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ESCUELA PRIVADA GABRIELA MISTRAL LENGUA Y LITERATURA – 3º AÑO - POLIMODAL PRÁCTICAS DE LECTURA Y ESCRITURA (Entre la escuela media y los estudios superiores) INTRODUCCIÓN Estas prácticas de lectura y escritura tiene como propósito mejorar la articulación del entre la escuela media y los estudios superiores. La propuesta les brindará más oportunidades a todos aquellos jóvenes que cursan el último año de la escuela secundaria que estén interesados en continuar estudios terciarios o universitarios. Se trata de un conjunto de estrategias que tienen la finalidad el desarrollo de la comprensión y la escritura de textos de cierta complejidad que posibilitará a la vez el desarrollo del pensamiento crítico y la resolución de problemas. Se propone el trabajo entorno a ejes temáticos, de los cuales podrán elegir un texto de cada uno de ellos y realizar las actividades de lectura y escritura. EJE 1: NOSOTROS Y LOS OTROS EJE 2: DEMOCRACIA Y DESIGUALDAD EN LA ARGENTINA EJE 3: COPENHAGUE, 1941: LA ERA ATÓMICA EJE 1: NOSOTROS Y LOS OTROS Pensar en otros, reflexionar acerca de la cuestión del “otro”, nos introduce en un tema que ha recorrido la historia de la humanidad de diversas formas. En principio, se trata de considerar los modos en que las personas, los pueblos y las sociedades se han relacionado entre sí; a veces, para reconocer al “otro” y diferenciarse de él; en ocasiones, para conquistarlo, someterlo o dominarlo. En torno a este eje se formula una pregunta: “¿Por qué el ‘otro’ nos resulta amenazador?”. Y seguramente, podrían agregarse otras: «el otro, ¿es siempre un extraño? ¿Es siempre un posible enemigo? ¿Acaso no puedo aprender de las diferencias que otros proponen? ¿Acaso las relaciones no se enriquecen gracias a la presencia de los otros?» El tema es, sin duda, muy amplio. Sin embargo, te proponemos recorrerlo a través de tres problemáticas principales:
Consignas:
Presentación: Actividades: archivo Word, arial 12, interlineado sencillo. Incluir una carátula con los datos formales. El archivo debe ser nominado con los apellidos de los integrantes del grupo y enviado por correo electrónico hasta el 11 de octubre. Texto argumentativo: archivo Word, arial 12, interlineado sencillo. Incluir una carátula con los datos formales. El archivo debe estar nominado con nombre y apellido del alumno. Enviar hasta el 18 de octubre. norahende@gmail.com Representación mediante imágenes: puesta en común. Exposición y explicación de los trabajos. (fecha a determinar) Nota: si los trabajo no cumplen con las condiciones establecidas no serán evaluados. La existencia del “otro” Al abordar el tema del “otro”, una de las primeras cuestiones que surge es la diferencia: puedo reconocer la existencia del “otro” en la medida en que me distingo de él. Según una mirada negativa, el “otro” puede ser considerado inferior, puede ser discriminado por sus características o, incluso, aniquilado, como ha sucedido a lo largo de la historia. Según una mirada positiva, el “otro” puede ser respetado si se lo reconoce como una persona que tiene los mismos derechos que uno. Ambos temas, la discriminación y los derechos humanos, han dado lugar a numerosos debates y discusiones. Ahora bien, ¿cómo comienza esta historia? ¿Cuándo se originaron las primeras ideas en torno del “otro” como un ser inferior? Para encontrar la respuesta a estas preguntas lean el siguiente artículo. Fue escrito por Mijail V. Kriukov, un etnógrafo soviético, colaborador del Instituto de Etnografía de la Academia de Ciencias de la URSS, y publicado en un volumen colectivo de estudios titulado Razas y sociedad (Moscú, 1982). LOS ORÍGENES DE LAS IDEAS RACISTAS (Por Mijail V. Kriukov) Durante el largo período de su historia que precedió a la división de la sociedad en clases, la humanidad desconocía completamente lo que podían ser las diferencias innatas, congénitas, entre los individuos o los grupos étnicos, noción que es la esencia misma de los prejuicios racistas contemporáneos. En una sociedad que ignoraba aun la desigualdad social y la opresión, el terreno no era favorable para la eclosión de la idea de desigualdad étnica. Por otro lado, el hombre primitivo no podía tener clara conciencia de las diferencias culturales y raciales en el seno de la humanidad. Su “horizonte étnico” era demasiado estrecho, limitándose al marco de unos cuantos grupos vecinos que en general pertenecían al mismo tipo de organización económica y cultural y no presentaban diferencias antropológicas importantes. En la última etapa de la evolución de la sociedad prehistórica aparecen los grandes grupos étnicos nacidos de la unión de tribus; los hombres superan por primera vez los límites de su antiguo universo. La conciencia que tienen de sí mismos se halla influida por el hecho de que, al margen de “su” grupo, existan otros muchos que les son “extraños” y que suelen diferir por la lengua y por ciertas particularidades culturales y de otro tipo. De todos modos, en esta fase de la historia de la humanidad lo que domina en esta oposición entre el “nosotros” y el ellos” es el criterio tribal y no el cultural. Así, con tal de que reconozcan la unidad suprema de “nuestro” grupo, cualquier tribu se convierte en parte integrante de éste, y recíprocamente. Por otra parte, a los grupos “extranjeros” en su conjunto no se los concibe por entonces como una entidad coherente y fundamentalmente opuesta al “nosotros”. La aparición de las primeras sociedades clasistas fundadas en la esclavitud y en la explotación del trabajo servil trae consigo una modificación sensible de la conciencia étnica de los pueblos y de su visión del mundo. Por primera vez en la historia de la humanidad, la sociedad aparece dividida en grupos antagonistas mientras la índole misma de la esclavitud lleva a trasponer la idea de desigualdad social al plano de las diferencias entre etnias. Aquellas gentes de aspecto físico insólito y de cultura desconocida que el hombre de la época encontraba constantemente frente a sí en sus expediciones de conquista eran consideradas como esclavos de hecho o en potencia, como seres inferiores. En los frescos y relieves del antiguo Egipto pueden verse a menudo extranjeros que se diferencian netamente por su aspecto exterior de los demás habitantes del valle del Nilo y que además presentan actitudes o aparecen en situaciones que indican su categoría de seres sometidos, limitados en sus derechos. Esta oposición que para los antiguos egipcios existía entre ellos, los elegidos de los dioses, y todos los demás pueblos se refleja directamente en su manera de llamar “bárbaros” a sus vecinos. Herodoto afirma que “los egipcios llaman bárbaros a todos los que no hablan la misma lengua que ellos”. Quizá era realmente así, pero también cabe pensar que el padre de la historia prestaba a los egipcios lo que en realidad era algo propio de los griegos. En efecto, la palabra griega “bárbaro” designaba en un principio “el que habla una lengua incomprensible”. La aparición de las nuevas acepciones del término (“bárbaro” en el sentido de inculto, bestial, grosero) va ligada a la idea naciente de que existen diferencias fundamentales entre los griegos y todos los demás pueblos. Ya en el siglo V después de Cristo era muy corriente en Grecia considerar a los “bárbaros” como seres inferiores; por ejemplo, Eurípides afirmaba que los bárbaros no pueden comprender qué es la justicia pues “su espíritu es más débil que el de los griegos”; concepción que alcanza su forma más rotunda en el sistema filosófico de Aristóteles. En efecto, como ideólogo de un Estado esclavista, el filósofo de Estagira consideraba la desigualdad de los derechos sociales como una ley constitutiva del ser. Suponía que hay en el hombre dos partes: la divina y la animal. Según que en él domine una u otra, el hombre se halla destinado por naturaleza a mandar o a obedecer. Al establecer una oposición radical entre quienes tienen vocación de gobernar y de pensar y los esclavos, cuya misión es ejecutar las órdenes y obedecer, Aristóteles confunde los conceptos de “esclavo” y de “bárbaro”. Afirma que “los bárbaros están acostumbrados a pensar lo menos posible porque están en un estado permanente de esclavitud”. La oposición entre bárbaros y griegos radicaba para el filósofo griego en que “la índole de los bárbaros es por nacimiento más servil que la de los griegos”. De acuerdo con sus concepciones, Aristóteles recomendaba a su alumno Alejandro de Macedonia que cuidara a los griegos como a parientes próximos y tratara a los bárbaros como animales o plantas. Tal manera de enfocar el problema de los “bárbaros” tiene su equivalente en las ideas de la China antigua. El historiador del siglo I de nuestra era Ban Gu escribía: “Los bárbaros andan con los cabellos al viento y cruzan su vestido hacia el lago izquierdo. Tienen rostro de seres humanos y corazón de animales salvajes. Llevan puesto un vestido que difiere del corriente en el Imperio del Medio, tienen otros usos y costumbres, otra alimentación y otras bebidas, hablan una lengua incomprensible... Esa es la razón de que un gobernante prudente trate a los bárbaros como animales salvajes”. Los confucionistas consideraban que el territorio donde vivían los chinos se situaba en el centro del Imperio Celeste, lo que corresponde a una disposición muy concreta de los astros. Estos determinan el equilibrio específico de las fuerzas cósmicas del “yin” y del “yang”, que a su vez es el origen de las cualidades y de las propiedades de la naturaleza humana. “En las provincias de los confines los hombres viven en las montañas y en los desfiladeros; en esos lugares las fuerzas cósmicas se hallan en un estado de inarmonía. Allí la tierra se agrieta por el frío mientras un viento terrible barre desiertos salados; allí alternan la arena y la piedra. La tierra no se utiliza”, se lee en el tratado “Discusión sobre la sal y el hierro”, del siglo I antes de Cristo. “El Imperio del Medio se encuentra en el centro del Cielo y de la Tierra, allí donde las fuerzas cósmicas gozan de plena armonía. El sol y la luna pasan al sur y la estrella polar aparece al norte. Gracias a la respiración armoniosa de la tierra todo es aquí más verdadero”. De ahí que los habitantes del Imperio Celeste y los “bárbaros de las cuatro regiones del mundo” posean “características que es imposible cambiar”. Sabido es que también entre los griegos circulaba una teoría no menos egocéntrica de la ekumene (la “tierra habitada”). Los griegos se representaban el mundo habitado como un círculo en cuyo centro, “a medio camino entre el levante y el poniente”, se situaba Grecia. Delfos, enclavado en el centro de Grecia, era el ombligo del mundo. También entre los persas era corriente la idea de que “nuestro” pueblo vive en el centro del mundo habitado y que, por consiguiente inferiores en algo. Según Herodoto, “los persas estiman sobre todo a sus vecinos; después vienen los pueblos que viven más lejos y así sucesivamente; su estimación es inversamente proporcional a la distancia, de modo que los pueblos por los que menos se interesan los persas son los que viven más lejos de ellos”. Tal manera de clasificar las etnias entraña que en algún lugar remoto, en la periferia de la ekumene, las gentes pueden parecerse a los animales no sólo interiormente, sino también por su aspecto exterior, o bien distinguirse de los seres humanos normales por una peculiar organización de las distintas partes del cuerpo. Tal convicción de que los países lejanos se hallan habitados por seres dotados de un aspecto no plenamente humano la compartían los autores de numerosas obras geográficas de la antigua China. Pero la introducción del budismo modificó la imagen que los chinos se hacían del resto del mundo. En el espíritu de los discípulos de Buda desaparece la idea de la supremacía étnica y racial de los chinos a favor de la de una comunidad de religión. Como la capital religiosa del budismo distaba mucho de las fronteras de China, se produjo una especie de revisión de la escala de valores en lo tocante al panorama global del mundo habitado. Los autores europeos de la Edad Media reconocían, en realidad, una sola diferencia fundamental entre los hombres: la existente entre los cristianos y los paga nos. De todos modos, no debe creerse que la dominación de la ideología religiosa diera por resultado una plena igualdad en la conciencia que de sí mismos tenían los pueblos pertenecientes al mundo cristiano. Con razón se dice del Renacimiento que es la época en que el hombre descubre la Humanidad. El interés que los hombres de la época prestaban al patrimonio científico greco-romano tuvo como secuela la difusión de un gran número de ideas de los autores antiguos. Por otra parte, los grandes descubrimientos geográficos ampliaron considerablemente el horizonte étnico europeo, demostrando que las diferencias entre los grupos humanos eran infinitamente mayores de lo que se pensaba hasta entonces. Actividades de lectura y escritura 1. En el artículo, se mencionan algunas antiguas civilizaciones: Egipto, Grecia, China y Persia. Resuman brevemente cómo cada una de esas sociedades consideran a “los otros” e incluyan un breve ejemplo que fundamente sus afirmaciones. 2. ¿Qué características comparten esas primeras miradas sobre el “otro”? Y, entonces, ¿cómo se ven a sí mismos? Definan, en un par de frases, la posición que compartieron esos pueblos en relación con los que consideraban “otros” y cómo se caracterizaban, entonces, a sí mismos. 3. ¿En qué hechos históricos se pusieron en juego “ideas racistas”? Expliquen, luego, si se mantuvieron las mismas concepciones antiguas sobre los otros o si esas ideas se extremaron. 4. La palabra “racista”, que se utiliza en el título del artículo, tiene un sentido negativo y hostil hacia los “otros”. ¿Sucede lo mismo con la palabra “raza”? ¿En qué situaciones la palabra “raza” puede usarse con un sentido hostil? 5. ¿Qué opinan respecto al tema “reconocer la diversidad humana”? La conquista del “otro” En el marco de la Conquista de América por parte de los españoles, hubo numerosos episodios de dominación de los pueblos que residían en esas tierras. La conquista de México, por ejemplo, se concretó luego de dos años de luchas y varios meses de sitio a la ciudad. Por entonces, corría el año 1519 y Hernán Cortés encabezaba la tercera expedición. A propósito de este hecho histórico, T. Todorov, un investigador francés, se pregunta: “¿Por qué no resisten más los indios?”. En otras palabras, ¿por qué el “otro”, el indio, un inferior desde la perspectiva del conquistador, acepta ser dominado? En el siguiente artículo, se exponen algunas respuestas LAS RAZONES DE LA VICTORIA (fragmento) Al leer la historia de México, uno no puede dejar de preguntarse: ¿por qué no resisten más los indios? ¿Acaso no se dan cuenta de las ambiciones colonizadoras de Cortés? La respuesta cambia el enfoque del problema: los indios de las regiones que atravesó Cortés al principio no se sienten especialmente impresionados por sus objetivos de conquista porque esos indios ya han sido conquistados y colonizados por los Aztecas. El México de aquel entonces no es un estado homogéneo, sino un conglomerado de poblaciones, sometidas por los aztecas, quienes ocupan la cumbre de la pirámide. De modo que, lejos de encarnar el mal absoluto, Cortés a menudo les parecerá un mal menor, un liberador, guardadas las proporciones, que permite romper el yugo de una tiranía especialmente odiosa, por muy cercana. Sensibilizados como lo estamos a los males del colonialismo europeo, nos cuesta trabajo entender por qué los indios no se sublevan de inmediato, cuando todavía es tiempo, contra los españoles. Pero los conquistadores no hacen más que seguir los pasos de los aztecas. Nos puede escandalizar el saber que los españoles sólo buscan oro, esclavos y mujeres. “En lo que más se empleaban era en buscar una buena india o haber algún despojo”, escribe Bernal Díaz (142), y cuenta la anécdota siguiente: después de la caída de México, “Guatemuz (Cuauhtémoc) y sus capitanes dijeron a Cortés que muchos soldados y capitanes que andaban en los bergantines y de los que andábamos en las calzadas batallando les habíamos tomado muchas hijas y mujeres de principales; que le pedían por merced que se las hiciesen volver, y Cortés les respondió que serían malas de haber de poder de quien las tenían, y que las buscasen y trajesen ante él, y vería si eran cristianas o se querían volver a sus casas con sus padres y maridos, y que luego se las mandaría dar”. El resultado de la investigación no es sorprendente: “Había muchas mujeres que no se querían ir con sus padres, ni madres, ni maridos, sino estarse con los soldados con quienes estaban, y otras se escondían, y otras decían que no querían volver a idolatrar; y aún algunas de ellas estaban ya preñadas, y de esta manera no llevaron sino tres, que Cortés expresamente mandó que las diesen” (157). Pero es que los indios de las otras partes de México se quejaban exactamente de lo mismo cuando relataban la maldad de los aztecas: “Todos aquellos pueblos (…) dan tantas quejas a Moctezuma y de sus recaudadores, que les robaban cuanto tenían, y las mujeres e hijas, si eran hermosas, las forzaban delante de ellos y de sus maridos y se las tomaban, y que les hacían trabajar como si fueran esclavos, que les hacían llevar en canoas y por tierra madera de pinos, y de piedra, y leña y maíz y otros muchos servicios” (Bernal Díaz, 86). El oro y las piedras preciosas, que hacen correr a los españoles, ya eran retenidos como impuestos por los funcionarios de Moctezuma; no parece que se pueda rechazar esta afirmación como un puro invento de los españoles, con miras a legitimar su conquista, aún si algo hay de eso: demasiados testimonios concuerdan en el mismo sentido. El Códice florentino representa a los jefes de las tribus vecinas que vienen a quejarse con Cortés de la opresión ejercida por los mexicanos: “Motecuhzomatzin y los mexicanos nos agobian mucho, nos tienen abrumados. Sobre las narices nos llega ya la angustia y la congoja. Todo nos lo exige como un tributo” (XII, 26). Y Diego Durán, dominico simpatizante al que se podría calificar de culturalmente mestizo, descubre el parecido en el momento mismo en que culpa a los aztecas: “Donde (…) había algún descuido en proveerlos de lo necesario, (los mexicanos) robaban y saqueaban los pueblos y desnudaban a cuantos en aquel pueblo topaban, aporreándolos y quitábanles cuanto tenían, deshonrándolos, destruíanles las semen- teras; hacíanles mil injurias y daños. Temblaba la tierra de ellos, cuando lo hacían de bien, cuando se habían bien con ellos: tanto lo hacían de mal, cuando no lo hacían. Y así a ninguna parte llegaban que no les diesen cuanto habían menester (…) eran los más crueles y endemoniados que se puede pensar, porque trataban a los vasallos que ellos debajo de su propio dominio tenían, peor mucho que los españoles los trataron y tratan” (III, 19), “Iban haciendo cuanto mal podían. Como lo hacen ahora nuestros españoles, si no les van a la mano” (III, 21). Hay muchas semejanzas entre antiguos y nuevos conquistadores, y esos últimos lo sintieron así, puesto que ellos mismos describieron a los aztecas como invasores recientes, conquistadores comparables con ellos. Más exactamente, y aquí también prosigue el parecido, la relación de cada uno con su predecesor es la de una continuidad implícita y a veces inconsciente, acompañada de una negación referente a esa misma relación. Los españoles habrán de quemar los libros de los mexicanos para borrar su religión; romperán sus monumentos, para hacer desaparecer todo recuerdo de una antigua grandeza. Pero, unos cien años antes, durante el reinado de Itzcóatl, los mismos aztecas habían destruido todos los libros antiguos, para poder reescribir la historia a su manera. Al mismo tiempo, como lo hemos visto, a los aztecas les gusta mostrarse como los continuadores de los toltecas, y los españoles escogen con frecuencia una cierta fidelidad al pasado, ya sea en religión o en política; se asimilan al propio tiempo que asimilan. Hecho simbólico entre otros, la capital del nuevo Estado será la misma del México vencido. “Viendo que la ciudad de Temixtitan (Tenochtitlan), que era cosa tan nombrada y de que tanto caso y memoria siempre se ha hecho, pareciónos que en ella era bien poblar, (…) como antes fue principal y señora de todas estas provincias, que lo será también de aquí adelante” (Cortés, 3). Cortés quiere fabricarse una especie de legitimidad, ya no a los ojos del rey de España, lo cual había sido una de sus principales preocupaciones durante la campaña, sino frente a la población local, asumiendo la continuidad con el reino de Moctezuma. El virrey Mendoza volverá a utilizar los registros fiscales del imperio azteca. Lo mismo ocurre en el campo religioso: en los hechos, la conquista religiosa consiste a menudo en quitar ciertas imágenes de un sitio sagrado y poner otras en su lugar –al tiempo que se preservan, y esto es esencial, los lugares de culto, y se queman frente a ellos las mismas hierbas aromáticas. Cuenta Cortés: “Los más principales de estos ídolos, y en quien ellos tienen más fe y creencia tenían, derroqué de sus sillas y los hice echar por las escaleras abajo e hice limpiar aquellas capillas donde los tenían, porque todas estaban llenas de sangre que sacrifican, y puse en ellas imágenes de Nuestra Señora y de otros santos” (2). Y Bernal Díaz atestigua: “Y entonces (…) se dio orden cómo con el incienso de la tierra se incensasen la santa imagen de Nuestra Señora y a la santa cruz” (52). “Lo que había sido cultura de demonios, justo es que sea templo donde se sirva a Dios”, escribe por su lado fray Lorenzo de Bienvenida. Los sacerdotes y los frailes cristianos van a ocupar exactamente el lugar dejado vacante después de la represión ejercida contra los profesionales del culto religioso indígena, que los españoles llamaban por cierto con ese nombre sobredeterminado de papas (contaminación entre el término indio que los nombra y la palabra “papa”); supuestamente, Cortés hizo explícita la continuidad: “Este acatamiento y recibimiento que hacen a los frailes vino de mandarlo el señor marqués del Valle don Hernando Cortés a los indios; porque desde el principio les mandó que tuviesen mucha reverencia y acatamiento a los sacerdotes, como ellos solían tener a los ministros de sus ídolos” (Motolinía, III, 3). A las reticencias de Moctezuma durante la primera fase de la conquista, a las divisiones internas entre mexicanos durante la segunda, se le suele añadir un tercer factor: la superioridad de los españoles en materia de armas. Los aztecas no saben trabajar el metal, y tanto sus espadas como sus armaduras son menos eficientes; las flechas (no envenenadas) no se equiparan con los arcabuces y los cañones de los españoles; éstos son mucho más rápidos para desplazarse: si van por tierra tienen caballos, mientras que los aztecas siempre van a pie, y, en el agua, saben construir bergantines, cuya superioridad frente a las canoas indias tiene un papel decisivo en la fase final del sitio de México; por último, los españoles también inauguran, sin saberlo, la guerra bacteriológica, puesto que traen la viruela que hace estragos en el ejército enemigo. Sin embargo, estas superioridades, indiscutibles en sí mismas, no bastan para explicarlo todo, si se toma en cuenta al mismo tiempo la relación numérica entre los dos bandos. Y además los arcabuces son realmente poco numerosos, y los cañones todavía menos, y su potencia no es la de una bomba moderna; por lo demás, la pólvora está frecuentemente mojada. El efecto de las armas de fuego y de los caballos no puede medirse directamente en el número de víctimas. No trataré de negar la importancia de esos factores, sino más bien de encontrarles una base común, que permita articularlos y comprenderlos, y, al mismo tiempo, añadirles varios otros, que parecen haberse percibido menos. Al hacer eso, me veré llevado a tomar al pie de la letra una respuesta sobre las razones de la conquista-derrota que se encuentra en las crónicas indígenas y que hasta ahora se ha descuidado en Occidente, sin duda porque se la tomó como una pura fórmula poética. En efecto, la respuesta de los relatos indios, que es más una descripción que una explicación, consistiría en decir que todo ocurrió porque los mayas y los aztecas perdieron el dominio de la comunicación. La palabra de los dioses se ha vuelto ininteligible, o bien esos dioses se han callado. “La comprensión se ha perdido, la sabiduría se ha perdido” (Chilam Balam, 22): “Ya no había un gran maestro, un gran orador, un sacerdote supremo, cuando cambiaron los soberanos, a su llegada” (ibid., 5). El libro maya del Chilam Balam está regularmente marcado por esta pregunta desgarradora, que se plantea incansablemente, pues ya no puede recibir respuesta: “¿Cuál será el profeta, cuál será el sacerdote que dé el sentido verdadero de la palabra de este libro?” (24). En cuanto a los aztecas, describen el comienzo de su propio fin como un silencio que cae: los dioses ya no les hablan. “(Sacrificaban a los dioses) pidiéndoles favor y victoria contra los españoles y contra los demás sus enemigos. Pero ya era demás, porque aún respuesta de sus dioses en sus oráculos no tenían, teniéndoles ya por mudos y muertos” (Durán, III, 77). ¿Será que los españoles vencieron a los indios con la ayuda de los signos? En: Tzvetan Todorov, La Conquista de América. El problema del otro, México, Ed. Siglo XXI, 1987 (págs. 64-70) Actividades de lectura y escritura 1. En el artículo, Todorov establece una continuidad entre los aztecas y Hernán Cortés. ¿Qué argumentos usa para fundamentar esa idea? 2. Expliquen el sentido de la expresión “mal menor”. ¿Qué rasgos caracterizan el “mal”? ¿Qué efecto se busca al calificarlo como “menor”? Busquen algún ejemplo de un hecho realizado por una persona que pueda caracterizarse de ese modo e inclúyanlo en su respuesta. Vinculen ese argumento con algún episodio de la historia reciente mundial. Por ejemplo, la guerra contra Irak. 3. El hecho de que los españoles trajeran la viruela, que aniquila al enemigo, se define como la inauguración de la “guerra bacteriológica”. Si convenimos con Todorov en que se trata de una inauguración, ¿cómo continúa esa “guerra”? ¿En qué otros acontecimientos históricos se puso en juego esa clase de guerra? Enumérenlos y ordénenlos teniendo en cuenta su cronología. La convivencia con «otros» La convivencia con el “otro”, en un pueblo, en una región o en un país, supone reconocer sus diferencias y aceptarlas. El “otro” puede hablar una lengua distinta, una cultura propia, creencias e ideas diferentes. Durante los episodios ligados con la Conquista y la dominación de los pueblos, la lengua fue casi siempre un objeto de conquista: el otro, el indio, debía aprender el idioma del conquistador . ¿Qué sucedió entonces con esas otras lenguas? En el siguiente artículo, Valeria Román advierte, ya desde el título, sobre la desaparición de esas lenguas. Léanlo y resuelvan las consignas que se proponen a continuación. LA DIVERSIDAD LINGÜÍSTICA EN PELIGRO Adónde habrán ido a parar los sonidos del chané, el vilela, el selknam, el haush, el teushen, el gününa küne, el allentiac y el millcayac? Nadie lo sabe. Pero los lingüistas están seguros por lo menos de algo; ninguna de esas ocho lenguas indígenas que se hablaban desde Salta hasta Tierra del Fuego ya se escuchan, y su desaparición advierte sobre el futuro de la diversidad lingüística del país. Pero bien, para advertir el futuro hay que volver al pasado, justo antes de la llegada del “hombre blanco” a estas tierras. En ese entonces se calcula que se hablaban –sólo en el territorio argentino– aproximadamente veinte lenguas –algunos lingüistas arriesgados estiman que hasta veinticinco–, pertenecientes a siete familias lingüísticas distintas. Tantas dudas y desacuerdos se deben a que estas lenguas son ágrafas, es decir, no quedaron registradas por escrito –salvo en los casos en que misioneros religiosos o viajeros redactaron gramáticas y diccionarios-. A lo cual se agrega que el conocimiento de algunas de ellas no permite diferenciar si se trataba de lenguas o de dialectos. Además hay otro asunto más importante: de todas las lenguas que todavía se hablan, ¿cuántos hablantes quedan? Y aquí también hay discrepancias, porque el único censo sobre hablantes de lenguas indígenas se realizó en 1965 y no fue muy preciso, ya que “no se hizo con la intención de establecer si la gente que decía ser hablante en una determinada lengua podía expresarse en forma fluida”, opina Ana Fernández Garay, especialista en lenguas indígenas del Instituto de Lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. A su vez, muchos aborígenes ni siquiera aclaraban que eran hablantes para no ser estigmatizados. Pero más allá de estas salvedades, se ha detectado que las lenguas que corren más riesgo de extinción son el tehuelche, con sólo cinco hablantes, en Santa Cruz, y el chorote, en Salta, con sólo cuatrocientos hablantes aproximadamente. Las demás, como el mapuche, el toba (con quince mil hablantes), el wichí, el mataco, el pilagá, el mocoví, el quechua (más de sesenta mil hablantes en la Ar- gentina), el chiriguano-chané (quince mil hablantes) o el guaraní, no pasan por una situación tan grave, pero tampoco se las puede descuidar. El retroceso lingüístico A pesar de que lo que pasó con los indios desde la llegada del “blanco” en adelante es historia bastante conocida y lamentable, poca atención se le prestó además a la supervivencia de sus lenguas: la primera ley de educación de 1884 sólo reconoció al castellano como lengua oficial, y la lingüística recién comenzó a estudiar las lenguas indígenas en los años 60 de este siglo, pues antes se pensaba que no merecían ser estudiadas. Desde entonces, los especialistas se preguntaron por qué se dejaban de hablar. “El retroceso de las lenguas indígenas comenzó principalmente con la conquista del desierto y del Chaco durante el siglo XIX, cuando los indios fueron sometidos por los blancos y aprendieron el castellano –explica Fernández Garay–. En realidad no les quedaba otra salida si querían seguir viviendo”. En algunos casos, esta imposición del castellano en el siglo pasado se sumó a un hecho anterior. Algunos grupos indígenas habían sojuzgado a otras comunidades y les impusieron el uso de su lengua, como ocurrió en el caso de los chané, en la provincia de Salta, que dejaron de utilizar totalmente su idioma porque así lo dispusieron los indios chiriguanos. O también sucedió con grupos tehuelches, que primero fueron derrotados por mapuches, y poco después no les quedó otro remedio que hablar el español. Por esto se entiende que hoy sólo queden cinco hablantes de tehuelche, lengua que, según advierte Fernández Garay –que recopiló leyendas, mitos y diálogos de estos últimos hablantes en su libro Testimonios de tehuelches–, ya no se podría revitalizar. En otras palabras, la lengua tehuelche tiene los días contados. “Y la pérdida de un idioma da mucha lástima, porque junto a la lengua se pierden también los mitos, los rituales, los personajes que hacen a la identidad cultural de cada comunidad indígena”. El suicidio mapuche La lengua de los mapuches o “gente de la tierra” tampoco pudo escapar al retroceso experimentado por las otras lenguas y eso que eran indígenas provenientes de Chile que fueron capaces de cambiar el panorama lingüístico y etnográfico de la Patagonia. Es que, en parte, la marcha atrás se debió al “suicidio mapuche”, como se llamó a la decisión de los indígenas que hoy tienen más de sesenta años de no transmitir su idioma a las generaciones siguientes porque pensaban que los marcaba como algo étnicamente diferente ante una sociedad homogeneizada por el castellano. “Aunque a principios del 80 la actitud de muchos indígenas era ‘yo no hablo esa lengua, no la conozco’ –recuerda la lingüista–, hoy la postura ha cambiado bastante. Mucha gentejoven, mapuche y de otras etnias, empieza a sentirse orgullosa de su lengua materna, quiere revitalizarla y hasta valorar a sus ancestros”. Por lo visto, y antes de que sea demasiado tarde, no es poco lo que queda por hacer o, mejor, por hablar. Porque según recomienda uno de los más importantes sociólogos del lenguaje del mundo, Joshua Fishman, cuando un idioma no tiene demasiada vigencia se debe comenzar con la transmisión intergeneracional durante todos los momentos del día. Recién después los más chicos podrán ser alfabetizados en su lengua materna. Aunque vale aclarar que, según Fernández Garay, la recuperación de cada lengua indígena debe ser emprendida en principio por el interés de cada comunidad: “No sirve de nada que se lo impongamos desde afuera; no hay que olvidar que nosotros, ‘los blancos’, ya hicimos bastante daño.” Valeria Román Actividades de lectura y escritura 1. En grupos reducidos discutan y respondan las siguientes preguntas: • ¿Qué razones da la autora al explicar el retroceso de las lenguas indígenas? • ¿Cuál de esos argumentos puede compararse con los utilizados por Todorov para explicar la conquista de México? 2. La especialista consultada sostiene: “Y la pérdida de un idioma da mucha lástima, porque junto a la lengua se pierden también los mitos, los rituales, los personajes que hacen a la identidad cultural de cada comunidad indígena”. • ¿Qué relación se establece entre la lengua y la cultura? • ¿Qué mitos, leyendas o personajes pertenecientes a las culturas indígenas de nuestro país conocen? 3. ¿Cuál es su opinión sobre la decisión de los indígenas respecto del denominado “suicidio mapuche”? ¿Acuerdan con esa decisión o no? Discutan en grupos y anoten los argumentos que surjan en ese debate. Luego, en forma grupal, escriban una carta dirigida a una mujer mapuche para persuadirla sobre la necesidad de mantener la transmisión de la lengua, en caso de que no estén de acuerdo con la decisión. Si por el contrario están convencidos de que es correcta, escriban la carta para apoyar la idea. |