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Buddha y la del Chakravartî. 4 Esta ausencia de relación con el Dharma corresponde al estado del Pratyêka-Buddha, quien, llegado al término de la realización total, no «redesciende» a la manifestación. 1 Para lo que concierne más particularmente al simbolismo del polo, remitimos a nuestro estudio sobre El Rey del Mundo. 2 Son las dos extremidades del eje del «carro cósmico», cuando las dos ruedas de éste representan el Cielo y la Tierra, con la significación que estos dos términos tienen en el Tribhuvana. 3 Ver las consideraciones que hemos expuesto sobre este punto en El Simbolismo de la Cruz. 1 Ver B. Favre, Les Societés secrètes en Chine, cap. VIII. — El autor ha visto bien lo que es el simbolismo del celemín del que hablaremos enseguida, pero no ha sabido sacar las consecuencias más importantes. 2 Cf. El Esoterismo de Dante, cap. V. 3 Sobre la «morada de inmortalidad», cf. El Rey del Mundo, cap. VII, y El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXIII. 4 En el simbolismo masónico, la acacia se encuentra también en la «Cámara del Medio». 5 Cf. el Rey del Mundo, cap. III, y El Simbolismo de la Cruz, cap. VII y VIII. — Es también la Pax profunda de los Rosa-Cruz; se recordará, por otra parte, que el nombre de la «Gran Paz» (Tai-ping) fue adoptado, en el siglo XIX, por una organización emanada de la Pe-lien-houei. 6 No es todavía, para el «hombre verdadero», más que la inmortalidad virtual, pero que devendrá plenamente efectiva por el paso directo, a partir del estado humano, al estado supremo e incondicionado (cf. El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XVIII). 1 Se podría hacer aquí una aproximación con los estandartes del «Campo de los Príncipes» en el «cuadro» del grado 32 de la Masonería escocesa, donde, por una coincidencia más extraordinaria todavía, se encuentra además, entre varias palabras extrañas y difíciles de interpretar, la palabra Salix que significa precisamente «sauce»; por lo demás, no queremos sacar ninguna consecuencia de este último hecho, que solo indicamos a título de curiosidad. — En cuanto a la presencia del arroz en el celemín, evoca los «vasos de abundancia» de las diversas tradiciones, cuyo ejemplo más conocido en Occidente es el Grial, y que tienen también una significación central (cf. El Rey del Mundo, cap. V); el arroz representa aquí el «alimento de la inmortalidad», que, por lo demás, tiene como equivalente el «brebaje de inmortalidad». 2 Aquí no hay ningún «retruécano», contrariamente a lo que dice B. Favre; el celemín es muy realmente aquí el símbolo mismo de la Osa Mayor, como la balanza lo fue en una época anterior, ya que, siguiendo la tradición extremo oriental, la Osa Mayor era llamada la «Balanza de jade», es decir, según la significación simbólica del jade, Balanza perfecta (como en otras partes la Osa Mayor y la Osa Menor fueron asimiladas a los dos platillos de una balanza), antes de que este nombre de la Balanza fuera transferido a una constelación zodiacal (cf. El Rey del Mundo, cap. X). 3 El arroz (que equivale naturalmente al trigo en otras tradiciones) tiene también una significación en relación con este punto de vista, ya que el alimento simboliza el conocimiento, puesto que el primero es asimilado corporalmente por el ser como el segundo lo es intelectualmente (cf. El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. IX). Por lo demás, esta significación se vincula inmediatamente a la que ya hemos indicado: en efecto, es el conocimiento tradicional (entendido en el sentido de conocimiento efectivo y no simplemente teórico) el que es el verdadero «alimento de inmortalidad», o, según la expresión evangélica, el «pan descendido del Cielo» (San Juan, 6), ya que, «no solamente de pan (terrestre) vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (San Mateo 4:4; San Lucas 4:4), es decir, de una manera general, el que emana de un origen «suprahumano». — Señalamos a este propósito que la expresión ton arton ton epiousion, en el texto griego del Pater Noster, no significa de ningún modo el «pan cotidiano», como se tiene costumbre de traducirlo, sino muy literalmente «el pan supraesencial» (y no «suprasubstancial» como lo dicen algunos, debido a la confusión sobre el sentido del término ousia que hemos indicado en El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. I), o «supraceleste» si se entiende el Cielo en el sentido extremo oriental, es decir, que procede del Principio mismo y que, por consiguiente, da al hombre el medio de ponerse en comunicación con éste. 1 Por otra parte, la Osa Mayor está figurada también actualmente todavía en el techo de muchas Logias masónicas, incluso «especulativas». 2 Señalamos muy particularmente esto a la atención de aquellos que pretenden que «hacemos del swastika el signo del polo», cuando solo decimos que tal es en realidad su sentido tradicional; ¡quizás no podrán igualmente llegar hasta suponer que somos nosotros quienes hemos «hecho» también los rituales de la Masonería operativa! 3 Este mismo punto es también, en la Kabbala hebraica, del que está suspendida la balanza de que se habla en el Siphra di-Tseniutha, ya que es sobre el polo donde reposa el equilibrio del mundo; y este punto es designado como «un lugar que no es», es decir, como lo «no manifestado», lo que corresponde, en la tradición extremo oriental, a la asimilación de la Estrella polar, en tanto que «techo del Cielo», al «lugar» del Principio mismo; esto está igualmente en relación con lo que hemos dicho más atrás de la balanza a propósito de la Osa Mayor. Los dos platillos de la balanza, con su movimiento alternativo de subida y de bajada, se refieren naturalmente a las vicisitudes del yin y del yang; por lo demás, la correspondencia con el yin de un lado y el yang del otro vale, de una manera general, para todos los símbolos que presentan una simetría axial. 4 La substitución del iod por la G está indicada concretamente, pero sin que la razón de ello sea explicada, en la Récapitulation de toute la Maçonnerie ou description et explication de l’Hiéroglyphe universel du Maître des Maîtres, obra anónima atribuida a Delaulnaye. 5 Hay quienes parecen creer incluso que no es sino después que la letra G habría sido considerada como la inicial de God; éstos ignoran evidentemente el hecho de que sustituyó al iod, que es lo que le da toda su verdadera significación bajo el punto de vista esotérico e iniciático. 1 Los rituales recientes del grado de Compañero, para encontrar cinco interpretaciones a la letra G, le dan frecuentemente sentidos que son más bien forzados e insignificantes; por lo demás, este grado ha sido particularmente maltratado, si se puede decir así, a consecuencia de los esfuerzos que se han hecho para «modernizarle». — En el centro de la Estrella radiante, la letra G representa el principio divino que reside en el «corazón» del hombre «dos veces nacido» (cf. Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XLVIII). 2 Se sabe que el valor numérico de esta letra es 10, y, a este propósito, remitimos a lo que ha sido dicho más atrás sobre el simbolismo del punto en el centro del círculo. 3 Quizás tendremos algún día la ocasión de estudiar el simbolismo geométrico del algunas letras del alfabeto latino y el uso que se ha hecho de ellas en las iniciaciones occidentales. 4 El carácter i es también un trazo rectilíneo; no difiere de la letra latina I más que en que está colocado horizontalmente en lugar de estarlo verticalmente. — En el alfabeto árabe, es la primera letra alif, que vale numéricamente la unidad y que tiene la forma de un trazo rectilíneo vertical. 5 Paradiso XXVI, 133-134. — En un epigrama atribuido a Dante, la letra I es llamada la «novena figura», según su rango en el alfabeto latino, aunque el iod, al cual corresponde, sea la décima letra del alfabeto hebraico; por otra parte, se sabe que el número 9 tenía para Dante una importancia simbólica muy particular, como se ve concretamente en la Vita Nuova (cf. El Esoterismo de Dante, cap. II y VI). 6 Ver Luigi Valli, Il Linguaggio segreto di Dante e dei «Fedeli d’Amore», volumen II, pp. 120-121, donde se encuentra la reproducción de esta figura. 7 Estas precisiones habrían podido ser utilizadas por aquellos que han buscado establecer aproximaciones entre la Tien-ti-houei y las iniciaciones occidentales; pero es probable que las hayan ignorado, ya que, sin duda, no tenían apenas datos precisos sobre la Masonería operativa, y todavía menos sobre los Fedeli d’Amore. 1 Cf. El Rey del Mundo, cap. VII, y El Simbolismo de la Cruz, cap. VI. 1 Cf. El Simbolismo de la Cruz, cap. VII. — Si se quiere, se podría tomar como tipo de estas oposiciones la del «bien» y del «mal», pero a condición de entender estos términos en la acepción más extensa, y de no atenerse exclusivamente al sentido simplemente «moral» que se le da más ordinariamente; y todavía éste no sería nada más que un caso particular, ya que, en realidad, hay muchos otros géneros de oposiciones que no pueden reducirse de ninguna manera a ésta, como por ejemplo las de los elementos (fuego y agua, aire y tierra) y las de las cualidades sensibles (seco y húmedo, caliente y frío). 2 Cf. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXIII. 1 El Simbolismo de la Cruz, cap. XX. 2 Aquí se trata todavía de un caso del «vuelco» simbólico que resulta del paso de lo «exterior» a lo «interior», ya que este punto central es evidentemente «interior» en relación a todas las cosas, aunque, por lo demás, para el que ha llegado a él, ya no haya realmente ni «exterior» ni «interior», sino solo una «totalidad» absoluta e indivisa. 3 Tao-te-king, cap. I. |
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