Animación, política y propaganda (II): La guerra fría |




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Enfoque V: Don Kihot (Don Quijote, 1961) Vlado Kristl

Vlado Kristl es una figura semiolvidada en la historia de la cinematografía Europea. Nombre central en la forma de la animación, a pesar de haber firmado apenas un puñado de cortos -casi todos con la productora yugoeslava Zagreb Films-, su disidencia política le obligó a marchar al exilio para refugiarse en Alemania Occidental. Allí rodaría una serie de películas en parte herederas del dadaísmo, en parte influenciadas por el lettrismo y sus líderes Isou y Lemaittre, que se caracterizan por no tener historia clara y definida, oscilando entre el panfleto político y el rodaje casual e improvisado, caso de Film oder Macht (Cine o Poder, 1970).

Volviendo a la animación, su breve obra se desarrolló en Zagreb films, otra de esas instituciones estatales que fomentaron una animación avanzada y vanguardista, por el simple expediente de dar libertad a sus creadores (56). Versión que es completamente cierta, como demuestra el amplísimo catálogo de obras mayores de esa productora en sus cuarenta años de existencia, pero que también tiene mucho de cuento de hadas, ya que vigilando el trabajo que se realizaba en esos estudios estaba siempre la estructura represiva de la dictadura de Tito.

Por esa razón, la versión de Kristl sobre su paso por Zagreb Films está repleta de intervenciones de las altas esferas, reformando y reajustando sus cortos para que fueran más accesibles al gran público. Las presiones no se quedaron allí, sino que a medida que el contenido político opuesto al régimen de los cortos de Kristl se hacía más patente, lo hacían también las amenazas, que acabaron motivando una primera marcha al exilio tras el estreno de Don Kihot (57), y una definitiva tras completar General i resni clovek (El general y el ser humano normal, 1962) rodada por Kristl con salvoconducto e inmediatamente archivada por el gobierno, de manera que durante mucho tiempo se la consideró perdida.

Don Kihot (58), el corto que dio inicio a esta cadena de acciones represivas fue considerado como peligroso por dos razones. En primer, tanto estética como narrativamente se resiste a ser interpretado racionalmente, al estar construido alrededor de una cacofonía de sonidos y de formas, que, suponemos, representan a seres humanos realizando acciones sensatas, pero que en realidad aparecen desconectados, entregados a rituales obsesivos cuyo sentido y finalidad se nos escapan.

¿O no es así? En realidad, la radicalidad estética del corto podría haber sido aceptada con reparos por las autoridades yugoeslavas, ya que esas audacias eran moneda corriente en la producción de Zagreb films. Lo que realmente molestaba, y esta es la segunda razón que justifica la peligrosidad del corto, es que a pesar de su ropaje críptico y ambiguo, el blanco de los ataques del corto era meridiano: la denuncia de la opresión totalitaria, en este caso la del régimen de Tito, dada la nacionalidad del director.

De esa manera, Don quijote, llevado de sus ideales de caballero andante, comete el error de defender a unos conductores de las fuerzas de la policía de tráfico. Un acto de honor que sirve de detonante para una reacción desmesurada, aniquiladora, en la que el caballero andante es perseguido por innumerables policías que le acosan desde aviones y medios motorizados, utilizando todos los medios de los que un estado moderno dispone para neutralizar a los disidentes, sin que en esta ocasión, como en otras de sus aventuras, pueda recurrir a la excusa de su locura para eludir la condena y el castigo.

Y sin que, obviamente, pueda apelar a la inteligencia de sus perseguidores, meros engranajes obtusos en una maquinaria no menos ciega e inhumana.

Llamada al orden: Neoconservadurismo rampante y resacas ideológicas

La efervescencia contracultural y contestataria de los años sesenta duró poco. A pesar de que la izquierda estuvo a punto de triunfar a finales de esa década, fue la derecha quien se hizo con el poder en los EEUU y Gran Bretaña a principios de los ochenta. El programa con el que ese conservadurismo fortalecido y militante llegó al poder consistía en la derogación paulatina del edificio de beneficios y ayudas sociales puestas en vigor en las tres décadas anteriores, tarea en la que fueron ayudadas por una izquierda cada vez más desorientada y desanimada, cuando no colaboradora activa en esta tarea de desmontaje.

En el plano internacional, las potencias occidentales arrumbaron las estrategias de distensión precedentes, para pasar a realizar un estrecho marcaje a la URSS que devolvió al mundo a los periodos más obscuros y peligrosos de la guerra fría. Tanto que en varias ocasiones, con las maniobras Able Archer ya citadas o el derribo del Jumbo de la KLM por aviones soviéticos, estuvieron a punto de llevar al mundo a la catástrofe. Ejemplos definitorios de esa época fue la iniciativa de defensa estratégica SDI o, más popularmente, Guerra de las Galaxias por la película homónima, inmenso farol de la administración Reagan para provocar una escalada de armamentos que arruinase a la URSS (59); pero también asuntos más turbios como el apoyo a los contras que luchaban contra el régimen sandinista en Nicaragua… operaciones secretas que se financiaban con la venta de armas a Irán, el otro gran enemigo de los EEUU.

Desde un punto de vista “artístico”, las pantallas y las series de los años ochenta se plagaron de las hazañas de esforzados vengadores que en solitario y a golpe de gatillo, luchaban porque la sociedad americana volviese a ser sana y decente, ya saben al estilo de los ideales cincuenta, antes de que los malvados hippies y los torticeros liberales la maleasen. En ese acto de restitución, a estos justicieros no les importaba cubrirse de sangre o cometer las mayores atrocidades, envilecimiento necesario que tenían que sufrir para salvar a su gente, por la que no les importaba pagar luego cualquier precio, fuera ostracismo o condena por parte de un sistema corrompido hasta los cimientos (60).

En animación, dada la calidad pésima de los productos televisivos de entonces -Hanna Barbera estaba dando sus últimas boqueadas-, junto con el carácter simplón de sus historias, desprovisto de toda profundidad o aspiraciones, resulta difícil localizar una obra que responda al patrón que inspira este artículo. Claro que, en este caso, siempre queda GI Joe (1983-87, Toei/Hasbro) (61), serie que por su propia desmesura y descaro no se sabe si admirar o denostar. Animada por el estudio japonés de la Toei, que la dotó del dinamismo del anime, GI Joe es un panfleto propagandístico de principio a fin, donde una América que ha recobrado su orgullo, representada por el grupo multicultural de soldados dirigidos por el protagonista homónimo, lucha sin descanso y sin cuartel contra un malvado grupo terrorista (62) que pretende, cómo no, arrebatar la libertad al mundo.

Si la animación de la Toei es lo mejor de la serie, el resto no es más un cúmulo de despropósitos. Si recuerdan, la mayoría de los filmes propagandísticos que se han analizado intentaban convencer al público, apelaban a su inteligencia e intentaban construir un argumento coherente. En el mundo de GI Joe basta con tener las suficientes agallas y fuerza de voluntad, virtudes que, ya saben, pueden triunfar sobre todas las dificultades (63), siendo especialmente adecuadas para enfrentarse a armamento pesado. Por otra parte la adscripción ideológica de los personajes es de maniqueísmo de manual, de manera que, parafraseando a Jessica Rabbit, podrían decir: “yo soy bueno porque me escribieron así”. Una fragilidad argumental a la que no ayuda que en batallas rebosantes de disparos, lásers y explosiones demoledoras nunca haya muertos (64), porque, claro, se emitían en horario infantil.

Aunque pertenezca ya a otro periodo posterior, es también de interés El Rey León (The Lion King, Roger Allers y Rob Minkoff, 1994). Perteneciente al periodo de renacimiento de la Disney, es muy ilustrativa de cómo esta llamada al orden se había consolidado para esas fechas posteriores a la guerra fría. El mundo que se propone al espectador como ideal de justicia es una sociedad estamental, donde cada persona por el hecho de nacer gacela, elefante, hiena o león tiene ya un puesto asignado en la vida, del que no podrá escapar nunca. De hecho, cualquier intento de escapar a esa heredabilidad de los oficios se presenta como una violación del orden natural de las cosas, contrario por tanto, a esa ley suprema que asigna, sin contar con la voluntad de cada ser individual, derechos y deberes. Un lote en el que se incluye, si eres León, el derecho inalienable a depredar, y si eres Gacela, el deber de dejarte devorar sin rechistar por los que son mejores y más poderosos que tú.

Es decir, un privilegio. Que sólo puede otorgarte ese circle of life inmutable y eterno que loa la canción.

Enfoque VI: Tabi (1973) Kihachiro Kawamoto

Los casos antes citados eran bien subproductos de propaganda de un régimen que había avivado la guerra fría, bien ejercicios más sutiles por parte de la gran factoría del cine familiar para convencernos de la necesidad de volver a un tiempo idealizado, anterior a las muchas y sangrientas convulsiones políticas que caracterizaron el siglo XX. Sin embargo, en esta misma línea ha habido y hay respuestas mucho más sinceras, propuestas más personales.

Una de ellas, es la contenida en el corto Tabi (Viaje) (65), realizado por el animador experimental japonés (66) Kihachiro Kawamoto. Este artista japonés fue una personalidad esencial en la animación internacional, concretamente en la técnica de animación de muñecos fotograma a fotograma. Su obra es compleja y sorprendente, al mismo tiempo antigua y moderna, tradicional y progresista, como corresponde a alguien que se movió del marxismo ortodoxo en la década de los cuarenta a un budismo trascendente al final de su vida.

Parte de sus cortos tienen así un carácter claramente autobiográfico, trazando y explicando sus cambios ideológicos. Un corto posterior a Tabi, Shijin no Shōgai (Vida de Poeta, 1974) narra la purga que la autoridades americanas de ocupación realizaron a finales de los años cuarenta en los estudios de cine japonés renacidos tras la guerra mundial, despidiendo a todos los elementos de inclinaciones izquierdistas, sin que muchos pudieran volver a trabajar en ellos de nuevo. Tabi, por el contrario, narra de forma alegórica la conversión al budismo de Kawamoto y el abandono de sus ideas marxistas de juventud, transfigurado en el viaje iniciático que una joven japonesa realiza a la Europa soñada e idealizada.

Lo que ella encuentra allí es muy distinto a la imagen de su ideal. Europa, su arte y su cultura, se halla escindida, definitivamente rota (67). Su creatividad se ha dislocado, incapaz de armonizar y conciliar un arte noble y sublime creado en el pasado, pero cuya chispa se apagó definitivamente hace siglos sin que pueda volver a ser reanimada, con un arte moderno cuya esencia es negar ese arte del pasado, y que, a pesar de todos los disfraces de los que quiera revestirse, su ímpetu y razón de ser parecen reducirse a asesinar al padre, crimen tras el que sólo le quedará morirse.

Fuera de esos dos polos irreconciliables sólo existe la abyección, el interés, el beneficio. El arte del pasado, y mucho del presente, sólo tiene ya una utilidad: venderlo a los turistas, en cuantas más copias mejor, desposeyéndolo así de toda la nobleza y la importancia que alguna vez tuviera para alguien, pero que ahora se reduce a su precio. Formas degeneradas, por tanto, pero aun así, en su degradación, símbolos de un paraíso perdido donde reinaban la belleza y el ideal, de otro mundo inalcanzable que ya no es la Europa presente, donde la fuerza de las armas no duda en utilizarse para aplastar cualquier intento de rebelión que pretenda poner en tela de juicio el dominio de los mercaderes.

Si es que esos intentos de rebeldía existen o existieron alguna vez, porque la juventud, la que pretendió cambiar el mundo, parece haberse perdido en la complacencia de un triunfo hueco, ha preferido petrificarse en placeres hueros y banales, tal y como estuvo/está a punto de pasarle a la protagonista, quien al fin descubre la revelación que andaba buscando pero que, sin embargo, no pudo seguir. Una iluminación que no era Europea, ni necesitaba de Europa para manifestarse, puesto que era la conciencia de su propia cultura, el retorno a la religión del oriente, al ámbito de perfección que jamás debió abandonar.

O como se evoca en la hermosa paradoja que cierra el corto, expuesta palabras de un poema clásico chino (68) “Brumoso monte Lushan, caudaloso río Yangtse, queda nostalgia por no haberos visitado, pero nada se gana por hacerlo”.

Ajustes de cuentas: La quiebra del comunismo

En los años que van de 1989 a 1991 se produjo lo imposible. De repente, el bloque soviético se desmoronó, y con él, terminó la guerra fría. Las causas fueron múltiples y no hay acuerdo sobre cuál fue la determinante. Quizás un error de principiante de Gorbachov al intentar hacer realidad los ideales del comunismo y no seguir una vía a la china, es decir, represión política y liberalización económica. Quizás la URSS no pudo aguantar la carga económica que le suponía su condición de superpotencia mundial, cuyos inmensos gastos armamentísticos, agravados por el bluff de la SDI, le impedían asegurar un nivel de vida decente a su población, o al menos al nivel de sus enemigos de occidente (69).

Lo que sí se puede asegurar es que, al menos en ese preciso momento histórico, un sentimiento de euforia recorrió a la humanidad, especialmente a medida que se descubría el carácter represivo, asfixiante e inhumano, de las dictaduras del otro lado del telón de acero. Luego, como sabrán, esa alegría se diluyó mucho, con la colonización de esas otras tierras por los exponentes del capitalismo más salvaje y el rebote destructivo que ese triunfo supuso sobre los estados del bienestar occidentales, cada vez más limitados y recortados en un mundo donde no había otras alternativas al sistema dominante, ni siquiera otras tonalidades de la misma opción.

Sin embargo, lo que cuenta aquí, en esta sección, es narrar cómo los artistas en general y los de la animación en particular ajustaron cuentas con unos regímenes que les tenían en el punto de mira, que escrutaban todo su trabajo en busca de desviacionismos y traiciones, que los obligaban a hablar en enigmas y andar en disimulos. En resumidas cuentas, a mentir y a callar, y como consecuencia a nunca llegar a ser lo que su talento y su entusiasmo les dictaban (70).

Steklyannaya garmonika (La armónica de cristal) (71) realizada en 1968 por Andrei Jrzanovski con música de Alfred Schnittke (72) es muy anterior al periodo que estamos discutiendo, pero fue uno de los primeros cortos soviéticos que se atrevió a proponer un mundo alternativo, distinto y opuesto al gris uniforme de la sociedad soviética. Tan poderoso fue su mensaje de liberación que la censura comunista obligó a precederlo con un rótulo explicativo en el que se dejaba bien claro que lo que se iba a ver era una denuncia de la explotación de los trabajadores en la sociedad capitalista.

¿Y qué es lo que iban a ver en realidad los espectadores? Una sociedad en la que campaban a sus anchas fuerzas represivas que cortaban de raíz cualquier intento de disidencia o rebeldía, aunque esta se limitase al cultivo del arte y de la belleza. Con toda razón, porque estas autoridades opresoras eran más que conscientes del efecto liberador de la belleza, esa que, en palabras de Dostoievski (73), habrá de salvar al mundo. Con ella, con su influencia, una sociedad basada en la delación y en la sospecha puede acabar siendo habitada por personas justas y nobles, que expulsen de su seno a sus opresores, hecho expresado de forma magistral en el corto por la transformación de los habitantes en figuras escapadas de frescos y pinturas renacentistas, de ese primer tiempo en la historia en que el hombre fue lo único importante.

Estrictamente contemporánea, y proveniente de uno de los países, Estonia, que consiguieron su independencia tras la disolución de la URSS, es Eine Murul (Almuerzo en la hierba) (74) dirigida en 1987 por Pritt Pärn. Este director es una de las grandes presencias de la animación contemporánea y puede decirse que este corto, multipremiado, fue el que le dio a conocer internacionalmente… aunque tras su paso por los festivales fue prohibido fulminantemente por las autoridades soviéticas.

No es para menos, porque los personajes que habitan la sociedad que describe, la soviética en Estonia, tienen que actuar de forma clandestina para realizar unja reproducción viviente del cuadro de Manet que da nombre al corto, como si -¡de nuevo!- el arte fuera el mayor de los delitos (75). Entre tanto, y hasta que llegue el breve momento elegido, los protagonistas deben cruzar todo tipo de dificultades y penalidades para conseguir una manzana, encontrar un traje para la ocasión, hacer sellar los permisos, recuperar una sonrisa, en una utopia que ha sido construida de tal manera que conseguir esos objetos sólo puede conseguirse por medios ilícitos, por la picaresca o el favoritismo

Por último, Konec stalinismu v Čechách (El fin del Estalinismo en Bohemia, 1990) (76) fue la oportunidad que tuvo Jan Svankmajer para desahogarse a gusto con sus censores, aquellos que durante largos años, tras el aplastamiento de la primavera de Praga, le consignaron al silencio. Para Svankmajer, la implantación del Estalinismo fue el triunfo de la mentira, la imposición de un régimen vasallo que se dedicaba a crear héroes del socialismo, celebrados en todas las instancias, pero que luego, con la misma celeridad con que habían sido elevados, eran purgados y ejecutados.

Un posicionamiento político, rebosante de rabia, asco e indignación que Svankmajer ilustra con su peculiarísimo lenguaje, del que bastan dos ejemplos. El parto, literalmente, del gobernante títere que Stalin ha elegido para Checoslovaquia, extraído directamente del interior de un busto del dictador abierto en canal sobre una mesa de operaciones, dejando bien claro que es creación y criatura suya. Este nacimiento del monstruo es seguido por la representación de una cadena de montaje en la que unas manos modelan cuidadosamente a los trabajadores ejemplares del nuevo régimen, sólo para que esas mismas manos procedan seguidamente a ejecutarles en la horca para reaprovechar su materia prima en otros nuevos. Y así vuelta a empezar.
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