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intentarlo. No podía perder nada. Pero imaginaría algo que realmente deseara. ¿Y qué es lo que deseaba con más anhelo - aparte de librarse de los marcianos - en aquel instante? A Margie, desde luego. Se sentía solitario como un condenado después de aquellas dos semanas de aislamiento. Y si podía imaginar que llegaba Margie, y al imaginarlo hacer que apareciera, entonces sabría que podía destruir aquella barrera psíquica. Lo haría con un brazo atado a la espalda, o con los brazos rodeando la cintura de Margie. 175 Marciano, vete a casa www.infotematica.com.ar «Vamos a ver - pensó -. Imaginaré que ella viene hacia aquí en su coche, que ya ha pasado de Indio y que se encuentra a un kilómetro de distancia. No tardaré en oír el coche.» No tardó en oír el coche. Consiguió ir hasta la puerta caminando, sin correr, y la abrió. Podía ver el reflejo de los faros. ¿Debería..., ahora...? No; esperaría hasta que estuviera seguro. Ni siquiera cuando el coche estuviera lo bastante cerca para pensar que podía reconocerlo; muchos coches parecen iguales. Esperaría hasta que el coche se detuviera y Margie descendiera; él, entonces sabría. Y en aquel momentos supremo, pensaría: «Ya no hay marcianos». Y no los habría. Dentro de unos minutos, el coche llegaría a la cabaña. Eran aproximadamente las nueve y cinco de la noche, hora del Pacífico. En Chicago eran las once y cinco, y Oberdorffer bebía su cerveza y esperaba que su supervibrador subiera de potencia; en el África ecuatorial amanecía, y un hechicero llamado Bugassi estaba de pie, con los brazos cruzados, debajo del mayor hechizo nunca realizado, esperando que los rayos del sol lo tocasen. Cuatro minutos más tarde, ciento cuarenta y seis días y cincuenta minutos después de su llegada, los marcianos desparecieron. Al mismo tiempo y en todas partes a la vez. En toda la Tierra. Dondequiera que se marchasen no existe ningún caso demostrado de que alguien volviera a verlos a partir de aquel momento. El ver a los marcianos en las pesadillas y en las garras del delirium tremens es aún algo común, pero tales visiones no deben tomarse en cuenta. Hasta hoy... 176 Marciano, vete a casa www.infotematica.com.ar Epílogo Hasta hoy, nadie sabe por qué vinieron ni por que se marcharon. Aunque hay muchas personas que creen saberlo, o por lo menos mantienen una vigorosa opinión sobre el asunto. Millones de personas creen aún, como creían entonces, que no eran marcianos sino demonios, y que volvieron al infierno y no a Marte. Porque el Dios que los envío para castigarnos por nuestros pecados, se hizo de nuevo un Dios benevolente como resultado de nuestras oraciones. Aún hay muchos más millones que creen que vinieron de Marte y que regresaron allí. Muchos, pero no todos, atribuyen a Ishurti el que se marchasen; sostienen que aunque los razonamientos de Ishurti fuesen acertados y su proposición a los marcianos respaldada por aquella tremenda afirmación global, no se podía esperar que los marcianos reaccionasen instantáneamente; en alguna parte, un consejo de marcianos debió de reunirse para considerar su decisión y convencerse de que ya estábamos bastante castigados y éramos lo bastante sinceros. Los marcianos sólo se quedaron dos semanas después del discurso de Ishurti, lo cual ciertamente no es un tiempo exagerado para llegar a semejante decisión. De cualquier modo, ninguna nación ha vuelto a organizar sus ejércitos, y nadie piensa en enviar naves espaciales a Marte, por si acaso Ishurti tenía toda la razón o parte de ella. Pero no todo el mundo cree que Dios o Ishurti tuvieran nada que ver con la marcha de los marcianos. Toda una tribu africana, por ejemplo, sabe que fue el hechicero Bugassi quien lanzó a los gnajamkata de vuelta al kat. Hay un portero de Chicago que sabe con exactitud que él hizo huir a los marcianos con su supervibrador subatómico extraterrestre. 177 Marciano, vete a casa www.infotematica.com.ar Naturalmente, estos dos últimos son, y como tales se citan, ejemplos tomados al azar entre los cientos de miles de otros científicos y místicos que, cada uno a su modo, trataron con todas sus fuerzas de conseguir el mismo resultado. Todos y cado uno de ellos pensó, naturalmente, que había alcanzado el éxito. Y por supuesto, también Luke sabe que todos están equivocados. Pero eso no tiene importancia, ni tampoco lo que los demás piensen, porque todos ellos sólo existen en su mente. Y como ahora es un célebre escritor de novelas del Oeste, con cuatro bestseller en su haber durante los últimos cuatros años, una hermosa mansión en Beverly Hills, dos Cadillacs, una esposa amante y amada y dos hijitos gemelos que ya cuentan dos años, Luke tiene mucho cuidado con lo que ordena a su imaginación. Se encuentra muy satisfecho con el universo tal y como ahora se lo imagina y no quiere arriesgarse a cambiarlo. Y en una cosa, respecto a los marcianos, Luke Deveraux está de acuerdo con todos lo demás, incluyendo a Oberdorffer y a Bugassi. Nadie, nadie absolutamente, los echa de menos ni quiere que regresen. FIN Posdata del autor Mis editores me escriben: «Antes de enviar el original de Marciano, vete a casa a la imprenta, quisiéramos pedirle que escribiera una posdata a la novela para contarnos a nosotros y a sus otros lectores la verdad sobre esos marcianos. 178 Marciano, vete a casa www.infotematica.com.ar »Ya que escribió el libro, usted, mejor que nadie, debe saber si realmente venían de Marte o del infierno, o si ese Luke Deveraux tenía razón al pensar que los marcianos, junto con todo lo demás existente en el universo, eran sólo producto de su imaginación. »Creemos que sería injusto para sus lectores el no darles esta explicación.» Muchas cosas son injustas, incluyendo particularmente esta petición de mis editores. Quise evitar el mostrarme explícito en esa cuestión, porque la verdad a veces puede ser horrible, y en este caso es horrible si usted cree en ella. Pero ahí va: Luke tiene razón; el universo y todo lo que contiene sólo existe en su imaginación. Él lo inventó, como también a los marcianos. Pero entonces, yo inventé a Luke. De manera que, ¿dónde quedan él o los marcianos? ¿O cualquiera de ustedes? Fredric Brown Tucson, Arizona. 179 |