El análisis de la política cultural en perspectiva sociológica




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El análisis de la política cultural en perspectiva sociológica
Arturo Rodríguez Morató

CECUPS - UNIVERSIDAD DE BARCELONA


Introducción
Por la propia naturaleza de sus objetivos y del ámbito al que se dirige, en su evolución la política cultural se caracteriza en todas partes por su creciente complejidad (Cherbo y Wyszomirski 2000): complejidad estructural y relacional, por una parte, en cuanto que la política cultural tiende a ejercerse cada vez más a partir de un complejo sistema multinivel y desde una lógica de gobernanza más que de gobierno; y complejidad sustantiva también, por la creciente multiplicidad de objetivos que con ella pretenden alcanzarse (desde la conservación y la difusión cultural, al fomento de la diversidad y a la regeneración o la promoción territorial) (Bianchini 1993; Corijn 2002). Por lo que se refiere a la característica complejidad estructural y relacional de la política cultural, España constituye sin duda un caso paradigmático. La política cultural se inscribe de forma destacada en el proyecto modernizador del país que se pone en marcha con la llegada de la democracia (1978). Lo hace, por otra parte, sobre la base de una nueva forma política federalizante, que pretende dar respuesta a la diversidad cultural subyacente del país, caracterizado por su gran heterogeneidad interna: el Estado de las Autonomías. En un período de tiempo relativamente corto se despliega, así, de forma acelerada e intensa, todo un complejo sistema multinivel de política cultural, que incorpora una multiplicidad de desarrollos diferenciales, unos desarrollos que incluyen también, en variada medida, la dimensión relacional, de gobernanza cultural (Ariño, Bouzada y Rodríguez Morató 2005). En ese sentido, el caso español ofrece la imagen de un verdadero laboratorio de la política cultural (Bonet y Negrier 2007: 11).
A pesar del importante relieve y de la particular complejidad que tiene la política cultural en España, su estudio académico ha sido hasta hace poco muy parcial y limitado. Incluso los trabajos de pretensiones más globales han sido estudios de síntesis (Bonet y Negrier 2007) o informes por encargo (Zallo 2011) más que investigaciones sistemáticas. Sin embargo, el caso español, por sus específicas características, brinda una oportunidad inmejorable para llevar a cabo trabajos más ambiciosos, con pretensiones de alcance teórico. Es decir, que este caso puede constituir también un laboratorio para el estudio de la política cultural. La investigación de la que en este número monográfico se presentan sus primeros frutos (ver Rodríguez Morató y Rius Ulldemolins 2012) tenía esa ambición: la de llevar a cabo un estudio sistemático de la política cultural en España, que estuviese teóricamente orientado y tuviese, por tanto, no sólo un valor de conocimiento empírico de este caso sino también un alcance teórico más general. Este estudio se fundaba, en este sentido, en una perspectiva sociológica de la política cultural, a cuyo desarrollo pretendía también contribuir. Pero, ¿qué es lo que constituye la especificidad de una tal perspectiva? En lo que sigue se intentarán aportar algunos elementos de respuesta a esta pregunta, para deducir de ellos, a continuación, las claves que han orientado nuestro estudio. Empezaremos por trazar el contexto interdisciplinar desde el cual se plantea el trabajo sociológico sobre la política cultural. Seguidamente, en relación con ese marco de intercambio y competencia interdisciplinar identificaremos los principios que confieren su especificidad a la mirada sociológica en este campo. Por último, sentados estos principios y desarrolladas sus implicaciones, presentaremos algunas claves para el estudio del caso español (y a partir de él), inspiradas en estos planteamientos.

La investigación sobre la política cultural
Lo primero que conviene señalar es que la investigación sobre política cultural es bastante reciente, ya que su historia –posterior, como es lógico, a la institucionalización de las propias políticas culturales- no se remonta apenas más allá de los años 70 del pasado siglo. A finales de los 60 la UNESCO inició el lanzamiento de una colección de monografías sobre la política cultural de los diferentes países miembros, lo que supuso un primer esfuerzo en este sentido (Poirrier 2011: 11). En 1974 comenzaron su andadura, por otra parte, los coloquios norteamericanos sobre Social Theory, Politics and the Arts, que han venido agrupando anualmente desde entonces a especialistas de distintas ciencias sociales, profesionales de la gestión cultural y artistas. Poco más tarde, en 1978, Dick Netzer publicaría también su obra The Subsidized Muse, considerada como el primer policy analysis en este ámbito de la política pública (Zimmer y Toepler 1999: 33-34). Estos fueron algunos de los primeros y más importantes hitos en la conformación de este campo de estudios.
Tal como ocurre en los casos anteriormente mencionados, la cercanía respecto a intereses normativos o prácticos puede decirse que es en general claramente predominante en los estudios sobre política cultural1. La literatura orientada a la evaluación promovida por la UNESCO es abundante, pero a ella se le ha ido sumando luego, además, la surgida dentro de otros programas, como el que ha impulsado desde 1986 el Consejo de Europa, continuado seguidamente, a partir de 1998, en el Compendium of Cultural Policies and Trends in Europe, así como la gestada dentro de marcos nacionales o subnacionales y desarrollada en clave de consultoría, o directamente como literatura administrativa. Por otro lado, buena parte de la expertise disciplinar que se moviliza, sobre todo desde la economía de la cultura, especialidad floreciente a partir de finales de los años 70, tiene una explícita vocación normativa, como sucede en la fórmula del policy analysis clásico, cuando no legitimadora.
Desde los años 80, y sobre todo a partir de la década siguiente, es cuando empieza a despuntar ya una investigación más académica en este campo. Su rasgo más sobresaliente será, desde el principio, su acentuada interdisciplinariedad. Esta universal interdisciplinariedad se declinará, de todos modos, de modo diverso, según los países y áreas culturales. En Francia abundarán por igual en estos estudios los sociólogos, los economistas y los historiadores2. En los Estados Unidos y en el mundo anglosajón el predominio será de economistas y politólogos, y a partir de los años 90, también de los especialistas en estudios culturales3. En el mundo iberoamericano, por último, destacarán los antropólogos y los estudiosos de la comunicación (particularmente en Latinoamérica), así como los sociólogos y los economistas (especialmente en la península ibérica)4.
Clive Gray (2010) ha intentado resumir los rasgos más característicos de los enfoques que las diversas disciplinas aplican al estudio de la política cultural. A este respecto, se ha centrado en las cuatro que cabe considerar más importantes en este terreno: la economía, los estudios culturales, la ciencia política y la sociología. Aunque la perspectiva de Gray tiene muchas limitaciones, pues parte de un conocimiento muy desigual de las tradiciones que analiza y, como es habitual en los autores anglosajones, deja de lado por completo la literatura académica de expresión no inglesa, tomaremos aquí su planteamiento como punto de partida para nuestra caracterización, debidamente complementado y ampliado con otras referencias y observaciones en los puntos en que ello se hace más necesario.
Respecto a la economía, Gray destaca la existencia de dos enfoques principales. Por un lado, existe el análisis respecto a la aplicación de las diferentes herramientas de política económica (impuestos, subvenciones, regulaciones varias) con vistas a la obtención de determinados objetivos en este campo, un análisis que se basa en la aplicación de la teoría económica general y busca identificar los instrumentos de actuación más eficientes. Por otro, en una perspectiva normativa, se desarrolla otro tipo de análisis económico, que busca justificar la propia intervención pública en la cultura a base de identificar los efectos económicos de intervenciones concretas (estudios de impacto), la importancia económica de los diferentes sectores culturales, o los valores de los bienes y servicios culturales que van más allá del mercado5. Todos estos análisis, en todo caso, tienden a concebirse como inputs técnicos vinculados funcionalmente al proceso político estándar6. Su carácter académico, en todo caso, viene dado por la base institucional desde la cual se formulan y por el marco teórico y metodológico que utilizan.
El enfoque de los estudios culturales es muy distinto. Se trata de un enfoque pluridisciplinar, originariamente conformado a partir de los English Studies, que se define ante todo, tal como ya se ha dicho, por su carácter crítico, de inspiración marxista. Desde una tal posición y genealogía, la tradición de los estudios culturales, por más que siempre interesada en el tema del poder y la dominación dentro del ámbito de la cultura, demoró largamente su focalización de las problemáticas de la política cultural. La posición crítica, que llevaba a concentrarse en el análisis de las culturas subalternas y sus resistencias frente a la cultura dominante, marcaba de principio unas considerables distancias respecto al ámbito gubernamental de intervención en la cultura, que aparecía como antagónico y al mismo tiempo como analíticamente trivial. El cambio a este respecto vino propiciado por la incorporación a esta tradición de perspectivas teóricas que realzaban la importancia de esa intervención y permitían tematizarla de diferentes modos: primero la incorporación de Gramsci y más tarde la de Foucault7.
Vinculadas a estos dos autores, Gray (2010: 222) identifica dos orientaciones en el trabajo sobre política cultural llevado a cabo dentro del marco de los estudios culturales. La incorporación de Gramsci tuvo lugar durante los años setenta y sirvió en principio para ayudar a interpretar el significado de clase de las pujantes subculturas juveniles británicas de la época (Hall y Jefferson 1976). Pero la noción gramsciana de hegemonía ampliaba grandemente el espacio teórico para considerar dinámicas políticas de cooptación y resistencia cultural que operaban en el ámbito de la sociedad civil y en el Estado, lo que dará lugar a un análisis de la política cultural como instancia de lucha ideológica (Bennett, Mercer y Woollacott 1986). La incorporación de Foucault, por su parte, fue más pausada y sólo se hizo plenamente efectiva hacia finales de los años ochenta, cuando la visión desarrollada por este autor en Vigilar y castigar empezó a servir como marco de análisis para estudiar las instituciones culturales en tanto que artefactos civilizatorios (Bennett 1988), un análisis que, por ir más allá de la dimensión ideológica del dominio, no entraba en el horizonte gramsciano. La asunción seguidamente de la perspectiva de la gubernamentalidad amplió y transformó todavía más la capacidad de análisis de los estudios culturales sobre la política cultural (Bennett 1992, 1998). La noción de gubernamentalidad designaba una racionalidad específicamente moderna de control de la población por parte del Estado y de formación y gobierno cultural de los sujetos, desplegada a través de una diversidad de tecnologías y programas y orientada a objetivos diversos y cambiantes. Esta perspectiva ampliaba el marco de interpretación de la política cultural, que ya no se restringía a una evaluación en términos de consentimiento u oposición, y asimismo llevaba a centrar el interés en los espacios institucionales y, dentro de ellos, al menos en principio, en sus mecanismos, procedimientos, rutinas y arreglos espaciales, más que en los contenidos ideológicos transmitidos8.
Según Gray, las orientaciones gramsciana y foucaultiana representan perspectivas alternativas sobre la política cultural dentro del mundo de los estudios culturales, asociándose predominantemente la primera al estudio de las dinámicas culturales ascendentes sociedad – Estado, de creación y resistencia cultural, y la segunda a dinámicas descendentes, de acción cultural institucional. Esto es sólo parcialmente cierto, sin embargo, en la medida en que a menudo ambas perspectivas se han integrado en un mismo discurso, como claves inspiradoras movilizadas a conveniencia (Miller y Yúdice 2002). Pero hecha esta matización, Gray tiene indudablemente razón en destacar que ambas inspiraciones producen un discurso en el fondo semejante, de tipo hermenéutico. “En ambos caso –dice Gray (2010: 202)- la habilidad del analista para identificar los “verdaderos” significados asociados a... [los comportamientos y expresiones de la política cultural] depende de su habilidad para “leer” las funciones de las políticas y de sus prácticas asociadas. Esto es lo que remite estos enfoques dominantes sobre la política cultural de los estudios culturales a una forma de crítica literaria. A este nivel, la "política cultural" se convierte en una serie de "textos" que el analista ha de interpretar y deja de ser propiamente un conjunto de prácticas organizacionales concretas a analizar, y ello por más que este último aspecto fuera justamente el que se pretendía entrar a considerar con el cambio hacia la política de los estudios culturales”. Los estudios culturales sobre política cultural han tendido, así, a desarrollar análisis interpretativos, de carácter histórico, sin una metodología definida, más allá de la común referencia a su propia tradición y a sus valores críticos.
Por su parte, los politólogos desarrollan un análisis que, al igual que el de los economistas, suele situarse en las cercanías de la perspectiva administrativa, buscando servir de base de información para la definición de la acción cultural pública (Gray 2010: 222-3). Desde esta posición, un interés básico que los politólogos han cultivado ha sido de carácter descriptivo e histórico, aunque en este caso, a diferencia del de los especialistas en estudios culturales, proseguido sin excesivos apriorismos críticos y sin restricciones a lo textual. En este sentido, muchos esfuerzos se han dedicado puramente a describir las diferentes configuraciones de la acción cultural pública en este terreno a través del tiempo y en un determinado país. A partir de ese trabajo, no obstante, o en paralelo a él, los politólogos han desarrollado también otras investigaciones más analíticas, de carácter comparativo o tipológico. A este respecto, sobre la base de los diferentes casos y trayectorias, han elaborado tipologías y modelos de evolución más o menos abstractos (Cummings, Mulcahy), en ocasiones echando mano de teorías sociológicas de diverso tipo (Zimmer, Negrier).
La orientación anterior ha sido predominante, a pesar de que la vocación práctica de la perspectiva politológica empujaba desde el principio en una dirección distinta: la del policy analysis, cuyo planteamiento parte de concebir la acción pública en este terreno como destinada a resolver un problema social concreto, que hay que identificar, y toma, por otro lado, como eje de análisis el del ciclo de la política (definición – decisión – implementación – evaluación). Esta orientación, que recurre a una variedad de conceptos politológicos (liderazgo, grupos de interés, comunidad de política, etc.), no progresó en principio demasiado en los Estados Unidos, donde la mayor parte de los politólogos interesados en el tema se concentraba (véase supra, nota 3), debido sobre todo a la escasa consistencia institucional y organizacional del ámbito político constituido alrededor de la cultura en ese país9. A pesar de ello, esta orientación se ha ido desarrollando en los últimos años, no sólo en Norteamérica sino también en Europa y tiene sin duda mucho recorrido.
En relación con la sociología, por ultimo, Gray (2010: 223) afirma que sus enfoques sobre la política cultural tienden a estar relativamente subdesarrollados. A pesar de ser un juicio básicamente inexacto, pues su apreciación se funda en realidad en una completa ignorancia respecto al trabajo realizado fuera del área anglosajona, que ha sido precisamente el más importante, el diagnóstico de Gray registra de todos modos un hecho indudable: la relativa invisibilidad de la perspectiva sociológica en los más influyentes foros interdisciplinares en los que actualmente se desarrolla la investigación sobre política cultural. Y es que, efectivamente, la perspectiva sociológica está débilmente dibujada en ellos.
Una razón de fondo de la relativa falta de presencia de la sociología en este ámbito estriba en la propia debilidad de la sociología del Estado, que desaparecidos los clásicos ha sido durante mucho tiempo bastante desatendida, particularmente en los Estados Unidos (Thomas y Meyer 1984). En continuidad con este hecho, por lo demás, cabe constatar también, más en concreto, la escasa participación actual de la sociología en el análisis de las políticas públicas en general, un terreno dominado por otros enfoques (Dubois 2009). Sobre esta base tan endeble y en el contexto de aguda concurrencia disciplinar que hemos venido describiendo hasta aquí, no es de extrañar que la sociología de la política cultural no haya echado nunca fuertes raíces.
El más importante desarrollo de sociología de la política cultural tuvo lugar en Francia, entre principios de los años ochenta y mediados de la década siguiente. Durante ese tiempo, en el seno de Centre de Sociologie des Organisations, que dirigía por entonces Michel Crozier, se impulsó un amplio programa de investigación, en el que participaron Philippe Urfalino, Erhard Friedberg, Mario d’Angelo y Catherine Ballé, entre otros. Este programa abordaba una multiplicidad de temas de política cultural, desde las dinámicas y los efectos de la descentralización, a los procesos de toma de decisión, la creación y el cambio institucional. Al mismo tiempo, desde el Centre de Sociologie des Arts, Raymonde Moulin, su directora, y Pierre-Michel Menger impulsaban otra serie de trabajos sobre la acción cultural pública, sus principios, configuraciones y mecanismos, en los sectores culturales que ellos primordialmente estudiaban (artes visuales y música). En el contexto de una concurrencia disciplinar acrecentada, especialmente por parte de economistas e historiadores, el impulso de la investigación sociológica en este campo decayó posteriormente en Francia. Con ese retraimiento, la posibilidad de conformar un paradigma de análisis sociológico de la política cultural, capaz de marcar un perfil propio dentro del interdisciplinar e internacional campo de estudios que por entonces estaba cristalizando en torno a este tema, en principio se bloqueó.
A pesar de su falta de nitidez, el aporte sociológico en este campo es importante10. La posibilidad, y aún la conveniencia, de definir de forma explícita un enfoque sociológico de la política cultural resulta, pues, muy evidente. Pero la sociología es muy diversa y no se pueden deducir fácilmente unos planteamientos unívocos de la pluralidad de autores y trabajos sobre política cultural que tienen este origen disciplinar. Frente a esta dificultad, en lo que sigue intentaremos esbozar, en forma apodíctica, los principios que a nosotros nos parecen más apropiados al desarrollo de una perspectiva sociológica sobre la política cultural. Lo haremos a partir de nuestra propia visión de la disciplina, pero teniendo en cuenta también lo que puede considerarse como más común a las distintas orientaciones sociológicas, sobre todo en contraste con las otras perspectivas disciplinares.

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