El calendario circular diario




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EL TZOLKIN, CALENDARIO SAGRADO DE LOS MAYAS
hemisferio izquierdo”. Sin embargo, el único comentario de La Visión transformadora que apareció en un conocido

periódico artístico, invalidó mis esfuerzos, porque yo había tenido la audacia de evaluar el Renacimiento y la moderna civilización Occidental, desde la perspectiva de cosmologías “extrañas” como la Hindú y la Maya.

En el verano de 1974, mientras estaba dando una clase sobre el arte nativo americano y precolombino, en el instituto Naropa, completé una amplia versión del Calendario Sagrado, utilizando el sistema de notación Maya. Una versión similar de este calendario aparece como el mapa número 9 en La Tierra en Ascenso. lo que me impresionó con respecto a esta versión del Calendario Sagrado, fue el efecto rítmico de las veinte repeticiones de los signos que van del uno al trece. Este fue el primer aviso oculto de que el calendario podía ser algo más que eso. ¿Era una especie de Código?.

Durante aquella época, en la mitad de la década de los 70, mientras vivía en Berkeley, me comprometí en un proyecto educativo de corta duración llamado la Fundación Shambhala Tollan. Mientras Shambhala se refería al reino mítico y místico del Asia central, tan fundamental para las enseñanzas y la ciencia profética del budismo tibetano, Tollan (Tulan) representaba la ciudad mítica, y la fuente de las sabias enseñanzas de los mayas y antiguos mejicanos. Según mi intuición, entre los dos reinos legendarios existió alguna conexión aún desconocida, una conexión no tanto en el plano terrestre, sino en el cuerpo etérico del planeta. ¿Hubo aquí, en alguna época antigua, una congruencia y una sincronización de tradiciones proféticas entre las de Shambhala y Tollan?. ¿Estaban conectados de alguna manera el regreso de los “guerreros de Shambhala”, y el regreso de Quetzacoatl?.

Mientras la visión de la fundación Shambhala-Tollan sobrepasó mi capacidad para hacer algo práctico con ella, encontré en las enseñanzas del budismo tibetano una base para mi mente. Al arrojarme intensamente en las prácticas meditativas que me ofreció mi profesor, Chogyam Trungpa Rinpoche, encontré en las enseñanzas Vajrayana un vasto contexto para continuar mis investigaciones sobre las cosas de los mayas. En particular, las enseñanzas exclusivamente mentales fueron más útiles para posteriores consideraciones sobre el calendario maya, sus orígenes y, especialmente, sus bases filosóficas o científicas. Al igual que las cosmologías budista e Hindú, los mayas describen un universo con ciclos infinitos de tiempo y de existencia. Si hay alguna diferencia, ésta consiste en que los mayas son aún más exactos en sus cómputos de estos ciclos. En cualquier caso, la contemplación de los ciclos más distantes, y que todo lo abarcan, condujo inevitablemente a una reflexión sobre el hecho de que no estamos solos, y de que existen infinitos otros sistemas de mundos que están más evolucionados que nuestro propio sistema. Y, si hemos de establecer gran conocimiento y comunicación, ¿cómo podría ser sí no a través del desarrollo de la mente, de la claridad y expansión de la conciencia?. Durante la mitad de la década de los 70, fueron publicados otros dos libros que estimularon mis pensamientos cosmológicos sobre los mayas y su calendario, El Tiempo y la Realidad en el Pensamiento de los Mayas, escrito por el filósofo mejicano Miguel León Portilla, y Méjico Místico, de Frank Waters. Al tiempo que expresa simpatía por la poesía de la imaginación Maya, y se amplía a una comparación del pensamiento Maya con el taoísmo chino; el estudio de León Portilla no es capaz de penetrar en la ciencia que hay detrás del calendario y la “obsesión” de los mayas por el tiempo. Por otra parte, el estudio de Frank Waters, tiene la virtud de presentar las tradiciones proféticas de los mayas y antiguos mejicanos, en un contexto algo contemporáneo. En particular, él se centra en la fecha final del gran ciclo, que él ubica el 24 de Diciembre del año 2011, como el momento para un gran cambio en la conciencia planetaria: “La Llegada de la Sexta Era de la Conciencia”.

Y en 1976 viajé a Méjico otra vez. En esta ocasión me aventuré finalmente en el territorio Maya, y visité la antigua localidad de Palenque. Cuando mi familia y yo llegamos a Palenque, una tormenta tropical cayó desde los cielos. Al trepar los nueve niveles de la Pirámide de las Inscripciones, encontramos refugio en el templo que estaba en la cima. Mirando desde el templo hacia afuera, fuimos saludados por un doble arco iris que parecía brotar del Templo de los Vientos, no lejos de nosotros.

No hay duda de la magia de Palenque, con arco iris o sin él. Aquí es donde fue descubierta la tumba del líder Pacal Votan en 1947 - y se trata de la única pirámide sepulcral de estilo egipcio que hay en Méjico. En Palenque no hay nada que no sea armonioso. Las esculturas en bajorrelieve de la Cruz en Forma de Hojas, y de la Cruz del Sol, están más allá de toda comparación, como lo es la tapa del sarcófago de la tumba de Pacal Votan. Sin embargo, lo que más me atrajo fueron los remanentes de las pinturas al fresco en el Templo del Viento. Sí, yo las había visto antes. Ellas habían llenado el canal de mi mente, cuando me dediqué a pintar las Puertas de la Percepción diez años antes.

Y es por la pirámide mortuoria de Pacal Votan, cuya cámara fúnebre está decorada con el simbolismo de los Nueve Señores de la Noche, o sea los Nueve Señores del Tiempo: por lo que el misterio de Palenque se vuelve especialmente más intenso. La sensación de soledad y de silencio humano está por todas partes. Al mismo tiempo, la sinfonía de la jungla baña a los insectos en olas y crescendos de éxtasis continuo. Como una edificación de los grandes centros clásicos de los mayas, que fueron desocupados en su punto de apogeo, Palenque merece una pregunta: ¿Por qué fue abandonado Palenque?. ¿Adónde fueron los sacerdotes, los astrónomos y los artesanos?. ¿Qué conocimientos se llevaron con ellos, y por qué?.

No más que a cien millas de Palenque, pero en lo alto de la sierra de Chiapas, cerca a la frontera guatemalteca, está la villa de San Cristóbal. San Cristóbal, que una vez fuera un importante centro colonial, ahora parece estar levemente desolado y distante. Sin embargo, en las calles uno ve a los mayas Lacandones de vez en cuando. Su larga cabellera negra que baja hasta más allá de sus rodillas, vestidos con simples túnicas blancas, los Lacandones han decidido quedarse con su propia gente, llevando una vida sencilla y sedentaria en las tierras bajas de la jungla, donde ellos conservan el calendario, y viven una vida rica en sueños. Entregando muy pocos secretos, ellos vienen a San Cristóbal para hacer comercio menor, y luego marchar de nuevo hacia sus parajes.

Al verlos me impresioné. ¿Los Lacandones de la actualidad, descendientes de los antiguos astrónomos, qué papel juegan en el gran drama del mundo?. ¿Es como lo sugiere la película “Chac” simplemente para conservar la visión, ese tono aborigen sin el cual el mundo se desplomaría aún más pronto de lo que podría parecer ahora?. ¿Cuántas cosas suceden en el nivel de la psiquis nativa, que nunca vemos o conocemos, y que mantiene un equilibrio necesario con la tierra?.

Un domingo, al tomar un coche fuera de San Cristóbal, visitamos una aldea lejana. En la vieja iglesia, la cual era una iglesia solo en apariencia, los indios dirigían su culto. El olor del incienso hecho con goma de copal, era rico y denso. Las voces que cantaban alcanzaron periódicamente un armónico extraño, y luego regresaron a una suave cacofonía. Afuera, los jefes, los líderes locales se pasaban el uno al otro una vara montada en plata, resolviendo las decisiones concebidas por sus electores. Observando todo esto, yo me preguntaba -¿Quién habla por esta gente?. - o ¿es qué ellos hablan de la tierra y por la tierra, y es eso todo lo que cuenta?.

El abismo aparente que existe entre los mayas de la actualidad y los constructores de las antiguas ciudades, es de tal naturaleza, que no puede ser juzgado por nuestro criterio de progreso material. Reflexionando sobre este asunto, me acordé del mito Hopi respecto a Palat-Kwapi, la misteriosa Ciudad Roja del Sur. En esta leyenda referente a las migraciones hacia las tierras cálidas del Sur, se construye la ciudad del cuádruple templo de Palat-Kwapi, siendo el objetivo de la construcción el de adquirir y consolidar un sistema de conocimiento. El mandato consiste en que después de su construcción, los constructores han de abandonar la ciudad, dejándola como un monumento al conocimiento. Por olvidar este mandato, los habitantes empiezan a caer en decadencia, pero una tribu rival los despierta. Al recordar su misión, la gente abandona finalmente a Palat-Kwapi, la misteriosa Ciudad Roja del Sur.

Este mito se ajusta perfectamente al de los mayas. Su propósito era codificar y establecer un sistema de conocimiento, una ciencia, y habiéndola codificado en piedra y en un texto, habrían de marcharse luego. La civilización como la conocemos, una fábrica para la producción de armas destructivas, una formación comercial de comodidades para las criaturas, de ninguna manera se adaptaría a este propósito ni a este sistema de conocimiento. Un factor posterior entra en escena: Puesto que el sistema de conocimiento y la ciencia de los mayas estaban tan relacionados con los ciclos de tiempo, entendiendo que el tiempo es un conductor cualitativo de las condiciones propias de las estaciones cósmicas o galácticas, ellos vieron un período en el que se acumularían las tinieblas en el horizonte, y por esta razón supieron también que era el momento de retirarse. Dada la condición del mundo hoy, ¿quién dice que ellos no estaban en lo correcto?.

Al menos esos eran mis razonamientos hacia el final de la década de los 70, cuando entré a mi propio reino infernal de crisis personal, y de caída en el alcoholismo. En 1981, cuando salí de esta dislocación del yo, y miré en derredor, parecía que la crisis global de la década de los 60, ahora se había vuelto endémica, tanto así que esto fue dado por cierto. Mis propias investigaciones me habían llevado a un lugar de síntesis, a ver la tierra como un organismo completo. Sin embargo, mi sensación interior era la de que el empuje repentino de la civilización moderna estaba llevando las cosas a un punto en el que, o interviene lo divino, o la extinción será nuestro legado. Para mí, la situación significaba dar un salto, hundirse en el abismo, en el territorio mental que ha sido declarado inexistente, o como un tabú, por las normas culturales prevalentes.

Por primera vez, en cerca de una década, opté por una forma de expresión visual, como una salida principal para lo que yo necesitaba aprender. A través de una serie de pinturas en collage y en tinta sumi, realizadas sobre un gran tablero de oro o plata, la serie de Arte planetario, me encontré entrando en una fase de armonización superior con la tierra. Había llegado el momento de aceptar seriamente el concepto de la mente planetaria, o conciencia planetaria.




Por mis estudios de historia del arte, y por mis propias investigaciones, había surgido en mí la convicción de que no solamente la tierra era un ser viviente, sino la de que el modelo de su vida realmente informa, desde el todo a la parte, sobre todos los aspectos de su evolución, inclusive del proceso que llamamos civilización. El “arte planetario” describe la totalidad de la interacción entre la gran vida de la tierra y la respuesta individual y grupal a esa más vasta vida. En este gran proceso, percibí vagamente a los mayas como navegantes o cartógrafos de las aguas de la sincronización galáctica. Por otro lado, unos 3000 años antes, al valerse de la gran pirámide, los egipcios fueron los responsables de haber anclado y ubicado el rumbo de la tierra en el océano de la vida galáctica.




El hecho de pensar, percibir, y sentir de esta manera amplia, condujo a una extraña serie de exploraciones, encuentros, y coincidencias. En el otoño de 1981 después de encontrarme con Lloydine Bums bailarina compañera de visiones y de hacer amistad escribí un documento de “ciencia-ficción” nominado Las Crónicas del Arte Planetario – La Elaboración del Quinto Anillo. La perspectiva real de este cuento imaginativo del “arte planetario”, ubicada en el futuro, pertenecía al sistema estelar de Arcturus. Cualesquiera que sean los méritos de esta historia inédita, parecía imperativo desarrollar una conciencia que mirase nuestros asuntos planetarios desde lejos, de modo que de la confusión ocasionada por los periódicos de cada día y por el terrorismo nuclear, pudiese surgir algo coherente. Yo estaba por descubrir que estaactitud también era esencial para penetrar por completo el misterio de los mayas. ¿Podría ser el sistema de los mayas un código matriz, que, sincronizado con un conocimiento básico y evolucionado galácticamente, sería adoptado por las idiosincrasias de este planeta?.

Esta línea de pensamiento llevó inevitablemente al resumen de los códigos matrices que constituyen La Tierra en Ascenso. Inicialmente empezó como un texto sobre geomancia o “adivinación por medio de la tierra”, y el principal punto de partida de este libro fue la coincidencia descubierta, o al menos ampliada hasta la investigación científica y filosófica por Martín Schönberger, sobre la identidad del I Ching y los 64 codones, que son las palabras claves del ADN, es decir, del código genético. Para mí, el descubrimiento relacionado, sincrónicamente, de que cada una de las columnas, tanto horizontales como verticales del cuadrado mágico de 8 de Ben Franklin, que consta de 8 unidades, suma 260; me llevó a considerar la relación que existe entre el Tzolkin de 260 unidades del Calendario Sagrado matriz de los mayas; y el I Ching. Lo que siguió fue el flujo espontáneo de “mapas” o matrices que constituyen la Tierra en Ascenso, siendo la figura del código clave, la “triple configuración binaria”, cuya base es el Calendario Sagrado de los mayas.

Soy plenamente consciente de que, a muchas personas, los mapas de la “Tierra en Ascenso” se les parecen a un lenguaje desconocido. Eso no es una sorpresa, como no lo fue para mí mismo el hecho que el entendimiento real de los mapas, no vino hasta después de la publicación del libro en 1984. Lo que yo empecé a comprender lentamente, fue que los mapas, al igual que el mismo sistema de los mayas, procedían de muy lejos. Ahora, hasta un poco avanzada la década de los 80, verdaderamente yo no había considerado la naturaleza de los ovnis o inteligencias extraterrestres. Pero con el fenómeno de haber canalizado el material en La Tierra en Ascenso, yo había llegado a un nuevo nivel de posibilidad. La obra de ciencia-ficción que había precedido a La Tierra en Ascenso, con su perspectiva arcturiana, ¿fue una pista tanto para el origen de la información como para el misterio de los mayas?. De ser así, también estaba claro para mí que la transmisión de información desde diferentes lugares de la galaxia no dependía de las variantes tiempo-espacio, sino que, en vez de ello, señalaba hacia una principio de difusión resonante.

La consideración de vida e inteligencia en otros mundos, recibió un ímpetu mayor al final de 1983, cuando me encontré con Paul Shay del Stanford Research Institute, y con Richard Hoagland, un escritor científico que anteriormente había trabajado con la NASA. Hoagland había estado comprometido en las pruebas de las naves Viking en Marte, que se efectuaron en 1976. El no había quedado satisfecho con la forma como la NASA había manejado el descubrimiento de ciertos fenómenos en Marte, incluyendo un “rostro” grande que parecía esculpido, y que estaba en la cima de una meseta. Y quedé anonadado al mirar las fotos ampliadas por el ordenador, con las que Hoagland estaba trabajando. Algo parecido a un recuerdo se estaba agitando en mí, pero esto era más grandioso, más profundo, e infinitamente más acechante que cualquier otro recuerdo que yo hubiera conocido. Mi impresión inicial fue de que una civilización -o vida evolucionada- se había desarrollado en Marte, y que esta civilización había terminado en un final trágico y funesto. Con el reconocimiento instantáneo de este acontecimiento como consecuencia de haber mirado las fotos, también comprendí que el registro de este acontecimiento de alguna manera aún estaba presente y activo en el campo de la conciencia terrestre.

La mañana de la navidad de 1983 hice un descubrimiento conmovedor. Deseando compartir con mi familia las “novedades de Marte”, para mi regocijo encontré una foto del rostro marciano en un libro titulado El Nuevo Sistema Solar, que yo poseía desde hacía varios años, pero al que nunca había mirado cuidadosamente. Entonces, debido a que las cubiertas eran similares, tomé una copia de la portada hecha por Lucy Lippard, que describía La Influencia del Arte Primitivo Sobre el Arte Contemporáneo, el cual adquirí en Los Ángeles, como obsequio, el día anterior a mi encuentro con Hoagland. Abriendo al azar el texto de Lucy Lippard en la página 144, me conmoví por causa de la foto que aparecía en al esquina izquierda superior: Era un rostro demasiado familiar, un modelo de una escultura hecha por lsamu Noguchi, realizada en 1947, 29 años antes de la misión Viking, y cuyo título era: La Escultura que ha de Ser Vista Desde Marte.

Si la información de la NASA había evocado la realidad de la vida en otros mundos, el descubrimiento de la obra de Noguchi, que habría tenido el mismo tamaño del rostro marciano, de haber sido terminada me recordó con asombrosa precisión, la transmisión de información con base en la difusión resonante, un proceso que describí entonces como radiogénesis, que quiere decir, la transmisión universal de información a través de, o como luz o energía radiante. Y por supuesto, surgieron nuevas preguntas. ¿Cuál es la relación que existe entre conocimiento y recuerdo?. ¿Puede también el futuro ser nuestro pasado?. Lo que está sucediendo ahora sobre nuestro planeta, ¿puede ser, de alguna manera, la nueva presentación de un drama que ya ha ocurrido en otros mundos?, y suponiendo que así sea. ¿Cómo podemos evitar el peligro latente de la extinción?.

En una obra poética titulada Tierra Chaman, escrita a finales de 1984, intenté tratar con estos interrogantes, y al mismo tiempo describir la historia de la Tierra como un organismo consciente, usando como receptor mítico, la descripción Hopi del paso entre los tres mundos anteriores hasta el mundo actual, y el paso inminente a un quinto mundo. “La Tierra de Cristal”, que es la imagen de la tierra presentada en Tierra Chaman, se debe en gran parte a mi encuentro con la portadora del linaje de los indios Cherokee, la extraordinaria Dhyani Ywahoo, a quien encontré en la primavera de 1984. Fue ella quien, dirigiéndonos una mirada a Lloydine y a mí, declaró: “vuestras mentes están muy cerradas; debéis trabajar con los cristales”.. Inmediatamente comenzamos a hacerlo así, y encontramos en los cristales una herramienta muy singular para la armonización personal y para reunir información. Intuyendo que la misma Tierra es de naturaleza cristalina, encontré investigaciones que confirman esta posibilidad, tanto en la Unión Soviética, como en los cartógrafos Elizabeth Hagens y William Becker. De algún modo, la imagen de la Tierra como un cristal parecía proseguir junto con la noción de la transmisión galáctica, de información a través del principio de la difusión galáctica siendo ésta una clave para una aproximación al origen y a la naturaleza de la matriz Maya.

A comienzos de 1985, fuí contactado por un Maya cuyo nombre es Humbatz Men. Mi nombre le fue dado a Humbatz por Toby Campion, miembro de una organización llamada la Gran Fraternidad Universal, cuya actividad está ampliamente centrada en Méjico y en América del Sur. A través de una serie de alegres llamadas telefónicas nocturnas, sostenidas en un español chapurrado, supe que Humbatz estaba trabajando con 17 de los “calendarios” mayas. La mayoría de los arqueólogos consideran la posibilidad de que existe sólo una medía docena de dichos calendarios. Humbatz también había escrito un pequeño texto cuyo título era Tzol”Ek, Astrología Maya. Por medio de la perseverancia y la magia, Humbatz apareció finalmente en Boulder en marzo de 1985, cuando dió una presentación titulada 1a Astrología Maya”.

La clave de todo lo que Humbatz presentó, y que él mismo había recibido mediante transmisión oral, estuvo en un aparte final que él hizo durante su presentación. “Nuestro sistema solar, declaró Humbatz, es el séptimo de los sistemas que los mayas describieron en su cartografía”. No hay duda de que mi encuentro con Humbatz fue el evento más crucial en mi larga historia de trabajo con el material maya. Discusiones posteriores con Dhyani Ywahoo, como también un encuentro con Harley Swiftdeer, me confirmaron que Humbatz me había dejado la pista más importante hasta ahora para comprender la naturaleza del sistema de pensamiento maya. Realmente, la información de los mayas fue transmitida desde muy lejos. Pero ¿exactamente cómo y con qué fin?

Fue después de una reunión en el vagón del pensamiento neo-chamanístico, en la Fundación Ojai, que celebrada en abril de 1985, llamado el Consejo de Quetzalcóatl, cuando la presencia del fenómeno que yo llamo ahora el Factor Maya, finalmente se afianzó dentro de mí. Para expresarlo en un sentido simple, el Factor Maya es el factor que fue subestimado en las consideraciones sobre la historia humana, y en particular, en consideración del conocimiento científico. Cuando lo miramos de nuevo, puede verse que el Factor Maya es la presencia de una medida galáctica, un medio exacto para ubicarnos en relación con la comunidad de inteligencia galáctica. Al mirarlo aún más íntimamente, aún microscópicamente, el Factor Maya es la consideración de que estamos en un punto en el cual nos faltan sólo 26 años para una sincronización galáctica mayor. O cambiamos los engranajes ahora, o perdemos la oportunidad.

Mi encuentro con Terence Mckenna, autor de la intrincada obra “El país invisible”, contribuyó grandemente a este entendimiento del Factor Maya, porque también él, al trabajar con el I Ching, había sido arrastrado hacía las cosas de los mayas. En particular, los fractales calendáricos de su I Ching, lo habían llevado a la conclusión de que estamos implicados en un ciclo de tiempo “final”, cuyo lapso de 67 años desde Hiroshima, en 1945, hasta la fecha de sincronización maya en el año 2012 D.C., terminación del llamado Gran Ciclo que comenzó en el año 3113 A.C.. En el verano de 1985, yo estaba seguro de que el código que se encontraba detrás del Gran Ciclo, era una clave para revelar el significado de nuestra propia historia, y un dilema común. Así fue como me arrojé con renovada entrega dentro del Factor Maya.

Cuando preparaba mi más reciente viaje a Méjico, comencé a trabajar intensamente con los jeroglíficos mayas. En particular, me involucré con los veinte Signos Sagrados, que son los glifos claves del Calendario Sagrado. La exposición de los estudios analógicos de R. A. Schewaller de Lubicz, sobre la antigua simbología egipcia, me había dado un punto de partida para renovar mis estudios sobre los glifos mayas. Fue algo profundamente revelador el haberme sumergido en los glifos, y el haber hecho dibujos y varios arreglos de ellos. Me encontré que por medio de los glifos realmente yo estaba teniendo acceso a información. Esto me demostró que el Factor Maya no era una cosa muerta o del pasado, sino que es un sistema viviente.

En diciembre de 1985, Lloydine y yo nos encontramos en Yucatán, en la aún muy inexcavada e inmensa localidad, de Coba. El más septentrional de los centros clásicos de la civilización Maya, anteriores al año 830 D.C., y uno de los más grandes entre todos los centros, con 6.500 construcciones que no han sido excavadas, Coba tiene un aspecto que es el resumen del enigma Maya. Aún cubiertas por la jungla, las pirámides que se elevan hacia lo alto y las plazas ceremoniales, proporcionan las áncoras para el punto céntrico de un vasto sistema de carreteras rectas y planas, llamadas sacbeob, que están marcadas y definidas por grandes esculturas jeroglíficas, algunas de las cuales contienen fechas, o, ¿son estas fechas números armónicos?, que se refieren a eventos de momentos críticos en el pasado distante, o en algún otro sistema.

Coba proporcionó los puntos de inicio y terminación del peregrinaje que duró un mes, y que finalizó el 10 de enero del año 1986. En ese lapso visitamos temporalmente a Ciudad de Méjico, dañada por un terremoto, visitamos también a Teotihuacán, las tierras montañosas y volcánicas del lago Patzcuaro y el lago Chapala. Una vez que regresamos a Yucatán, salimos con nuestros amigos del grupo Cristaux, Francis Huxley, Adele Getty, Colleen Kelly, y Robert Ott, a un viaje por Yucatán que incluía visitas prolongadas a Uxmal y Chichen ltza, como también a los fantásticos lugares donde están las cuevas de Llotun y Balankanche, para volver finalmente a la costa del Caribe y a Coba.

Las visitas a Uxmal y a Chichen ltza fueron útiles para ubicar en un sitio lo que he venido a llamar la última o segunda legislación religiosa de Kukulkan-Quetzalcóatl. Al llegar a Yucatán alrededor del año 987 D.C., a la edad de 40 años, Kukulkan revitalizó los centros de Uxmal y Chichen ltza, y fundó la ciudad de Mayapan antes de marcharse en el año 999 D.C. Un año antes, o un poco menos tuve la oportunidad de escuchar al curandero Lakota, Gerald Red Elk, hablar de la relación y en verdad identificación entre Cristo y Quetzalcóatl. Examinando con madurez el antiguo emplazamiento de Chichen Itza, el templo de Kukulkan, exquisitamente ordenado, y las numerosas representaciones simbólicas relacionadas con Kukulkan, se me ocurrió que Kukulkan-Quetzalcóatl quien, en el año 999 D.C. profetizó la llegada de Cortés y la venida del cristianismo a Méjico, era, él mismo, una encarnación del Cristo.

A la luz de mi naciente entendimiento sobre los mayas como navegantes planetarios, y como cartógrafos del vasto campo psíquico de la Tierra, del sistema solar, y de la galaxia aún más allá, dichos pensamientos y ocurrencias, como la de la identidad de Kukulkan y Cristo, me iban pareciendo menos y menos desaforados. Mi descubrimiento del filósofo de los mayas, Domingo Paredez, cuyo libro síntesis, La Parapsicología Maya, leí con ávido interés, estimuló mi ulterior percepción de los mayas como seres dotados con aptitudes psíquicas, como también intelectuales y espirituales altamente evolucionadas. A pesar de eso quedaba la pregunta, ¿de dónde vinieron?. O al menos, ¿de dónde provenía su información?, y, ¿exactamente cómo fue transmitida aquí?.

Mientras nuestra excursión siguió su camino descendiendo al Caribe, se manifestaron otros conocimientos íntimos con respecto al Factor Maya. De nuevo fue en Coba, mientras estaba de pie en la cima de la gran pirámide llamada el Nohoch Mul, cuando el significado del “culto solar” de los mayas, (como también el de los egipcios e incas), comenzó a hacerse más inteligible para mi. En verdad, el sol no sólo es literalmente la fuente y sustentación de la vida, sino que también es el mediador de la información transmitida hacia y a través de él, desde otros sistemas estelares.

La llamada adoración al Sol, tal como se les atribuye a los antiguos mayas, es en realidad el recuerdo y el reconocimiento de que la sabiduría suprema literalmente está siendo transmitida a través del Sol o más exactamente, a través de los ciclos correspondientes a los movimientos de las manchas solares binarias. El Tzolkin, o sea el Calendario Sagrado, es un medio para rastrear la información mediante el conocimiento de los ciclos correspondientes a las manchas solares. El Tzolkin es también la matriz de información que es transmitida al menos por dos sistemas estelares, creando un campo binario de comunicación a través de las manchas solares. En cuanto a las fuentes de información, parece claro que Las Pléyades es una fuente; y muy probablemente Arcturus es la otra.

La última tarde en Yucatán la pasamos en uno de estos albergues de techo de paja y hamaca, cuyo nombre era Chac Mool. Las olas del Caribe se rompen y cabecean incesantemente sobre la playa invencible. De noche, las estrellas despliegan su pabellón de recuerdos infinitos a través del cielo obscurecido. Mirando detenidamente hacia los infinitos modelos geométricos de las estrellas, los cuales se interpenetran, sentí que una increíble satisfacción se vertía por todo mi ser. En el sonido del viento, en el sonido del oleaje, viendo la deslumbrante magnificencia de las estrellas, un conocimiento profundo y maravilloso se extendió tocando cada célula de mi cuerpo. Los mayas estaban regresando, pero no en la forma que podríamos pensar de ellos. Finalmente su ser, al igual que el nuestro, trasciende la forma corpórea. Y precisamente por esa razón, su regreso puede suceder ahora dentro de nosotros, y a través de nosotros.

Nos despertamos para saludar la aurora en Chac Mool. Nadando desnudo en el alegre oleaje, miré hacia arriba. El cielo, iluminado con nubes rosa y naranja, anunciaba la llegada del día. Diciendo adiós a los amigos y conocidos subimos la costa para ir hacia Cancún, luego hacia el aeropuerto, y hacia el decadente mundo industrial. Esta vez regresé más como yo mismo que en otras ocasiones, y al mismo tiempo como si fuera otro. El Factor Maya había sido recuperado. Quizás el ciclo mundial se pondría en concordancia con el destino galáctico.



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LOS MAYAS
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