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INTRODUCCIÓN

Si las drogas de paz y las de energía se caracterizan por una toxicidad respectivamente alta, que -salvo casos excepcionales- se corresponde con factores de tolerancia relativamente altos también, las drogas visionarias presentan rasgos por lo general muy dispares.
En su mayoría, tienen márgenes de seguridad tan actos que la literatura científica no conoce siquiera dosis letal para humanos, y en su mayoría carecen de tolerancia -o la tienen tan rápida que dos o ¡res administraciones sucesivas bastan para producir insensibilización total; en otras palabras, algunas pueden consumirse la vida entera sin aumentar cantidades, y otras no producirán el más mínimo efecto psíquico sin interponer pausas de varios días en el consumo, incluso con dosis descomunales. Tampoco pueden producir cosa parecida a una dependencia física, acompañada por síndromes abstinenciales. Partiendo de las drogas examinadas hasta ahora, todo esto parece el mundo cabeza abajo.
Sin embargo, que la toxicidad y el factor de tolerancia sean cosas despreciables, o casi despreciables, no significa inocuidad en el caso de las drogas visionarias. Lo esencial en el concepto de fármaco -que se trata de sustancias venenosas y terapéuticas, no lo uno o lo otro ­sigue cumpliéndose aquí con rigurosa puntualidad, sólo que en un orden distinto de cosas. El peligro no es que el cuerpo deje de funcionar, por catalepsia o por sobreexcitación, sino que se hunda el entramado de suposiciones y juicios acerca de uno mismo, y que al cesar la rutina anímica irrumpa de modo irresistible el temor a la demencia.
El caso se parece al de Aladino y su lámpara, que bastaba frotar para bator presento un genio todopoderoso. Ese djinn podía conceder deseos, remediar carencias y defender de enemigos; pero no toleraba ser invocado vanamente, por móviles emparentados con el aburrimiento, la hipocresía o la trivialidad. En sus formas vegetales, los fármacos visionaríos más activos han sido venerados como canales de comunicación con lo eterno y sacro por aquellos pueblos que los emplearon o emplean , evitando así que móviles banales o irreflexivos produjeran la ira del djinn y el consiguiente horror de Aladino. Una de sus lecciones es que alterar la rutina psíquica implica profundizar en la cordura, no en la demencia, pero que tanto el demente crónico como el frívolo podrían verso enfrentados a experiencias dantescas, el uno por insuficiencia de su espíritu y ti otro por una orientación errónea. Empleando los términos de C. Castaneda, sólo defiende con efícacia esa pureza en el intento representada por caminos con corazón.
La explicación neuronal para el símil de Aladino ha sido intentada desde varias perspectivas, por ejemplo afirmando que estas drogas reducen el tiempo empleado para transmitir señales nerviosas, con oí consiguiente incremento geométrico de información. En contras­te con lo pacifícadores sintéticos, se sabe que bastantes drogas visionarias aumentan la oxigenación cerebral, y quien haya experi­mentado su efecto sospecha que activan tanto lo primitivo así como las funciones más desarrolladas evolutivamente. Sin duda, interrumpen la rutina psíquica en grados impensables para drogas de paz y de energía abstracta, abriendo dimensiones anímicas que oscilan de lo beatífico a lo pavoroso, con una tendencia -perfectamente ajena también a drogas de paz y de energía -que se orienta a borrar ¡a importancia o relevancia de un yo en todo el asunto.
Por eso mismo, se vinculan a la experiencia de éxtasis en sentido planetario -tal como aparece en culturas de los cinco continentes-, que incluye dos momentos básicos: una etapa de viaje por regiones inexploradas, aligerado el sujeto de gravedad pero incapaz de dete­nerse en nada, y una etapa esencial que cuando toca fondo implica ,Morir en vida para resucitar libre del temor a la vida y, en esa medida, de aprensión ante la finitud propia. El seLas drogas visionarias más potentes exhiben grandes semejanzas estructurales con todos los neurotransmisores monoamínicos (dopami­na, norepinefrina, serotonina, acetiicolina, histamina), y dentro de una analogía básica se distribuyen en dos grandes grupos. Uno posee un anillo bencénico y corresponde en general a ¡as fenetilaminas (mescalina es el prototipo), mientras otro posee un anillo indólico (LSD, psilocibina, etc.), si bien ambos grupos muestran grandes afinidades en sus efectos subjetivos. Los compuestos indólicos se encuentran en plantas de cuatro continentes -ergot o cornezuelo, iboga, amanita muscaria, varios tipos de hongos-, y dan origen a compuestos semisintéticos y sintéticos. Los de anillo bencénico se encuentran también en plantas como el peyote o el sampedro, y sus derivados sintéticos pueden acercarse al millar.


VISIONARIOS Y ALUCINÓGENOS
Suelen conocerse como «alucinógenos» los fármacos de excursión psíquica, borrando así diferencias decisivas en el efecto. Visión arranca de conceptos como el griego theoreia, que significa contemplación y mirada a distancia. Alucinación, que se define en los manuales como «percepción sin objeto», tiene su raíz en experiencias de perturbados sin drogas (vulgarmente conocidos como locos, permanentes o transitorios), y perturbados con drogas de paz o energía (altas dosis de alcohol, barbitúricos o estimulantes).
Visión y alucinación se distinguen por el delirium tremens alcohólico o de tranquilizantes, en cambio, no sólo verá cocodrilos en su chimenea o arañas corriendo bajo su piel, sino que tratará de tomar las medidas acordes a una realidad inmediata de tales percepciones, lanzando objetos contundentes contra el adversario de la chimenea o rascándose hasta lacerar ía piel.
En un caso la conciencia crece, admitiendo lo inaudito, y en el otro se ve reducida, hasta el extremo de actuar sobre la base de una credulidad ciega. Un imbécil, un trastornado o un frívolo puede comportarse con yagé como un cocainómano, un barbiturómano o un alcohólico con sus respectivas drogas -dando crédito al estado de conciencia alterada como si se tratara de un estado de conciencia habitual-, pero incluso entonces habrá en su mente un doble nivel, que por una parte recibe las visiones y por otra crea respuestas adaptadas a su particular disposición anímica. Está negándose a la «Pequeña muerte», aunque la experimenta, y el resultado de esa colisión puede ser agresividad dirigida sobre otro o sobre sí mismo.
Simplementete, no dispone de recursos para hacer frente a la experiencia donde resulta encontrarse, y reacciona con disociaciones.
Todo esto viene a cuento porque hay drogas alucinógenas o disosiativas, que Introducen a la credulidad ciega como estado racional o cotidiano de conciencia, y que por eso mismo merecen el nombre de «alucinógenos». Lo que distingue nuclearmente fármacos visiona­rios de fármacos alucinógenos es la memoria. Tan pronto como alguien olvida hallarse bajo la influencia de una droga, estando sometido a ella, se siguen consecuencias catastróficas o benéficas, pero en todo caso imprevisibles y probablemente adversas, pues la vida Personal es un equilibrio inestable, que admite pocos errores impunes.
Salvo en dosis masivas, donde también funcionan como disociativos o alucinógenos drogas de paz y drogas de energía en abstracto, los alucinógenos clásicos son tropanos contenidos en solanáceas psicoacti­vas. La lechuga silvestre, la belladona, la mandrágora, el beleño, las daturas y las brugmansias pertenecen a este grupo, cuyos principios activos básicos son atropina y escopolamina. Crecen silvestres en todo el planeta, y mientras Europa estuvo sometida al imperio inquisito­rial fueron elementos básicos de untos y potajes brujeriles.
Sabemos que estas drogas son usadas en otros continentes, y testimo­nios como el de Teofrasto -principal discípulo de Aristóteles ­indican que extractos suyos fueron habituales antiguamente, mezcla­dos o no con vino. Pero en Asia, África, Australia y América son drogas usadas por el chamán o brujo para adquirir poderes, y no compartidas con la generalidad de la tribu como las drogas de tipo visionario. Dominarlas es un desafío que él y sus sucesores asumen a título personal, por ejemplo para poder desplazarse mágicamente de un lugar a otro. Es posible que -en los umbrales de la Edad Moderna- una de las desgracias europeas haya sido verse llevada a un uso popular de fármacos tan ásperos, tras el hundimiento de tradiciones farmacológicas paganas y antiguas vías de suministro.
Sea comofuere, las solanáceas psicoactivas son fármacos alucinógenos. Un té de datura metel sumió a tres personas en un estado calamitoso. Desdoblada, la primera estableció una larga comunicación telefónica con Japón (inalámbrica y sin apoyo de ondas herzianas desde luego), produciendo el discurso de ambos lados mientras recorría las orillas de una playa. Abrumada por la sensación de haberse convertido en plomo macizo, la segunda persona (concretamente yo) se desplomó en un estado de sopor amnésico, según parece acompañado por ocasionales convulsiones. La tercera enveredó campo a través, descalza, hasta que varios kilómetros más tarde un alma caritativa le otorgó acomodo, cuando la maleza ya había causado múltiples heridas. Ninguno de los tres recordamos cosa distinta de beber el cocimiento, y recojo los datos de observadores no intoxicados. A veces he dicho a otros que volé -siendo de plomo-, aunque sinceramente creo que se trata de una elaboración ulterior, influida por las ilustraciones de brujas cabalgando sobre palos de escoba. Tengo algunos amigos que han ensayado experiencias semejantes, de los cuales uno requirió cuídados médicos intensivos.
En aras de la claridad, es preciso distinguir de modo tajante entre drogas que suprime la memoria y drogas que la retienen. Carece de valor alguno, a mi juicio, una experiencia que no pueda ser analizada y vuelta a analizar por el entendimiento. Además, la cesura entre fármacos visionarios y fármacos alucinógenos se apoya en la farmacología -misma; tanto las plantas solanáceas como sus alcaloi­des poseen una toxicidad muy alta, capaz de matar como el cianuro, mientras no se conoce nada semejante en el otro campo. Condorcet, por ejemplo, puso fin a su vida con un extracto de datura estramonio; en el tiempo que su ama de llaves empleó para cruzar desde el dormitorio al patio y volver -uno o dos minutos a lo sumo-, pasó él de la plena conciencia a la muerte, y de un modo tan elegante que la mujer ni siquiera notó modificación en la postura inicial de su cuerpo sobre la cama. Nadie, nunca, ha canse ,guido matarse con un extracto veComo antes indiqué, su peligro no es envenenar el cuerpo, sino más bien desorientar -o desperdiciar- el alma. Por eso mismo, me atrevería a decir que de alguna manera imprimen carácter o, si se prefiero, que una sola experiencia es capaz de persistir indefinidamente como troquel de la vida psíquica, aunque pueda permanecer almacenada en pliegues poco accesibles para la vigilia cotidiana.
Durante los años cincuenta y sesenta fueron objeto de intensa investigación por parte de distintos servicios secretos, que buscaban allí «drogas de la verdad», útiles para extraer secretos y sondear más allá de su consentimiento a sujetos reacios. Por esos años comprendían Benjamin, Bloch, Huxiey, jünger, Bateson, Michaux, Paz, Koestier, Wlatts y otros que, en efecto, eran drogas íntimamente ligadas a lo contrario de la mentira, con una promesa de desvelamiento volcada hacia dentro y hacia fuera. Su rasgo más básico y común parece ser ése: impedir que conciencia y autoconciencia ocupen distritos estancos. Hecho ya a esa incomunicación en distintos grados, vería disuelta de repente bien puede resultar angustioso, e incluso aterrador. Pero lo que queda finalmente en entredicho es una u otra forma de hipocresía, empezando por la autoimportancia.
Con esto acaba de deslindarse la diferencia entre estas drogas y las de paz o energía en abstracto; el apaciguador borra por algún tiempo lo doloroso, tal como el estimulante borra por algún tiempo el desánimo. Las drogas visionarias borran por algún tiempo ía falta de contacto con nuestras realidades a la vez. más íntimas y más obje­tivas.

1. SUSTANCIAS DE POTENCIA LEVE O MEDIA
Las distinciones basadas sobre actividad farmacológica tie­nen algo de arbitrario para las drogas que ahora nos ocupan, pues el efecto depende muchas veces de factores ajenos a compuestos específicos y hasta dosis. Añadido a la personali­dad individual, lo llamado set («ambiente») y setting «prepara­ción») tiene un gran peso a la hora de inclinar la experiencia hacia maravillas u horrores, e incluso a la hora de establecer su duración.
Sin embargo, ciertas sustancias tienden a ejercer un influjo no sólo más breve sino menos profundo, al menos en compa­ración con otras. Es un hecho indiscutible para algunas drogas de diseño, que sólo han alcanzado notoriedad recientemente, y puede sostenerse -con reservas- del cáñamo. En todo caso, la distinción entre visionarios muy activos y visionarios no tan activos, relativa en sí, tiene el valor de posibilitar cierto orden expositivo.

LA PSIQUEDELIA SINTÉTICA
En 1912 los laboratorios Merck de Darmstadt aislaron de modo accidental -bastante antes de descubrirse las anfetarni­nas- la MDMA o metilenedioximetanfetamina (vulgarmente conocida hoy como «éxtasis»). No siguieron estudios farmaco­lógicos, y hasta 1953 el descubrimiento permaneció en el registro de patentes, momento en que el ejército norteamerica­no decidió probar MDMA y su antecedente, la MDA (metile­nedioxianfetamina, llamada también «píldora del amor»), en distintos animales. La primera comunicación científica sobre efectos en seres humanos es de 1976 y se debe al químico y farmacólogo A. Shulgin, investigador infatigable, que repre­senta para este tipo de compuestos lo que A. Hofmann repre­sentó décadas antes para LSD y afines. Desde mediados de los sesenta circulaban en el mercado negro americano drogas del misrno tronco -la STP o DOM (dimetoximetilanfetamina), la DOET (dimetoxictilanfetamina), la DOB (dimetoxibromoan­fetarnina), o la TMA (trimetoxianfetamina)-, que con el trans­curso del tiempo han ido multiplicándose, y hoy ofrecen variantes excéntricas como la MDE o «Eva» (metilenedioxife­nilisopropilamina) la MBDB (metilbenzobutanamina).
La inflación de sustitutos para psiquedélicos naturales y semisintéticos parece deberse a los mismos resortes que en el mercado blanco y el negro han multiplicado sucedáneos tanto para opiáceos como para estimulantes naturales y semisintéticos, desde la buprenorfina al crack. Una montaña de datos farmaco­lógicos no agotaría los rasgos diferenciales de estos compuestos, y me limito por ello a examinar uno concretamente.
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