siempre ha dejado muy atrás a sus ineptos predecesores, no me atreveré a declarar que mi traducción aventaja a las otras: No las he descuidado, por lo demás: he consultado con provecho la de Francisco Alexander (Quito, 1956), que sigue pareciéndome la mejor, aunque suele incurrir en excesos de literariedad, que podemos tribuir a la reverendo o tal vez a un abuso del diccionario inglés-español. “El idioma de Whitman es un idioma contemporáneo; centenares de años pasarán antes que sea una lengua muerta. Entonces podremos traducirlo y recrearlo con plena libertad, como Jáuregui lo hizo con la Farsalia, o Chapman, Pope y Lawrence con la Odisea. Mientras tanto, no entreveo otra posibilidad que la de una versión como la mía, que oscila entre la interpretación personal y el rigor resignado” (ob. cit. p. 160) Cito el texto preliminar con generosidad porque son las únicas declaraciones de Borges sobre sus traducciones poéticas en que asienta algunas autoapreciaciones y señala criterios de versión. Borges, traductor de narrativa. En 1925, se constituirá en el primer traductor argentino de James Joyce, al verter “La última hoja del Ulises”. 13 Cuenta Borges que Ricardo Güiraldes había leído el Ulises, en la traducción de Valéry Larbaud. 14 Y un día, Güiraldes, que había recibido un ejemplar de la primera edición inglesa, se la alcanzó a Borges y le pidió que tradujera la página final de la novela para la revista Proa, que codirigía con Rojas Paz y Brandán Caraffa. Así se motivó la primera versión de un par de páginas al español, del Ulises, de Joyce, por mano de un argentino. Andados los años, una editorial lo quiso contratar para que tradujera la totalidad de la novela. Borges rechazó la oferta: “Me di cuenta de que era intraducible”, le comentaba a un periodista, en una entrevista a la revista Referente, en el año 1981. 15 En 1946 vuelve a desembarcar en las playas del Ulises, del cual fuera el primero Odiseo explorador en el año 1925, con “Una nota sobre el Ulises”. 16 En otro género, el narrativo, Borges fue generoso traductor. Inicialmente, aportó unos cuarenta textos de escritores ingleses, pocos alemanes y alguno francés. Ordenados por orden cronológico, cabe retraer los nombres de: Chesterton, Claude Danny, Dickens, Frazer, Harris, Lafcadio Hearn, O. Henry, Holloway Horn, Rudyard Kipling, T.E. Lawrence, Jack London, Henrich Mann, Gustav Meyrink, Novalis, Carl Saldburg, Jhonathan Swift, H.H. Wells y Oscar Wilde, en la sección de versiones de la revista Crítica, entre diciembre de 1933 y mayo de 1934. Algunos de estos nombres los rescatará, selectivamente, en su Biblioteca personal: Chesterton, Wells, Wilde, Meyrink, Kipling, Swift y Kafka. De último, tradujo, pocos años después, La metamorfosis y un haz de piezas breves.17 Alguien, parece haber insinuado, sin mucho fundamento, h cierta reticencia sobre si Borges es o no el autor de la difundida versión del texto de Kafka, o solo lo revisó. Se recuerda que, en un par de ocasiones, Bioy Casares manifestó que él y Borges entendían que el nombre de “metamorfosis” para la obrita era inoportuno, pues connotativamente se lo asociaba al prestigio griego y a la obra de igual nombre de Ovidio, que había impuesto lo nominal en Occidente. Preferían, dice Bioy, traducir el vocablo alemán Die Verwandlung por “La Transformación”. De la década del Cuarenta, es la versión de Las palmeras salvajes, de William Faulkner. 18 Pero la edición no está precedida de nota alguna del traductor. También de la misma década, es una de sus versiones más difundidas y exitosas, me refiero a la de Bartleby, de Melville . 19 Pero en el prólogo a su traducción, Borges no apunta ninguna reflexión sobre su tarea. En otras presentaciones suyas de obras narrativas consagradas, nada dice sobre las versiones que preludia: Crónicas marcianas, de Ray Bradbury; Sartor Resartus, de Thomas Carlyle; Bocetos californianos, de Bret Harte; La piedra lunar, de Wilkie Collins; La humillación de los Northmore, de Henry James y Hacedor de estrellas, de Olaf Stapledon. Una de las obras que figuran como traducidas por Borges es el Orlando, de Virginia Wolf. En efecto, la edición reza: Virginia Wolf. Orlando. Traducción de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1968. La edición trae, en la contratapa, dos opiniones sobre la obra, una de Victoria Ocampo y otras de Borges. Hay quienes estiman que la versión la hizo su madre, doña Leonor Acevedo. Apunto una curiosidad. Hay una reflexión de Ernesto Sábato, a propósito de esta traducción, en Heterodoxia: “Orlando traducido por Borges”. 20 Y cita, de la versión: “‘El padre de Orlando, o quizá su abuelo, la había cercenado (se refiere a una cabeza) de los hombros de un vasto infiel’ Y más adelante: ‘Se volvió a Orlando y acto continuo le infirió el borrador de cierto memorable verso’. Este 'ìnfirió’ me suena a Borges. Busco el trozo correspondiente en inglés y leo, en efecto: ‘He turned to Orlando and presented her instanly with the rough draught of a certain line”. Sí: vasto infiel, infirió el borrador, memorable verso, todo eso es borgiano. Pero ¿habría sido deseable evitar el ingrediente borgiano en la traducción? Si para eludirlo se hubiese recurrido a un mediocre escritor, solo se habrían reemplazado los acentos personales de valor por mediocres acentos de valor. Y no se comprende por qué habría de preferirse un sello individual a otro por el solo mérito de ser chato e insignificante”. Los subrayados de Sábato plantean un problema general, respecto de escritores como traductores; y, en este caso, un escritor dueño de un estilo que tiene personalísima impronta. Ahora bien, sería gracioso que la traducción no fuera de Borges, como sostiene algún crítico, sino de su madre. Estaríamos, entonces, frente a un caso singular: doña Leonor estaba tan identificada con el estilo de su hijo que, al traducir por él, borgesizaba el texto. |