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ESCENA IIIquereas. ¿Y? escipión. Nada todavía. Unos campesinos creyeron verlo anoche, cerca de aquí, corriendo entre la tormenta. Quereas vuelve hacia los senadores. Escipión lo sigue. quereas. ¿Ya son tres días, Escipión? escipión. Sí. Yo estaba presente, siguiéndole como de costumbre. Se acercó al cuerpo de Drusila. Lo tocó con los dedos. Luego, como si reflexionara, se volvió y salió con paso uniforme. Desde entonces lo andamos buscando. quereas (meneando la cabeza). A ese muchacho le gustaba demasiado la literatura. segundo patricio. Es cosa de la edad. quereas. Pero no de su rango. Un emperador artista es inconcebible. Tuvimos uno o dos, por supuesto. En todas partes hay ovejas sarnosas. Pero los otros tuvieron el buen gusto de limitarse a ser funcionarios. primer patricio. Es más descansado. el viejo patricio. Cada uno a su oficio. escipión. ¿Qué podemos hacer, Quereas? quereas. Nada. segundo patricio. Esperemos. Si no vuelve, habrá que reemplazarlo. Entre nosotros, no faltan emperadores. primer patricio. No, sólo faltan personalidades. quereas. ¿Y si vuelve de mal talante? primer patricio. Vamos, todavía es un niño, lo haremos entrar en razón. quereas. ¿Y si es sordo al razonamiento? primer patricio (ríe). Bueno, ¿no escribí, en mis tiempos, un tratado sobre el golpe de Estado? quereas. ¡Por supuesto, si fuera necesario! Pero preferiría que me dejaran con mis libros. escipión. Excusadme. Sale. quereas. Está ofuscado. el viejo patricio. Es un niño. Los jóvenes son solidarios. helicón. No tiene importancia. Aparece un Guardia: "Han visto a Calígula en el jardín del Palacio". Todos salen. ESCENA IVLa escena permanece vacía unos instantes. Calígula entra furtivamente por la izquierda. Tiene expresión de enajenado, está sucio, con el pelo empapado y las piernas manchadas. Se lleva varias veces la mano a la boca. Se acerca al espejo, deteniéndose en cuanto ve su propia imagen. Masculla palabras confusas, luego se sienta a la derecha, con los brazos colgando entre las rodillas separadas. Helicón entra por la izquierda. Al ver a Calígula se detiene en el extremo del escenario y lo observa en silencio. Calígula se vuelve y lo ve. Pausa. ESCENA Vhelicón (de un extremo a otro del escenario). Buenos días, Cayo. calígula (con naturalidad). Buenos días, Helicón. Silencio helicón. Pareces fatigado. calígula. He caminado mucho. helicón. Sí, tu ausencia duró largo tiempo. Silencio calígula. Era difícil de encontrar. helicón. ¿Qué cosa? calígula. Lo que yo quería. helicón. ¿Y qué querías? calígula (siempre con naturalidad). La luna. helicón. ¿Qué? calígula. Sí, quería la luna. helicón. ¡Ah! (Silencio. Helicón se acerca.) ¿Para qué? calígula. Bueno... Es una de las cosas que no tengo. helicón. Claro. ¿Y ya se arregló todo? calígula. No, no pude conseguirla. helicón. Qué fastidio. calígula. Sí, por eso estoy cansado. (Pausa.) ¡Helicón! helicón. Sí, Cayo. calígula. Piensas que estoy loco. helicón. Bien sabes que nunca pienso. calígula. Sí. ¡En fin! Pero no estoy loco y aun más: nunca he sido tan razonable. Simplemente, sentí en mí de pronto una necesidad de imposible. (Pausa.) Las cosas tal como son, no me parecen satisfactorias. helicón. Es una opinión bastante difundida. calígula. Es cierto. Pero antes no lo sabía. Ahora lo sé. (Siempre con naturalidad.) El mundo, tal como está, no es soportable. Por eso necesito la luna o la dicha, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo. helicón. Es un razonamiento que se tiene en pie. Pero en general no es posible sostenerlo hasta el fin. calígula (levantándose, pero con la misma sencillez). Tú no sabes nada. Las cosas no se consiguen porque nunca se las sostiene hasta el fin. Pero quizá baste permanecer lógico hasta el fin. (Mira a Helicón.) También sé lo que piensas. ¡Cuántas historias por la muerte de una mujer! Pero no es eso. Creo recordar, es cierto, que hace unos días murió una mujer a quien yo amaba. ¿Pero qué es el amor? Poca cosa. Esa muerte no significa nada, te lo juro; sólo es la señal de una verdad que me hace necesaria la luna. Es una verdad muy simple y muy clara, un poco tonta, pero difícil de descubrir y pesada de llevar. helicón. ¿Y cuál es la verdad? calígula (apartado, en tono neutro). Los hombres mueren y no son felices. helicón (después de la pausa). Vamos, Cayo, es una verdad a la que nos acomodamos muy bien. Mira a tu alrededor. No es eso lo que les impide almorzar. calígula (con súbito estallido). Entonces todo a mi alrededor es mentira, y yo quiero que vivamos en la verdad. Y justamente tengo los medios para hacerlos vivir en la verdad. Porque sé lo que les falta, Helicón. Están privados de conocimiento y les falta un profesor que sepa lo que dice. helicón. No te ofendas, Cayo, por lo que voy a decirte. Pero deberías descansar primero. calígula (sentándose y con dulzura). No es posible, Helicón, ya nunca será posible. helicón. ¿Y por qué no? calígula. Si duermo, ¿quién me dará la luna? helicón (después de un silencio). Eso es cierto. Calígula se levanta con visible esfuerzo. calígula. Escucha, Helicón. Oigo pasos y rumor de voces. Guarda silencio y olvida que acabas de verme. helicón. He comprendido. Calígula se dirige hacia la salida. Se vuelve. calígula. Y te lo ruego: en adelante ayúdame. helicón. No tengo razones para no hacerlo, Cayo. Pero sé pocas cosas y pocas cosas me interesan. ¿En qué puedo ayudarte? calígula. En lo imposible. helicón. Haré lo que pueda. Calígula sale. Entran rápidamente Escipión y Cesonia. |