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CAPÍTULO V LA DOBLE ESPIRAL Pensamos que no carece de interés hacer aquí una digresión, al menos aparente, a propósito de un símbolo que es estrechamente conexo al del yin-yang: este símbolo es la doble espiral (Fig. 10), que desempeña un papel extremadamente importante en el arte tradicional de los países más diversos, y concretamente en el de la Grecia arcaica1. Como se ha dicho muy justamente, esta doble espiral, «que puede considerarse como la proyección plana de los dos hemisferios del Andrógino, ofrece la imagen del ritmo alternado de la evolución y de la involución, del nacimiento y de la m ![]() ![]() Es fácil darse cuenta de que, en el símbolo del yin-yang, las dos semicircunferencias que forman la línea que delimita interiormente las dos partes clara y obscura de la figura corresponden exactamente a las dos espirales, y sus puntos centrales, obscuro en la parte clara y claro en la parte obscura, corresponden a los dos polos. Esto nos conduce a la idea del «Andrógino», así como lo hemos indicado precedentemente; y recordaremos también a este propósito que los dos principios yin y yang siempre deben considerarse en realidad como complementarios, incluso si sus acciones respectivas, en los diferentes dominios de la manifestación, aparecen exteriormente como contrarias. Así pues, se puede hablar, ya sea de la doble acción de una fuerza única, como lo hacíamos hace un momento, o ya sea de dos fuerzas producidas por la polarización de ésta y centradas sobre los dos polos, y que producen a su vez, por las acciones y reacciones que resultan de su diferenciación misma, el desarrollo de las virtualidades comprendidas en el «Huevo del Mundo», desarrollo que comprende todas las modificaciones de los «diez mil seres»2. Hay que destacar que estas dos mismas fuerzas son también figuradas de una manera diferente, aunque equivalente en el fondo, en otros símbolos tradicionales, concretamente por dos líneas helicoidales que se enrollan en sentido inverso la una de la otra alrededor de un eje vertical, como se ve por ejemplo en algunas formas del Brahma-danda o bastón brahmánico, que es una imagen del «Eje del Mundo», y donde este doble enrollamiento es puesto en relación precisamente con las dos orientaciones contrarias del swastika; en el ser humano, estas dos líneas son las dos nâdîs o corrientes sutiles de la derecha y de la izquierda, o positiva y negativa (idâ y pingalâ)1. Otra figuración idéntica es la de las dos serpientes del caduceo, que se vincula por otra parte al simbolismo general de la serpiente bajo sus dos aspectos opuestos2; y, a este respecto, la doble espiral puede considerarse también como figurando una serpiente enrollada sobre sí misma en dos sentidos contrarios: esta serpiente es entonces una «anfibena»3, cuyas dos cabezas corresponden a los dos polos, y que equivale, ella sola, al conjunto de las dos serpientes opuestas del caduceo4. Esto no nos aleja en nada de la consideración del «Huevo del Mundo», ya que éste, en las diferentes tradiciones, se encuentra relacionado frecuentemente con el simbolismo de la serpiente; se podrá recordar aquí el Kneph egipcio, representado bajo la forma de una serpiente que produce el huevo por su boca (imagen de la producción de la manifestación por el Verbo)5, y también, bien entendido, el símbolo druídico del «huevo de serpiente»6. Por otra parte, la serpiente se representa frecuentemente como habitando las aguas, así como se ve concretamente para los Nâgas en la tradición hindú, y es también sobre estas mismas aguas donde flota el «Huevo del Mundo»; ahora bien, las aguas son el símbolo de las posibilidades, y el desarrollo de éstas es figurado por la espiral, de aquí la asociación estrecha que existe a veces entre esta última y el simbolismo de las aguas7. Si el «Huevo del Mundo» es así, en algunos casos, un «huevo de serpiente», es también en otras partes un «huevo de cisne»1; aquí queremos hacer alusión sobre todo al simbolismo de Hamsa, el vehículo de Brahmâ en la tradición hindú2. Ahora bien, ocurre frecuentemente, y en particular en las figuraciones etruscas, que la doble espiral está coronada de un pájaro; éste es evidentemente el mismo que Hamsa, el cisne que cubre el Brahmânda sobre las Aguas primordiales, y que se identifica por lo demás al «espíritu» o «soplo divino» (ya que Hamsa es también el «soplo») que, según el comienzo del Génesis hebraico, «se cernía sobre la faz de las Aguas». Lo que no es menos destacable todavía, es que, entre los Griegos, del huevo de Leda, engendrado por Zeus bajo la forma de un cisne, salen los Dioscuros, Castor y Pollux, que están en correspondencia simbólica con los dos hemisferios, y por ello con las dos espirales que venimos considerando al presente, y que, por consiguiente, representan su diferenciación en este «huevo de cisne», es decir, en suma la división del «Huevo del Mundo» en sus dos mitades superior e inferior3. Por lo demás, no podemos extendernos más aquí sobre el simbolismo de los Dioscuros, que a decir verdad es muy complejo, como el de todas las parejas similares formadas de un mortal y de un inmortal, frecuentemente representados el uno blanco y el otro negro4, como los dos hemisferios de los que uno está iluminado mientras que el otro está en la obscuridad. Diremos solo que este simbolismo, en el fondo, se acerca mucho al de los Dêvas y de los Asuras5, cuya oposición está igualmente en relación con la doble significación de la serpiente, según se mueva en una dirección ascendente o descendente alrededor de un eje vertical, o todavía se enrolle o se desenrolle sobre este mismo eje, como en la figura de la doble espiral6. En los símbolos antiguos, esta doble espiral es reemplazada a veces por dos conjuntos de círculos concéntricos, trazados alrededor de dos puntos que representan también los polos: éstos son, al menos en una de sus significaciones más generales, los círculos celestes e infernales, de los que los segundos son como un reflejo inverso de los primeros1, y a los que corresponden precisamente los Dêvas y los Asuras. En otros términos, son los estados superiores e inferiores en relación al estado humano, o también los ciclos consecuentes y antecedentes en relación al ciclo actual (lo que no es en suma más que otra manera de expresar la misma cosa, al hacer intervenir en ella un simbolismo «sucesivo»); y esto corrobora también la significación del yin-yang considerado como proyección plana de la hélice representativa de los estados múltiples de la Existencia universal2. Los dos símbolos son equivalentes, y uno puede ser considerado como una simple modificación del otro; pero la doble espiral indica además la continuidad entre los ciclos; se podría decir también que representa las cosas bajo un aspecto «dinámico», mientras que los círculos concéntricos las representan bajo un aspecto más bien «estático»3. Al hablar aquí de aspecto «dinámico», pensamos naturalmente todavía en la acción de la doble fuerza cósmica, y más especialmente en su relación con las fases inversas y complementarias de toda manifestación, fases que son debidas, según la tradición extremo oriental, a la predominancia alternante del yin y del yang: «evolución» o desarrollo, o despliegue4, e «involución» o enrollamiento, o repliegue, o también «catabasis» o marcha descendente y «anabasis» o marcha ascendente, salida a lo manifestado y vuelta a lo no manifestado5. La doble «espiración» (y se observará el parentesco muy significativo que existe entre la designación misma de la espiral y la del «spiritus» o «soplo» del que hemos hablado más atrás en conexión con Hamsa), es el «expir» y el «aspir» universales, por los que son producidos, según el lenguaje taoísta, las «condensaciones» y las «disipaciones» que resultan de la acción alternada de los dos principios yin y yang, o, según la terminología hermética, las «coagulaciones» y las «soluciones»: para los seres individuales, son los nacimientos y las muertes, lo que Aristóteles llama genesis y phthora «generación» y «corrupción»; para los mundos, es lo que la tradición hindú designa como los días y las noches de Brahmâ, como el Kalpa y el Pralaya; y, a todos los grados, tanto en el orden «macrocósmico» como en el orden «microcósmico», se encuentran fases correspondientes en todo ciclo de existencia, puesto que son la expresión misma de la ley que rige todo el conjunto de la manifestación universal. CAPÍTULO VI «SOLVE» Y «COAGULA» Puesto que acabamos de hacer alusión a la «coagulación» y a la «solución» herméticas, y aunque ya hemos hablado algo de ellas en diversas ocasiones, no será quizás inútil precisar todavía, sobre este punto, algunas nociones que tienen una relación bastante directa con lo que hemos expuesto hasta aquí. En efecto, la fórmula solve y coagula se considera como conteniendo de una cierta manera todo el secreto de la «Gran Obra», en tanto que ésta reproduce el proceso de la manifestación universal, con esas dos fases inversas que hemos indicado hace un momento. El término solve se representa a veces por un signo que muestra el Cielo, y el término coagula por un signo que muestra la Tierra1; es decir, que se asimilan a las acciones de la corriente ascendente y de la corriente descendente de la fuerza cósmica, o en otros términos, a las acciones respectivas del yang y del yin. Toda fuerza de expansión es yang y toda fuerza de contracción es yin; las «condensaciones», que dan nacimiento a los compuestos individuales, proceden pues de las influencias terrestres, y las «disipaciones», que reducen los elementos de estos compuestos a sus principios originales, proceden de las influencias celestes; son, si se quiere, los efectos de las atracciones respectivas del Cielo y de la Tierra; y es así como «los diez mil seres son modificados por yin y yang», desde su aparición en el mundo manifestado hasta su retorno a lo no manifestado. Por lo demás, es menester prestar atención al hecho de que el orden de los dos términos depende del punto de vista en el que uno se coloque, ya que, en realidad, las dos fases complementarias a las que corresponden son a la vez alternas y simultáneas, y el orden en el que se presenten depende en cierto modo del estado que se tome como punto de partida. Si se parte del estado de no manifestación para pasar a lo manifestado (lo que es el punto de vista que se puede decir propiamente «cosmogónico»)2, es la «condensación» o la «coagulación» la que se presentará naturalmente en primer lugar; la «disipación» o la «solución» vendrá después, como movimiento de retorno hacia lo no manifestado, o al menos hacia lo que, en un nivel cualquiera, corresponde a lo no manifestado en un sentido relativo1. Si al contrario se partiera de un estado dado de manifestación, se debería considerar primero una tendencia que desemboque en la «solución» de lo que se encuentra en ese estado; y entonces una fase ulterior de «coagulación» sería el retorno a otro estado de manifestación; por lo demás, es menester agregar que esta «solución» y «coagulación», en relación al estado antecedente y al estado consecuente respectivamente, pueden ser perfectamente simultáneas en realidad2. Por otra parte, y esto es todavía más importante, las cosas se representan en sentido inverso según se consideren desde el punto de vista del Principio o al contrario, como acabamos de hacerlo, desde el punto de vista de la manifestación, de tal suerte que, se podría decir, que lo que es yin por un lado es yang por el otro e inversamente, aunque no sea más que por una manera de hablar bastante impropia por lo que se puede referir al Principio mismo una dualidad como la del yin y del yang. En efecto, como ya lo hemos indicado en otra parte3, es el «expir» o el movimiento de expansión principial el que determina la «coagulación» de lo manifestado, y el «aspir» o el movimiento de contracción principial el que determina su «solución»; y sería exactamente lo mismo, si, en lugar de emplear el simbolismo de las dos fases de la respiración, se empleara el simbolismo del doble movimiento del corazón. Por lo demás, se puede evitar la impropiedad del lenguaje que señalábamos hace un instante por medio de una precisión bastante simple: el Cielo, en tanto que polo «positivo» de la manifestación, representa de una manera directa al Principio en relación a ésta4, mientras que la Tierra, en tanto que polo «negativo», no puede presentar de él más que una imagen invertida. Así pues, la «perspectiva» de la manifestación referirá bastante naturalmente al Principio mismo lo que pertenece realmente al Cielo, y es así como el «movimiento» del Cielo (movimiento en el sentido puramente simbólico, bien entendido, puesto que ahí no hay nada de espacial) será atribuido de una cierta manera al Principio, aunque éste sea necesariamente inmutable. Lo que es más exacto en el fondo, es hablar, como lo hacíamos un poco más atrás, de las atracciones respectivas del Cielo y de la Tierra, que se ejercen en sentido inverso la una de la otra: toda atracción produce un movimiento centrípeto, y por consiguiente una «condensación», a la cual corresponderá, en el polo opuesto, una «disipación» determinada por un movimiento centrífugo, para restablecer o más bien mantener el equilibrio total1. Resulta de ahí que lo que es «condensación» bajo la relación de la substancia es al contrario una «disipación» bajo la relación de la esencia, y que, inversamente, lo que es «disipación» bajo la relación de la substancia es una «condensación» bajo la relación de la esencia; por consiguiente, toda «transmutación», en el sentido hermético de este término, consistirá propiamente en «disolver» lo que estaba «coagulado» y, simultáneamente, en «coagular» lo que estaba «disuelto», y estas dos operaciones aparentemente inversas no son en realidad más que los dos aspectos complementarios de una sola y misma operación. Es por eso por lo que los alquimistas dicen frecuentemente que la «disolución del cuerpo es la fijación del espíritu» e inversamente, donde espíritu y cuerpo no son en suma otra cosa que el aspecto «esencial» y el aspecto «substancial» del ser; esto puede entenderse de la alternancia de las «vidas» y de las «muertes», en el sentido más general de estas palabras, puesto que eso es lo que corresponde propiamente a las «condensaciones» y a las «disipaciones» de la tradición taoísta2, de suerte que, se podría decir, el estado que es vida para los cuerpos es muerte para el espíritu e inversamente; y es por eso por lo que «volatilizar (o disolver) lo fijo y fijar (o coagular) lo volátil» o «espiritualizar el cuerpo y corporificar el espíritu3», se dice también «sacar lo vivo de lo muerto y lo muerto de lo vivo», lo que, por lo demás, es así mismo una expresión coránica4. Así pues, la «transmutación» implica, a un grado o a otro5, una suerte de inversión de las relaciones ordinarias (queremos decir tal como se consideran desde el punto de vista del hombre ordinario), inversión que, por lo demás, es más bien, en realidad, un restablecimiento de las relaciones normales; nos limitaremos a señalar aquí que la consideración de una tal «inversión» es particularmente importante desde el punto de vista de la realización iniciática, sin poder insistir más en ello, ya que para eso serían menester desarrollos que no podrían entrar en el cuadro del presente estudio1. Por otra parte, esta doble operación de «coagulación» y de «solución» corresponde muy exactamente a lo que la tradición cristiana designa como el «poder de las llaves»; en efecto, este poder es doble también, puesto que conlleva a la vez el poder de «atar» y el poder de «desatar»; ahora bien «atar» es evidentemente la misma cosa que «coagular», y «desatar» es la misma cosa que «disolver»2; y la comparación de diferentes símbolos tradicionales confirma también esta correspondencia de una manera tan clara como es posible. Se sabe que la figuración más habitual del poder de que se trata es la de las dos llaves, una de oro y la otra de plata, que se refieren respectivamente a la autoridad espiritual y al poder temporal, o a la función sacerdotal y a la función real, y también, desde el punto de vista iniciático, a los «misterios mayores» y a los «misterios menores» (y es a este último respecto como eran, entre los antiguos Romanos, uno de los atributos de Jano)3; alquímicamente, se refieren a operaciones análogas efectuadas en dos grados diferentes, grados que constituyen respectivamente la «obra al blanco», que corresponde a los «misterios menores», y la «obra al rojo», que corresponde a los «misterios mayores»; estas dos llaves, que son, según el lenguaje de Dante, la del «Paraíso celeste» y la del «Paraíso terrestre», están cruzadas de manera que recuerdan la forma del swastika. En parecido caso, cada una de las dos llaves debe ser considerada como teniendo, en el orden al que se refiere, el doble poder de «abrir» y de «cerrar», o de «atar» y de «desatar»1; pero existe también otra figuración más completa, donde, p ![]() La relación de este símbolo con el de la doble espiral está establecida por la existencia de otra forma del swastika, que es una forma de brazos curvos, que tienen la apariencia de dos S cruzadas; la doble espiral puede identificarse naturalmente, ya sea a la parte vertical de este swatika, o ya sea a su parte horizontal. Es cierto que lo más frecuentemente la doble espiral está colocada horizontalmente a fin de poner en evidencia el carácter complementario y en cierto modo simétrico de las dos corrientes de la fuerza cósmica1; pero, por otra parte, la curva que es su equivalente en el yin-yang está al contrario, en general, colocada verticalmente; así pues, según los casos, se podrá considerar preferentemente una u otra de estas dos posiciones, que se encuentran reunidas en la figura del swastika de brazos curvos, y que corresponden entonces respectivamente a los dos dominios en los que se ejerce el «poder de las llaves»2. A este mismo «poder de las llaves» corresponde también, en las tradiciones hindú y tibetana, el doble poder del vajra3; este símbolo es, como se sabe, el del rayo4, y sus dos extremidades, formadas de puntas en forma de llama, corresponden a los dos aspectos opuestos del poder representados por el rayo: generación y destrucción, vida y muerte5. Si se aproxima el vajra al «Eje del Mundo», estas dos extremidades corresponden a los dos polos, así como a los solsticios6; así pues, debe ser colocado verticalmente, lo que concuerda por lo demás con su carácter de símbolo masculino7, así como con el hecho de que es esencialmente un atributo sacerdotal1. Puesto así en la posición vertical, el vajra representa la «Vía del Medio» (que es también, como se verá más adelante, la «Vía del Cielo»); pero también puede estar inclinado de un lado o de otro, y entonces estas dos posiciones corresponden a las «vías» tántricas de derecha y de izquierda (dakshina-mârga y vâma-mârga), pudiendo esta derecha y esta izquierda, por otra parte, ser puestas en relación con los puntos equinocciales, de igual modo en que lo alto y lo bajo lo están con los puntos solsticiales2; evidentemente habría mucho que decir sobre todo esto, pero, para no alejarnos mucho de nuestro tema, nos contentaremos aquí con estas pocas indicaciones; y concluiremos lo expuesto diciendo que el poder del vajra, o el «poder de las llaves» que es idéntico en el fondo, al implicar el manejo y la puesta en obra de las fuerzas cósmicas bajo su doble aspecto de yin y de yang, no es en definitiva nada más que el poder mismo de gobernar la vida y la muerte3. |
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