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CAPÍTULO I TERNARIO Y TRINIDAD Antes de abordar el estudio de la Tríada extremo oriental, conviene ponerse cuidadosamente en guardia contra las confusiones y las falsas asimilaciones que tienen generalmente curso en Occidente, y que provienen sobre todo de que en todo ternario tradicional, cualesquiera que sea, se quiere encontrar un equivalente más o menos exacto de la Trinidad cristiana. Este error no es solo cosa de teólogos, que serían todavía excusables de querer reducirlo todo así a su punto de vista especial; lo que es más singular, es que es cometido incluso por gentes que son extrañas u hostiles a toda religión, comprendido el Cristianismo, pero que, debido al medio donde viven, conocen a pesar de todo a éste más que a las demás formas tradicionales (lo que, por lo demás, no quiere decir que le comprendan mucho mejor en el fondo), y que, por consiguiente, hacen de él más o menos inconscientemente una suerte de término de comparación al que buscan reducir todo lo demás. Entre todos los ejemplos que se podrían dar de estas asimilaciones abusivas, uno de aquellos que se encuentran más frecuentemente es el que concierne a la Trimûrti hindú, a la cual se da incluso corrientemente el nombre de «Trinidad», nombre que, al contrario, para evitar toda equivocación, es indispensable reservar en exclusiva a la concepción cristiana a la que siempre ha estado destinado a designar propiamente. En realidad, en los dos casos, se trata muy evidentemente de un conjunto de tres aspectos divinos, pero a eso se limita toda la semejanza; puesto que estos aspectos no son de ninguna manera los mismos por una parte y por otra, y puesto que su distinción no responde de ninguna manera al mismo punto de vista, es completamente imposible hacer corresponder respectivamente los tres términos de uno de estos dos ternarios a los del otro1. En efecto, la primera condición para que se pueda pensar en asimilar más o menos completamente dos ternarios que pertenecen a formas tradicionales diferentes, es la posibilidad de establecer válidamente entre ellos una correspondencia término a término; dicho de otro modo, es menester que sus términos estén realmente entre sí en una relación equivalente o similar. Por lo demás, esta condición no es suficiente para que sea permisible identificar pura y simplemente esos dos ternarios, ya que puede suceder que haya correspondencia entre ternarios, que, aunque sean así del mismo tipo, se podría decir, se sitúan no obstante a niveles diferentes, ya sea en el orden principial, ya sea en el orden de la manifestación, o ya sea incluso respectivamente en el uno y en el otro. Bien entendido, esto puede ser así igualmente para ternarios considerados por una misma tradición; pero, en este caso, es más fácil no fiarse de una identificación errónea, ya que no hay que decir que esos ternarios no deben repetirse entre ellos, mientras que, cuando se trata de tradiciones diferentes, se está más bien tentado, desde que las apariencias se prestan a ello, a establecer equivalencias que pueden no estar justificadas en el fondo. Sea como sea, el error no es nunca tan grave como cuando consiste en identificar ternarios que no tienen en común más que el mero hecho de ser precisamente ternarios, es decir, conjuntos de tres términos, y donde estos tres términos están entre sí en relaciones completamente diferentes; así pues, para saber lo que es, es menester determinar primero de qué tipo de ternario se trata en cada caso, antes incluso de buscar a qué orden de realidad se refiere; si dos ternarios son del mismo tipo, habrá correspondencia entre ellos, y, si además se sitúan en el mismo orden o más precisamente al mismo nivel, entonces podrá haber identidad, si el punto de vista al que responden es el mismo, o al menos equivalencia, si ese punto de vista es más o menos diferente. Ante todo, es porque no se hacen las distinciones esenciales entre diferentes tipos de ternarios por lo que se llega a todo tipo de aproximaciones fantasiosas y sin el menor alcance real, como aquellas en las que se complacen concretamente los ocultistas, a quienes basta encontrar en alguna parte un grupo de tres términos cualesquiera para que se apresuren a ponerle en correspondencia con todos los demás grupos que se encuentra en otras partes y que contienen el mismo número de términos; sus obras están llenas de tablas constituidas de esta manera, y algunas de ellas son verdaderos prodigios de incoherencia y de confusión1. Como lo veremos más completamente a continuación, la Tríada extremo oriental pertenece al género de ternarios que están formados de dos términos complementarios y de un tercer término que es el producto de la unión de estos dos primeros, o, si se quiere, de su acción y reacción recíproca; así pues, de una manera general, si se toman como símbolos imágenes tomadas al dominio humano, los tres términos de un tal ternario podrían ser representados como el Padre, la Madre y el Hijo1. Ahora bien, es manifiestamente imposible hacer corresponder estos tres términos a los de la Trinidad cristiana, donde los dos primeros no son complementarios y en cierto modo simétricos, y donde el segundo se deriva al contrario del primero sólo; en cuanto al tercero, aunque procede de los otros dos, esta procesión no se concibe de ninguna manera como una generación o una filiación, sino que constituye otra relación esencialmente diferente de ésta, de cualquiera manera que se quiera intentar definirla, lo que no vamos a examinar más precisamente aquí. Lo que puede dar lugar a algún equívoco, es el hecho de que, también aquí, dos de los términos son designados como el Padre y el Hijo; pero, primeramente, el Hijo es el segundo término y ya no el tercero, y, después, el tercer término no podría corresponder de ninguna manera a la Madre, aunque solo fuera, incluso a falta de cualquier otra razón, porque viene después del Hijo y no antes de él. Es verdad que algunas sectas cristianas más o menos heterodoxas han pretendido hacer al Espíritu Santo femenino, y que, por eso, frecuentemente han querido atribuirle justamente un carácter comparable al de la Madre; pero es muy probable que, en eso, hayan sido influenciadas por una falsa asimilación de la Trinidad con algún ternario del género de los que acabamos de hablar, lo que mostraría que los errores de este tipo no son exclusivamente propios de los modernos. Además, y para atenernos solo a esta consideración, el carácter femenino atribuido así al Espíritu Santo no concuerda de ninguna manera con el papel, antes al contrario, esencialmente masculino y «paternal», que es incontestable mente el suyo en la generación de Cristo; y esta observación es importante para nos, porque es precisamente ahí, y no en la concepción de la Trinidad, donde podemos encontrar, en el Cristianismo, algo que corresponde en un cierto sentido, y con todas las reservas que exige siempre la diferencia de los puntos de vista, a los ternarios del tipo de la Tríada extremo oriental2. En efecto, la «operación del Espíritu Santo», en la generación de Cristo, corresponde propiamente a la actividad «no actuante» de Purusha, o del «Cielo» según el lenguaje de la tradición extremo oriental; la Virgen, por otra parte, es una perfecta imagen de Prakriti, que la misma tradición designa como la «Tierra»1; y, en cuanto a Cristo mismo, es aún más evidentemente idéntico al «Hombre Universal»2. Así, si se quiere encontrar una concordancia, se deberá decir, empleando los términos de la teología cristiana, que la Tríada no se refiere a la generación del Verbo ad intra, que está incluida en la concepción de la Trinidad, sino más bien a su generación ad extra, es decir, según la tradición hindú, al nacimiento del Avatâra en el mundo manifestado3. Por lo demás, esto es fácil de comprender, ya que la Tríada, al partir de la consideración de Purusha y de Prakriti, o de sus equivalentes, no puede situarse efectivamente más que del lado de la manifestación, cuyos dos primeros términos son los dos polos4; y se podría decir que la llena toda entera, ya que, así como se verá a continuación, el Hombre aparece en ella verdaderamente como la síntesis de los «diez mil seres», es decir, de todo lo que está contenido en la integralidad de la Existencia universal. CAPÍTULO II DIFERENTES GÉNEROS DE TERNARIOS L ![]() ![]() Ahora, lo que es menester comprender bien antes de ir más lejos, es que, en una doctrina cualquiera, no podría haber «dualismo» más que si dos términos opuestos o complementarios (y entonces serían concebidos más bien como opuestos) se propusieron en ella primero y se consideraran después como últimos e irreductibles, sin ninguna derivación de un principio común, lo que excluye evidentemente la consideración de todo ternario del primer género; así pues, en una tal doctrina, no se podrían encontrar más que ternarios del segundo género, y, como éstos, así como ya lo hemos indicado, no se podrían referir nunca más que al dominio de la manifestación, con esto se ve inmediatamente que todo «dualismo» es necesariamente al mismo tiempo un «naturalismo». Pero el hecho de reconocer la existencia de una dualidad y de situarla en el lugar que le conviene realmente no constituye de ninguna manera un «dualismo», desde que los dos términos de esta dualidad proceden de un principio único, que pertenece como tal a un orden superior de realidad; y ello es así, ante todo, en lo que concierne a la primera de todas las dualidades, la de la Esencia y de la Substancia universal, salidas de una polarización del Ser o de la Unidad principial, y entre las cuales se produce toda manifestación. Son los dos términos de esta primera dualidad los que se designan como Purusha y Prakriti en la tradición hindú, y como el Cielo (Tien) y la Tierra (Ti) en la tradición extremo oriental; pero ni la una ni la otra, como tampoco por lo demás ninguna otra tradición ortodoxa, pierden de vista, al considerarlos, el principio superior del que se derivan. Hemos expuesto ampliamente, en otras ocasiones, lo que hay a este respecto en la tradición hindú; en cuanto a la tradición extremo oriental, considera no menos explícitamente, como principio común del Cielo y de la Tierra2, lo que llama el «Gran Extremo» (Tai-ki), en el que están indisolublemente unidos, en el estado «indiviso» e «indistinguido»1, anteriormente a toda diferenciación2, y que es el Ser puro, identificado como tal a la «Gran Unidad» (Tai-i)3. Además, Tai-ki, el Ser o la Unidad trascendente, presupone él mismo otro principio, Wou-ki, el No Ser o el Zero metafísico4; pero éste no puede entrar con nada en una relación tal que sea el primer término de un ternario cualquiera, puesto que toda relación de este tipo no es posible más que a partir de la afirmación del Ser o de la Unidad5. Así, en definitiva, se tiene primero un ternario del primer género, formado de Tai-ki, Tien y Ti, y después solo un ternario del segundo género, formado de Tien, Ti y Jen, y que es el que se ha tomado el hábito de designar como la «Gran Tríada»; en estas condiciones, es perfectamente incomprehensible que algunos hayan podido pretender atribuir un carácter «dualista» a la tradición extremo oriental. La consideración de dos ternarios como aquellos de los que acabamos de hablar, que tienen en común los dos principios complementarios uno del otro, nos conduce todavía a algunas otras precisiones importantes: los dos triángulos inversos que los representan respectivamente puede ser considerados como teniendo la misma base, y, si se los figura unidos por esta base común, se ve en primer lugar que el conjunto de los dos ternarios forma un cuaternario, puesto que, al ser dos términos los mismos en uno y en el otro, no hay en total más que cuatro términos distintos, y después se ve que el último término de este cuaternario, al situarse sobre la vertical salida del primero y simétricamente a éste en relación a la base, aparece como el reflejo de este primer término, estando representado el plano de reflexión por la base misma, es decir, no siendo está más que el plano mediano donde se sitúan los dos términos complementarios salidos del primer término y que producen el último (Fig. 3)6. Esto es f ![]() Acabamos de ver que los dos términos extremos del cuaternario, que son al mismo tiempo respectivamente el primer término del primer ternario y el último del segundo, son el uno y el otro, por su naturaleza, intermediarios en cierto modo entre los otros dos, aunque por una razón inversa: en los dos casos, unen y concilian en ellos los elementos del complementarismo, pero uno en tanto que principio, y el otro en tanto que resultante. Para hacer sensible este carácter intermediario, se pueden figurar los términos de cada ternario según una disposición lineal1: en el primer caso, el primer término se sitúa entonces en el medio de la línea que une los otros dos, a los cuales da nacimiento simultáneamente por un movimiento centrífugo dirigido en los dos sentidos y que constituye lo que se puede llamar su polarización (Fig. 4); en el segundo caso, los dos términos complementarios producen, por un movimiento centrípeto que parte a la vez del uno y del otro, una resultante que es el último término, y que se sitúa igualmente en el medio de la línea que les une (Fig. 5); por consiguiente, el principio y la resultante ocupan así uno y otro una posición central en relación a los dos complementarios, y esto hay que retenerlo particularmente en vista a las consideraciones que seguirán. E ![]() s menester todavía agregar esto: dos términos contrarios o complementarios (y que, en el fondo, son siempre más bien complementarios que contrarios en su realidad esencial) pueden estar, según los casos, en oposición horizontal (oposición de derecha a izquierda) o en oposición vertical (oposición de arriba a abajo), así como hemos indicado ya en otra parte1. La oposición horizontal es la de dos términos que, al situarse en un mismo grado de realidad, son, se podría decir, simétricos bajo todo los aspectos; la oposición vertical marca al contrario una jerarquización entre los dos términos, que, aunque son también simétricos en tanto que complementarios, son no obstante tales que uno debe ser considerado como superior y el otro como inferior. Importa precisar que, en este último caso, no se puede situar entre los dos complementarios, o en el medio de la línea que les une, el primer término de un ternario del primer género, sino solo el tercer término de un ternario del segundo género, ya que el principio no puede encontrarse de ninguna manera en un nivel inferior al de uno de los dos términos que han salido de él, sino que es necesariamente superior al uno y al otro, mientras que la resultante, al contrario, es verdaderamente intermediaria bajo esta relación igualmente; y este último caso es el de la Tríada extremo oriental, que puede disponerse así según una línea vertical (Fig. 6)2. En efecto, la Esencia y Subst ![]() |
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